selfie frente a la gioconda

¿Podemos sacar algo bueno de todo esto?

“El fin de este asunto es que ya se ha escuchado todo. Teme, pues, a Dios y cumple sus mandamientos, porque esto es todo para el hombre.”

Eclesiastés 12:13
Selfie de jóvenes con mascarilla frente a la Mona Lisa
Los nuevos tiempos

Abril, mayo y ahora junio. Posiblemente este sea el tercer mes completo que pasemos separados. Y aunque volvamos a finales de junio (estamos pendientes de las famosas “fases” del desconfinamiento) llevaríamos sin vernos desde antes de mediados de marzo (el último culto en nuestro local fue el del día de la Biblia, el pasado 8 de marzo). Acabaríamos como mucho, 16 semanas separados.

Estos meses se han visto como muy duros, muy oscuros, muy inciertos, de mucho sufrimiento e impotencia al permanecer prácticamente encerrados en nuestra propia casa. Y mientras los medios de comunicación masivos no han dejado de bombardearnos de noticias, a cuál peor, especialmente en los días de mayor pico de contagios y fallecidos. Ahora le toca sufrir a la economía del país y de muchas familias, y su recuperación se prevé más lenta y tediosa si cabe, y dejará más dolor e incertidumbre por el camino.

El mundo ha cambiado tanto en tan poco tiempo… y creemos que para mal. Ahora nos obligan a ser menos sociales, a tapar nuestra sonrisa, a separarnos y distanciarnos y todo en favor de la seguridad, aunque también con un componente de miedo. ¿Habrá valido la pena todo esto?

En situaciones así ¿Cuántos se habrán preguntado esto último? ¿Cuántos se habrán formulado la manida pregunta de “Donde está Dios en todo esto”? Si ni siquiera las iglesias nos podíamos reunir. Si nuestra experiencia de cultos ha sido distorsionada por estar presentes frente a una pantalla. Si no podíamos salir a la calle a predicar el evangelio. ¿Por qué ha permitido todo esto? ¿Ha valido la pena? ¿Realmente podemos sacar algo bueno de todo esto?

Esta experiencia del coronavirus, que bien podría ser frustrante por todo lo vivido y del modo en el que hemos vivido, puede ser perfectamente trasladable a la vida en general, para muchas personas. Una vida tan dura, que aparentemente no ha hecho más que dar una frustración tras otra, al final ¿ha merecido la pena?

Salomón y Moisés

Hay un libro bíblico que se ocupa de este discurso y es el de Eclesiastés. Y eso que su autor no ha vivido en penurias ni en crisis ¡Al contrario! Tuvo todo lo que quiso y aprendió y conoció y experimentó lo que le placía. Cualquiera podría firmar una vida como la suya, la del predicador que habla, que fue ni más ni menos que el rey Salomón. Él mismo se preguntó si valió la pena.

Pero no hablaré sólo de este discurso y su predicador, como paradigma de la vanidad de la vida, sino de otro que podríamos decir que su vida quedó reducida a un “quiero y no puedo”, como Moisés.

Moisés fue llamado a libertar a su pueblo Israel de manos de Egipto y llevarlo a la tierra prometida de Canaán. Lo que en un principio fue un éxito, se convirtió en fracaso, como tantos otros, con el correr de los días, semanas, meses y años.

Un pueblo entero confinado, no en sus confortables casas, sino en un riguroso desierto, que no destaca por ser el más grande del mundo, pero casi se convirtió en el más extenso dado el tiempo que pasaron vagando (40 años se dice pronto) y para colmo quejándose día sí y día también.

En lugar de fijarse en la liberación de la esclavitud, la llegaron a echar de menos y en lugar de fijarse en la provisión diaria de Dios, se quejaron de lo que les faltó (y aun así Dios se lo proveyó por su insistencia).

Así podemos vernos a nosotros mismos. ¿Cuántas veces hemos criticado lo tercos que eran los israelitas en el desierto cuando no dejan de ser un espejo en el que mirarnos nosotros?

Moisés fracasó porque pudiendo ser y vivir como un príncipe en la mayor potencia mundial, huyó y fue pastor de cabras en la periferia. Fracasó porque libertó a un pueblo quejica y desagradecido, y porque en lugar de gratitud, recibió duras críticas de los suyos, y porque asistió frustrado al enésimo acto de rebeldía y desobediencia del pueblo, cuando bajó del monte Sinaí, y encima acabó sus días sin poder disfrutar de Canaán, más que viéndolo de lejos (como nosotros ahora, que estamos viéndonos de lejos).

Y si le damos la vuelta a la situación…

Pero…

¿Y si le damos la vuelta a la situación y comprobamos que Moisés realmente no fue un fracasado?  Moisés fue realmente un instrumento útil en manos de Dios. Y sí cumplió con sus planes. El pueblo entró finalmente en Canaán, pero no esa antigua generación que prefirió la ingratitud y desidia y a la que el propio Moisés acabó sumándose.

¿En serio vemos a Salomón como fracasado con todo lo que hizo y la sabiduría de lo alto que aplicó durante un tiempo? ¿Y si se sintió fracasado en una vida vana, porque buena parte de su vida no tuvo en cuenta a Dios, igual que el terco pueblo de Israel en el desierto?

¿Y si nosotros nos sentimos frustrados y fracasados porque hemos apartado a Dios de la situación de crisis actual?

¿Has aprovechado este tiempo adecuadamente a la luz de la gloria de Dios o por el contrario no has dejado de lamentar lo vano que es todo mientras no dejas de dar vueltas en tu propio desierto? En tu mano está concluir si has sacado algo bueno de todo esto.

Santi Hernán

Libres en el Señor

“Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres”

Jesús, en Juan 8:36

Estaba programado otro artículo para este mes, en el que los cristianos celebramos principalmente la buena noticia (evangelio) de la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, en la conocida “Semana Santa”, también tenía programado hablar sobre la buena noticia del nacimiento de nuestro nuevo punto de misión en el noroeste de Madrid (en el barrio de Bellas Vistas, más al sur del barrio de  Valdezarza), pero una muy mala noticia ha arrasado desde el pasado mes de marzo con todo lo demás, como si se tratase de un tsunami.

En 43 años de historia de nuestra iglesia, nunca nos hemos dejado de reunir, y mirad que hemos pasado por muchos problemas de diferente índole, pero la iglesia ha seguido congregándose domingo tras domingo, si no es en nuestro local, ha sido en alguno de los retiros anuales que hemos celebrado. Pero lo que comenzó en marzo ha pasado por encima de nuestras expectativas, en el sentido negativo de la expresión.

¿Quién iba a imaginar, a principios de este 2020 que una catástrofe sanitaria de proporciones épicas iba a alcanzar con especial fuerza nuestro país, hasta tal punto de obligarnos a confinarnos en nuestros hogares? Todas las iglesias en nuestro país han tenido que cerrar sus locales de reunión (que no la iglesia) ante la amenaza de un virus extremadamente contagioso y letal, sobre todo, para nuestros amados mayores.

Lo que es seguro, es que la potencia de este evento marcará sin duda un antes y un después en nuestra historia, y en la fecha en la que escribo estas líneas apenas vislumbramos la mitad de este estado.

Este antes y después, ha hecho que este mes, me cuestione el poner anuncios en este boletín o lanzar aparte nuestro entrañable boletín de oración “Clamemos”, porque este debía de ser monotemático. Al final, juntaré ambos en este “Ágape”, cambiando la actividad por la oración. Por lo que encontraréis motivos suficientes por los que orar más abajo.

Pero como dije antes, hay dos eventos que parecen haber sido cubiertos por el oscuro manto de la incertidumbre y la calamidad del Covid-19: uno es la celebración casi universal de la semana de pasión de nuestro Señor y otro, más local, la posible inauguración de nuestro nuevo punto de misión en Madrid.

Con el virus rondando nuestras calles, copando medios de comunicación y conversaciones y, sobre todo, provocando un enorme drama en toda la sociedad ¿Cómo compaginarlo con las buenas noticias que están ahí?

Miro por la ventana de mi confinamiento y veo a la gente en otras ventanas y balcones, e una especie de injusto arresto domiciliario, para un país acostumbrado a la calle y a los abrazos. Pienso que el ansia de libertad está más patente que nunca.

Pero estamos en nuestras casas, rodeados de comodidades, con la ventana artificial al mundo que representa internet y la televisión, y con la perspectiva histórica de los avatares de nuestros antepasados, y podemos pensar que quizá no estamos tan mal, pero el ansia de libertad sigue ahí.

Nuestra esperanza es que el día de mañana esto pase (y no dejamos de repetirnos como un mantra el “… y pasará”) y cuando salgamos a la calle, experimentaremos el disfrute de un tiempo de una maravillosa primavera, pero esto también pasará… porque nuevos problemas vendrán, y serán muy duros.

Y aunque estemos en la calle, en el campo, en la montaña, en la Puerta del Sol empapándose del ansiado gentío, seguirá habiendo ansia por la libertad.

Dios nos ha creado así, libres y responsables. Tenemos capacidad de decidir qué hacer, pero a la hora de la verdad, hay un amo mucho mayor que unas autoridades públicas y sanitarias que nos retienen y nos confinan en nuestro ego, y ese es el pecado.

Algunos ven el pecado como lo más feo y desagradable del mundo (y en el fondo sabemos que lo es), pero se disfraza de un bonito deseo que sale de lo profundo de nuestro corazón, y no sólo eso, sino que se convierte en nuestro tirano, ese que nos hace querer escapar y ser libres.

¿Creemos ser libres cuando hay algo que nos confina más que cuatro paredes? Nosotros podemos pasar hasta un mes “encerrados” en nuestras casas, pero os aseguro que hay hermanos en la fe, que llevan años encerrados en una cárcel (ya sea por persecución o por ser criminales que han entregado su vida al Señor entre rejas) y que son más libres que muchos que creen que pueden ir donde quieran, porque al final de sus vidas no podrán elegir.

Esta es la libertad que nos da el Señor y que se consumó el día que encomendó su espíritu al Padre y también el día que se levantó de la muerte, mostrándonos el camino que seguiremos también nosotros.

Esa es la libertad que nos dio aquel Cristo, en aquella semana, que en fechas como las que estamos, celebraremos (en casa).

Pero esta también es la libertad que hemos de proclamar, y que de hecho estamos haciendo en nuestras ciudades, pueblos y barrios, como aquel barrio con esa incipiente congregación que está naciendo muy cerca del corazón de la ciudad de Madrid, en el barrio de Bellas Vistas, entre Cuatro Caminos y el barrio de Valdezarza (barrio donde iba a estar inicialmente) y del que damos buena cuenta con sus datos en este nuevo boletín.

Ansias de libertad es lo que tenemos. Seguramente ante el sufrimiento de muchos enfermos en sus camas, esperando su desenlace y queriendo salir de aquellos hospitales abarrotados y desbordados, lo que desean es salir, obviamente sanos y limpios, pero seguro que los habrá que nos les importará salir de otra manera, con tal de que acabe su sufrimiento y agonía. Este mundo está en agonía, lo llevamos viviendo mucho tiempo.

Pero no quiero acabar con mal sabor de boca porque, aunque sabemos que sólo Cristo nos puede hacer verdaderamente libres, aún la humanidad conserva esos pocos retazos de la imagen divina que nos hemos empeñado en deteriorar. La imagen en portada representa parte de esos retazos, en forma del reconocimiento del trabajo duro de muchas personas que están arriesgándose y dejándose la piel: sanitarios y personal de hospitales, limpiadores, policías, guardias civiles, ejército, personal de supermercados, agricultores, transportistas… y muchos que se han ofrecido para ayudar, con cuantiosas donaciones y por aquellos que con estoicismo se sacrifican escondidos en casa. Tanto por lo que agradecer y tanto por lo que aplaudir. ¿Y la iglesia? ¿Qué podemos hacer? Pensemos en ello… de momento, sigamos orando y clamando por nuestro país. A continuación, proponemos una serie de motivos de gran importancia.

Santi Hernán

 

Especial de oración “¡Clamemos!”

Enfermos y familiares

El primer motivo no puede ser otro. Hay tantos, y probablemente conozcamos en persona a algunos. Que el Señor sane y limpie a los afectados por coronavirus. Que dé paciencia y consuelo a los familiares y sobre todo a aquellos que han perdido un ser querido.

En primera línea

Lo dicho antes, personas que se dejan la piel: Médicos, enfermeros, celadores, limpiadores, administrativos, conductores de ambulancia, personal de seguridad, policías, guardias civiles, militares, personal de mercados y supermercados, agricultores, transportistas, fabricantes de equipos de protección, investigadores, y tantos que están remando en la misma dirección para que esto acabe.

La crisis que viene

Lo que vendrá después de esta pandemia puede llegar a ser más mortífero que la propia enfermedad. Una gigantesca crisis económica que amenaza con llevarse por delante a empresas, trabajadores y familias. Oremos por que el Señor vuelva a multiplicar los panes y los peces.

Nuestros gobernantes

Que aún a pesar de todo, incluso de sus propios intereses, el Señor les dé sabiduría y misericordia para saber sacrificarse a sí mismo y sepan gobernar en medio de este caos.

En el extranjero

Fuera de nuestras fronteras tenemos a Italia, China, Estados Unidos, Alemania, Irán (como mayores afectados) y tanta cantidad de países, especialmente los más pobres. Que el Señor tenga misericordia de este mundo.

Otros enfermos

No todos padecen coronavirus. Hay muchos enfermos, sobre todo, entre nosotros, que pueden verse desplazados por el empuje de la urgencia por esta pandemia. ¡No los olvidemos!

La misión

El evangelio es ahora más que nunca pertinente y necesario. Que el Señor nos dé la visión necesaria para saber cómo gestionar este tiempo tan extraño y que sepamos manejar el tiempo de incertidumbre que vendrá después. No olvidemos orar y dar las gracias por nuestra nueva misión en Madrid y por Jesús, Keyla, Victor y Linda, que están al frente.

Marzo: El día de la Biblia

“Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura.” Nehemías 8:8

Como cada año, celebramos en marzo el día de la Biblia. El Día de la Biblia se celebra el segundo domingo de marzo, en conmemoración del 7 de marzo de 1804, año en el que se fundó la primera Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, pionera de la obra bíblica en España.

Sin lugar a duda la Biblia merece que se le celebre un día, porque sabemos que es la revelación de Dios escrita, y que ha sobrevivido el paso de los siglos y ha llegado hasta nosotros incluso después de haber intentado ser destruida, censurada, prohibida, manipulada, negada, menospreciada, ocultada y un largo etcétera… sin éxito. El hecho de que la tengamos es otro de los muchos milagros de Dios y es gracias a su provisión y misericordia que la podemos leer, estudiar y conservar en nuestro idioma. ¡Qué privilegio!

Si hay una manera oportuna de celebrar la Biblia es sin duda leyéndola, pero creo que está muy manido eso de (simplemente) leer la Biblia. Creo que la Palabra divina merece algo más.

Seguro que si alguien muy importante para ti te dice algo que es igualmente importante ¿A qué prestas especial atención a lo que te dice?

Uno puede oír como cuando tenemos puesta la televisión de fondo, mientras tenemos una conversación con un amigo. Normalmente prestamos la atención a la persona con quién hablamos e ignoramos a la televisión, pero no siempre es así. La distracción está ahí presente y nos puede entorpecer el diálogo.

Lo mismo sucede al tratar de escuchar la voz de Dios cuando leemos su Palabra. Debemos de concentrarnos porque es fácil distraernos.

Esdras y Nehemías, como líderes del pueblo de Dios, en Jerusalén organizaron un encuentro con todo el pueblo reunido y consideraron sabiamente oportuno el leer el libro de la ley (para nosotros es el Pentateuco, es decir, los primeros cinco libros de la Biblia, ya que obviamente no tenían el Antiguo Testamento) y nos dice el pasaje en cabecera que lo leían claramente, poniendo el sentido para que entendiesen la lectura. Esto es lo que se podría decir que era una predicación de la Palabra, pero también podría ser considerado como un estudio. Porque leer las Sagradas Escrituras no es, ni mucho menos leer algo de corrido y recitarlo sin más, sino entender bien lo que Dios nos quiere decir a través de ella.

Por ello, lo que tenemos que hacer, más que leer, es estudiar la Biblia, escudriñarla, sacarle todo su jugo, alimentarse con ella, no sólo “picotear” versículos como muchos tienen por costumbre.

Estudiar la Palabra implica el sentarse con rigor y seriedad delante de ella, en oración, para que sea el Espíritu Santo quién guíe y nos dé claridad a la lectura.

Dios es el que pone el querer como el hacer. Pero también tenemos que poner de nuestra parte.

Por ello quiero compartir unas breves pautas propuestas por Sociedad Bíblica de España:

Antes de leer cada pasaje, pídele a Dios que te hable a través de su Palabra.

Reserva un tiempo especial cada día para leer la Biblia, y ¡procura mantenerlo! ¡Si puedes encontrar un lugar tranquilo aún mejor!

Tendrás que decidir si prefieres leer a solas o en grupo. La compañía, a veces, ayuda sobre todo para entender el texto. Léelo varias veces. Cuando hayas leído, piensa en las respuestas a estas preguntas:

¿Por qué se escribió este pasaje?

¿Cuál es el significado de cada palabra del texto que yo no entiendo?

¿Qué significado tenía este pasaje para sus lectores originales?

¿Qué me dice a mí este texto hoy?

¿Qué dice el pasaje acerca de Dios?

¿Qué me dice sobre Jesús?

¿Qué pide que haga yo?

Ora y pide a Dios que lo que acabas de leer te ayude a vivir de acuerdo a su voluntad.

Esperamos que estos consejos te ayuden a estudiar su Palabra y seas alimentado e inspirado todos los días.

Santi Hernán

Febrero: El servicio en la iglesia

“sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.” Efesios 4:15-16

Me impacta el sencillo y que pasa prácticamente desapercibido testimonio de la sanación de la suegra de Pedro (Mateo 8:14-15). Casi dos líneas para decir dos cosas: ella estaba en la casa de su yerno, postrada en la cama, con fiebre, y Jesús tocó su mano y fue sanada y ella les servía.

Así de simple es este relato, pero que refleja una verdad incontestable. Si has sido sanado es con un propósito.

Igual que la suegra de Pedro, todos estábamos enfermos, todos padecíamos fiebres altas en el alma, y estábamos postrados en la cama de nuestra mediocridad y conmiseración, y tuvo que llegar Jesús y tomarnos de la mano para ser levantados.

La reacción posterior, de servicio inmediato, aunque puede parecer automático, es más complejo de lo que parece. Todos tenemos una mochila con carga de nuestro pasado y de muchas otras cosas que nos lastran que en ocasiones impiden que sirvamos correctamente en la iglesia: Puede ser algún desengaño con algún hermano o con la iglesia entera, puede ser una falta de confianza en los dones que Dios ha puesto en cada uno de nosotros, algún problema personal o puede ser algo más triste, como la falta de amor al prójimo.

Esas cargas no son visibles a simple vista, como el virus que seguramente tendría la suegra de Pedro, que le provocaba esas fiebres. Por eso es imprescindible examinarnos adecuadamente.

Si no estás sirviendo revisa qué hay en tu vida que te impida hacerlo, y ponlo en las manos del Señor, que te sane. El servicio es una de las cosas que primeramente son afectadas cuando tenemos un problema. Dejamos de servir y de dar nuestro diezmo, y luego dejamos de asistir regularmente, para finalmente desaparecer.

Para solucionarlo hemos de admitir que tenemos un problema, y para eso es bueno contar con la ayuda de los demás. La mujer de este relato contó con la ayuda de su yerno, y éste le llevó al único que podía sanarle eficazmente. Si no identificas que tienes un problema y no pides ayuda difícilmente serás sano. Es todo un ejercicio de reflexión personal y de humildad.

¿Por qué servimos? ¿Por qué tenemos que servir? Ahora vamos con el pasaje que se encuentra en la cabecera.

En este pasaje, Pablo le escribe a la iglesia de Éfeso, entre otras cosas, de qué manera ha de funcionar una iglesia y para ello llama a un servicio, variado, con diversidad de funciones y tareas, como la de los apóstoles, los profetas, los evangelistas, los pastores, los maestros, y más… todos constituidos por el Señor (Ef. 4:11-12).

El motivo viene a continuación, y es ayudar a que las personas que componemos la iglesia seamos cada vez mejor, seamos perfeccionados y crezcamos no sólo cada uno a nivel espiritual, sino que la propia iglesia crezca en número y haya más personas que lleguen a conocer a Cristo.

Y dada la diversidad de dones y de funciones, la tarea corresponde a toda la iglesia. Por favor, no esperemos que todo el peso caiga solamente sobre el pastor o sobre el consejo, o apurando un poco, sobre los miembros. Toda la iglesia ha de implicarse de algún modo o en otro.

Si como iglesia queremos crecer (¡y estamos llamados a ello, no podemos quedarnos así!) debemos de estar sujetos a nuestra “cabeza”, que es Cristo, que es quien nos provee y nos guía. Él es que nos sana, como a la suegra de Pedro, pero además nos une

Una iglesia no puede crecer si no está unida, si no vamos todos en la misma dirección. Hemos de aportar nuestra colaboración y ayudarnos mutuamente, según lo que Dios nos haya dado para hacer. Sólo podemos estar unidos y edificados en el único amor verdadero, que es el de Cristo.

¿Has sido rescatado y sanado por Él? ¿A qué esperas? ¡Ofrécete! ¡Hay mucho que hacer en el campo del Señor!

Santi Hernán

Enero: El ministerio pastoral

“Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas.” Juan 10:11

Bienvenidos al nuevo año 2020. Desde estas breves líneas, esperamos y deseamos que este año sea tan bonito y redondo, como es su número. Desde luego, desde nuestras iglesias tenemos muchas expectativas con respecto a este año, ya que habrá muchas novedades, que el Señor irá añadiendo y revelando según su voluntad.

Como veis, con respecto a este escrito, seguimos el mismo plan que el año pasado, con los boletines mensuales, ya que éstos han funcionado, pero necesitamos que sigan funcionando con su lectura y tomando buena nota de todas las actividades y propuestas que desde aquí se hacen.

Es bastante probable que, con la ayuda y provisión del Señor, se añadan nuevos miembros a nuestra pequeña familia de iglesias (por lo menos un miembro más) y que este boletín llegue también al barrio de Valdezarza, en Madrid capital. Lugar donde hay misión que hacer y por ello, en los próximos meses tanto “Ágape” como “Clamemos” reciban un nuevo lavado de cara con esta nueva incorporación.

Dios nos ha bendecido y sorprendido gratamente durante 2019 y no esperamos menos de 2020. Porque sus planes son mayores que los nuestros.

Esperamos que, asimismo, y en relación a lo anterior, todos podamos ser contagiados por el entusiasmo por este proyecto misionero, en el que además saldremos mensualmente a la calle en viernes, además de continuar con Operación MATEO, avanzando en abrir nuevos hogares y que estos puedan tener más personas, y teniendo un mes especial de campañas en junio, tanto en Sanse, Valdetorres y también el barrio de Valdezarza. Y explorando nuevas posibilidades de alcanzar a aquellos que aún no conocen de Cristo. Esa es nuestra misión y nuestra visión.

Ahora yendo con el asunto que nos ocupa en este mes, tal y como hicimos el año pasado, haremos un énfasis mensual en un aspecto diferente de la vida de la iglesia, y al igual que el año pasado, arrancamos el año con el énfasis en el ministerio pastoral.

No hablé en vano de los proyectos y las expectativas para este año al principio de este escrito. Cuando un año empieza lo normal es reflexionar sobre lo que uno espera de este nuevo ciclo que se abre ante nosotros. Pero en relación a lo que toca este mes, y pensando en lo que es un “buen pastor”, nuestra mente y corazón, en seguida van en busca del llamado “príncipe de los pastores” que es nuestro Señor Jesucristo, el buen pastor por excelencia.

Lo cierto es que pensando en general, en pastores, a veces escuchamos y leemos noticias muy inquietantes en internet o incluso a veces en los medios masivos, acerca de pastores evangélicos que han cometido algún tipo de abuso sexual, o se han enriquecido a costa de una iglesia, o a través de algún tipo de fraude, o los conocidos como abusos espirituales (esto no se oye tanto pero se da muchísimo y es tremendamente peligroso), que son pastores manipulando a su feligresía haciendo uso indebido de su autoridad, para obtener cualquier tipo de beneficio propio, y provocando con ello la destrucción de innumerables iglesias locales, en todo el mundo.

Lo cierto es que aquellos que no cometen estos abusos, que no destrozan iglesias, y que son hombres y mujeres levantados y llamados por Dios y que tratan de acometer su labor con honradez, también se pueden equivocar en un momento dado.

¿Nos podemos fiar entonces de algún pastor? La respuesta corta es sí, del que nunca nos falla que es Cristo, el “príncipe de los pastores”. Pero la respuesta larga es que sí igualmente, pero para no restar ninguna autoridad a los hombres y mujeres que con honestidad procuran gestionar y cuidar de una congregación, aunque se puedan equivocar en momentos puntuales (¿Quién de vosotros no se equivoca?), Cristo mismo es el que llama, el que levanta, el que prepara y equipa y el que conforma el corazón de cada pastor a su propio corazón.

En el pasaje de Juan 10, que es una continua metáfora de la vida pastoril, Jesús se presenta en todo momento como el buen pastor. Un pastor tan perfecto que da su vida por sus ovejas, que se coloca en la puerta del redil para que ninguna sea dañada por agentes externos, que también va a buscar la que se pierde, sea la que sea, cuyos intereses está en la vida, salud e integridad de su rebaño por encima de sus intereses personales. ¡Qué bueno tener un pastor así! ¿Verdad? Ese es Cristo, al que debemos de mirar, y al que nuestros ministerios pastorales deben imitar.

Con todo esto en mente, poniendo nuestra mirada en el buen pastor por excelencia os deseamos un muy ¡Feliz año 2020!

Santi Hernán

Diciembre: Navidad

“Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.” Lucas 2:6-7

Casi no ha empezado el presente mes de diciembre y ya están las calles decoradas, los dulces típicos en las estanterías de los supermercados, los anuncios alusivos en televisión y, en definitiva, ya se empieza a respirar cierto ambiente navideño alrededor, aún en medio de una sociedad fuertemente secularizada, pero que, ya de paso, también se ha empeñado en secularizar la navidad, rebajándola a regalos, luces de colores, tiendas abarrotadas y fiestas acompañadas de familiares y de algún que otro exceso.

Si tú eres cristiano, e independientemente si estás o no de acuerdo con que se celebre, o si estás o no de acuerdo en que se haga en estas fechas, o eres de los que piensan que se trata de un lavado de cara de una vieja fiesta pagana romana, o que quizá no quieres hacerle el juego a los centros comerciales, o al contrario, vives y celebras con pasión estas fechas, has de reconocer que hay una verdad inapelable, y que la recogen de una manera magistral los evangelistas, pero especialmente Lucas: Esa verdad es que Dios mismo, se insertó en la historia humana, como un hombre más, y así lo atestigua indicando que Augusto era el César en Roma, y Cirenio el gobernador de Siria, y que se promulgó un edicto ordenando que todo hijo de vecino fuera empadronado (Lc 2:1-2).

Estos datos que hallamos en la Biblia, aunque quizá no nos digan mucho a nivel espiritual, sí nos sitúan en un tiempo y un lugar concreto y nos hablan de una realidad teológica tan compleja y fascinante, como esperanzadora.

Es compleja y fascinante porque nos revela que el Dios eterno, que nunca tuvo un principio, que jamás tendrá un final, que es autoexistente, que es creador de todo, que ni los cielos, ni la tierra, ni el universo entero, ni ninguna de las dimensiones conocidas ni por conocer pueden contenerle, se hizo limitado, pequeño, frágil, dependiente, y ahora estaba contenido por las paredes de un útero materno.

Ahora se introdujo a sí mismo en un tiempo en la historia humana tan convulso y complejo, tan inestable, tan despiadado y miserable, como era aquella Edad Antigua.

Lo normal en aquel entonces era que un escaso porcentaje de partos tuviera éxito, lo normal era que en medio de ese delicado proceso no sobrevivía o la madre, o el niño o a veces ninguno de los dos.

Lo normal era que pocos niños pasaban de sus primeros años de vida, y más en un territorio periférico del imperio, como era la paupérrima Judea. Lo normal era que toda criatura conviviera con la mugre y toda clase de enfermedades para las que aún faltaban veinte siglos para ser controladas con la penicilina. Y más aún si el bebé como el que estamos hablando halló acomodo en un sucio comedero para bestias, porque era la mejor opción disponible.

Lo normal es que, siendo judío, era un ciudadano de segunda o tercera categoría, al que desde la poderosa Roma miraban con recelo y estaba bajo constante sombra de sospecha por rebelión. Y por supuesto con menos derechos que los que disfruta casi cualquier ciudadano de cualquier país actual.

Ese es el mundo al que Dios decidió venir, en este tiempo y en este lugar ¿Por qué? Sólo Él lo sabe. Lo que es seguro es que lo hizo en el momento adecuado, y por su gracia es que lo hizo cuando perfectamente podía habernos ignorado, dejándonos a nuestra suerte, tratando de buscarle a tientas, subiendo al obsoleto y corrompido templo de Jerusalén o al samaritano monte Gerizim para ofrecer algún tipo de sacrificio animal que le agrade, o siendo sepultados por la dura legislación impuesta por la clase religiosa de los fariseos y escribas de la época.

Y esto es lo que nos lleva a pensar en una realidad esperanzadora, la de Jesús, que ha querido venir y convivir como un hombre normal y corriente, como un siervo, siendo el Dios soberano, e incluso llegando a ser tratado como un delincuente siendo santo. ¿Por qué haría todo esto?

Piénsalo en estas fechas … o en otras si lo prefieres (pero no lo pospongas demasiado) y reflexiona sobre cuál es tu posición ante este Dios que ha bajado a donde estamos, se ha humillado, se ha sacrificado, se ha levantado y ahora desde su trono te ofrece su mano para levantarte de tus propias miserias, y te abre sus brazos para darte el más cálido de los abrazos, el de un padre que espera.

¡Feliz Navidad!

Santi Hernán

Noviembre: Misiones internacionales

“Entonces hubo gran llanto de todos; y echándose al cuello de Pablo, le besaba, doliéndose en gran manera por la palabra que dijo, de que no verían más su rostro. Y le acompañaron al barco.” Hechos 20:37-38

¿Cómo reaccionaríamos nosotros si un hijo nos dijera que se va a un país extranjero a predicar de Cristo? Posiblemente muchos de nosotros reaccionaríamos con gozo y satisfacción al ver cómo ese hijo ahora es una herramienta en manos de nuestro Dios. Pero con honestidad, nos daría algo de miedo y tristeza por la separación.

Pero ¿Y si dijera que el país al que está llamado este hijo es Corea del Norte, Somalia, Afganistán o quizá Libia? Seguro que el oír el nombre de estos u otros tantísimos países (con un importantísimo porcentaje de la población mundial viviendo en ellos) donde el cristiano es cruel y sistemáticamente perseguido, seguro que ya no nos parecerá tan bien. Más de uno de nosotros (yo me incluiría) reconvendríamos a nuestro hijo (o amigo o familiar querido) para ir a otro país o revisar bien cuál es su llamado.

Pues en esto consiste ser misionero, en llevar la Palabra a personas en otras partes del mundo (hasta lo último de la tierra). No tiene por qué ser necesariamente a un país con persecución que el Señor llame, pero desde luego no se trata de un viaje de placer. Y salir del círculo de confort y de la compañía de los suyos siempre es doloroso, aunque la llamada sea a ir a misionar a paradisíacas Islas Maldivas (donde, por cierto, también se persigue fieramente a los cristianos).

Algo así debieron sentir los cristianos de Éfeso, al despedir a Pablo tras su emotivo discurso, antes de zarpar para ir a una ciudad donde sabía que no le irían a recibir con los brazos abiertos, como era Jerusalén (Hechos 20:17-38). Pablo iba a estar ante los de su propia nación, que le acusaban de predicar sobre el Cristo al que, antes él mismo asolaba antes de su conversión.

Pablo fue muy honesto con los de Éfeso, que les dijo, hasta en dos ocasiones que “nunca les verá su rostro”.

Pensemos por un momento que a un amigo o familiar le ocurre lo mismo. Pensemos que nunca más le veremos mientras estemos en este mundo. Pensemos que del lugar donde va, no va a regresar.

Y pensemos que humanamente, tiene otra alternativa. ¿Se la ofreceríamos? Estoy convencido de que sí, porque somos así de protectores. Queremos lo mejor para nuestros seres queridos. Y desearle marchar a un lugar hostil no encaja con los planes de nadie… salvo los planes de aquel que nos ama más que a nadie y que nos conoce mejor que nadie.

¡De qué manera tan diferente ve las cosas el Señor! Mientras nosotros sólo vemos una parte de la historia, en el que un amado amigo o un miembro de nuestra familia emprende un arriesgado viaje, sin probable retorno. Dios tiene una panorámica mayor: Lo que ve es un instrumento para que sean muchos, al otro lado del mundo los que regresan a Él. ¡Esa es la bendición de los misioneros en el extranjero!

Ahora, pensando un poco en nosotros (sólo un poco), también hemos recibido esa gran bendición, y cuando me refiero a “nosotros”, no sólo pienso en España, sino que, de algún modo, todos los países del mundo han recibido misioneros. Hasta el país donde se originó el cristianismo, recibió y hoy sigue recibiendo misioneros. Sin ir más lejos, en el pasaje de cabecera de este artículo, vemos que el propio Pablo viajó a la ciudad que vio nacer la Iglesia en Pentecostés.

Pero pensemos en que nosotros tenemos muchos hermanos que han dejado atrás confortables hogares y familias para venir a predicarnos y esta predicación ha traído su fruto y por eso estamos aquí.

Dejemos de ser egoístas y pensemos con gozo en que España es también, desde hace décadas, un país que envía misioneros, y prueba de ello lo tenemos en Guinea Ecuatorial principalmente (donde la obra misionera bautista está más que consolidada) y también Mozambique, Cuba y ahora también el Norte de África, un lugar, por cierto, inhóspito para los cristianos. Ahí, en colaboración con el Ministerio de Obra Social de la UEBE se está sirviendo, ayudando y, por supuesto compartiendo el mejor pan (el pan de vida) con miles de personas, que ahora viven en opresión y en completas tinieblas.

Pensemos en ellos y no dejemos de orar y ofrendar. Si Dios no te ha llamado directamente a las misiones, sostengamos la obra desde aquí.

Santi Hernán

Octubre: UEBE y Mundo Protestante “Iglesias saludables”

“He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad.” Jeremías 33:6

Este año, para la convención 2019, el lema será “Iglesias Saludables”, basado en el texto de Jeremías 33:6, el cual está en cabecera y el cual nos servirá de inspiración para este breve escrito.

El lema de “Iglesias Saludables” sugiere que nuestras iglesias como ente vivo, pueden ser saludables, o por el contrario, pueden estar enfermas.

Así se encontraba el pueblo de Dios en los tiempos de Jeremías: Enfermo, exiliado, destruido y tomado por sus enemigos.

Pero lo peor de todo es que no fue algo fortuito, sino que de algún modo Judá se lo buscó. Le dio la espalda a Dios una vez más y se olvidó de su protección y su ley, para cambiarlo por el culto a dioses ajenos.

Ante esta decadencia y corrupción de los judíos, llegó Babilonia arrasándolo todo y llevando en cautiverio a todo el pueblo, desoyendo las advertencias de Dios a través de su profeta Jeremías.

Pero aún a pesar de todo, Dios sigue siendo fiel, sobre todo, a sí mismo. El Dios de amor, vuelve a mostrar nuevamente su misericordia, por este pueblo rebelde y terco, y promete restauración y sanidad. Promete además que la Jerusalén, que está destruida y llena de cadáveres, sería el lugar del que saldría aquel que sería de bendición a las naciones, porque, ante todo, Dios cumple sus promesas y prometió que el trono de David volvería a estar ocupado y esta vez por toda la eternidad.

Sabemos que aquel hijo de David se levantó como rey en la Jerusalén antaño exiliada y luego restaurada, pero fue coronado con espinas y su “trono” fue una espantosa cruz de rugosa madera, pero también sabemos que de ahí se levantó nuevamente de entre los muertos y encomendó a los suyos para ser testigos suyos a las naciones y fue ahí donde comenzó su Iglesia. De esta manera cumplió la promesa de que su reino sería eterno, porque es Cristo mismo quién está a la cabeza.

Dos mil años después de estas cosas, Dios vuelve a prometernos estas mismas cosas. Al igual que este pueblo de Dios representado por Israel, la Iglesia, tras la ascensión de nuestro Señor, no ha dejado de caer y levantarse, no ha dejado de enfermar y volver a ser sanada. Ya se vieron muchas cosas negativas que sucedieron en la Iglesia de los primeros años, cuando leemos las cartas del Nuevo Testamento.

Si seguimos con la historia más allá de la Biblia, vemos que la evolución de la Iglesia no fue del todo positiva, sino que incluso vemos corrupción y luchas de poder.

Podría haber mejorado todo con la llegada de la Reforma Protestante, pero sabemos que en muchas partes la iglesia cristiana siguió igual, o incluso en otros sitios empeoró con diversas inquisiciones.

Hoy vemos que en muchas iglesias, muchas heridas y poco o mal testimonio. En occidente muchas congregaciones cristianas terminan cerrando o mermando su asistencia.

Pero antes de que te desanimes al leer todo este pesimismo, te recuerdo que este texto que leemos en Jeremías no va sólo de destrucción o desolación, sino de sanidad y esperanza.

Y con esto os quiero dejar, con el buen sabor en la boca de la esperanza, la sanidad y la restauración, no porque seamos especiales, sino porque el Dios que advirtió a su pueblo de su pecado y que aun así tuvo misericordia y lo levantó, es el mismo Dios que hoy está obrando en todo el mundo, usando a una iglesia imperfecta y rebelde, pero que gracias a Él está muy muy lejos de desaparecer, más bien está creciendo en muchas partes del mundo.

Este mes hablamos de la UEBE (Unión Evangélica Bautista de España), ya que del 17 al 20 de octubre celebra su convención anual. La nº 67 ya, y aún a pesar de los problemas que acechan a nuestra Unión de iglesias, todavía estamos ahí, queremos levantarnos, servir, seguir proclamando, y declarar que somos más de 180 iglesias en España, grandes y pequeñas, que anhelamos la sanidad, la que sólo Dios puede darnos, la que nos ha prometido y de la que nos queremos apropiar. Además, a final de mes, recordamos 502 años de la Reforma Protestante, una muestra de que Dios se ha interesado por su Pueblo, para que tenga conocimiento, para que despierte y se desperece y recuerde que le servimos a ÉL, que está al frente, que nos ha dado su Palabra y que es deber y responsabilidad nuestra el poder tenerla, leerla, estudiarla adecuadamente y compartirla con otros.

Santi Hernán

Septiembre: Las vocaciones

“Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba.” Hebreos 11:8

“Mi mamá decía que la vida es como una caja de bombones ¡Nunca sabes lo que te va a tocar!”. Reconócelo, si has visto la aclamada película “Forrest Gump” seguro que has leído la frase anterior con la voz de su protagonista en tu cabeza.

Bromas aparte, la frase que cita el entrañable personaje, es una gran realidad y es que, pocas afirmaciones son tan reales y tan bíblicas como que la vida es algo aleatorio, impredecible y fugaz… prueba de ello es el extenso discurso sobre estas condiciones que tenemos en el libro de Eclesiastés.

Pero si hay algo aún más impredecible y sorprendente que la vida en sí, es la vida… ¡en Cristo! Sabemos que Él está a nuestro lado, que nos acompaña y que nos guía, pero eso no nos exime de problemas, pero podemos atravesarlos junto a nuestro Señor, lo cual es un gran consuelo. Pero si hay algo aún más impredecible y misterioso que la vida en Cristo, es la vida, en Cristo por supuesto, y habiendo respondido a su llamado. Y de eso hablaremos este mes, del “llamado”, o de las “vocaciones” (no confundir con “vacaciones”).

Cuando pienso en un llamado, habitualmente me viene a la cabeza el pastoral, o bien el misionero, pero sabemos que Dios nos llama a todos y que la iglesia no se compone solamente de pastores y misioneros, que hay muchas funciones y muchos ministerios. Como dice en la Palabra, hay multitud de operaciones y son varios los miembros del cuerpo de Cristo que compone la iglesia (1 Co 12).

Pero sea el llamado que sea, sea la vocación a la que atiendas, hay siempre un precio a pagar.

Prueba de ello lo tenemos en el pasaje de Hebreos 11, que es un magnífico discurso sobre la fe, y además de hablar de la teoría de la fe, pone abundantes ejemplos prácticos en personajes bíblicos que usaron de esta fe en Dios. Podríamos hablar detenidamente de cada uno de estos ejemplos y pasarnos horas reflexionando, pero en este pequeño espacio hablaremos muy muy brevemente del ejemplo del primer patriarca hebreo: Abraham. Por cierto, aprovecho para anunciar que estudiaremos más en profundidad su historia en Génesis 12, a mediados de octubre, en el Estudio Bíblico. Comenzamos a estudiar Génesis a partir del 1 de septiembre (todos los domingos, a las 11 ¡No te lo pierdas!).

Abraham era un hombre rico, que vivía con su esposa y sus siervos en una gran ciudad, al sur de lo que conocemos como Mesopotamia (actual Irak) y por todo lo que tenía vivía con total comodidad, como diríamos nosotros, con la vida resuelta, y aunque tenían de todo, no tenían hijos. Abraham (o Abram, como era conocido entonces) era natural de Ur, y Dios le pidió que abandonara su próspera tierra y fuera a un lugar determinado, que ni sabía dónde era. Sólo tenía que dejarse guiar por el Señor.

En este sencillo, pero determinante llamado fue donde comenzó la historia de una familia, que a su vez se convertiría en una nación, un pueblo escogido, no por tener algún tipo de cualidad especial o porque fueran importantes, sino porque así Dios lo quiso en su soberanía. Este sería el pueblo hebreo, de cuya historia se nos cuentan en las abundantes páginas del Antiguo Testamento y que discurre a lo largo de siglos hasta llegar a Jesús, nuestro salvador.

No fue poca cosa lo que hizo Abraham, no fue poco el viaje, más para un hombre que ya contaba con 65 años de edad cuando partió por esos caminos que se desdibujan por en la inmensidad y los peligros de los desiertos de Oriente Medio.

Así se puede entender un llamado. Como dije antes, un llamado a servir, y una vocación a estar dispuesto a exponerse a peligros y amenazas, a escasez, a todo tipo de incertidumbres y para colmo, a implicar a los más allegados, como Abraham, que llevó a su esposa Sara (antes llamada Sarai) y a su sobrino Lot, con siervos, ganado y demás bienes. Si una persona está siendo llamada por Dios, la familia y amigos, y en muchos casos también los bienes se verán afectados.

Servir a Dios es una gran bendición, prueba de ello está en el resultado final de esta vida de fe, que ejemplifica Abraham, y también lo tenemos en la promesa de Dios de bendecirle a él y a todos lo que le bendijeren (Génesis 12:2-3) y en el fruto que produciría que pasaría de una esterilidad absoluta a una descendencia incontable.

Y tú ¿Estas sirviendo a Dios? ¿Te ha llamado para algo en concreto? ¿Vas a dejar escapar esta bendición sin importar el precio?

Santi Hernán

Agosto: Niños y Jóvenes

“Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos.” Mateo 19:14

Hasta hace bien poco tiempo no llegábamos a tener ni cuatro o cinco niños. Ahora, gracias a Dios y por su misericordia, doblamos o en ocasiones triplicamos esa cifra.

Es algo que celebramos y que también, el Señor nos ha puesto como una gran responsabilidad. Porque los niños son una gran alegría, son una bendición, pero también son una gran responsabilidad. Una responsabilidad que como iglesia hemos de asumir decididamente, principalmente en dar una adecuada educación complementaria a la de sus padres.

Estamos en un mundo que ha ido despojando de manera progresiva la educación a los padres para otorgarla a instituciones públicas que, además de formarles en ciencias y conocimientos básicos en matemáticas, lenguaje, idiomas, educación física, etc … ha añadido de manera más o menos sutil, una serie de valores e ideologías que tienen bonita apariencia pero que lo que hacen es alejar a nuestros hijos de los valores tradicionales imperecederos.

Por supuesto, no debemos menospreciar los conocimientos que se imparten en escuelas, institutos y universidades, sobre todo si estos se basan en datos meramente objetivos y comprobables, pero como padres hemos de tener sumo cuidado con esa nueva tendencia a enseñar otros valores, lo cual debe de seguir siendo competencia de una familia sana y bien fundamentada.

Un error muy común, es ceder toda autoridad educativa a estas instituciones públicas confiando que éstas harán todo el trabajo de educación integral de los niños, incluso en todo aquello que compete a la parte ética, moral y espiritual del niño. Aunque, por otro lado, otro error muy grande es quitarles autoridad a los maestros, en la impartición de una cultura del esfuerzo y de la disciplina, que es completamente necesaria, creyendo que así se protegerá al niño de sufrir frustración por unas malas calificaciones, pero ese es otro asunto.

¿Y en nuestro ámbito cristiano? ¿Qué papel tiene la iglesia en la educación de los niños? Uno tan básico como la del colegio, incluso en ocasiones, yendo más allá. La Palabra dice en Romanos 10:17 “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.” Y un poco más atrás, en el versículo 14 dice “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” Impartiendo el conocimiento en la fe, estaremos poniendo las bases para que ese niño crezca en estas palabras del evangelio y luego de mayor tome una decisión por Cristo. Así que dejemos a los niños acudir a Jesús… ¡No se lo impidamos!

Hablemos de los jóvenes. La adolescencia y la juventud son etapas cruciales en la vida de toda persona, y es donde se toman algunas de las decisiones más importantes.

Un niño bien fundamentado en la Palabra será un joven que tenderá a tomar las decisiones más sabias, aunque sabemos que esto no siempre es así, y pueden ocurrir mil circunstancias que pueden desviar a una persona del camino correcto, pero insisto que las bases están ahí, la semilla está plantada y puede germinar en cualquier momento. Y los padres, pero también la iglesia, tienen mucho que decir. Si los padres están en Cristo, procurarán formar en el evangelio a sus hijos, sean niños o jóvenes, pero ¿Qué ocurre cuando no lo están?

Antes que nada, la iglesia jamás se deberá de inmiscuir en la tarea primordial educativa que corresponde a los padres, aunque no sean creyentes, pero sí debemos de aportar los conocimientos adecuados para que este niño sepa discernir lo que viene de Dios de lo que no, aunque a veces contradiga a sus padres. La iglesia como tal nunca debe de convencer de nada a una mente tierna como la de un niño, o a una mente, a veces confundida, como la de un joven. ¡Ese trabajo le corresponde exclusivamente a Dios!

Pero está claro que, como dice la Palabra en 1 Tesalonicenses 5:21, los niños y jóvenes, más tarde o más temprano tendrán que aprender con su mente basada en la Palabra a “examinarlo todo y retener lo bueno”, inclusive lo bueno que venga de sus padres no creyentes o lo malo que a veces se nos escape a la iglesia, que recordemos, que no somos perfectos, pero sí tenemos un Dios perfecto.

Un Dios al que debemos de apuntar siempre como maestro por excelencia y que como Padre celestial, quiere lo mejor para sus hijos, sobre todo para aquellos que suponen el futuro de un Reino que, siendo niños, ya les pertenece.