“Pero se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren.”
Juan 4:23
¡Ahora sí! Si va todo bien, y las amenazas de los rebrotes nos respetan, julio parece ser el mes en el que regresaremos al local, aunque no será de manera inmediata, y por precaución, y para permitir que prácticamente todos (mayores y pequeños) podamos disfrutar de estar juntos, y para que se garantice la seguridad y la salud de todos.
Quizá una de las mayores motivaciones es el poder vernos, estar juntos, y veremos si nos podemos abrazar, pero creo que, aunque con un poco de miedo al principio, luego se romperá el hielo y todo irá bien. Ya, algunos nos hemos visitado entre nosotros. Nuestros pastores han estado con prácticamente todos los hermanos. Vamos tentando el suelo para ver si realmente está firme.
Además de encontrarnos los unos a los otros, vamos a “encontrarnos” con Dios. Pensando en esto, el caso es que debemos de reflexionar en qué se basa realmente nuestra vida espiritual. Es decir ¿Dónde, cuándo, y cómo vamos a encontrarnos con Dios? En la iglesia ¿No?
“Vamos a la iglesia”, una frase muy típica para ¿encontrarnos con Dios? ¿Para vivir una vida espiritual en este recinto? Veamos que dice la Palabra al respecto.
El encuentro de Jesús con la mujer samaritana, que encontramos en Juan 4:1-42, siempre me ha fascinado, por ser una de las escenas que mejor se pueden contextualizar a nuestros días y habla precisamente de en qué consiste una verdadera vida espiritual.
Nos encontramos a Jesús, que se detiene junto al pozo, en el momento adecuado, y esperando a la persona adecuada: Una mujer, que podría ser perfectamente el opuesto a lo que entendemos que debe de ser una persona decente. Incluso podemos llegar a ser tentados de pensar que, si nosotros estamos lejos del ejemplo de Jesús, esta mujer se encuentra a “años luz” de distancia, por varios motivos.
¿Qué clase de mujer era esta samaritana para llegar a ser considerada así? Quizá para la tolerante y avanzada mente de cualquier persona de occidente del siglo XXI no es para tanto, pero en aquella época se juntó:
Primero, el hecho de que era una mujer. En aquella cultura, hombres y mujeres que no sean matrimonio no trataban entre sí, ni siquiera se acercaban y mucho menos cuando el varón era un rabí (maestro) judío.
Segundo, la mujer era samaritana, lo que representaba una etnia profundamente menospreciada por el pueblo judío. Los samaritanos eran fruto de antepasados del reino de Israel que se habían mezclado con otros pueblos paganos, desobedeciendo así la ley de Moisés. Además, los samaritanos, al tener vetada la adoración normativa de los judíos, en el templo de Jerusalén, ellos tenían su propio lugar de adoración en el monte Gerizim. No era el lugar adecuado y en ese monte se realizaban además frecuentes sacrificios paganos.
Y tercero, y no menos importante, el estilo de vida de la samaritana no era precisamente ejemplar y esto se demuestra en qué clase de vida familiar estaba teniendo. Cinco esposos que tuvo y con el último ni siquiera se llegó a casar y estaban conviviendo en concubinato. Algo que hoy muchos viven en nuestra sociedad, era un escándalo en aquel contexto, aunque sabemos que es algo que desaprueba en términos generales la Palabra de Dios y nosotros como cristianos no debemos practicar.
Sin embargo, Jesús, lejos de juzgarla, simplemente le expuso su vida delante de ella, no para que se sintiera culpable sino para demostrar de que Jesús es aquel a quien todos (judíos, samaritanos y gentiles) esperaban y necesitaban. Al final resulta que esta mujer no está más lejos de Dios que cualquiera de nosotros.
Pero el quid de la cuestión está en la afirmación posterior de Jesús. Ante la confusión religiosa y ritual de la samaritana. Esa que tanta gente en el mundo tiene, sobre las discusiones acerca de cuál es la verdadera religión, o cual es aquella creencia superior o válida, Jesús señala a la actitud correcta en la adoración y el objeto último de la adoración.
La actitud correcta se resume en la famosa frase: “En Espíritu y en verdad”. Es decir, siendo impulsados por el propio Espíritu Santo, el mismo que puso en marcha a la Iglesia en Pentecostés y el mismo que sigue hoy impulsando al pueblo de Dios hacia la misión que tiene que cumplir. En cuanto a la verdad, más allá de ser un concepto abstracto, es la mismísima persona que pronunciaba estas palabras delante de esta mujer. En otro pasaje del mismo evangelio de Juan, Jesús se refiere a sí mismo como “el camino, la VERDAD, y la vida” (Jn. 14:6). Así que Jesús es el motivo correcto de la adoración.
¿Y cuál es el objeto? Jesús señala al Padre, que busca verdaderos adoradores. De esta manera, el motivo, el objeto de nuestra adoración son las mismas tres personas de la trinidad, que Jesús define de manera magistral en esta conversación.
¿Y el templo? ¿Y el monte? ¿Y el local de la iglesia? ¡Ah, sí! Están para vernos los unos a los otros y seguir adorando, pero esta vez, todos juntos y eso sí, sin olvidar cuál es la motivación y el objeto adecuados.
Santi Hernán