Diciembre: Navidad

“Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.” Lucas 2:6-7

Casi no ha empezado el presente mes de diciembre y ya están las calles decoradas, los dulces típicos en las estanterías de los supermercados, los anuncios alusivos en televisión y, en definitiva, ya se empieza a respirar cierto ambiente navideño alrededor, aún en medio de una sociedad fuertemente secularizada, pero que, ya de paso, también se ha empeñado en secularizar la navidad, rebajándola a regalos, luces de colores, tiendas abarrotadas y fiestas acompañadas de familiares y de algún que otro exceso.

Si tú eres cristiano, e independientemente si estás o no de acuerdo con que se celebre, o si estás o no de acuerdo en que se haga en estas fechas, o eres de los que piensan que se trata de un lavado de cara de una vieja fiesta pagana romana, o que quizá no quieres hacerle el juego a los centros comerciales, o al contrario, vives y celebras con pasión estas fechas, has de reconocer que hay una verdad inapelable, y que la recogen de una manera magistral los evangelistas, pero especialmente Lucas: Esa verdad es que Dios mismo, se insertó en la historia humana, como un hombre más, y así lo atestigua indicando que Augusto era el César en Roma, y Cirenio el gobernador de Siria, y que se promulgó un edicto ordenando que todo hijo de vecino fuera empadronado (Lc 2:1-2).

Estos datos que hallamos en la Biblia, aunque quizá no nos digan mucho a nivel espiritual, sí nos sitúan en un tiempo y un lugar concreto y nos hablan de una realidad teológica tan compleja y fascinante, como esperanzadora.

Es compleja y fascinante porque nos revela que el Dios eterno, que nunca tuvo un principio, que jamás tendrá un final, que es autoexistente, que es creador de todo, que ni los cielos, ni la tierra, ni el universo entero, ni ninguna de las dimensiones conocidas ni por conocer pueden contenerle, se hizo limitado, pequeño, frágil, dependiente, y ahora estaba contenido por las paredes de un útero materno.

Ahora se introdujo a sí mismo en un tiempo en la historia humana tan convulso y complejo, tan inestable, tan despiadado y miserable, como era aquella Edad Antigua.

Lo normal en aquel entonces era que un escaso porcentaje de partos tuviera éxito, lo normal era que en medio de ese delicado proceso no sobrevivía o la madre, o el niño o a veces ninguno de los dos.

Lo normal era que pocos niños pasaban de sus primeros años de vida, y más en un territorio periférico del imperio, como era la paupérrima Judea. Lo normal era que toda criatura conviviera con la mugre y toda clase de enfermedades para las que aún faltaban veinte siglos para ser controladas con la penicilina. Y más aún si el bebé como el que estamos hablando halló acomodo en un sucio comedero para bestias, porque era la mejor opción disponible.

Lo normal es que, siendo judío, era un ciudadano de segunda o tercera categoría, al que desde la poderosa Roma miraban con recelo y estaba bajo constante sombra de sospecha por rebelión. Y por supuesto con menos derechos que los que disfruta casi cualquier ciudadano de cualquier país actual.

Ese es el mundo al que Dios decidió venir, en este tiempo y en este lugar ¿Por qué? Sólo Él lo sabe. Lo que es seguro es que lo hizo en el momento adecuado, y por su gracia es que lo hizo cuando perfectamente podía habernos ignorado, dejándonos a nuestra suerte, tratando de buscarle a tientas, subiendo al obsoleto y corrompido templo de Jerusalén o al samaritano monte Gerizim para ofrecer algún tipo de sacrificio animal que le agrade, o siendo sepultados por la dura legislación impuesta por la clase religiosa de los fariseos y escribas de la época.

Y esto es lo que nos lleva a pensar en una realidad esperanzadora, la de Jesús, que ha querido venir y convivir como un hombre normal y corriente, como un siervo, siendo el Dios soberano, e incluso llegando a ser tratado como un delincuente siendo santo. ¿Por qué haría todo esto?

Piénsalo en estas fechas … o en otras si lo prefieres (pero no lo pospongas demasiado) y reflexiona sobre cuál es tu posición ante este Dios que ha bajado a donde estamos, se ha humillado, se ha sacrificado, se ha levantado y ahora desde su trono te ofrece su mano para levantarte de tus propias miserias, y te abre sus brazos para darte el más cálido de los abrazos, el de un padre que espera.

¡Feliz Navidad!

Santi Hernán

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