selfie frente a la gioconda

¿Podemos sacar algo bueno de todo esto?

“El fin de este asunto es que ya se ha escuchado todo. Teme, pues, a Dios y cumple sus mandamientos, porque esto es todo para el hombre.”

Eclesiastés 12:13
Selfie de jóvenes con mascarilla frente a la Mona Lisa
Los nuevos tiempos

Abril, mayo y ahora junio. Posiblemente este sea el tercer mes completo que pasemos separados. Y aunque volvamos a finales de junio (estamos pendientes de las famosas “fases” del desconfinamiento) llevaríamos sin vernos desde antes de mediados de marzo (el último culto en nuestro local fue el del día de la Biblia, el pasado 8 de marzo). Acabaríamos como mucho, 16 semanas separados.

Estos meses se han visto como muy duros, muy oscuros, muy inciertos, de mucho sufrimiento e impotencia al permanecer prácticamente encerrados en nuestra propia casa. Y mientras los medios de comunicación masivos no han dejado de bombardearnos de noticias, a cuál peor, especialmente en los días de mayor pico de contagios y fallecidos. Ahora le toca sufrir a la economía del país y de muchas familias, y su recuperación se prevé más lenta y tediosa si cabe, y dejará más dolor e incertidumbre por el camino.

El mundo ha cambiado tanto en tan poco tiempo… y creemos que para mal. Ahora nos obligan a ser menos sociales, a tapar nuestra sonrisa, a separarnos y distanciarnos y todo en favor de la seguridad, aunque también con un componente de miedo. ¿Habrá valido la pena todo esto?

En situaciones así ¿Cuántos se habrán preguntado esto último? ¿Cuántos se habrán formulado la manida pregunta de “Donde está Dios en todo esto”? Si ni siquiera las iglesias nos podíamos reunir. Si nuestra experiencia de cultos ha sido distorsionada por estar presentes frente a una pantalla. Si no podíamos salir a la calle a predicar el evangelio. ¿Por qué ha permitido todo esto? ¿Ha valido la pena? ¿Realmente podemos sacar algo bueno de todo esto?

Esta experiencia del coronavirus, que bien podría ser frustrante por todo lo vivido y del modo en el que hemos vivido, puede ser perfectamente trasladable a la vida en general, para muchas personas. Una vida tan dura, que aparentemente no ha hecho más que dar una frustración tras otra, al final ¿ha merecido la pena?

Salomón y Moisés

Hay un libro bíblico que se ocupa de este discurso y es el de Eclesiastés. Y eso que su autor no ha vivido en penurias ni en crisis ¡Al contrario! Tuvo todo lo que quiso y aprendió y conoció y experimentó lo que le placía. Cualquiera podría firmar una vida como la suya, la del predicador que habla, que fue ni más ni menos que el rey Salomón. Él mismo se preguntó si valió la pena.

Pero no hablaré sólo de este discurso y su predicador, como paradigma de la vanidad de la vida, sino de otro que podríamos decir que su vida quedó reducida a un “quiero y no puedo”, como Moisés.

Moisés fue llamado a libertar a su pueblo Israel de manos de Egipto y llevarlo a la tierra prometida de Canaán. Lo que en un principio fue un éxito, se convirtió en fracaso, como tantos otros, con el correr de los días, semanas, meses y años.

Un pueblo entero confinado, no en sus confortables casas, sino en un riguroso desierto, que no destaca por ser el más grande del mundo, pero casi se convirtió en el más extenso dado el tiempo que pasaron vagando (40 años se dice pronto) y para colmo quejándose día sí y día también.

En lugar de fijarse en la liberación de la esclavitud, la llegaron a echar de menos y en lugar de fijarse en la provisión diaria de Dios, se quejaron de lo que les faltó (y aun así Dios se lo proveyó por su insistencia).

Así podemos vernos a nosotros mismos. ¿Cuántas veces hemos criticado lo tercos que eran los israelitas en el desierto cuando no dejan de ser un espejo en el que mirarnos nosotros?

Moisés fracasó porque pudiendo ser y vivir como un príncipe en la mayor potencia mundial, huyó y fue pastor de cabras en la periferia. Fracasó porque libertó a un pueblo quejica y desagradecido, y porque en lugar de gratitud, recibió duras críticas de los suyos, y porque asistió frustrado al enésimo acto de rebeldía y desobediencia del pueblo, cuando bajó del monte Sinaí, y encima acabó sus días sin poder disfrutar de Canaán, más que viéndolo de lejos (como nosotros ahora, que estamos viéndonos de lejos).

Y si le damos la vuelta a la situación…

Pero…

¿Y si le damos la vuelta a la situación y comprobamos que Moisés realmente no fue un fracasado?  Moisés fue realmente un instrumento útil en manos de Dios. Y sí cumplió con sus planes. El pueblo entró finalmente en Canaán, pero no esa antigua generación que prefirió la ingratitud y desidia y a la que el propio Moisés acabó sumándose.

¿En serio vemos a Salomón como fracasado con todo lo que hizo y la sabiduría de lo alto que aplicó durante un tiempo? ¿Y si se sintió fracasado en una vida vana, porque buena parte de su vida no tuvo en cuenta a Dios, igual que el terco pueblo de Israel en el desierto?

¿Y si nosotros nos sentimos frustrados y fracasados porque hemos apartado a Dios de la situación de crisis actual?

¿Has aprovechado este tiempo adecuadamente a la luz de la gloria de Dios o por el contrario no has dejado de lamentar lo vano que es todo mientras no dejas de dar vueltas en tu propio desierto? En tu mano está concluir si has sacado algo bueno de todo esto.

Santi Hernán

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