Febrero: El servicio en la iglesia

“sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.” Efesios 4:15-16

Me impacta el sencillo y que pasa prácticamente desapercibido testimonio de la sanación de la suegra de Pedro (Mateo 8:14-15). Casi dos líneas para decir dos cosas: ella estaba en la casa de su yerno, postrada en la cama, con fiebre, y Jesús tocó su mano y fue sanada y ella les servía.

Así de simple es este relato, pero que refleja una verdad incontestable. Si has sido sanado es con un propósito.

Igual que la suegra de Pedro, todos estábamos enfermos, todos padecíamos fiebres altas en el alma, y estábamos postrados en la cama de nuestra mediocridad y conmiseración, y tuvo que llegar Jesús y tomarnos de la mano para ser levantados.

La reacción posterior, de servicio inmediato, aunque puede parecer automático, es más complejo de lo que parece. Todos tenemos una mochila con carga de nuestro pasado y de muchas otras cosas que nos lastran que en ocasiones impiden que sirvamos correctamente en la iglesia: Puede ser algún desengaño con algún hermano o con la iglesia entera, puede ser una falta de confianza en los dones que Dios ha puesto en cada uno de nosotros, algún problema personal o puede ser algo más triste, como la falta de amor al prójimo.

Esas cargas no son visibles a simple vista, como el virus que seguramente tendría la suegra de Pedro, que le provocaba esas fiebres. Por eso es imprescindible examinarnos adecuadamente.

Si no estás sirviendo revisa qué hay en tu vida que te impida hacerlo, y ponlo en las manos del Señor, que te sane. El servicio es una de las cosas que primeramente son afectadas cuando tenemos un problema. Dejamos de servir y de dar nuestro diezmo, y luego dejamos de asistir regularmente, para finalmente desaparecer.

Para solucionarlo hemos de admitir que tenemos un problema, y para eso es bueno contar con la ayuda de los demás. La mujer de este relato contó con la ayuda de su yerno, y éste le llevó al único que podía sanarle eficazmente. Si no identificas que tienes un problema y no pides ayuda difícilmente serás sano. Es todo un ejercicio de reflexión personal y de humildad.

¿Por qué servimos? ¿Por qué tenemos que servir? Ahora vamos con el pasaje que se encuentra en la cabecera.

En este pasaje, Pablo le escribe a la iglesia de Éfeso, entre otras cosas, de qué manera ha de funcionar una iglesia y para ello llama a un servicio, variado, con diversidad de funciones y tareas, como la de los apóstoles, los profetas, los evangelistas, los pastores, los maestros, y más… todos constituidos por el Señor (Ef. 4:11-12).

El motivo viene a continuación, y es ayudar a que las personas que componemos la iglesia seamos cada vez mejor, seamos perfeccionados y crezcamos no sólo cada uno a nivel espiritual, sino que la propia iglesia crezca en número y haya más personas que lleguen a conocer a Cristo.

Y dada la diversidad de dones y de funciones, la tarea corresponde a toda la iglesia. Por favor, no esperemos que todo el peso caiga solamente sobre el pastor o sobre el consejo, o apurando un poco, sobre los miembros. Toda la iglesia ha de implicarse de algún modo o en otro.

Si como iglesia queremos crecer (¡y estamos llamados a ello, no podemos quedarnos así!) debemos de estar sujetos a nuestra “cabeza”, que es Cristo, que es quien nos provee y nos guía. Él es que nos sana, como a la suegra de Pedro, pero además nos une

Una iglesia no puede crecer si no está unida, si no vamos todos en la misma dirección. Hemos de aportar nuestra colaboración y ayudarnos mutuamente, según lo que Dios nos haya dado para hacer. Sólo podemos estar unidos y edificados en el único amor verdadero, que es el de Cristo.

¿Has sido rescatado y sanado por Él? ¿A qué esperas? ¡Ofrécete! ¡Hay mucho que hacer en el campo del Señor!

Santi Hernán

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