Camino a la cruz

Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” Filipenses 2:5-11

Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró. Cuando el centurión vio lo que había acontecido, dio gloria a Dios, diciendo: Verdaderamente este hombre era justo. Y toda la multitud de los que estaban presentes en este espectáculo, viendo lo que había acontecido, se volvían golpeándose el pecho.” Lucas 23:46-48

Cuando vemos algo por primera vez suele impresionarnos. Ocurre cuando visitamos por primera vez un lugar exótico, admiramos algún monumento o contemplamos un bello paisaje o asistimos a algún espectáculo en directo que no habíamos visto antes. Sin embargo esa sensación disminuye a medida que aumentamos la asiduidad para ver estos elementos, es decir, vamos varias veces a ese lugar, pasamos todos los días por ese monumento, revisitamos día tras día ese paisaje o hacemos cotidiano ese espectáculo… y puede que según que paisajes o que espectáculo, sea tan impresionante, que nunca nos terminemos de acostumbrar a él. Pero ¿Y si en lugar de ser espectadores directos de estos lugares, lo vemos a través de alguna fotografía, un sencillo video o televisión o simplemente nos lo cuentan? Pues ha perdido gran parte de su encanto, ya no es lo mismo. Ocurre mucho esto cuando hablamos de la cruz de Cristo. Nos hemos acostumbrado tanto a ver tantas cruces, por todas partes, a ver imágenes o figuritas, y hemos escuchado tantas veces la historia, que ya no nos resulta tan impresionante.

Es lógico que ocurra esto pues ninguno de nosotros hemos sido espectadores de primera mano de semejante escena en el monte Calvario, pero sólo a través de la fe y amor podemos ser conscientes y partícipes de aquel camino a la cruz que sólo Jesús pudo haber recorrido, aquella vía dolorosa que comenzó incluso mucho antes de su propio nacimiento en la tierra, pues su destino era rescatarnos de una muerte eterna, muriendo en nuestro lugar, pagando ese sacrificio que inevitablemente era dirigido a nosotros.

Nos acomodamos tanto en las sillas de nuestra iglesia, hacemos toda la rutina litúrgica dominical, asistimos a tantas actividades eclesiales o para-eclesiales que a veces se nos olvida que la cruz es el punto de partida de todo, la razón del porqué estamos hoy aquí, y el porqué estas leyendo esto. Y sin la cruz no hay corona, no hay nada. Hay que reconocer que muchas veces sólo nos acordamos de esta cruz, de este sacrificio, cuando tomamos la Santa Cena, o en las fechas de Semana Santa, en las que estamos.

Cuando Cristo hubo expirado, pasaron una serie de cosas que a ojos de muchos pueden resultar espectaculares, como las tinieblas que asolaron la tierra en aquella hora o la gruesa y casi inexpugnable cortina que nos separaba del lugar santísimo, en el templo, se rajara de arriba a abajo, pero lo que resultó más increíble fue que en ese momento, se manifestara la Gloria de Dios en la forma del perdón perfecto, la misericordia inmensa y se colmara la justicia del creador del universo. Para hacernos una idea de esta manifestación de poder y majestad, podemos ver la reacción de los testigos de los últimos instantes de aquel cuyo cuerpo estaba destrozado y sanguinolento: Un centurión romano, tradicionalmente pagano, dió gloria a Dios y reconoció a Cristo como un hombre justo ¿Los demás? Quedaron tan afligidos que lo demostraron golpeándose el pecho. Pero esto tenía que ser así.

La Gloria de Dios es algo tan grande y con una demostración tan variada como la creación, una manifestación espectacular como la del tabernáculo (Éx 40:34-35) o la transfiguración de Jesús, o sus cientos de milagros… pero nada supera a la demostración del poder y el amor absoluto de Dios: La cruz del calvario.

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