“¿Por qué se amotinan las gentes, y los puebles piensan cosas vanas? Se levantan los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su Ungido: diciendo: Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus cuerdas” Salmo 2:1-3
¿Una vez te has preguntado por qué Dios no está deprimido al ver como el mundo se ha levantado en rebeldía contra Él? Tiene sobrados motivos para estarlo. La apostasía de Israel en tiempos del Antiguo Testamento, lo que hicieron con su Hijo Jesús cuando le envió al mundo, el estado moribundo de la iglesia en muchos lugares y la persecución de su pueblo en otros. Dios tiene emociones. ¿Cuáles son estas frente al panorama que ve cuando contempla el mundo desde el cielo? El Salmo 2 contesta a esta pregunta.
El Salmo empieza con las naciones, que conspiran contra Dios para librarse de su gobierno. No quieren obedecer sus leyes y no quieren que su Mesías reine sobre ellas. No quieren ninguna de sus restricciones. Ven su Ley como una ligadura y sus mandamientos como ataduras que no les dejen en libertad para hacer lo que les parece. Luego, cuando envía a su Rey al mundo, le quiten de en medio crucificándolo. Los apóstoles vieron los eventos de la muerte de Cristo como cumplimiento de este salmo: “¿Por qué se amotinan las gentes?…” Hechos 4:25-26 es una cita directa de este salmo, y lo citan en medio de una oración muy aleccionadora: “Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera” (Hechos 4:26-27). Aquí esta el motivo por el cual Dios no está desesperado. Todo el mundo se ha unido contra Él y contra su Cristo para librarse de su gobierno, y matan a su Hijo pensando que lo han logrado, ¡y lo único que han hecho es llevar a cabo la voluntad de Dios! Esta es la mayor frustración del enemigo: todo lo suyo sirve para realizar los propósitos de Dios. Dios lo tuvo en cuenta cuando planeó las cosas, y lo incluyó en sus planes. Todo lo que no contribuye a los planes de Dios, Dios no lo permite. Matan a su Rey, y Dios lo usa para nuestra salvación. Lo resucita para que al final reine, tal como lo había determinado desde el principio.
¡La maquinación del enemigo es tan impotente que Dios se ríe!: “El que mora en los cielos se reirá; y el Señor se burlará de ellos” (Salmo 2:4). No se ríe porque han matado a su Hijo, sino porque no logran sus fines malvados, porque es ridículo luchar contra Dios. Es de risa: la hormiga contra el elefante. Dios se ríe, pero luego se enfurece: “Luego hablará a ellos en su furor” (v. 5); “pero yo he puesto a mi Rey sobre Sión, mi santo monte” (v. 6). Dios ha determinado que su Hijo va a reinar, y Él reinará, y ya está. Lo que Dios decide es lo que prevalecerá por encima de todo lo que hagan el enemigo y las fuerzas unidas del mundo para impedirlo. Así que a los reyes de este mundo es de su interés admitir amonestación y servir a Dios con temor (v. 10-11) si no quieren ser consumidos con su ira (v. 12). Para nosotros que somos creyentes, este salmo nos recuerda que, un día, Dios pondrá a su Rey sobre su santo monte y Él reinará, y esto a pesar de toda la organizada rebeldía que vemos ahora contra su gobierno en este mundo. Dios hará lo que ha dicho, y punto.