“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos.” Hechos 2:1
“Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables; no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición.” 1ª Pedro 3:8-9
Imagina un retiro, con otros 119 hermanos, viviendo un momento histórico. Juntos, pero no revueltos, y además, estando de celebración, en esos días señalados en rojo en el calendario. Imagina el ambiente que se viviría, cuando además, existe el consenso sobre decisiones vitales, que podrían marcar el futuro de la iglesia. Eso mismo que imaginas, sucedió hace casi dos mil años en un lugar en la gran ciudad de Jerusalén. Los hermanos, tendrían una mezcla extraña de sentimientos: Por un lado, pesar porque el maestro ya no estaba físicamente con ellos, se marchó y junto con él, el liderazgo perfecto de la nueva iglesia, pero por otro lado, estaban esperanzados, porque ese mismo maestro, les prometió que iba a estar con ellos ¿De qué forma? Un gran misterio, el hecho de que el mismísimo Espíritu de Dios, iba a permanecer hasta que Cristo regrese. ¿Cómo iba a ser esto? El momento y el lugar exacto no lo precisó el Señor, pero sí que se dieron una serie de circunstancias que iban a propiciar el hecho de la llegada del Espíritu Santo.
Una circunstancia fue la unidad. ¿Cómo es posible que en una congregación que reunía tanta diversidad permaneciera unida? Pienso que la clave está en la otra palabra: La unanimidad.
No nos engañemos, si pensamos en porque los primeros cristianos estaban unánimes, no significa que estaban completamente de acuerdo en todo. Si muchas veces no conseguimos ponernos de acuerdo en las decisiones más sencillas en el seno de una pequeña familia, imagina en un grupo que comenzó con unos 120. Menuda locura el ponerse de acuerdo, para, por ejemplo: Decidir de qué color se van a pintar las paredes del aposento alto, o si orar de pié o sentados. El caso es que los detalles pequeños, y las trivialidades carecían de valor en aquel momento, porque su perspectiva, fue diferente a esa, ellos tenían la mente puesta mucho más arriba, en aquel que después de haber muerto y posteriormente resucitado, ha ascendido al cielo para sentarse a la diestra del Padre, con la esperanza de que cumplirá lo que se prometió y regresará pronto. Esa era su perspectiva y el motivo de su unanimidad. La base donde se sustenta todo: la fe y el amor lo suplía todo. En medio de este ambiente idóneo fue donde entró en escena aquel que le daba sentido a todo. El que iba a ser el motor y verdadero protagonista de la nueva iglesia: El Espíritu Santo.
Hoy día, pero vemos muchos movimientos cuyas reivindicaciones pueden ser las más justas, o las más legítimas, y pueden tener las mejores intenciones, pero sin un liderazgo tan perfecto como el del Espíritu de Dios, no pueden durar, no tienen consistencia. Eso es lo que nos distingue, o debería de distinguir de otros colectivos.
Ya han pasado 2000 años desde que comenzó oficialmente el movimiento cristiano, que es imperfecto, pero llevado por uno que sí es perfecto, y aún a pesar de ataques, problemas internos de diversa índole, críticas, rechazo, incomprensión, persecución abierta, exclusión, pobreza, debilidades y muchas tribulaciones, seguimos aquí, y sería impensable semejante duración para cualquier otro grupo o emprendimiento. Pero Dios hace posible lo imposible y demuestra su fortaleza en medio de nuestra debilidad. Por eso seguimos aquí, por eso seguimos queriendo que nuestro mensaje impacte al mundo, por eso tenemos esperanza en medio de las múltiples crisis que podamos padecer.
El secreto de nuestra unidad, en medio de nuestras diferencias se llama Espíritu Santo, que es Dios mismo, que nos impulsa hacia adelante y nos hace ver a todos la misma meta, nos hace estar unánimes, sin importar nuestras diferencias culturales, raciales, generacionales, e incluso lingüísticas, al igual que ocurrió en aquel día de Pentecostés. Al igual que queremos que siga ocurriendo en nuestra iglesia, ya sea en un culto “cualquiera”, o en el retiro de la semana que viene.
Hablando de unidad, aprovecho también para anunciar que hoy además es el día de la Unión de Jóvenes Bautistas de España. Los jóvenes también queremos expresar nuestra unidad en medio de tanta discordia. ¿Quieres más razones para seguir perteneciendo a este proyecto de iglesia divino y eterno?