La liebre y la tortuga

“No que lo haya alcanzado ya o que ya haya llegado a ser perfecto si no que sigo adelante, a fin de poder alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús.” Filipenses 3:12-14

Se cuenta un fábula de que una liebre se jactaba de que era el animal más rápido del bosque. Cuando desafió a los demás a una carrera, sólo la tortuga se atrevió a probar. A la liebre le pareció injusto, pues ella ganaría fácilmente. Pero salieron de todas maneras y la tortuga pronto se quedó atrás. En el camino la liebre decidió que

tenía tiempo de echarse a la siesta, sin embargo, la tortuga siguió caminando. Cuando la liebre despertó no vio a la tortuga por ninguna parte y yéndose se dijo “Todavía no me ha alcanzado”, pero cuando llegó a la meta, la tortuga ya había llegado.

¡Cuánto nos parecemos nosotros a la liebre! Salimos muy rápido hacia la meta y nuestras vidas están llenas de paradas, y lo más triste es que muchos no se levantan nunca.

El apóstol Pablo estaba en medio del camino, por eso dice “Todavía no soy perfecto, pero sigo alcanzando la meta”. Cristo lo alcanzó en el camino de Damasco y tenía un propósito para él. Él tenía la seguridad de la salvación, pero también tenía sobre sus espaldas la responsabilidad de seguir corriendo como un buen atleta y cumplir el propósito de aquel que lo alcanzó.

Es interesante lo que dice: “Una cosa hago” ¿Qué cosa? “Olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante”. Él quiere dejar a un lado la parte que ya ha recorrido porque si lo hace se saldrá de la pista y fracasará. Digamos que olvidar lo que queda atrás no significa que perdamos la memoria, porque aunque queramos borrar malos recuerdos del pasado no podemos olvidar el pasado, quiere decir no vivirlo.

En nuestro pasado hemos tomado decisiones equivocadas, hemos tenido fracasos, hemos hecho muchas cosas que estaban mal y nos sentimos culpables, llenos de sentimientos dolorosos, nos hemos sentido decepcionados por alguien en quien teníamos puesta toda nuestra confianza.

Quizá hemos sufrido experiencias amargas de conflictos y divisiones dentro de la familia o dentro de la iglesia. Que perdimos el gozo y nos llenamos de desánimo de tal forma que no queremos fiarnos de nadie y es que tenemos heridas infectadas sin curar. Yo creo sinceramente que si no olvidamos aquello que nos produjo el dolor no podremos seguir adelante, pero no sólo eso, “olvidando lo que queda atrás” quiere decir que no nos gloriemos de nuestro pasado, si lo hacemos, dejaremos de seguir adelante.

Cuántas veces nos decimos a nosotros mismos: “¡Qué bueno fui! ¡Qué gran trabajo hice! ¡Como serví al Señor hace 20 años! ¡Como amaba yo y servía a otros! ¡Como estudié la Biblia! ¡Como oraba!” Pero si hoy no amo ¿Qué valor tiene si ayer amé? Si hoy no tengo paciencia ¿Qué valor tienen si en el pasado la tuve? Si yo no hago nada ahora y he dejado de correr ¿Qué valor tiene si en el pasado hice mucho? ¡Nada!

Sigamos mirando hacia adelante como la tortuga y llegaremos a la meta recibiendo el premio que nos dará nuestro Señor.

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