¡Pidamos, y pidamos bien!

“No tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” Santiago 4:2-3

La manera de conseguir lo que queremos es pedírselo a Dios. En el mundo, la gente consigue lo que quiere por trampas, por peleas, por robar y matar. Hay luchas, guerras y combates para que los ambiciosos consigan lo que sus pasiones egoístas codician. Esta es la carnalidad descarada, en su peor estado: “Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís” (Santiago 4:2). Nuestro mundo está desgarrado con estos conflictos, nuestras iglesias también, ¡y también nuestros mismos cuerpos!  Nuestras pasiones nos impulsan y nos arrastran. Nos consumimos y nos destrozamos a nosotros mismos para alcanzar nuestros deseos carnales. Así actuamos tanto para conseguir promoción en el trabajo, ¡como un lugar en la iglesia!, una reputación, fama, dinero y éxito. El método está mal. La motivación está mal. ¡Y la meta también está mal!

No conseguimos un buen testimonio por medio del éxito, por subir más alto y conseguir el puesto más alto, sino por humillarnos y servir.

Para conseguir lo que queremos tenemos que pedir, pero ¡tenemos que desear lo bueno, con la motivación correcta! Queremos un coche lujoso para lucirlo. Mal. Lo correcto sería necesitar un coche adecuado por buenas razones y comprarlo con prudencia. Y esto con las cosas espirituales también. Quiero tener ministerio en la iglesia. Bien. ¿Para qué? Para hacer un nombre para mí misma. Mal. Quiero servir a otros. Bien. ¿Para qué? Para que me amen. Mal. Quiero tener amistades. Bien. ¿Para qué? Para que se ocupen de mí. Mal. Quiero un trabajo. ¿Para qué? Para ganar dinero. No. Para servir a Dios en él. Quiero ver a mis hijos convertidos. ¿Para qué? Para que todo el mundo vea que soy buena madre, para que mi vida valga la pena, para enseñar a otros cómo lo conseguí, para que mis hijos me aprecien y vean cuánto he hecho por ellos y todo lo que he sufrido por ellos. Mal. La motivación correcta es ¡para que tengan a Jesús!  ¿Por qué quiero que la gente se convierta? ¿Porque son malos y necesitan arrepentirse?  ¿Porque convivo con ellos y mi vida sería más fácil si fuesen convertidos? ¿Para mostrarles que yo tengo la razón? ¿Para que mi vida valga la pena? No. Estas motivaciones son egoístas. Es desear lo bueno con una motivación mala. Tengo que desear lo correcto con una motivación correcta, y entonces pedir.

Querido Señor Jesús te adoro, porque tú querías que nos salvásemos por los motivos correctos, no para que viésemos lo malos que somos, sino para que viésemos lo bueno que eres tú. Todo lo hiciste, no para tu propia gloria, sino para la gloria del Padre. Alabado seas.

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