“Os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad, y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” Efesios 4:1-3
La unidad no es algo que nosotros forjamos, sino obra de Dios; nuestra responsabilidad es mantenerla, y estos versículos hablan muy elocuentemente de cómo se mantiene y de la base de nuestra unidad. Hay cinco cualidades nuestras que contribuyen a la unidad: la humildad, la mansedumbre, la paciencia, el amor y la paz. La humildad es una característica de Dios mismo. Él es el alto y sublime quien mora con los humildes; ama a los humildes, pero resiste a los soberbios. Jesús nos mandó a aprender a ser manso como él es manso. Necesitamos aprender a cargar con nuestros hermanos, tener paciencia con ellos, y soportarlos. El amor cubre una multitud de pecados y nos ayuda a soportar al hermano. Hemos de vivir en paz los unos con los otros, pues la paz es el vínculo que nos mantiene unidos.
Todas estas cualidades son fruto del Espíritu Santo. Somos un solo cuerpo, pues, “Así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros” (Romanos 12:5). Lo que pasa a mi hermano es como si me sucediese a mí.
La base de nuestra unidad es lo que tenemos en común. En los versículos siguientes tenemos una lista de siete cosas que nos unen:
“Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como Dios los ha llamado a una sola esperanza. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos.”
Somos un solo cuerpo (v. 4)
Compartimos un mismo Espíritu (4), el Espíritu Santo. Él da vida al cuerpo. “Por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo” (1 Cor. 12:13). El que descendió en el día de Pentecostés es el que mora en cada creyente.
Todos tenemos la misma esperanza (v. 4), la de la gloriosa venida de Cristo y la herencia que nos es guardado en los cielos.
Todos tenemos el mismo Señor (v. 5), quien es Cristo, la cabeza del cuerpo quien nos compró con su sangre, pagando el mismo precio por cada uno de nosotros.
Profesamos una sola fe (v. 5), un conjunto de doctrinas que creemos todos. Todos hemos sido bautizados (v. 5) expresando nuestra identificación con Cristo por medio del bautismo.
Todos compartimos el mismo Padre, “un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (v. 6).
“Completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa” (Fil. 2:2). Con todo esto en cuenta, concluimos que hemos de trabajar como un solo hombre, unidos en una sola empresa, la de anunciar el evangelio, sabiendo que nuestro trabajo en el Señor no es en vano. Esto es lo que aporta bendición.
M. B.