El tranquilo control de Dios

“¿Por qué se amotinan las gentes, y los puebles piensan cosas vanas? Se levantan los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su Ungido: diciendo: Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus cuerdas” Salmo 2:1-3

¿Una vez te has preguntado por qué Dios no está deprimido al ver como el mundo se ha levantado en rebeldía contra Él? Tiene sobrados motivos para estarlo. La apostasía de Israel en tiempos del Antiguo Testamento, lo que hicieron con su Hijo Jesús cuando le envió al mundo, el estado moribundo de la iglesia en muchos lugares y la persecución de su pueblo en otros. Dios tiene emociones. ¿Cuáles son estas frente al panorama que ve cuando contempla el mundo desde el cielo? El Salmo 2 contesta a esta pregunta.

El Salmo empieza con las naciones, que  conspiran contra Dios para librarse de su gobierno. No quieren obedecer sus leyes y no quieren que su Mesías reine sobre ellas. No quieren ninguna de sus restricciones. Ven su Ley como una ligadura y sus mandamientos como ataduras que no les dejen en libertad para hacer lo que les parece. Luego, cuando envía a su Rey al mundo, le quiten de en medio crucificándolo. Los apóstoles vieron los eventos de la muerte de Cristo como cumplimiento de este salmo: “¿Por qué se amotinan las gentes?…” Hechos 4:25-26 es una cita directa de este salmo, y lo citan en medio de una oración muy aleccionadora: “Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera” (Hechos 4:26-27). Aquí esta el motivo por el cual Dios no está desesperado. Todo el mundo se ha unido contra Él y contra su Cristo para librarse de su gobierno, y matan a su Hijo pensando que lo han logrado, ¡y lo único que han hecho es llevar a cabo la voluntad de Dios! Esta es la mayor frustración del enemigo: todo lo suyo sirve para realizar los propósitos de Dios. Dios lo tuvo en cuenta cuando planeó las cosas, y lo incluyó en sus planes. Todo lo que no contribuye a los planes de Dios, Dios no lo permite. Matan a su Rey, y Dios lo usa para nuestra salvación. Lo resucita para que al final reine, tal como lo había determinado desde el principio.

¡La maquinación del enemigo es tan impotente que Dios se ríe!: “El que mora en los cielos se reirá; y el Señor se burlará de ellos” (Salmo 2:4). No se ríe porque han matado a su Hijo, sino porque no logran sus fines malvados, porque es ridículo luchar contra Dios. Es de risa: la hormiga contra el elefante. Dios se ríe, pero luego se enfurece: “Luego hablará a ellos en su furor” (v. 5); “pero yo he puesto a mi Rey sobre Sión, mi santo monte” (v. 6). Dios ha determinado que su Hijo va a reinar, y Él reinará, y ya está. Lo que Dios decide es lo que prevalecerá por encima de todo lo que hagan el enemigo y las fuerzas unidas del mundo para impedirlo. Así que a los reyes de este mundo es de su interés admitir amonestación y servir a Dios con temor (v. 10-11) si no quieren ser consumidos con su ira (v. 12). Para nosotros que somos creyentes, este salmo nos recuerda que, un día, Dios pondrá a su Rey sobre su santo monte y Él reinará, y esto a pesar de toda la organizada rebeldía que vemos ahora contra su gobierno en este mundo. Dios hará lo que ha dicho, y punto.

A lo que hemos sido llamados

Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor1ª Corintios 1:9

Algunos piensan que hemos sido llamados a usar nuestros dones en la iglesia; otros, que hemos sido llamados a propagar el evangelio; otros, a servir en el mundo; y otros piensan que hemos sido llamados a ir al cielo. Todas estas cosas son ciertas, pero no son la finalidad de nuestra llamada. El propósito de nuestra llamada es tener comunión con Cristo. Tristemente se pueden hacer muchas cosas sin tener comunión con Él. Ir al cielo es para continuar teniendo la comunión que hemos establecido con él aquí en el mundo, y para profundizar en ella. Es a una relación que hemos sido llamados, no, en primer lugar, a un ministerio o a un lugar, sino a una Persona.

¿Cómo, pues tenemos comunión con Cristo? Lo obvio es que no hemos sido llamados solamente a asistir a cultos, o a tener mucho conocimiento bíblico, ni a ser miembros de una iglesia, o a participar en muchas actividades, sino a conocer a Cristo. Se le conoce y se relaciona con él de la misma manera que Jesús se relacionaba con su Padre. Se levantaba muy de mañana para buscar al Padre en oración; otras veces pasaba horas de la noche en comunión con él. Averiguaba su voluntad y la hacía. Tenía comunión con él haciendo las obras de su Padre, hablando de él, abriendo su Palabra a la gente, meditando en ella, y encarnándola en su vida. Fue la palabra encarnada cuando nació en Belén, y también, a lo largo de su vida, cuando iba cumpliendo las Escrituras en su experiencia.

Nosotros también tenemos comunión con él de este modo. Tenemos comunión con él mientras servimos a otros, mientras oramos por ellos, mientras cultivamos relaciones cristianos. Tenemos comunión con él al sufrir con otros, al llevar sus cargas, al identificarnos con su dolor.

También tenemos comunión con Cristo al sufrir por su causa. ¿Quiénes son los que tenemos más comunión con él? ¿No son los que languidecen en cárceles en Irán por amor a su nombre, los que van a reuniones en las casas-iglesias de la China a peligro de sus vidas, los que cruzan las montañas de Afganistán para animar a creyentes aislados, los que predican a las multitudes al aire libre en Kenia, los que caminan horas para llevar el evangelio a pueblos donde no se sabe nade de Cristo? Son los que visitan hospitales, los que atiendan a enfermos en sus casas, los que apadrinan a niños pobres, los que estudian la Palabra para transmitirlas a otros, los que trabajan activamente para edificar la iglesia. También son los que apoyan económicamente a obreros, los que oran con pasión por las almas, los que reparten literatura, los que adoran desde lechos de dolor, añorando su venida.

Dios provee las circunstancias, todas ellas medios para tener comunión con su Hijo.  En esta comunión uno ora, busca a Dios, siente lo que siente él, llora, implora su ayuda y experimenta su poder. Vives lo que vivía Jesús en circunstancias parecidas en las cuales llegas a comprenderle, a amar como amaba él, a sufrir como sufría el, a perdonar y a practicar su paciencia en viva comunión con él. En estas circunstancias te habla, te anima y te dice que está contigo allí donde estés, y dices como Pablo: “pero el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas” (2 Tim. 4:17).

Esto es tener comunión con él.

Guardar ¿Qué?

“El hombre bueno, del buen tesoro  de su corazón saca  lo bueno; y el hombre malo,   del mal tesoro de su corazón saca lo malo;   porque  de la abundancia del corazón habla la boca.”  Lucas 6: 45

Hay  un refrán que dice: “El que guarda, halla”, esto es una gran verdad, es una ley inalterable para bien o para mal, pero halla.

Todas las personas  guardamos muchas cosas, como por ejemplo en los  almacenes en las oficinas en los locales guardamos archivos, cajas, muebles, alimentos, ropas, vehículos, etc. Y cuanto más tenemos  más  guardamos.

Tenemos muchos departamentos para guardar las cosas que tenemos. Por ejemplo en los armarios guardamos la ropa  de invierno y de verano, también guardamos en otro lado la vajilla, en otro lado la comida, los libros, los artículos de limpieza, etc. Luego también guardamos cosas muy .importantes como documentos familiares, asuntos del médico, recibos, escrituras, fotos, cartas, películas, y como no, dinero.

También tenemos la costumbre de guardar cosas que nunca utilizaremos, como cosas de cuando éramos niños, o recuerdos que nos cuesta mucho tirar, o cientos de cosas que creemos vamos a utilizar algún día. Pero… ¿Vale la pena guardar todo lo que guardamos’?  ¿No guardamos cosas  y cosas  y al final tenemos que tirar muchas?

¿Que tiene que ver esto con nuestra vida espiritual?

En la biblia vemos  que tenemos que guardar los mandamientos, nuestra lengua etc. Y lo más importante ¡El corazón! Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida. (En otra versión: Porque de él brotan los manantiales de la vida) Proverbios 4: 23.

Es decir, pon un centinela, vigílalo cuidadosamente, protégelo, préstale atención, mantenlo limpio, quita los escombros, cuídalo. Si lo haces, de ti brotara la vida. Es decir. Cuando la biblia habla del corazón se refiere a lo mas fundo de  nuestro ser, es el cetro de la totalidad de nuestra personalidad.

Tenemos que guardar nuestro corazón porque muchos enemigos quieren sitiarlo. A la puerta de nuestro corazón se presentan la crítica, los malos  pensamientos, la desobediencia, la avaricia, el orgullo, la amargura, la malicia y le dicen: Por favor, déjanos pasar. Pero qué bueno  sería si a lo malo dijéramos: ¡La puerta está cerrada!

Todos los cristianos necesitamos tener un corazón tierno, no duro, necesitamos guardar perlas preciosas en este cofre para enriquecer a los que necesitan ánimo, consuelo, amor, edificación, gracia y ayuda en todos los sentidos.

Mientras vivamos aquí en la tierra guardaremos muchas cosas que se quedaran aquí, pero si guardamos el corazón manará la vida por la eternidad.

¡Pidamos, y pidamos bien!

“No tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” Santiago 4:2-3

La manera de conseguir lo que queremos es pedírselo a Dios. En el mundo, la gente consigue lo que quiere por trampas, por peleas, por robar y matar. Hay luchas, guerras y combates para que los ambiciosos consigan lo que sus pasiones egoístas codician. Esta es la carnalidad descarada, en su peor estado: “Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís” (Santiago 4:2). Nuestro mundo está desgarrado con estos conflictos, nuestras iglesias también, ¡y también nuestros mismos cuerpos!  Nuestras pasiones nos impulsan y nos arrastran. Nos consumimos y nos destrozamos a nosotros mismos para alcanzar nuestros deseos carnales. Así actuamos tanto para conseguir promoción en el trabajo, ¡como un lugar en la iglesia!, una reputación, fama, dinero y éxito. El método está mal. La motivación está mal. ¡Y la meta también está mal!

No conseguimos un buen testimonio por medio del éxito, por subir más alto y conseguir el puesto más alto, sino por humillarnos y servir.

Para conseguir lo que queremos tenemos que pedir, pero ¡tenemos que desear lo bueno, con la motivación correcta! Queremos un coche lujoso para lucirlo. Mal. Lo correcto sería necesitar un coche adecuado por buenas razones y comprarlo con prudencia. Y esto con las cosas espirituales también. Quiero tener ministerio en la iglesia. Bien. ¿Para qué? Para hacer un nombre para mí misma. Mal. Quiero servir a otros. Bien. ¿Para qué? Para que me amen. Mal. Quiero tener amistades. Bien. ¿Para qué? Para que se ocupen de mí. Mal. Quiero un trabajo. ¿Para qué? Para ganar dinero. No. Para servir a Dios en él. Quiero ver a mis hijos convertidos. ¿Para qué? Para que todo el mundo vea que soy buena madre, para que mi vida valga la pena, para enseñar a otros cómo lo conseguí, para que mis hijos me aprecien y vean cuánto he hecho por ellos y todo lo que he sufrido por ellos. Mal. La motivación correcta es ¡para que tengan a Jesús!  ¿Por qué quiero que la gente se convierta? ¿Porque son malos y necesitan arrepentirse?  ¿Porque convivo con ellos y mi vida sería más fácil si fuesen convertidos? ¿Para mostrarles que yo tengo la razón? ¿Para que mi vida valga la pena? No. Estas motivaciones son egoístas. Es desear lo bueno con una motivación mala. Tengo que desear lo correcto con una motivación correcta, y entonces pedir.

Querido Señor Jesús te adoro, porque tú querías que nos salvásemos por los motivos correctos, no para que viésemos lo malos que somos, sino para que viésemos lo bueno que eres tú. Todo lo hiciste, no para tu propia gloria, sino para la gloria del Padre. Alabado seas.

Tiempos de refrigerio

Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer. Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerioHechos 3:18-19

Sin querer despreciar a otros idiomas, cuanto más conozco de nuestra lengua española, más me admiro de las palabras con su pronunciación, su etimología (origen de la palabra) y su significado, su correcto uso, la musicalidad de una frase bien hecha, las múltiples facetas que pueden tener, a la hora de expresar sentimientos: La belleza y suavidad de las palabras cariñosas: el amor, la ternura, la paz, el bien. Pero también las necesarias palabras que expresan rudeza, para dar un mayor énfasis a un sentimiento negativo. Por ejemplo, la palabra que escuchamos tan habitualmente en

los últimos años: La crisis. ¡CRISIS! Suena como si se tratara de un cristal roto.

La letra “R” suele poner ese punto de carácter en los vocablos del idioma castellano, como la palabra que compartiré hoy con vosotros: REFRIGERIO.

Yo, que llevo prácticamente toda la vida en la iglesia, conozco desde pequeño esta palabra, y siempre la he asociado a la típica comida comunitaria (habitualmente informal y ligera) tras el culto o actividad de turno.

Sin embargo, leyendo el pasaje bíblico que relata la sanación de un cojo en la puerta del templo, y el discurso posterior del apóstol Pedro, me ha llamado la atención el uso de esta palabra al referirse a un hecho muy esperanzador. Por ello, decidí acudir al diccionario de la Real Academia para conocer toda su dimensión:

Refrigerio. (Del lat. refrigerĭum). 3 acepciones:

1. Beneficio o alivio que se siente con lo fresco.

2. Alivio o consuelo en cualquier apuro, incomodidad o pena.

3. Corto alimento que se toma para reparar las fuerzas.

Viendo la primera acepción vemos que hablar de algo fresco a mediados de agosto nos hace, incluso sentirnos bien, como si nos hubiésemos empapado del agua de una ducha fresca al sol del mediodía, o nos hubiésemos saciado con una botella de agua recién sacada de la nevera. La tercera acepción la mencioné antes y la usamos habitualmente en el ambiente eclesial; pero la segunda acepción es especialmente reconfortante, es sin duda ese refrigerio al que hace referencia Lucas (el autor de Hechos) en el versículo 19, al final de la porción reproducida en la portada.

Volviendo a esa palabra de moda, que parece no gastarse nunca, y que incluso han llegado a vetar muchos de sus conversaciones: La crisis; da la sensación de que es opuesta al refrigerio: un tiempo de desconsuelo, de apuro, de pena, de tribulación.

Pero fijaos bien, que un refrigerio no anula el apuro, la incomodidad o la pena ¡Siguen estando ahí! Pero se trata de un alivio, un consuelo. De la misma manera que Cristo, el verdadero y único protagonista del discurso de Pedro en el pórtico de Salomón.

La conclusión y fin de todo esto es que el refrigerio, esa esperanza viva, ese frescor para nuestras almas dañadas por el pecado y la crisis, sólo puede provenir del Señor. El hombre cojo del templo probó de este refrigerio y su corazón fue transformado, y un tiempo antes fueron aquellos apóstoles, usados por Dios para obrar el milagro del levantamiento del lisiado, los que conocieron el frescor, el alimento, el alivio, el consuelo y el poder hecho hombre, en la persona de Jesucristo.

¿Conoces tú este refrigerio? Olvídate un momento de ti mismo, abandona tu pecado y tu miseria, no busques plata, ni oro, acércate hoy a Cristo, y conocerás a aquel cuyo poder está por encima de crisis y situaciones difíciles y otorga la esperanza que el ser humano necesita.

La liebre y la tortuga

“No que lo haya alcanzado ya o que ya haya llegado a ser perfecto si no que sigo adelante, a fin de poder alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús.” Filipenses 3:12-14

Se cuenta un fábula de que una liebre se jactaba de que era el animal más rápido del bosque. Cuando desafió a los demás a una carrera, sólo la tortuga se atrevió a probar. A la liebre le pareció injusto, pues ella ganaría fácilmente. Pero salieron de todas maneras y la tortuga pronto se quedó atrás. En el camino la liebre decidió que

tenía tiempo de echarse a la siesta, sin embargo, la tortuga siguió caminando. Cuando la liebre despertó no vio a la tortuga por ninguna parte y yéndose se dijo “Todavía no me ha alcanzado”, pero cuando llegó a la meta, la tortuga ya había llegado.

¡Cuánto nos parecemos nosotros a la liebre! Salimos muy rápido hacia la meta y nuestras vidas están llenas de paradas, y lo más triste es que muchos no se levantan nunca.

El apóstol Pablo estaba en medio del camino, por eso dice “Todavía no soy perfecto, pero sigo alcanzando la meta”. Cristo lo alcanzó en el camino de Damasco y tenía un propósito para él. Él tenía la seguridad de la salvación, pero también tenía sobre sus espaldas la responsabilidad de seguir corriendo como un buen atleta y cumplir el propósito de aquel que lo alcanzó.

Es interesante lo que dice: “Una cosa hago” ¿Qué cosa? “Olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante”. Él quiere dejar a un lado la parte que ya ha recorrido porque si lo hace se saldrá de la pista y fracasará. Digamos que olvidar lo que queda atrás no significa que perdamos la memoria, porque aunque queramos borrar malos recuerdos del pasado no podemos olvidar el pasado, quiere decir no vivirlo.

En nuestro pasado hemos tomado decisiones equivocadas, hemos tenido fracasos, hemos hecho muchas cosas que estaban mal y nos sentimos culpables, llenos de sentimientos dolorosos, nos hemos sentido decepcionados por alguien en quien teníamos puesta toda nuestra confianza.

Quizá hemos sufrido experiencias amargas de conflictos y divisiones dentro de la familia o dentro de la iglesia. Que perdimos el gozo y nos llenamos de desánimo de tal forma que no queremos fiarnos de nadie y es que tenemos heridas infectadas sin curar. Yo creo sinceramente que si no olvidamos aquello que nos produjo el dolor no podremos seguir adelante, pero no sólo eso, “olvidando lo que queda atrás” quiere decir que no nos gloriemos de nuestro pasado, si lo hacemos, dejaremos de seguir adelante.

Cuántas veces nos decimos a nosotros mismos: “¡Qué bueno fui! ¡Qué gran trabajo hice! ¡Como serví al Señor hace 20 años! ¡Como amaba yo y servía a otros! ¡Como estudié la Biblia! ¡Como oraba!” Pero si hoy no amo ¿Qué valor tiene si ayer amé? Si hoy no tengo paciencia ¿Qué valor tienen si en el pasado la tuve? Si yo no hago nada ahora y he dejado de correr ¿Qué valor tiene si en el pasado hice mucho? ¡Nada!

Sigamos mirando hacia adelante como la tortuga y llegaremos a la meta recibiendo el premio que nos dará nuestro Señor.

La sed insaciable

“El amor al dinero es la raíz de todos los males, el cual codiciando algunos se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores”1ª Timoteo 6:10

La Biblia no dice que el dinero es la raíz de todos los males, sino el amor a él.

El deseo de dinero tiende a convertirse en una sed insaciable. Había un proverbio latino que decía que la riqueza es como el agua del mar; lejos de colmar la sed, la intensifica cuanta más obtiene, más se quiere.

El deseo del dinero se basa en un deseo de seguridad pero no la puede comprar. Ni puede comprar la salud, ni el amor. El hombre, la mujer puede estar tan apegada al dinero que nunca podrá ser feliz, es más, puede perder la vida física y lo peor de todo, la vida eterna.

Hace mucho leí un artículo acerca de un banquero en la provincia de Lérida.

Resulta que este banquero guardaba el dinero en el sótano cuyos muros estaban forrados de dinero. Este banquero no bajaba todos los días al sótano, sino que se pasaban semanas y meses.

Un día tuvo que bajar a coger algo y tal fue su sorpresa que vió la llave puesta en la cerradura de la puerta.

El banquero temblando gritó: – ¡Me han arruinado, me han robado todo el dinero! – Rápidamente abrió la puerta y un horrible espectáculo se presentó ante sus ojos. Allí había un cadáver que todavía podía reconocer, se trataba de un antiguo empleado del banco, el cual antes de dejar su empleo se hizo un copia de la llave y a escondidas bajó al sótano para coger el dinero del banquero. Tuvo tal ansia al mirar el dinero a la luz de una linterna que llevaba en la mano que con precaución cerró la puerta y se puso a llenar las bolsas de joyas y de dinero. Rápidamente se dirigió a la puerta para huir pero ¡Qué horror, la puerta no la podía abrir! Se había olvidado de que la cerradura solo se podía abrir con la llave que había olvidado detrás de la puerta.

Por más que lo intentó no la pudo abrir; se consumió la luz de la linterna, y cada hora que pasaba ne la oscuridad debió parecerle un siglo de agonía. Día tras día seguro que ya no pensaba en el dinero, más bien estaría con el oído puesto para oír algunos pasos y que le abrieran la puerta, pero nada, el hambre y la sed se agregaron a sus tormentos.

La idea de morir lentamente debió de quitarle toda la vergüenza de pedir socorro, pero por más que gritara nadie le podía oír. ¡Qué situación morir lleno de dinero!

Esta historia aunque es dramática nos enseña lo que nuestro Señor nos enseñó ¿Qué aprovechará el hombre si ganare todo el mundo y perdiera su alma? Marcos 8:36

¿Qué ganaría el cristiano si codiciando las cosas materiales las consigue, si luego pierde las más importantes como la comunión con Dios, con la familia, con los hermanos y por último pierde la vida eterna?

¿Cosas o vida?

No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” Filipenses 4:11-13

Se cuenta que un poderoso banquero llegó al muelle de un pequeño pueblo costero, y allí se encontró a una pescador con su barca. Dentro del bote había algunos peces; el banquero observando dicha pesca inició una conversación con el desconocido pescador. “¿Cuánto tiempo ha invertido en esa pesca?

– No demasiado tiempo, unas pocas horas

– ¿Por qué no se queda más tiempo y así consigue más peces?

– Bueno, esto es más que suficiente para mis necesidades y las de mi familia.”

Sorprendido por la respuesta, le siguió preguntando al pescador. “

– ¿Y qué hace en el resto del tiempo?

– Juego con mis hijos, me echo la siesta con mi esposa, me tomo un vino con mis amigos y mi vida es tranquila y agradable.

– Eso esta muy bien, pero mira, yo soy banquero y creo que podría ayudarte. Si invirtieras un poco más de tiempo en la pesca conseguirás más peces y podrás comprarte un bote más grande y así podrías pescar más peces. Con los ingresos podrás comprarte más botes y así tener toda una flota de botes. Si en lugar de vender el pescado a una intermediario lo haces directamente, podrías salir de este pequeño pueblo, mudarte a la capital y expandir más tu empresa.

– ¿Cuánto se tardaría en conseguir todo eso?

– En el mejor de los casos unos 15 años, y en el peor, entre 20 y 25 años.

– ¿Y después qué?

– Esa es la mejor parte, venderías todas tus acciones y tu empresa, serías inmensamente rico ¡Millonario!

– ¿Y después qué?

– Te podrías retirar, mudarte a un pueblecito, pescar un poco, jugar con hijos, tomarte un vino con tus amigos y echarte la siesta con tu mujer

– Pero ¿Acaso no es eso lo que hago ahora?”  El banquero cabizbajo y triste se fue del lugar pensando en darle un giro a su propia vida.

Cuántas vidas se desperdician buscando inutilmente una felicidad a través de las cosas.

Nos decimos: Si yo tuviera esto o aquello sería feliz ¡Pero nos engañamos! Hace 40 años me acuerdo que no teníamos nada de lo que hoy tenemos, ni lavadora, ni frigorífico, ni televisión, ni cuarto de baño, ni colchón de látex, ni teléfono, ni calefacción, ni la comida que nos apetecía.

Recuerdo como si fuera ayer, a las mujeres lavando en el río y cantando. Recuerdo a los segadores, segando de sol a sol, cantando. Recuerdo cuando iba por los caminos y a lo lejos veía a un hombre arando con las mulas, e iba cantando. Todo lo contrario a nosotros, tenemos que escuchar la radio y “Operación Triunfo”, para que nos canten.

Hoy tenemos muchas cosas para vivir felices, pero somos más infelices que nunca. La verdad es que, para la mayoría de los seres humanos ¡Dios esta lejos! y al estar lejos la felicidad se busca a través de cosas pero no se halla. Y es que sin el Señor Jesucristo, podremos tener muchas cosas, pero no tendremos vida. Él dijo: Yo he venido para que tengáis vida, y para que la tengáis en abundancia”.

La sequedad del ambiente

Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas, para ver tu poder y tu gloria, así como te he mirado en el santuario. Porque mejor es tu misericordia que la vida; mis labios te alabarán.” Salmo 63:1-3

“Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.” Juan 4:13-14

Odio cuando estoy resfriado, los dichosos virus parecen que la toman conmigo cuando cambia el tiempo, y sobre todo, con mi nariz, provocando angustiosos y profundos taponamientos, que me obligan a respirar por la boca. Esto por las noches es especialmente dificultuoso, ya que me suele costar quedarme dormido, y cuando lo hago, me despierto a media noche con una espantosa sensación de sequedad en la boca que lleva a levantarme a buscar agua, para saciar mi sed, pero al cabo de un tiempo la sed regresa, pues sigo respirando por la boca, a menos que busque algún remedio eficaz y duradero.

Para la higiene de nuestra pequeña hija, usamos toallitas húmedas, que suelen conservarse en un recipiente de plástico, que puede cerrarse. Sabemos que si ese recipiente quedara abierto, la esencia de esas toallitas se evaporaría y se secarían. Sería mucho más incomodo usarlas, servirían para poco más que para ser desechadas.

El aire que está a nuestro alrededor, que invade nuestro espacio, ese aire necesario para la vida, porque aún tiene oxígeno, es paradójicamente, lo que nos está matando poco a poco. El aire oxida el organismo, o si no fijáos bien en la reacción de un plátano o una manzana cuando lleva un ratito sin su piel… eso mismo hace en nuestro propio cuerpo, y ese es el origen de nuestro envejecimiento. De ahí, que muchos productos se vendan como que tienen propiedades anti-oxidantes, lo que en teoría hacen es retrasar el envejecimiento y deterioro de los tejidos. Pero es inevitable el deteriorarse, el secarse… mientras estemos en este mundo será así, poco a poco, nuestra decadencia va unida al ambiente en el que estamos inmersos.

Así ocurre con nuestra vida espiritual, la cual necesita de la humedad y frescura del agua viva que sólo proviene de Cristo, pero ¿Qué seca nuestro ser? Principalmente nuestro ambiente, nuestro entorno, el aire que respira este mundo es el aire viciado e impuro de los afanes, los problemas, los pleitos y contiendas, las preocupaciones, los malos deseos, el materialismo, el vicio, las viejas costumbres pecaminosas, las nuevas filosofías humanistas, que nos secan separándonos de Dios, apartándolo, reduciéndolo en nuestras mentes, proclamando que el hombre se vale por sí mismo y su inteligencia basta para nuestra satisfacción y plenitud vital. Ese el aire que respiran nuestros niños y jóvenes en las aulas, eso es lo que respiramos en nuestros centros de trabajo, por la calle, con toda la publicidad asaltándonos con modelos “ideales” de vida, tratando de moldearnos al parecer de una sociedad decadente, dictándonos como debemos de comer, de vestir, qué medidas corporales tener, o qué artefacto tecnológico tener para estar a la última y ser más moderno y más aceptado en nuestra sociedad. Pero eso nos sigue secando.

¿Habéis probado alguna vez a echar unas pocas de agua encima de un coche que ha estado expuesto todo el mediodía al sol de verano? Nada más tocar la chapa se evaporan al instante, si alguna gota sobrevive será por unos segundos, rápidamente desaparece y la chapa seguirá tan seca y caliente como antes, o incluso más, porque ese poquitín de agua ha sufrido una ebullición rápida. Así es la satisfacción que nos producen los placeres de este mundo, un poco de agua para mojar nuestra alma, que en seguida se va y nuestra espantosa sequedad sigue, y va en aumento. Es por eso que debemos de hacer caso al rey David, que en algunos de sus salmos hace mención al agua, y a la sed de su alma, una sed que sólo puede satisfacer con creces, su descendiente, nuestro Señor Jesucristo. Él mismo ha declarado ser una fuente inagotable de agua, de tal manera que nuestra sed será satisfecha definitivamente, y aún más, que hará de nosotros fuentes de agua, para que otros, necesitados como lo solíamos estar nosotros, también puedan beber. Sobre todo ahora, que en estos tiempos, el mundo sigue secando el ambiente cada vez más, es nuestra necesidad, responsabilidad y placer, el acudir constantemente a la fuente inagotable de agua viva que es Jesús ¡Refréscate en este verano con su amor, sus palabras y su misericordia!

Manteniendo la unidad

Os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad, y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” Efesios 4:1-3

La unidad no es algo que nosotros forjamos, sino obra de Dios; nuestra responsabilidad es mantenerla, y estos versículos hablan muy elocuentemente de cómo se mantiene y de la base de nuestra unidad. Hay cinco cualidades nuestras que contribuyen a la unidad: la humildad, la mansedumbre, la paciencia, el amor y la paz. La humildad es una característica de Dios mismo. Él es el alto y sublime quien mora con los humildes; ama a los humildes, pero resiste a los soberbios. Jesús nos mandó a aprender a ser manso como él es manso. Necesitamos aprender a cargar con nuestros hermanos, tener paciencia con ellos, y soportarlos. El amor cubre una multitud de pecados y nos ayuda a soportar al hermano. Hemos de vivir en paz los unos con los otros, pues la paz es el vínculo que nos mantiene unidos.

Todas estas cualidades son fruto del Espíritu Santo. Somos un solo cuerpo, pues, “Así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros” (Romanos 12:5). Lo que pasa a mi hermano es como si me sucediese a mí.

La base de nuestra unidad es lo que tenemos en común. En los versículos siguientes tenemos una lista de siete cosas que nos unen:

Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como Dios los ha llamado a una sola esperanza. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos.

Somos un solo cuerpo (v. 4)

Compartimos un mismo Espíritu (4), el Espíritu Santo. Él da vida al cuerpo. “Por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo” (1 Cor. 12:13). El que descendió en el día de Pentecostés es el que mora en cada creyente.

Todos tenemos la misma esperanza (v. 4), la de la gloriosa venida de Cristo y la herencia que nos es guardado en los cielos.

Todos tenemos el mismo Señor (v. 5), quien es Cristo, la cabeza del cuerpo quien nos compró con su sangre, pagando el mismo precio por cada uno de nosotros.

Profesamos una sola fe (v. 5), un conjunto de doctrinas que creemos todos. Todos hemos sido bautizados (v. 5) expresando nuestra identificación con Cristo por medio del bautismo.

Todos compartimos el mismo Padre, “un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (v. 6).

“Completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa” (Fil. 2:2). Con todo esto en cuenta, concluimos que hemos de trabajar como un solo hombre, unidos en una sola empresa, la de anunciar el evangelio, sabiendo que nuestro trabajo en el Señor no es en vano.  Esto es lo que aporta bendición.

M. B.