Primavera en Mariupol

“Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial.”

2ª Corintios 5:1-2
Campo de girasoles en Ucrania

De todas las ciudades ucranianas que están siendo asoladas por las tropas rusas, posiblemente, la ciudad costera de Mariupol es una de las más afectadas, por lo menos, por todo aquello que recibimos de los medios de comunicación.

Las imágenes de esta ciudad son desgarradoras y podemos resumirlas en la visión de una ciudad fantasma, con edificios semiderruidos, calles vacías y ruinas por doquier. Pero eso no es lo que quiero mostrar hoy. El morbo prefiero dejarlo para otros. La foto que acompaña a este texto es, en efecto, un sencillo campo de girasoles de Ucrania bañado por el sol. Uno de esos campos que tanto abundan por esta fértil y rica tierra.

Aún a pesar de la guerra, esta tierra no ha dejado de ser rica y fértil, y esa es una de las esencias de este país, como lo son sus gentes, las cuales sufren y luchan con pocos recursos pero con mucha valentía para mantener libre a su país.

Como ya dije, al igual que con la foto, no quiero hablar más de guerra y sufrimiento, como nos tiene acostumbrada la televisión, sino de esperanza, de ahí, que el título de este artículo haga referencia a una primavera que, de la misma manera que llega (y ha llegado) a esta parte del mundo, y con ella, la promesa de tiempos de siembra y posterior cosecha, sabemos que llegará a Ucrania y a sus gentes. 

De eso trata la fe y la esperanza. Esperanza en algo que aún no vemos, pero que tenemos certeza de que llegará. Llegará el buen tiempo, llegarán las cosechas, llegará la fertilidad, llegará la paz. Está cada vez más cerca. No me lo invento, no es un acto de ingenuidad o de optimismo propio de predicadores o motivadores de baratillo. Lo sé porque así lo prometió el Señor y lo que Él promete lo cumple. ¿Cómo? ¿Qué Dios promete la paz para Ucrania?

Sí, pero no sólo para Ucrania, Rusia, Estados Unidos, China, Europa, etc.. y no como pensáis. La paz que promete y la esperanza en algo que llegará no está basada en circunstancias en nuestro mundo caído.

Hay cientos de pasajes bíblicos que hablan de esperanza. Si me apurais ¡La Biblia entera es un libro que habla sobre la esperanza! Pero escogí una porción escrita por el apóstol Pablo que siempre me ha llamado la atención. 

Se trata de Pablo, hablando de sí mismo, viéndose completamente vulnerable después de tantas penalidades que ha pasado en su ministerio. Compara su vida en este mundo, y de su cuerpo a un tabernáculo (tienda de campaña) que se deteriora y se va deshaciendo.

Recordemos que Pablo, era un montador de tiendas profesional, y sabía que éstas, especialmente en aquella época, eran frágiles y daban un servicio limitado y temporal. Así veía su vida, y la nuestra también.

Por el contrario, la vida que promete Dios, en la que veremos una nueva primavera como un nuevo tiempo de plenitud y gran disfrute, es comparable a un edificio construido de manera perfecta y sólida porque ni siquiera lo ha hecho ningún ser humano falible, sino que está preparada por nuestro infalible Dios. 

Lo que padecemos y “gemimos” (usando las palabras de Pablo), ya sea en la lejana Mariupol o los dramas personales o familiares que podamos tener aquí mismo es porque sabemos que este mundo no es nuestro hogar definitivo, que aquí, aunque podamos tener destellos de alegría, sufriremos y siempre nos faltará un “algo” que nada de este mundo nos puede llenar. 

Sólo Dios, y sólo la fe en Jesucristo nos puede llenar, no sólo de gozo y plenitud, sino también de esperanza, aún en medio de los conflictos de este mundo, y también esta esperanza es en un mundo nuevo prometido que sabemos con certeza, que se hará realidad.

Santi Hernán

Sois la luz del mundo

“Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”

Jesús en Mateo 5:14-16
Vela, candela, luz, manos

El pasaje de este mes es uno muy recurrente para cuando se habla de evangelización. Es habitual escucharlo a la hora de emprender campañas evangelísticas. 

Pero estas palabras del Sermón del Monte, que pronunció nuestro Señor Jesucristo, van mucho más allá de campañas o esfuerzos evangelísticos puntuales. De hecho, va más allá del mero hecho de evangelizar o gritar a los cuatro vientos que somos cristianos y que sólo en Jesús encontramos salvación.

En este pasaje, Jesús habla de ser sal y ser luz. Cada elemento metafórico tiene su significado, y por el escaso espacio que tengo no voy a entrar en todos los posibles significados que puedan tener ambas cosas, pero sí me voy a centrar en la parte de ser “luz”.

¿Qué significa ser “luz”? ¿Alumbrar para ver una nueva realidad sobre nosotros mismos? ¿Alumbrar para ser guiados y guiar? ¿Alumbrar para contemplar algo que deberíamos ver todos? La respuesta corta es sí a todo, pero también yo lo veo de una manera muy sencilla y es disipar, aunque sea de manera modesta, la oscuridad.

Pensando en la situación actual de guerra en Ucrania y viendo algunas imágenes que echan por las noticias, me viene a la mente que la guerra es uno de los mayores ejemplos de lo oscura que está la humanidad, aunque además de esta guerra podría poner muchísimos ejemplos acerca de tinieblas que no tienen porqué estar tan lejos (geográficamente) de nosotros. La oscuridad nos rodea y nos envuelve. Está por todas partes. La decadencia moral de occidente es una buena prueba de ello, pero también pienso en la oscuridad que está presente en la hipocresía de aquellos que creyéndose justos, sus hechos demuestran lo contrario o sencillamente no terminan de ser “luz” porque, ensimismados se empeñan en esconderla dentro de un cajón.

Sí, con esto último me refiero a la iglesia, pero a mí no me gusta generalizar y no quiero señalar a toda la iglesia de Cristo en el mundo, ni siquiera a la iglesia en España, y tampoco a nuestras iglesias locales. Yo prefiero apuntar a corazones individuales de dentro de la iglesia, porque Jesús ya cuida de su pueblo en general y el Espíritu Santo lo está impulsando en diferentes formas alrededor del mundo.

¿Acaso estoy diciendo que hay gente que no evangeliza? No, sino más bien, que no está siendo la luz necesaria en medio de esta oscuridad. ¿Qué necesita ver el mundo que su oscuridad se lo impide? Necesita ver a Jesús. Ver sus manos y sus pies horadados, yendo, dando, alimentando y sanando.

Necesita ser sus oídos porque el mundo está clamando y se está quejando de dolor.

Necesita ser su boca que, no sólo pronuncie palabras de sabiduría y consuelo, palabras de vida eterna (aquí entra el evangelismo) y dando esperanza, sino también, ¿por qué no?, dando un beso sincero y amistoso a quién lo necesita.

No quiero menospreciar las campañas de evangelización que sé que tienen su lugar, pero la ayuda que, por ejemplo, una iglesia como nuestra hermana Valdetorres está dando a la familia Balboa, ha provocado más fruto en crecimiento y en mover a todo un pueblo por una causa común y en el hecho de que la iglesia se vea y (en definitiva) sea luz, que mil campañas con reparto de tratados y escenarios en el centro del pueblo. Pensemos en ello.

En definitiva, el mundo necesita que luces, pequeñas en la mayoría de los casos, que somos nosotros, alumbren porque el mundo está en guerra, bélica en el caso de Ucrania (y no olvidemos Siria, Yemen, etc) pero también en millones de batallas y guerras en los corazones de aquellos que nos rodean.

¿Estamos ayudando? ¿Estamos siendo luz en medio de la oscuridad?

Santi Hernán

Procurando la paz

“Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación.”

Romanos 14:19

Pensábamos que, tras abandonar el siglo XX íbamos a dejar atrás un tiempo de políticas convulsas y de guerras mundiales, pero nos hemos dado cuenta de que lamentablemente el siglo XXI nos ha traído más de lo mismo, y el último capítulo es el de la guerra en Ucrania.

No voy a analizar el porqué de este conflicto porque es una historia muy compleja y viene de muchos años atrás de encuentros y desencuentros entre Rusia y Ucrania. 

Tampoco voy a entrar en el típico alegato por la paz. Y creo que como cristiano se debe dar por supuesto, que deseamos la paz en Ucrania, en Rusia y en cualquier parte del mundo y debemos orar por ella.

Tampoco quiero hablar de este conflicto en términos escatológicos (de los últimos tiempos) porque demasiadas guerras nos dan una pista que, efectivamente, estamos en esos tiempos y que Cristo viene pronto, pero no sabemos cuando y la humanidad lleva toda la historia en guerra.

Pensando en dedicar el artículo de este boletín a este trágico suceso que, tristemente no ha hecho más que empezar, y buscando pasajes bíblicos sobre el fomento de la paz, encontré este tan interesante que tenemos en la cabecera, que nos afecta de lleno a la vida y convivencia en la iglesia.

Empiezo comentando que este pasaje (Romanos 14), en líneas generales, lo que explica, a través de las palabras del apóstol Pablo es prevenir sobre los posibles conflictos que puedan surgir en el seno de la iglesia, por razones tan aparentemente banales, como las preferencias culinarias. 

Este asunto parece trivial, pero no tanto, si observamos el contexto cultural en el que se movía esta iglesia, ya que buena parte de la carne que consumían estos creyentes (de las escasas veces que podían comer carne), procedía de sacrificios realizados a ídolos. Algunos ya se habían liberado de este estigma, pero otros no, y los segundos tendían a juzgar a los primeros. Lo que hace Pablo a continuación es todo un alegato a no incurrir en juzgar (o prejuzgar) al hermano y concluye en esforzarse en promover la paz y la edificación.

¿Qué tiene que ver esto con la guerra en Ucrania? Pues como en todo conflicto político, hay un gran componente de ideología, y aquí, todos sabemos (o deberíamos saber) que en una iglesia hay casi todo tipo de sensibilidades. No digo que haya algunos que apoyen la guerra sino que por sus ideas pueden llevarle a “señalar buenos o malos”, según su conveniencia ideológica, y esto puede provocar otro conflicto al que sí apelo a evitar en el seno de la iglesia.

Este tipo de conflictos no sólo se pueden originar por las comidas o la política. A veces pueden venir por detalles en las formas de adorar, en aspectos doctrinales secundarios o (y esto sí que puede ser grave) en opiniones acerca de actitudes o formas de las personas que visitan o se congregan en la iglesia.

De la misma manera que es difícil conocer los detalles y las razones por las que los países se atacan, también es difícil conocer los porqués de los comportamientos individuales o las preferencias de las personas con las que compartimos iglesia. 

Procuremos, pues, la paz entre nosotros mismos sin dejar de orar por la paz mundial.

Santi Hernán

La vida sigue adelante

caminando por las vias

“Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.” 

Colosenses 3:1-2

Han pasado ya dos semanas desde que nos dejó, pero seguimos consternados por la partida de nuestra amada hermana Encarna.

Ella ha dejado una huella imborrable en nuestros corazones, en forma de un ejemplo de fe inquebrantable, mucho más fuerte que su delicado corazón, el cual se fatigó tras muchos años de dolencias, pero también de lucha incansable en oración y esperanza.

Y de esta última virtud es de lo que vamos a hablar ahora, porque aún a pesar de su fallecimiento, la vida sigue adelante para Encarna, y sigue adelante para nosotros.

Sigue adelante para nosotros porque seguimos aquí, luchando, también en oración y fe, buscando las cosas de arriba tal y como Pablo instó a los de la iglesia de Colosas (ver pasaje de arriba). 

Este mes, y todos los meses de febrero (intentemos que sea así), no estaría mal recordar que cumplimos años. Así es, un 19 de febrero de 1977 se celebró el culto de inauguración del, por entonces, punto de misión de Alcobendas, que se convertiría en nuestra iglesia en Sanse, años más tarde. Nuestro arduo trabajo en oración y fe comenzó ahí, y podemos celebrarlo porque la vida de nuestra iglesia sigue, y este año ya contamos con 45 años de testimonio.

La vida sigue adelante para nuestra iglesia también porque dentro del trabajo en fe que realizamos, comienza una nueva etapa para nuestro Consejo, con nuevos ministerios y caras nuevas, y también con un proyecto ilusionante, siempre mirando a las cosas de arriba, a lo eterno.

La vida sigue adelante para Valdetorres que cuenta con el enorme gozo de poder empezar a trabajar también en el bonito pueblo de Torrelaguna. Y también sigue para los hermanos de Bellas Vistas “El Vínculo” que, quedaron un poco más sólos tras la marcha de la querida familia de Victor y Linda Herrera y los niños, de regreso a su tierra, pero El Vínculo sigue trabajando incansablemente, con buenas perspectivas de consolidación y crecimiento. 

Y, por supuesto, tal y como dije cinco párrafos atrás, la vida sigue para Encarna. Por supuesto no aquí, con nosotros, pero su vida ahora, y tras un “cerrar y abrir” de ojos, es completamente nueva y completa, feliz por no padecer las circunstancias que tenía en este mundo y, sobre todo, por pasarla junto a su Señor y Salvador, en cuya mirada ha estado puesto mientras batallaba aquí, y porque ahora estará ahí, en el cielo, en una vida que sigue y seguirá adelante por siempre.

El ídolo del Año Nuevo

celebrando el año nuevo

“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron.”

Apocalipsis 21:1

Ha llegado un nuevo año: 2022. A algunos, cuando miramos esta cifra, nos parece que ya hubiese llegado el futuro que puede verse en algunas películas de ciencia ficción. Otros, sin embargo, se mirarán a sí mismos pensando cuántos años han experimentado ya, y los pocos que quedan en comparación con todos los vividos.

Recuerdo aún la Nochevieja del 2020 al 2021. Por algún “extraño” motivo, muchas personas estaban esperanzadas y se hacían la falsa idea en su mente de que todo cambiaría cuando el reloj diese las 00:00; especialmente que el coronavirus dejaría de existir. La experiencia nos ha mostrado una vez más que estábamos equivocados.

Estos días se llenan de deseos nobles para un feliz y próspero año. Algunos solamente repiten estas palabras como un cliché más; otros, con un corazón más sencillo lo anhelan de verdad tanto para sí mismos como para los demás. Pero lo cierto es que, aunque no nos guste reconocerlo, hay siempre en lo más profundo de nuestro corazón esa creencia de que el próximo año será mejor y más bonito, más próspero y más feliz. Dicho de otro modo, ponemos la mayor carga de nuestras esperanzas en ello – que en definitiva es lo que define a un ídolo –, y sin darnos cuenta, tenemos ante nuestros ojos un nuevo ‘becerro de oro’, solo que con otro nombre y apariencia; en este caso con nombre de ‘Año Nuevo’ y apariencia de ilusiones de felicidad y prosperidad.

Dios no está en contra de la felicidad ni de la prosperidad; las Escrituras dan testimonio de ello. De lo que está en contra es de que pongamos nuestra esperanza y confianza en personas o cosas que creemos que nos podrán dar todo esto fuera de Él. También está en contra de que definamos en nuestros términos la felicidad y la prosperidad y pensemos que esta es su voluntad para nosotros siempre (al menos en esta tierra, aquí y ahora). El texto que encabeza el boletín nos da una clara idea de esto. Todos los anhelos que tenemos de una plena felicidad y satisfacción, de no sentir más tristeza, frustración ni dolor, no se encuentran en este nuevo año ni en ningún otro en este mundo, sino más bien en aquellos – si se me permite llamarlo así – Años Eternos, los siglos de los siglos que Dios nos ha prometido a quienes amamos al Señor Jesucristo.

Uno de los teólogos españoles que tuvimos hasta el año 2014 con nosotros, José Grau, entendía que la Biblia no era pesimista ni optimista, sino realista. Y este es el sentido de estas palabras que hoy escribo. Podemos pensar muy bien del nuevo año o muy mal; creer que será mejor que el anterior o peor, pero lo cierto es que ninguna de estas dos vías es la correcta. El realismo de la Biblia nos muestra que los años que tenemos en este mundo, como decía el patriarca Jacob son “pocos y malos” (y eso que vivió 147 años). Alguno diría que estas son palabras pesimistas, pero si así lo cree, que mire alrededor. En comparación con la eternidad para la que fuimos creados, todos los años de nuestra vida son pocos. En relación a la vida de placer a la diestra de Dios que Él diseñó, esta vida es un dolor con algunos momentos felices.

Nuestra esperanza está en el cielo nuevo y tierra nueva que Juan vio y los profetas anunciaron. Entonces las cosas de aquí pasarán dando lugar a un nuevo tiempo que aún no hemos conocido ni visto. ¿Quién podrá verlo con sus ojos?

Aquellos que, arrepentidos de sus pecados, pongan en Jesucristo su confianza para ser salvos y recibir la vida eterna.

Pr. Jesús Fraidíaz

Una luz en plena noche

“El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos.”

Isaías 9:2

Posiblemente uno de los mejores pasajes de la Biblia que podríamos considerar “navideños” se escribió unos 500 años antes del nacimiento de Jesús. Isaías fue el que más profecías pronunció acerca de la llegada y ministerio de nuestro salvador, pero, por supuesto, entendiendo también el contexto histórico y cultural en el que hablaba.

Una de las profecías de Isaías más populares (y “navideñas”) es Isaías 9:6, ya sabéis “Porque un niño nos es nacido…”, si aún no lo conoces te animo a leerlo. Es un pasaje tan hermoso, tan potente y esperanzador que no podemos dejar de recordarlo año tras año, estemos en tiempo de navidad o no.

Sin embargo, el contexto para los primeros lectores y oidores de estas palabras era aterrador: Gran parte de Israel (principalmente el norte) iba a ser desolada y oprimida por las fuerzas enemigas del imperio asirio.

Pero en medio de esto, el profeta habla acerca de una esperanza y una alegría para todo el pueblo. Una liberación de la opresión del yugo invasor, y lo ilustra como una luz en medio de un lugar en tinieblas. Esa luz se iba a manifestar en la forma de un niño que nace.

Si atendemos a los calificativos que el profeta da a este recién nacido (Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz), no ha existido nadie en la historia que pudiera calificarse de esta manera más que Jesús.

Sólo Jesús es el único que encaja en esa descripción, y sólo Él es nuestra esperanza. Él es el Dios Fuerte que esperábamos y que llegó, no descendiendo del cielo como un guerrero armado sino como un frágil y tierno niño recién nacido.

Volviendo a la actualidad. ¿Qué vemos? Un mundo caído, asolado y oprimido, pero no por el yugo de gobiernos, estados o si quiera multinacionales, sino por un enemigo más poderoso aún, uno que les gobierna a todos y ese es el pecado (si me apuras, Satanás, pero principalmente el pecado que reina en los corazones de la inmensa mayoría). Y por eso, mientras estemos en este mundo lo que veremos será sufrimiento, desilusiones, decepciones, maldad, egoísmo y malas noticias. Una creación que sufre y gime (mirad lo que ocurre en La Palma) y situaciones que se nos van de las manos (llevamos ya demasiado tiempo con el virus). Es como vivir en una noche que no parece acabar y ya estamos deseando ver la luz del sol.

Mientras tanto, una luz, como la de la estrella que se vio sobre Belén, es la que (al igual que a los magos de oriente) marca el camino a poder ver esa luz en plena noche que resplandece sobre todas las cosas, la luz que desprende ese niño. Esa luz que parecía apagarse en el Calvario tres décadas después, pero que brilló con gran fuerza apenas tres días después es la que nos llevará definitivamente a ver la luz de un nuevo día, en un nuevo mundo que esperamos aquellos que sí hemos apreciado y aceptado la luz de nuestro Señor. Eso es lo que celebramos en Navidad. ¡Feliz Navidad y feliz 2022!

Santi Hernán

Evangelizar como forma de vida

“Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio.”

Hechos 8:4

Este versículo de Hechos suena maravillosamente bien; es precioso, de hecho. ¿Pero recuerdas su contexto? Esteban acababa de ser apedreado y Saulo era el cabecilla de una persecución que ese mismo día se levantó contra la Iglesia, de tal manera que todos, excepto los apóstoles, fueron esparcidos por distintas zonas de Judea y Samaria. Vamos, que podríamos hacernos una idea (salvando las distancias), si dijéramos que de repente en nuestra iglesia todos tuviésemos que marcharnos a pueblos vecinos y solo quedaran los pastores. Muy alentador no suena.

Lo más interesante de todo esto era que los que habían sido esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio; algunos por aquí, otros por allá. Ese día la actividad evangelística de la iglesia fue una persecución… eso sí, forzada. Aunque pensándolo bien, no era tanto lo que nosotros solemos llamar como actividad evangelística. Que conste que no estoy en contra, aunque no hace falta ser muy listo para darse cuenta que no es el estilo favorito para mí (nuestro punto de misión ‘El Vínculo’ es un ejemplo). Pero lejos de abrir un debate sobre si hay una forma mejor o peor, mi intención es apuntar a que estos hombres y mujeres que fueron esparcidos anunciaban el evangelio como una forma de vida. Sí, tanto es así, que en medio de una “mudanza” obligada, ellos hablaban naturalmente de la Buena Noticia del Señor Jesucristo.

Uno podría decir que su estrategia no era muy buena, quiero decir, estaban siendo perseguidos por creer en el evangelio y, ni cortos ni perezosos, están anunciando a otros que creyeran en algo que haría que corriesen probablemente la misma suerte. Pero para ellos era algo tan anclado a su vida, lejos de esa visión que solemos tener de uno u otro ‘evento evangelístico’, que cualquier momento era propicio. Cuando hablamos de evangelizar como forma de vida no queremos decir que seamos necios, metiendo en las conversaciones con calzador algo que otros no estarán dispuestos a escuchar. Más bien se trata de saber encontrar puntos en común, nexos, lazos, vínculos, que nos permitan tocar uno u otro tema en el que al final, de modo natural, podamos anunciar el evangelio. Y créeme, a veces una sola hora basta para saber lo que es importante para una persona y a qué dios adora, aunque no sea en forma de estatuilla de bronce.

Cuento como testimonio la experiencia que tuve el otro día. Un amigo mío, llamado Héctor, es una persona que ha llegado a una altura de su vida en que se plantea asuntos profundos. En sus propias palabras se considera un estoico. Hace unas semanas estuve con él y otro amigo, y en medio de una conversación profunda, el Señor me dio lucidez y le dije: “Oye, ya que te interesa tanto leer y crees que existe un Ser Superior, ¿te importaría leer los documentos que hablan de Jesús si te los consigo?”. Le dije que me refería a los evangelios, no le engañé. Para mi sorpresa dijo que sí. Yo le insistí para hacerlo más atractivo y le propuse que me lo comentara según lo leyera, ya que me interesaba saber qué opinaba cuando lo hiciera. Pero justo cuando iba a marcharme, tuve otro momento de lucidez y le dije: “Oye, ¿y por qué no quedamos juntos para leer el evangelio y lo comentamos?”. La segunda respuesta asombrosa que obtuve de él fue que sí. Nosotros somos extranjeros y peregrinos, esparcidos en este mundo hasta llegar al Cielo, así que mientras tanto, ¿por qué no anunciamos el evangelio como forma de vida y nos alejamos de ese intento por acallar nuestras conciencias de limitarnos a unos cuantos eventos evangelísticos a lo largo del año? Los eventos están bien, pero que anunciemos con palabras el evangelio en nuestra vida diaria es el método que Dios ha elegido para salvar a otros. ¡Que Dios nos ayude!

Pr. Jesús Fraidíaz

Sana nuestra tierra

“Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.”

2 Crónicas 7:14 (RV60)

Seguro que no es la primera vez que lees el versículo que preside el boletín de este mes.

Es uno de esos versículos que se han usado tanto, pero a la vez tan mal.

Una lectura detenida de este pasaje en su contexto nos viene a hablar de una situación concreta que afectaba al pueblo de Israel, en un momento histórico concreto.  

Este momento no era el de más decadencia, ni el más crítico ¡Todo lo contrario! Recién se había inaugurado la obra arquitectónica religiosa más importante de toda la historia de Israel. Tras siglos en los que la presencia del único Dios verdadero era “revelada” y adorada en una tienda (tabernáculo) de reunión, ahora se le había construido un templo, a la altura de los grandes templos paganos de las naciones de alrededor. Y para colmo Israel había alcanzado la máxima extensión que había tenido nunca. Su ejército estaba bien equipado y organizado. La economía del país era próspera. Su rey Salomón, parecía el más digno sucesor del gran rey David, uno de los hombres más sabios de la historia antigua y se había labrado una reputación a nivel internacional, que le proporcionó una gran riqueza. El pueblo hebreo atravesaba un momento dulce. Y, sin embargo, solemos usar este pasaje en tiempos de decadencia.

Entonces, me vienen a la mente dos preguntas ¿Por qué Dios dio esta condición de humillarse del pasaje indicado en un momento como este con el propósito de sanar la tierra? Y ¿Por qué solemos usar este versículo cuando pensamos que nuestra tierra está enferma?

Ambas preguntas me llevan a responder con otra pregunta ¿Acaso la Israel de Salomón estaba verdaderamente sana?

Realmente no, y eso se vería en los años posteriores, cuando la sabiduría de Salomón dio paso a la insensatez del disfrute de las influencias extranjeras y las latentes divisiones internas, que llevarían a fragmentar un reino, que a la larga acabaría siendo sometido y luego destruido.

El problema es que confundimos la prosperidad material y terrenal con las bendiciones del Señor demasiado a menudo.

Dios, sin embargo, tiene una visión de nuestra vida más amplia, y a la vez, más profunda. Y es que, no importa lo alto o grande que levantemos nuestro templo a Dios, no importa lo bien que nos vaya en lo material o en nuestra carrera profesional o en cualquier otro ámbito terrenal. Si nuestra vida no está humillada (en oración) ante Dios, no seremos espiritualmente sanos.

“Sana nuestra tierra” es el lema y título de la 69ª Convención UEBE, basado precisamente en el pasaje que hemos comentado hoy, y que se celebrará, Dios mediante, del 22 al 24 de octubre en Gandía. Nos llama a tomar conciencia como pueblo bautista en España, de nuestra realidad y salud espiritual.

No importa si en poco tiempo conseguimos (por fin) vencer a la covid19, con la vacunación o las medidas sanitarias, o no importa si conseguimos recuperar nuestra economía, si la salud más importante, puesto que es la que perdura eternamente, que es la espiritual, está en mal estado. Su sanidad sólo se consigue de rodillas ante Dios, evaluando con sinceridad nuestra vida y rindiendo cada acto que acometemos ante Él. Esto lo debemos de hacer a nivel individual, pero también como iglesias, para que así sea sanada nuestra tierra. ¡Señor, sánanos a cada uno de nosotros! ¡Sana nuestras iglesias! ¡Sana nuestra tierra!

Santi Hernán

¿Nada me faltará?

“Jehová es mi pastor; nada me faltará”

Salmo 23:1
ovejas, rebaño, cuidado pastor, provisión

El texto que encabeza este boletín es uno de los más conocidos junto con el Padre Nuestro y muchos otros que, en ocasiones, leemos de corrido sin pararnos demasiado porque ya nos los sabemos de memoria. Son bonitos, decimos, pero no nos detenemos un poco más para descubrir cada cara del diamante que tenemos delante de nuestros ojos.

En una ocasión, cuando estaba meditando en esta porción de la Escritura, no pude evitar fijarme en esas tres palabras en español de la segunda parte del versículo: “nada me faltará”. Evidentemente no se puede entender sin lo que viene antes, es decir, que “Jehová es mi pastor”. Eso es lo que da consuelo y alivio a nuestra alma, pues entendemos que tenemos un Padre en el cielo que sabe de qué cosas tenemos necesidad.

Lo que hizo más precioso este fragmento a mis ojos, fue hacerle una pregunta al texto que nunca antes había hecho. Fue algo así como: ¿Qué significa que no falta nada a aquellos que realmente pierden algo, aun creyendo en Dios? Sí, me explico, ¿Cómo podría decir alguien que no le falta nada si de repente, aun teniendo una fe firme, se ve en la necesidad de abandonar su casa porque ya no tiene dinero para el alquiler? ¿O cómo leerá este salmo alguien que después de 20 años en su puesto de trabajo, le despiden sin verlo venir? Es ahí donde quizá nos preguntaríamos: Señor, ¿no decías que no me faltaría nada?

Reflexiono que hemos malinterpretado mucho esto. Sí, ciertamente Dios aquí nos promete que no nos faltará nada, pero nosotros somos los que sutil e internamente acabamos definiendo qué es lo necesario que no queremos que falte. Hemos olvidado que eso es una prerrogativa de Dios.

Lo que quiero decir es que encontraremos el verdadero cumplimiento de esta promesa cuando alejemos de nuestro corazón la intención de definir nosotros mismos qué es lo necesario y qué no y, sobre todo, qué es la falta de algo y qué no.

Lo que Dios está diciéndonos aquí es que no tendremos necesidad de nada, pero no hay ningún indicio que nos haga pensar que eso signifique que Él no nos quitará o dará según su buena voluntad y sabiduría aquellas cosas que creemos que sí o sí deben seguir en nuestra vida. Parece que solo queremos citar este salmo cuando las cosas ocurren de tal modo que no nos quitan la estabilidad que hemos construido. ¿Se nos ha olvidado el v. 4? “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento”. Pueden venir cosas que desestabilicen y nos hagan creer que Dios ha errado en su promesa de hacer que nada nos falte, pero en realidad, Él mantiene su presencia a nuestro lado en esos momentos.

Pensemos un poco. Puede que de repente hayamos tenido que abandonar nuestra casa e irnos a otra más pequeña, barata y vieja, ¿pero ha faltado Dios a suplir nuestra necesidad de techo? A lo mejor he perdido mi trabajo de siempre y me veo en la necesidad de buscar otro, ¿pero ha incumplido Dios su promesa de suplirnos en nuestra necesidad de ahí en adelante? Podemos estar seguros de que no nos faltará nada en este mundo según los criterios sabios, buenos y providenciales de la inteligencia de Dios (y no según queremos nosotros). Y sin duda, el cielo que anhelamos no tendrá necesidad de nada, porque allí estaremos con Jesús para siempre. ¿No es Él en verdad el Pastor que necesitamos tanto unos como otros antes que cualquier otra cosa, aquí y en la eternidad?

Pr. Jesús Fraidíaz

¿Qué es la misión?

“Por tanto, id y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que os he mandado. Y os aseguro que estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo.”

Mateo 28:19-20

Desde que estoy más implicado en las cosas de Dios y en la iglesia, siempre que he oído acerca de la palabra “misión” me han venido a mi mente principalmente dos cosas:

La primera: Ser de testimonio (y a ser posible de ejemplo) a otras personas que no son creyentes, para que, a través de uno mismo, puedan conocer al Cristo que nos cambió la vida y así puedan cambiar la suya.

La segunda: hacer campañas evangelísticas que consisten principalmente en que toda o parte de la iglesia sale a la calle para repartir tratados y predicar, también organizar actividades más o menos atrayentes en la calle o en lugares públicos diversos para poder llamar la atención de la gente.

Mientras que la primera cuestión debía de ser más o menos diaria (testificar a los que nos rodean: compañeros de trabajo o estudios, vecinos, familiares, amigos, etc.). La segunda se solía hacer en fechas concretas, siempre con alguna excusa: en verano, por el buen tiempo, o en navidad, ya sabéis por qué, o quizá en alguna fecha señalada (como las macro-campañas por el 500 Aniversario de la Reforma Protestante o todo lo que se organizaba cada vez que venía Luis Palau u otro gran predicador).

Pero la pregunta que (me) hago es ¿Acaso eso es misión? Sí y no. Me explico: Por un lado “sí” lo es porque forma parte de nuestra misión el anunciar el evangelio a todas las personas posibles, con los medios que sean posibles y en los momentos y por las excusan que sean posibles, y hacerlo tanto de manera masiva como de manera personal, con nuestros allegados.

Pero la respuesta definitiva para mí sería un “no” porque lo dicho antes se queda corto para definir a la “misión” de la iglesia.

Misión es mucho más que predicar en la calle y compartir en la oficina o en la casa. Es una tarea de la iglesia, que implica a toda la iglesia y con todos los dones que encontramos en ella.

Precisamente uno de los caballos de batalla que tenía que enfrentar todas las veces que se hablaba de misión y cuando se animaba a toda la iglesia a implicarse en ello era las enormes dificultades que encontraba a la hora de testificar a otros, ya que sencillamente no se me da bien, no es lo mío. Y sé de sobra que no soy el único al que le pasa. Pero para eso somos un cuerpo.

Un cuerpo en misión

Tomando la analogía de la iglesia como un cuerpo humano que hace el apóstol Pablo en 1 Corintios 12. Supongamos que aquellos que son más evangelistas, que no les importa subirse si es necesario al escenario que sea para predicar a toda la gente, son como, por ejemplo, “la boca” ¿Acaso toda la iglesia es “boca”? ¿Acaso la iglesia se compone de “bocas” que todas no dejan de hablar? No, ni mucho menos (y a Dios gracias). Existen los pies, las manos, los ojos, los oídos, etc.

Pero debemos de entender que todas las partes del cuerpo han de ir juntas a hacer el mismo trabajo, la misma misión. No hablarán los pies, pero sí se encargarán de llevar a todo el cuerpo al lugar adecuado, no hablarán las manos, pero sí se encargarán de hacer, dar, ayudar… no hablan los ojos (al menos literalmente) pero sí observan dónde hay mayor necesidad y son los que apuntan a donde se tiene que dirigir el cuerpo, no hablan los oídos, pero sí escuchan la necesidad del prójimo, y así podemos seguir con un largo etc.

¿En qué consiste la misión?

Pero yendo al meollo del asunto ¿Qué es la misión? Mateo 28:19-20, que es el pasaje de la misión por excelencia, la conocida como “La Gran Comisión”, nos habla del mandato de nuestro Señor en este aspecto. ¿Qué ordena exactamente a sus discípulos? ¿Id y predicar a las plazas?, o bien ¿Id y repartid literatura? ¿Acaso Id y haced actividades para atraer a la gente? … Todo eso suena bien, pero nuestro Señor no dijo nada de eso, sino “Id y haced discípulos” y posteriormente dice “… bautizándoles …” y “… enseñándoles …”.

Así que una campaña puntual puede ser útil y hasta cierto punto eficaz. Pero no es suficiente porque ahí falta la formación de los nuevos creyentes y su incorporación plena a la iglesia mediante el bautismo. Y ahí todos tenemos trabajo que hacer, siempre en función de los dones que Dios ha repartido como ha querido a cada uno: Acompañamiento, enseñanza, educación y formación, exhortación, oración, adoración, administración, aportación económica, acción social, etc. La pregunta es casi obligada: ¿Y tú? ¿En qué estás contribuyendo a la misión de la iglesia? ¿Qué aportación estás haciendo para cumplir con la labor de “hacer discípulos”?

Santi Hernán