“Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba.” Hebreos 11:8
“Mi mamá decía que la vida es como una caja de bombones ¡Nunca sabes lo que te va a tocar!”. Reconócelo, si has visto la aclamada película “Forrest Gump” seguro que has leído la frase anterior con la voz de su protagonista en tu cabeza.
Bromas aparte, la frase que cita el entrañable personaje, es una gran realidad y es que, pocas afirmaciones son tan reales y tan bíblicas como que la vida es algo aleatorio, impredecible y fugaz… prueba de ello es el extenso discurso sobre estas condiciones que tenemos en el libro de Eclesiastés.
Pero si hay algo aún más impredecible y sorprendente que la vida en sí, es la vida… ¡en Cristo! Sabemos que Él está a nuestro lado, que nos acompaña y que nos guía, pero eso no nos exime de problemas, pero podemos atravesarlos junto a nuestro Señor, lo cual es un gran consuelo. Pero si hay algo aún más impredecible y misterioso que la vida en Cristo, es la vida, en Cristo por supuesto, y habiendo respondido a su llamado. Y de eso hablaremos este mes, del “llamado”, o de las “vocaciones” (no confundir con “vacaciones”).
Cuando pienso en un llamado, habitualmente me viene a la cabeza el pastoral, o bien el misionero, pero sabemos que Dios nos llama a todos y que la iglesia no se compone solamente de pastores y misioneros, que hay muchas funciones y muchos ministerios. Como dice en la Palabra, hay multitud de operaciones y son varios los miembros del cuerpo de Cristo que compone la iglesia (1 Co 12).
Pero sea el llamado que sea, sea la vocación a la que atiendas, hay siempre un precio a pagar.
Prueba de ello lo tenemos en el pasaje de Hebreos 11, que es un magnífico discurso sobre la fe, y además de hablar de la teoría de la fe, pone abundantes ejemplos prácticos en personajes bíblicos que usaron de esta fe en Dios. Podríamos hablar detenidamente de cada uno de estos ejemplos y pasarnos horas reflexionando, pero en este pequeño espacio hablaremos muy muy brevemente del ejemplo del primer patriarca hebreo: Abraham. Por cierto, aprovecho para anunciar que estudiaremos más en profundidad su historia en Génesis 12, a mediados de octubre, en el Estudio Bíblico. Comenzamos a estudiar Génesis a partir del 1 de septiembre (todos los domingos, a las 11 ¡No te lo pierdas!).
Abraham era un hombre rico, que vivía con su esposa y sus siervos en una gran ciudad, al sur de lo que conocemos como Mesopotamia (actual Irak) y por todo lo que tenía vivía con total comodidad, como diríamos nosotros, con la vida resuelta, y aunque tenían de todo, no tenían hijos. Abraham (o Abram, como era conocido entonces) era natural de Ur, y Dios le pidió que abandonara su próspera tierra y fuera a un lugar determinado, que ni sabía dónde era. Sólo tenía que dejarse guiar por el Señor.
En este sencillo, pero determinante llamado fue donde comenzó la historia de una familia, que a su vez se convertiría en una nación, un pueblo escogido, no por tener algún tipo de cualidad especial o porque fueran importantes, sino porque así Dios lo quiso en su soberanía. Este sería el pueblo hebreo, de cuya historia se nos cuentan en las abundantes páginas del Antiguo Testamento y que discurre a lo largo de siglos hasta llegar a Jesús, nuestro salvador.
No fue poca cosa lo que hizo Abraham, no fue poco el viaje, más para un hombre que ya contaba con 65 años de edad cuando partió por esos caminos que se desdibujan por en la inmensidad y los peligros de los desiertos de Oriente Medio.
Así se puede entender un llamado. Como dije antes, un llamado a servir, y una vocación a estar dispuesto a exponerse a peligros y amenazas, a escasez, a todo tipo de incertidumbres y para colmo, a implicar a los más allegados, como Abraham, que llevó a su esposa Sara (antes llamada Sarai) y a su sobrino Lot, con siervos, ganado y demás bienes. Si una persona está siendo llamada por Dios, la familia y amigos, y en muchos casos también los bienes se verán afectados.
Servir a Dios es una gran bendición, prueba de ello está en el resultado final de esta vida de fe, que ejemplifica Abraham, y también lo tenemos en la promesa de Dios de bendecirle a él y a todos lo que le bendijeren (Génesis 12:2-3) y en el fruto que produciría que pasaría de una esterilidad absoluta a una descendencia incontable.
Y tú ¿Estas sirviendo a Dios? ¿Te ha llamado para algo en concreto? ¿Vas a dejar escapar esta bendición sin importar el precio?
Santi Hernán