La liebre y la tortuga

“No que lo haya alcanzado ya o que ya haya llegado a ser perfecto si no que sigo adelante, a fin de poder alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús.” Filipenses 3:12-14

Se cuenta un fábula de que una liebre se jactaba de que era el animal más rápido del bosque. Cuando desafió a los demás a una carrera, sólo la tortuga se atrevió a probar. A la liebre le pareció injusto, pues ella ganaría fácilmente. Pero salieron de todas maneras y la tortuga pronto se quedó atrás. En el camino la liebre decidió que

tenía tiempo de echarse a la siesta, sin embargo, la tortuga siguió caminando. Cuando la liebre despertó no vio a la tortuga por ninguna parte y yéndose se dijo “Todavía no me ha alcanzado”, pero cuando llegó a la meta, la tortuga ya había llegado.

¡Cuánto nos parecemos nosotros a la liebre! Salimos muy rápido hacia la meta y nuestras vidas están llenas de paradas, y lo más triste es que muchos no se levantan nunca.

El apóstol Pablo estaba en medio del camino, por eso dice “Todavía no soy perfecto, pero sigo alcanzando la meta”. Cristo lo alcanzó en el camino de Damasco y tenía un propósito para él. Él tenía la seguridad de la salvación, pero también tenía sobre sus espaldas la responsabilidad de seguir corriendo como un buen atleta y cumplir el propósito de aquel que lo alcanzó.

Es interesante lo que dice: “Una cosa hago” ¿Qué cosa? “Olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante”. Él quiere dejar a un lado la parte que ya ha recorrido porque si lo hace se saldrá de la pista y fracasará. Digamos que olvidar lo que queda atrás no significa que perdamos la memoria, porque aunque queramos borrar malos recuerdos del pasado no podemos olvidar el pasado, quiere decir no vivirlo.

En nuestro pasado hemos tomado decisiones equivocadas, hemos tenido fracasos, hemos hecho muchas cosas que estaban mal y nos sentimos culpables, llenos de sentimientos dolorosos, nos hemos sentido decepcionados por alguien en quien teníamos puesta toda nuestra confianza.

Quizá hemos sufrido experiencias amargas de conflictos y divisiones dentro de la familia o dentro de la iglesia. Que perdimos el gozo y nos llenamos de desánimo de tal forma que no queremos fiarnos de nadie y es que tenemos heridas infectadas sin curar. Yo creo sinceramente que si no olvidamos aquello que nos produjo el dolor no podremos seguir adelante, pero no sólo eso, “olvidando lo que queda atrás” quiere decir que no nos gloriemos de nuestro pasado, si lo hacemos, dejaremos de seguir adelante.

Cuántas veces nos decimos a nosotros mismos: “¡Qué bueno fui! ¡Qué gran trabajo hice! ¡Como serví al Señor hace 20 años! ¡Como amaba yo y servía a otros! ¡Como estudié la Biblia! ¡Como oraba!” Pero si hoy no amo ¿Qué valor tiene si ayer amé? Si hoy no tengo paciencia ¿Qué valor tienen si en el pasado la tuve? Si yo no hago nada ahora y he dejado de correr ¿Qué valor tiene si en el pasado hice mucho? ¡Nada!

Sigamos mirando hacia adelante como la tortuga y llegaremos a la meta recibiendo el premio que nos dará nuestro Señor.

La sed insaciable

“El amor al dinero es la raíz de todos los males, el cual codiciando algunos se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores”1ª Timoteo 6:10

La Biblia no dice que el dinero es la raíz de todos los males, sino el amor a él.

El deseo de dinero tiende a convertirse en una sed insaciable. Había un proverbio latino que decía que la riqueza es como el agua del mar; lejos de colmar la sed, la intensifica cuanta más obtiene, más se quiere.

El deseo del dinero se basa en un deseo de seguridad pero no la puede comprar. Ni puede comprar la salud, ni el amor. El hombre, la mujer puede estar tan apegada al dinero que nunca podrá ser feliz, es más, puede perder la vida física y lo peor de todo, la vida eterna.

Hace mucho leí un artículo acerca de un banquero en la provincia de Lérida.

Resulta que este banquero guardaba el dinero en el sótano cuyos muros estaban forrados de dinero. Este banquero no bajaba todos los días al sótano, sino que se pasaban semanas y meses.

Un día tuvo que bajar a coger algo y tal fue su sorpresa que vió la llave puesta en la cerradura de la puerta.

El banquero temblando gritó: – ¡Me han arruinado, me han robado todo el dinero! – Rápidamente abrió la puerta y un horrible espectáculo se presentó ante sus ojos. Allí había un cadáver que todavía podía reconocer, se trataba de un antiguo empleado del banco, el cual antes de dejar su empleo se hizo un copia de la llave y a escondidas bajó al sótano para coger el dinero del banquero. Tuvo tal ansia al mirar el dinero a la luz de una linterna que llevaba en la mano que con precaución cerró la puerta y se puso a llenar las bolsas de joyas y de dinero. Rápidamente se dirigió a la puerta para huir pero ¡Qué horror, la puerta no la podía abrir! Se había olvidado de que la cerradura solo se podía abrir con la llave que había olvidado detrás de la puerta.

Por más que lo intentó no la pudo abrir; se consumió la luz de la linterna, y cada hora que pasaba ne la oscuridad debió parecerle un siglo de agonía. Día tras día seguro que ya no pensaba en el dinero, más bien estaría con el oído puesto para oír algunos pasos y que le abrieran la puerta, pero nada, el hambre y la sed se agregaron a sus tormentos.

La idea de morir lentamente debió de quitarle toda la vergüenza de pedir socorro, pero por más que gritara nadie le podía oír. ¡Qué situación morir lleno de dinero!

Esta historia aunque es dramática nos enseña lo que nuestro Señor nos enseñó ¿Qué aprovechará el hombre si ganare todo el mundo y perdiera su alma? Marcos 8:36

¿Qué ganaría el cristiano si codiciando las cosas materiales las consigue, si luego pierde las más importantes como la comunión con Dios, con la familia, con los hermanos y por último pierde la vida eterna?

¿Cosas o vida?

No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” Filipenses 4:11-13

Se cuenta que un poderoso banquero llegó al muelle de un pequeño pueblo costero, y allí se encontró a una pescador con su barca. Dentro del bote había algunos peces; el banquero observando dicha pesca inició una conversación con el desconocido pescador. “¿Cuánto tiempo ha invertido en esa pesca?

– No demasiado tiempo, unas pocas horas

– ¿Por qué no se queda más tiempo y así consigue más peces?

– Bueno, esto es más que suficiente para mis necesidades y las de mi familia.”

Sorprendido por la respuesta, le siguió preguntando al pescador. “

– ¿Y qué hace en el resto del tiempo?

– Juego con mis hijos, me echo la siesta con mi esposa, me tomo un vino con mis amigos y mi vida es tranquila y agradable.

– Eso esta muy bien, pero mira, yo soy banquero y creo que podría ayudarte. Si invirtieras un poco más de tiempo en la pesca conseguirás más peces y podrás comprarte un bote más grande y así podrías pescar más peces. Con los ingresos podrás comprarte más botes y así tener toda una flota de botes. Si en lugar de vender el pescado a una intermediario lo haces directamente, podrías salir de este pequeño pueblo, mudarte a la capital y expandir más tu empresa.

– ¿Cuánto se tardaría en conseguir todo eso?

– En el mejor de los casos unos 15 años, y en el peor, entre 20 y 25 años.

– ¿Y después qué?

– Esa es la mejor parte, venderías todas tus acciones y tu empresa, serías inmensamente rico ¡Millonario!

– ¿Y después qué?

– Te podrías retirar, mudarte a un pueblecito, pescar un poco, jugar con hijos, tomarte un vino con tus amigos y echarte la siesta con tu mujer

– Pero ¿Acaso no es eso lo que hago ahora?”  El banquero cabizbajo y triste se fue del lugar pensando en darle un giro a su propia vida.

Cuántas vidas se desperdician buscando inutilmente una felicidad a través de las cosas.

Nos decimos: Si yo tuviera esto o aquello sería feliz ¡Pero nos engañamos! Hace 40 años me acuerdo que no teníamos nada de lo que hoy tenemos, ni lavadora, ni frigorífico, ni televisión, ni cuarto de baño, ni colchón de látex, ni teléfono, ni calefacción, ni la comida que nos apetecía.

Recuerdo como si fuera ayer, a las mujeres lavando en el río y cantando. Recuerdo a los segadores, segando de sol a sol, cantando. Recuerdo cuando iba por los caminos y a lo lejos veía a un hombre arando con las mulas, e iba cantando. Todo lo contrario a nosotros, tenemos que escuchar la radio y “Operación Triunfo”, para que nos canten.

Hoy tenemos muchas cosas para vivir felices, pero somos más infelices que nunca. La verdad es que, para la mayoría de los seres humanos ¡Dios esta lejos! y al estar lejos la felicidad se busca a través de cosas pero no se halla. Y es que sin el Señor Jesucristo, podremos tener muchas cosas, pero no tendremos vida. Él dijo: Yo he venido para que tengáis vida, y para que la tengáis en abundancia”.

La sequedad del ambiente

Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas, para ver tu poder y tu gloria, así como te he mirado en el santuario. Porque mejor es tu misericordia que la vida; mis labios te alabarán.” Salmo 63:1-3

“Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.” Juan 4:13-14

Odio cuando estoy resfriado, los dichosos virus parecen que la toman conmigo cuando cambia el tiempo, y sobre todo, con mi nariz, provocando angustiosos y profundos taponamientos, que me obligan a respirar por la boca. Esto por las noches es especialmente dificultuoso, ya que me suele costar quedarme dormido, y cuando lo hago, me despierto a media noche con una espantosa sensación de sequedad en la boca que lleva a levantarme a buscar agua, para saciar mi sed, pero al cabo de un tiempo la sed regresa, pues sigo respirando por la boca, a menos que busque algún remedio eficaz y duradero.

Para la higiene de nuestra pequeña hija, usamos toallitas húmedas, que suelen conservarse en un recipiente de plástico, que puede cerrarse. Sabemos que si ese recipiente quedara abierto, la esencia de esas toallitas se evaporaría y se secarían. Sería mucho más incomodo usarlas, servirían para poco más que para ser desechadas.

El aire que está a nuestro alrededor, que invade nuestro espacio, ese aire necesario para la vida, porque aún tiene oxígeno, es paradójicamente, lo que nos está matando poco a poco. El aire oxida el organismo, o si no fijáos bien en la reacción de un plátano o una manzana cuando lleva un ratito sin su piel… eso mismo hace en nuestro propio cuerpo, y ese es el origen de nuestro envejecimiento. De ahí, que muchos productos se vendan como que tienen propiedades anti-oxidantes, lo que en teoría hacen es retrasar el envejecimiento y deterioro de los tejidos. Pero es inevitable el deteriorarse, el secarse… mientras estemos en este mundo será así, poco a poco, nuestra decadencia va unida al ambiente en el que estamos inmersos.

Así ocurre con nuestra vida espiritual, la cual necesita de la humedad y frescura del agua viva que sólo proviene de Cristo, pero ¿Qué seca nuestro ser? Principalmente nuestro ambiente, nuestro entorno, el aire que respira este mundo es el aire viciado e impuro de los afanes, los problemas, los pleitos y contiendas, las preocupaciones, los malos deseos, el materialismo, el vicio, las viejas costumbres pecaminosas, las nuevas filosofías humanistas, que nos secan separándonos de Dios, apartándolo, reduciéndolo en nuestras mentes, proclamando que el hombre se vale por sí mismo y su inteligencia basta para nuestra satisfacción y plenitud vital. Ese el aire que respiran nuestros niños y jóvenes en las aulas, eso es lo que respiramos en nuestros centros de trabajo, por la calle, con toda la publicidad asaltándonos con modelos “ideales” de vida, tratando de moldearnos al parecer de una sociedad decadente, dictándonos como debemos de comer, de vestir, qué medidas corporales tener, o qué artefacto tecnológico tener para estar a la última y ser más moderno y más aceptado en nuestra sociedad. Pero eso nos sigue secando.

¿Habéis probado alguna vez a echar unas pocas de agua encima de un coche que ha estado expuesto todo el mediodía al sol de verano? Nada más tocar la chapa se evaporan al instante, si alguna gota sobrevive será por unos segundos, rápidamente desaparece y la chapa seguirá tan seca y caliente como antes, o incluso más, porque ese poquitín de agua ha sufrido una ebullición rápida. Así es la satisfacción que nos producen los placeres de este mundo, un poco de agua para mojar nuestra alma, que en seguida se va y nuestra espantosa sequedad sigue, y va en aumento. Es por eso que debemos de hacer caso al rey David, que en algunos de sus salmos hace mención al agua, y a la sed de su alma, una sed que sólo puede satisfacer con creces, su descendiente, nuestro Señor Jesucristo. Él mismo ha declarado ser una fuente inagotable de agua, de tal manera que nuestra sed será satisfecha definitivamente, y aún más, que hará de nosotros fuentes de agua, para que otros, necesitados como lo solíamos estar nosotros, también puedan beber. Sobre todo ahora, que en estos tiempos, el mundo sigue secando el ambiente cada vez más, es nuestra necesidad, responsabilidad y placer, el acudir constantemente a la fuente inagotable de agua viva que es Jesús ¡Refréscate en este verano con su amor, sus palabras y su misericordia!

Manteniendo la unidad

Os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad, y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” Efesios 4:1-3

La unidad no es algo que nosotros forjamos, sino obra de Dios; nuestra responsabilidad es mantenerla, y estos versículos hablan muy elocuentemente de cómo se mantiene y de la base de nuestra unidad. Hay cinco cualidades nuestras que contribuyen a la unidad: la humildad, la mansedumbre, la paciencia, el amor y la paz. La humildad es una característica de Dios mismo. Él es el alto y sublime quien mora con los humildes; ama a los humildes, pero resiste a los soberbios. Jesús nos mandó a aprender a ser manso como él es manso. Necesitamos aprender a cargar con nuestros hermanos, tener paciencia con ellos, y soportarlos. El amor cubre una multitud de pecados y nos ayuda a soportar al hermano. Hemos de vivir en paz los unos con los otros, pues la paz es el vínculo que nos mantiene unidos.

Todas estas cualidades son fruto del Espíritu Santo. Somos un solo cuerpo, pues, “Así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros” (Romanos 12:5). Lo que pasa a mi hermano es como si me sucediese a mí.

La base de nuestra unidad es lo que tenemos en común. En los versículos siguientes tenemos una lista de siete cosas que nos unen:

Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como Dios los ha llamado a una sola esperanza. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos.

Somos un solo cuerpo (v. 4)

Compartimos un mismo Espíritu (4), el Espíritu Santo. Él da vida al cuerpo. “Por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo” (1 Cor. 12:13). El que descendió en el día de Pentecostés es el que mora en cada creyente.

Todos tenemos la misma esperanza (v. 4), la de la gloriosa venida de Cristo y la herencia que nos es guardado en los cielos.

Todos tenemos el mismo Señor (v. 5), quien es Cristo, la cabeza del cuerpo quien nos compró con su sangre, pagando el mismo precio por cada uno de nosotros.

Profesamos una sola fe (v. 5), un conjunto de doctrinas que creemos todos. Todos hemos sido bautizados (v. 5) expresando nuestra identificación con Cristo por medio del bautismo.

Todos compartimos el mismo Padre, “un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (v. 6).

“Completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa” (Fil. 2:2). Con todo esto en cuenta, concluimos que hemos de trabajar como un solo hombre, unidos en una sola empresa, la de anunciar el evangelio, sabiendo que nuestro trabajo en el Señor no es en vano.  Esto es lo que aporta bendición.

M. B.

El fútbol, la pasión y la integridad

presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras; en la enseñanza mostrando integridad, seriedad” Tito 2:7

En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” Juan 13:35

Una vez que hemos aprendido acerca de la integridad en el pasado retiro, aunque no dejaremos de aprenderlo a lo largo de todo el año y seguramente, a lo largo de toda la vida, nos enfrentamos a nuevos retos. Como ya comentamos, en este importante evento, después de haber pasado la agradable experiencia en el monte de la transfiguración, toca bajar al mundo y ponerse a prueba. Poner en práctica lo aprendido y trabajar para que el Reino de los Cielos siga avanzando en este mundo, y sobre todo, en nuestra ciudad.

Una de las cosas que aprendimos fue que, ahora más que nunca, con la crisis, no sólo económica, sino sobre todo, moral, y de valores, debemos tratar de ser luz y sal en nuestro entorno, debemos de dejar que Dios nos use para transformar la sociedad, y eso no se consigue quedándose sentado, al calor de nuestro local. Es necesario, no sólo abrir los ojos (los físicos y por supuesto, los espirituales), no sólo quejarse de lo mal que está el mundo, no sólo hay que orar. También hay que hacer… ¡Y también hay que dejar de hacer! Hay que ser íntegros, en una sociedad corrupta, hipócrita y deshonesta, y para ello debemos de abandonar nuestras viejas costumbres.

Podría poner muchos ejemplos acerca de ser íntegros o lo contrario, pero en vista a que el fútbol vuelve a estar en boca de todos en estas fechas, pues se juega la Eurocopa, comentaré que es precisamente en momentos de emoción y pasión, como los vividos en los acontecimientos deportivos, donde se puede poner a prueba nuestra integridad. El fútbol, al igual que en muchos otros deportes, existen multitud de imprecisiones, multitud de errores, tanto de cualquiera de los jugadores, como del equipo entero, como del árbitro. Cualquier cosa que surja durante el partido puede llevarnos a un estado de euforia desatada que nos puede hacer perder los papeles, es una pasión mal entendida, mal dirigida.

Cuando hablamos de un deporte que mueve de este manera a las masas (te guste o no, esto es así) a veces es inevitable hablar de la pasión. La pasión forma parte de los sentimientos que Dios ha puesto en nosotros, a la hora de crearnos, pues nos hizo a su imagen y semejanza, esa pasión también la siente nuestro creador. Aunque claro, la mayoría de ocasiones no nos apasionan las mismas cosas. Pero es un buen sentimiento que nos empuja y nos da un extra de fortaleza y aguante en momentos de derrota. La pasión ha llevado a equipos prácticamente desahuciados en un partido, a remontarlos y ganar. Ha llevado a equipos modestos a plantar cara a los grandes, y por supuesto, ha llevado a nuestro Señor a soportar el tremendo dolor de la crucifixión, y llegar hasta el final. Todo por amor, ya amor a tener ese momento de «gloria» humana, o el perfecto amor que nuestro Salvador, ha sentido y siente por nosotros. Hay un abismo de diferencia en el uso de una pasión y la otra. Aquí es donde también interviene la integridad, pues para que Jesús fuera el sacrificio perfecto, tenía que estar completamente libre de pecado, y así fue, y ese fue el ejemplo que nos dejó.

La integridad no consiste en no pecar, pues nuestra naturaleza humana nos va a hacer caer mientras estemos en este mundo, pero sí nos va a hacer intentar no sólo evitar tentaciones y nos ayudará a huir del pecado, sino que cuando caigamos, veremos cara a cara a nuestra culpa y nos llevará al arrepentimiento. La integridad es intentar ser de una pieza, sin fisuras, que nuestros actos concuerden con nuestras palabras, que el pecado sea aborrecible y avergonzante, y no un placer en el que deleitarse. La integridad es evitar todas y cada una de esas oportunidades que se nos presentan en la vida para ser corrupto, mentiroso, o simplemente buscar el bien propio y priorizar el bien ajeno, la integridad es buscar el corazón de un Dios tan amoroso, que quiere contagiarnos de su pasión, la pasión perfecta y verdadera por el mundo, por las almas. La pasión del Señor, que fue tan íntegro, que cuando predicó acerca de que seamos mansos y humildes como él… cumplió hasta el final. Aprendamos del Maestro, e influyamos al mundo demostrando buena pasión y amor.

Unidos y unánimes

Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos.” Hechos 2:1

Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables;  no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición.” 1ª Pedro 3:8-9

Imagina un retiro, con otros 119 hermanos, viviendo un momento histórico. Juntos, pero no revueltos, y además, estando de celebración, en esos días señalados en rojo en el calendario. Imagina el ambiente que se viviría, cuando además, existe el consenso sobre decisiones vitales, que podrían marcar el futuro de la iglesia. Eso mismo que imaginas, sucedió hace casi dos mil años en un lugar en la gran ciudad de Jerusalén. Los hermanos, tendrían una mezcla extraña de sentimientos: Por un lado, pesar porque el maestro ya no estaba físicamente con ellos, se marchó y junto con él, el liderazgo perfecto de la nueva iglesia, pero por otro lado, estaban esperanzados, porque ese mismo maestro, les prometió que iba a estar con ellos ¿De qué forma? Un gran misterio, el hecho de que el mismísimo Espíritu de Dios, iba a permanecer hasta que Cristo regrese. ¿Cómo iba a ser esto? El momento y el lugar exacto no lo precisó el Señor, pero sí que se dieron una serie de circunstancias que iban a propiciar el hecho de la llegada del Espíritu Santo.

Una circunstancia fue la unidad. ¿Cómo es posible que en una congregación que reunía tanta diversidad permaneciera unida? Pienso que la clave está en la otra palabra: La unanimidad.

No nos engañemos, si pensamos en porque los primeros cristianos estaban unánimes, no significa que estaban completamente de acuerdo en todo. Si muchas veces no conseguimos ponernos de acuerdo en las decisiones más sencillas en el seno de una pequeña familia, imagina en un grupo que comenzó con unos 120. Menuda locura el ponerse de acuerdo, para, por ejemplo: Decidir de qué color se van a pintar las paredes del aposento alto, o si orar de pié o sentados. El caso es que los detalles pequeños, y las trivialidades carecían de valor en aquel momento, porque su perspectiva, fue diferente a esa, ellos tenían la mente puesta mucho más arriba, en aquel que después de haber muerto y posteriormente resucitado, ha ascendido al cielo para sentarse a la diestra del Padre, con la esperanza de que cumplirá lo que se prometió y regresará pronto. Esa era su perspectiva y el motivo de su unanimidad. La base donde se sustenta todo: la fe y el amor lo suplía todo. En medio de este ambiente idóneo fue donde entró en escena aquel que le daba sentido a todo. El que iba a ser el motor y verdadero protagonista de la nueva iglesia: El Espíritu Santo.

Hoy día, pero vemos muchos movimientos cuyas reivindicaciones pueden ser las más justas, o las más legítimas, y pueden tener las mejores intenciones, pero sin un liderazgo tan perfecto como el del Espíritu de Dios, no pueden durar, no tienen consistencia. Eso es lo que nos distingue, o debería de distinguir de otros colectivos.

Ya han pasado 2000 años desde que comenzó oficialmente el movimiento cristiano, que  es imperfecto, pero llevado por uno que sí es perfecto, y aún a pesar de ataques, problemas internos de diversa índole, críticas, rechazo, incomprensión, persecución abierta, exclusión, pobreza, debilidades y muchas tribulaciones, seguimos aquí, y sería impensable semejante duración para cualquier otro grupo o emprendimiento. Pero Dios hace posible lo imposible y demuestra su fortaleza en medio de nuestra debilidad. Por eso seguimos aquí, por eso seguimos queriendo que nuestro mensaje impacte al mundo, por eso tenemos esperanza en medio de las múltiples crisis que podamos padecer.

El secreto de nuestra unidad, en medio de nuestras diferencias se llama Espíritu Santo, que es Dios mismo, que nos impulsa hacia adelante y nos hace ver a todos la misma meta, nos hace estar unánimes, sin importar nuestras diferencias culturales, raciales, generacionales, e incluso lingüísticas, al igual que ocurrió en aquel día de Pentecostés. Al igual que queremos que siga ocurriendo en nuestra iglesia, ya sea en un culto “cualquiera”, o en el retiro de la semana que viene.

Hablando de unidad, aprovecho también para anunciar que hoy además es el día de la Unión de Jóvenes Bautistas de España. Los jóvenes también queremos expresar nuestra unidad en medio de tanta discordia. ¿Quieres más razones para seguir perteneciendo a este proyecto de iglesia divino y eterno?

Nuestra esperanza viva en la resurrección

Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos.” 1ª Pedro 1:3

“…que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos…” Romanos 1:4

“Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.” Juan 11:25

 

Cuando María Magdalena, Juana y María (la madre del apóstol Santiago), junto a otras mujeres, acudieron al sepulcro para la rutinaria limpieza del cuerpo del maestro; no llegaron a imaginar lo que se iban a encontrar, o mejor dicho, a quien no se iban a encontrar, porque a quien iban a ungir, ya no estaba ahí. Buscando el famoso pasaje que relata este hecho, podéis comprobar que mientras dos de los cuatro evangelios relatan hechos como el de la natividad, los cuatro sin excepción mencionan la resurrección del Cristo, aportando además un relato muy parecido entre los cuatro autores. Me quedo personalmente con la completa y concienzuda narración de Lucas, que curiosamente es el único de los cuatro evangelistas que nunca estuvo en contacto directo con Jesús:

El primer día de la semana, muy de mañana, vinieron al sepulcro, trayendo las especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas. Y hallaron removida la piedra del sepulcro; y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes; y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día. Entonces ellas se acordaron de sus palabras, y volviendo del sepulcro, dieron nuevas de todas estas cosas a los once, y a todos los demás. Eran María Magdalena, y Juana, y María madre de Jacobo, y las demás con ellas, quienes dijeron estas cosas a los apóstoles. Mas a ellos les parecían locura las palabras de ellas, y no las creían. Pero levantándose Pedro, corrió al sepulcro; y cuando miró dentro, vio los lienzos solos, y se fue a casa maravillándose de lo que había sucedido.” Lucas 24:1-12

¿Por qué es tan importante y emocionante este hecho, que sin embargo tanto se cuestiona el mundo por ser tan racionalmente inverosímil? Porque es el preciso momento en el que se completa nuestra fe, porque ¿Qué habría pasado si Jesús no hubiese resucitado? Que creeríamos en un dios muerto, nuestra fe no se sostendría sobre nada, no tendría sentido (1ª Corintios 15:14). Por lo tanto, y como afirmó ciertamente el apóstol Pedro en uno de nuestros versículos de cabecera, Dios padre, “nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Cristo”. Gracias a la derrota de la muerte por medio de nuestro Señor, tenemos esperanza, pero no una vana ilusión, no una quimera o un bonito cuento, sino una esperanza viva, algo que forma parte de nosotros, que vivimos o debemos vivir en cada instante, los que confiamos en Él. Es por eso que vemos la muerte con otros ojos, es por eso, que tiene mayor sentido para nosotros la popular frase que dice “la muerte no es el final”, porque la nuestra esperanza esta tan viva como el Hijo de Dios: Jesús de Nazaret.

Además de una esperanza viva, tenemos la seguridad de que al igual que en la cruz, tal y como conté en el anterior número de este boletín, en la resurrección también se manifiesta el poder y la Gloria de Dios. ¿En qué clase de dios creeríamos si pensásemos que Cristo no ha resucitado? Jesús demuestra claramente y con muchos testigos, que verdaderamente es Dios (1ª Corintios 15:3-6), resucitando y subiendo al cielo, y sentándose en el trono a la diestra del Padre (Filipenses 2:9, Marcos 14:62).

Esta esperanza que tenemos en la resurrección de Cristo, nos da otro beneficio extraordinario y es la certeza de que los que hemos depositado nuestra confianza en Él, también resucitaremos de entre los muertos, para vivir por siempre con nuestro Señor y creador. Jesús mismo lo afirmó (Juan 11:25).

Camino a la cruz

Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” Filipenses 2:5-11

Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró. Cuando el centurión vio lo que había acontecido, dio gloria a Dios, diciendo: Verdaderamente este hombre era justo. Y toda la multitud de los que estaban presentes en este espectáculo, viendo lo que había acontecido, se volvían golpeándose el pecho.” Lucas 23:46-48

Cuando vemos algo por primera vez suele impresionarnos. Ocurre cuando visitamos por primera vez un lugar exótico, admiramos algún monumento o contemplamos un bello paisaje o asistimos a algún espectáculo en directo que no habíamos visto antes. Sin embargo esa sensación disminuye a medida que aumentamos la asiduidad para ver estos elementos, es decir, vamos varias veces a ese lugar, pasamos todos los días por ese monumento, revisitamos día tras día ese paisaje o hacemos cotidiano ese espectáculo… y puede que según que paisajes o que espectáculo, sea tan impresionante, que nunca nos terminemos de acostumbrar a él. Pero ¿Y si en lugar de ser espectadores directos de estos lugares, lo vemos a través de alguna fotografía, un sencillo video o televisión o simplemente nos lo cuentan? Pues ha perdido gran parte de su encanto, ya no es lo mismo. Ocurre mucho esto cuando hablamos de la cruz de Cristo. Nos hemos acostumbrado tanto a ver tantas cruces, por todas partes, a ver imágenes o figuritas, y hemos escuchado tantas veces la historia, que ya no nos resulta tan impresionante.

Es lógico que ocurra esto pues ninguno de nosotros hemos sido espectadores de primera mano de semejante escena en el monte Calvario, pero sólo a través de la fe y amor podemos ser conscientes y partícipes de aquel camino a la cruz que sólo Jesús pudo haber recorrido, aquella vía dolorosa que comenzó incluso mucho antes de su propio nacimiento en la tierra, pues su destino era rescatarnos de una muerte eterna, muriendo en nuestro lugar, pagando ese sacrificio que inevitablemente era dirigido a nosotros.

Nos acomodamos tanto en las sillas de nuestra iglesia, hacemos toda la rutina litúrgica dominical, asistimos a tantas actividades eclesiales o para-eclesiales que a veces se nos olvida que la cruz es el punto de partida de todo, la razón del porqué estamos hoy aquí, y el porqué estas leyendo esto. Y sin la cruz no hay corona, no hay nada. Hay que reconocer que muchas veces sólo nos acordamos de esta cruz, de este sacrificio, cuando tomamos la Santa Cena, o en las fechas de Semana Santa, en las que estamos.

Cuando Cristo hubo expirado, pasaron una serie de cosas que a ojos de muchos pueden resultar espectaculares, como las tinieblas que asolaron la tierra en aquella hora o la gruesa y casi inexpugnable cortina que nos separaba del lugar santísimo, en el templo, se rajara de arriba a abajo, pero lo que resultó más increíble fue que en ese momento, se manifestara la Gloria de Dios en la forma del perdón perfecto, la misericordia inmensa y se colmara la justicia del creador del universo. Para hacernos una idea de esta manifestación de poder y majestad, podemos ver la reacción de los testigos de los últimos instantes de aquel cuyo cuerpo estaba destrozado y sanguinolento: Un centurión romano, tradicionalmente pagano, dió gloria a Dios y reconoció a Cristo como un hombre justo ¿Los demás? Quedaron tan afligidos que lo demostraron golpeándose el pecho. Pero esto tenía que ser así.

La Gloria de Dios es algo tan grande y con una demostración tan variada como la creación, una manifestación espectacular como la del tabernáculo (Éx 40:34-35) o la transfiguración de Jesús, o sus cientos de milagros… pero nada supera a la demostración del poder y el amor absoluto de Dios: La cruz del calvario.

Devolvamos bien por mal

No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.” Romanos 12:17-21

 

Normalmente a todos nos gusta que las cosas sean lógicas y justas pero no siempre es así. Es decir: Hay veces que hacemos un bien y recibimos un bien; hay vences que hacemos un bien y recibimos un mal; hay veces que hacemos un mal y recibimos un bien; y hay veces que hacemos un mal y recibimos otro mal.

La verdad es que es muy fácil y muy bonito hacer un bien a aquella persona que me ha hecho un bien pero… ¿Y hacer un bien a aquella persona que me ha hecho un mal?  Yo personalmente creo que el mandamiento que nos da Jesús, nuestro Señor, es el más dificil de poder vivirlo, pues él nos dice en Mateo 5:44 “Bendecid a los que os maldicen, hacen bien a los que os aborrecen. Porque si amási a los que os aman ¿Qué recompensan tendréis? ¿No hacen lo mismo los publicanos?”

El hacer un bien a un familiar, a un amigo, a alguien que se lo merece no requiere un gran esfuerzo; pero hacer bien a la persona que no nos ama depende de nuestra voluntad, de nuestra decisión, de nuestro esfuerzo ¡Es dificil, sí, pero no imposible! Si fuera imposible, el Señor no nos lo hubiera mandado.

¿Qué pasa si devolvemos bien por mal?

A- Seremos beneficiados y agradaremos a nuestro Señor: 1ª Pedro 2:20 “En cambio, si sufrís por hacer el bien, eso merece la aprobación de Dios”.

Cuando nos ofenden por cualquier causa y nosotros pagamos con la misma moneda llevando toda la razón recibiremos los aplausos de los hombres, pero no los aplausos del Señor. Si lo que hacemos es sufrir la injusticia con paciencia seremos beneficiados teniendo la paz del Señor en nuestros corazones.

B- También producirá en el ofensor un arrepentimiento (aunque no siempre) “Así que si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer, si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza”

¿Quiere decir esto que nuestro enemigo tendrá un castigo y que sufrirá toda su vida lo que se merece? No, lo que esta diciendo el apóstol es que cuando el enemigo recibe lo bueno en vez de lo malo, lo que pasa es que se lleva tal sorpresa sintiéndose avergonzado que no lo puede soportar, y eso hace que cambie su actitud completamente.

Todos los comentaristas estan de acuerdo en que las ascuas de fuego significa ardientes punzadas de vergüenza y contricción. Un acción amistosa, una acción de misericordia tan inesperada le producirá un efecto sanamente doloroso que lo llevará al arrepentimiento y la reconciliación. ¡Este es el mejor método (no el mejor sino el único ) para convertit los enemigos en amigos!

Hermanos, como cristianos, si devolvemos bien por mal seremos vencedores, pues el mal no puede conquistar el mal.