Tiempos de refrigerio

Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer. Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerioHechos 3:18-19

Sin querer despreciar a otros idiomas, cuanto más conozco de nuestra lengua española, más me admiro de las palabras con su pronunciación, su etimología (origen de la palabra) y su significado, su correcto uso, la musicalidad de una frase bien hecha, las múltiples facetas que pueden tener, a la hora de expresar sentimientos: La belleza y suavidad de las palabras cariñosas: el amor, la ternura, la paz, el bien. Pero también las necesarias palabras que expresan rudeza, para dar un mayor énfasis a un sentimiento negativo. Por ejemplo, la palabra que escuchamos tan habitualmente en

los últimos años: La crisis. ¡CRISIS! Suena como si se tratara de un cristal roto.

La letra “R” suele poner ese punto de carácter en los vocablos del idioma castellano, como la palabra que compartiré hoy con vosotros: REFRIGERIO.

Yo, que llevo prácticamente toda la vida en la iglesia, conozco desde pequeño esta palabra, y siempre la he asociado a la típica comida comunitaria (habitualmente informal y ligera) tras el culto o actividad de turno.

Sin embargo, leyendo el pasaje bíblico que relata la sanación de un cojo en la puerta del templo, y el discurso posterior del apóstol Pedro, me ha llamado la atención el uso de esta palabra al referirse a un hecho muy esperanzador. Por ello, decidí acudir al diccionario de la Real Academia para conocer toda su dimensión:

Refrigerio. (Del lat. refrigerĭum). 3 acepciones:

1. Beneficio o alivio que se siente con lo fresco.

2. Alivio o consuelo en cualquier apuro, incomodidad o pena.

3. Corto alimento que se toma para reparar las fuerzas.

Viendo la primera acepción vemos que hablar de algo fresco a mediados de agosto nos hace, incluso sentirnos bien, como si nos hubiésemos empapado del agua de una ducha fresca al sol del mediodía, o nos hubiésemos saciado con una botella de agua recién sacada de la nevera. La tercera acepción la mencioné antes y la usamos habitualmente en el ambiente eclesial; pero la segunda acepción es especialmente reconfortante, es sin duda ese refrigerio al que hace referencia Lucas (el autor de Hechos) en el versículo 19, al final de la porción reproducida en la portada.

Volviendo a esa palabra de moda, que parece no gastarse nunca, y que incluso han llegado a vetar muchos de sus conversaciones: La crisis; da la sensación de que es opuesta al refrigerio: un tiempo de desconsuelo, de apuro, de pena, de tribulación.

Pero fijaos bien, que un refrigerio no anula el apuro, la incomodidad o la pena ¡Siguen estando ahí! Pero se trata de un alivio, un consuelo. De la misma manera que Cristo, el verdadero y único protagonista del discurso de Pedro en el pórtico de Salomón.

La conclusión y fin de todo esto es que el refrigerio, esa esperanza viva, ese frescor para nuestras almas dañadas por el pecado y la crisis, sólo puede provenir del Señor. El hombre cojo del templo probó de este refrigerio y su corazón fue transformado, y un tiempo antes fueron aquellos apóstoles, usados por Dios para obrar el milagro del levantamiento del lisiado, los que conocieron el frescor, el alimento, el alivio, el consuelo y el poder hecho hombre, en la persona de Jesucristo.

¿Conoces tú este refrigerio? Olvídate un momento de ti mismo, abandona tu pecado y tu miseria, no busques plata, ni oro, acércate hoy a Cristo, y conocerás a aquel cuyo poder está por encima de crisis y situaciones difíciles y otorga la esperanza que el ser humano necesita.

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