Bienvenidos a la nueva normalidad

“Entre los débiles me hice débil, a fin de ganar a los débiles. Me hice todo para todos, a fin de salvar a algunos por todos los medios posibles.”

Pablo, en 1 Corintios 9:22

Hace aproximadamente algo menos de dos meses y medio, los menos avispados mirábamos de reojo las noticias sobre un virus que estaba asolando el lejano Oriente, y de la poca importancia que le dábamos por la lejanía geográfica o el desconocimiento de la enfermedad, no podíamos llegar, ni siquiera a imaginar que nos iba a cambiar tanto.

Ya no es que nos dejara confinados en casa como nunca antes nos había ocurrido, ya no es sólo que asistiéramos atónitos al colapso de un sistema de salud del tamaño del nuestro, ya no es sólo la cantidad de empleos que se han extinguido y la próxima ruina económica, y sobre todo, ya no es sólo la tragedia que está dejando (estamos en mayo y esto aún no ha acabado, señores) de decenas de miles de fallecidos, y eso sólo en España, sino que este virus, que algunos lo infravaloraban calificándolo como una simple gripe doce semanas atrás ha cambiado occidente, y ya de paso, el mundo entero, para siempre.

En la intensidad de estos hechos, no son pocos los que afirman que esta ha sido como aquella guerra que nuestros abuelos sufrieron, o como aquella dictadura que nuestros padres vivieron. Esta generación quedará marcada por el Covid-19.

A la fecha en la que estoy escribiendo esto (27 de abril) aún no tenemos del todo claro cuando nos saldremos definitivamente del confinamiento y de qué manera se producirá este desconfinamiento, por lo que no puedo dar una fecha de regreso a nuestros cultos en nuestro local y a las actividades cotidianas, como los solíamos hacer. Lo que sí que está claro es que tendremos que replantearnos muchas cosas, sobre todo, a la medida de la evolución de la pandemia y sus consecuencias a corto y largo plazo.

Me explico con diversos ejemplos que encontramos en la sociedad: A las medidas de seguridad que todos conocemos y que debemos de cumplir, como el uso de mascarilla (como la de la foto) y guantes, la distancia social, o las medidas de higiene, se están haciendo controles en las carreteras y en las entradas a algunas empresas, se están desinfectando periódicamente las instalaciones, se están reduciendo y espaciando los aforos en los recintos deportivos, se están cancelado definitivamente numerosas competiciones, y otras se están replanteando de manera más simple, se ponen mamparas en bares, restaurantes y cajas de supermercado, el teletrabajo ha venido para quedarse, el curso en colegios, institutos y universidades así como la temporada turística de verano se han echado a perder este año. Y, en definitiva, todo se hace más en la distancia.

Y la iglesia ¿Qué? ¿Iremos a remolque del resto de la sociedad como habitualmente estamos haciendo? ¿Seguiremos igual? ¿Tomaremos medidas? ¿Hemos pensado en ello?

Es evidente que nada sustituye el contacto humano, el poder estar juntos, abrazarnos y saludarnos con un beso santo. Pero me temo que esto se tendrá que limitar de alguna manera y que habrá mucho miedo, sobre todo al principio.

Cuando volvamos no es de extrañar que la asistencia a nuestros cultos caiga de manera estrepitosa, y con razón.

Ya no estamos hablando de un miedo irracional e infundado, sino que hay bastantes expertos que hablan de posibles rebrotes en un futuro próximo, o incluso no se descarta que surja una nueva cepa o mutación del Covid. Recordemos que el actual no es el primero que está viviendo la humanidad, sino que ya hubo otro Coronavirus de tipo SARS (que afecta al sistema respiratorio) que arrasó en Asia, en 2002. Y luego hubo otra variante, en 2012, que quedó concentrado en Oriente Medio, llamado MERS. Y aún no hemos vencido totalmente este actual Covid-19, falta una vacuna, que no llegará mañana, sino que puede tardar fácilmente más de un año.

Vuelvo a repetir la pregunta anterior ¿Qué hará la iglesia? ¿Ha pensado en algo? Por cierto, en todo momento hablo de la Iglesia cristiana en general, no me refiero a la nuestra, aunque también podríamos ver qué podemos hacer nosotros a nivel local. ¿Nos adaptaremos o nos quedaremos atrás?

Ante lo que parece un auténtico cambio del paradigma, hay un pasaje bíblico que habla sobre la flexibilidad del cambio de la cultura y saber adaptarse a este cambio y es el ejemplo que puso el propio apóstol Pablo, hablando de su ministerio en distintas partes del mundo que recorrió, en el pasaje de 1 Corintios 9:19-23. El fin y la meta es la misma, eso no cambia: vers. 19: “para ganar a tantos como sea posible”. Pero luego habla de su adaptación a la cultura judía, y a la cultura gentil, su adaptación a los que son más maduros en la fe y los que son más primerizos. Como iglesia, tenemos que aprender, como Pablo, a adaptarse a los nuevos tiempos, a las nuevas culturas e ir a la vanguardia de lo que está por venir. Lo que era normal, hace un tiempo, ha cambiado. Nos guste o no, todos somos ahora bienvenidos a la nueva normalidad.

Santi Hernán

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