Seguro que no es la primera vez que lees el versículo que preside el boletín de este mes.
Es uno de esos versículos que se han usado tanto, pero a la vez tan mal.
Una lectura detenida de este pasaje en su contexto nos viene a hablar de una situación concreta que afectaba al pueblo de Israel, en un momento histórico concreto.
Este momento no era el de más decadencia, ni el más crítico ¡Todo lo contrario! Recién se había inaugurado la obra arquitectónica religiosa más importante de toda la historia de Israel. Tras siglos en los que la presencia del único Dios verdadero era “revelada” y adorada en una tienda (tabernáculo) de reunión, ahora se le había construido un templo, a la altura de los grandes templos paganos de las naciones de alrededor. Y para colmo Israel había alcanzado la máxima extensión que había tenido nunca. Su ejército estaba bien equipado y organizado. La economía del país era próspera. Su rey Salomón, parecía el más digno sucesor del gran rey David, uno de los hombres más sabios de la historia antigua y se había labrado una reputación a nivel internacional, que le proporcionó una gran riqueza. El pueblo hebreo atravesaba un momento dulce. Y, sin embargo, solemos usar este pasaje en tiempos de decadencia.
Entonces, me vienen a la mente dos preguntas ¿Por qué Dios dio esta condición de humillarse del pasaje indicado en un momento como este con el propósito de sanar la tierra? Y ¿Por qué solemos usar este versículo cuando pensamos que nuestra tierra está enferma?
Ambas preguntas me llevan a responder con otra pregunta ¿Acaso la Israel de Salomón estaba verdaderamente sana?
Realmente no, y eso se vería en los años posteriores, cuando la sabiduría de Salomón dio paso a la insensatez del disfrute de las influencias extranjeras y las latentes divisiones internas, que llevarían a fragmentar un reino, que a la larga acabaría siendo sometido y luego destruido.
El problema es que confundimos la prosperidad material y terrenal con las bendiciones del Señor demasiado a menudo.
Dios, sin embargo, tiene una visión de nuestra vida más amplia, y a la vez, más profunda. Y es que, no importa lo alto o grande que levantemos nuestro templo a Dios, no importa lo bien que nos vaya en lo material o en nuestra carrera profesional o en cualquier otro ámbito terrenal. Si nuestra vida no está humillada (en oración) ante Dios, no seremos espiritualmente sanos.
“Sana nuestra tierra” es el lema y título de la 69ª Convención UEBE, basado precisamente en el pasaje que hemos comentado hoy, y que se celebrará, Dios mediante, del 22 al 24 de octubre en Gandía. Nos llama a tomar conciencia como pueblo bautista en España, de nuestra realidad y salud espiritual.
No importa si en poco tiempo conseguimos (por fin) vencer a la covid19, con la vacunación o las medidas sanitarias, o no importa si conseguimos recuperar nuestra economía, si la salud más importante, puesto que es la que perdura eternamente, que es la espiritual, está en mal estado. Su sanidad sólo se consigue de rodillas ante Dios, evaluando con sinceridad nuestra vida y rindiendo cada acto que acometemos ante Él. Esto lo debemos de hacer a nivel individual, pero también como iglesias, para que así sea sanada nuestra tierra. ¡Señor, sánanos a cada uno de nosotros! ¡Sana nuestras iglesias! ¡Sana nuestra tierra!
Santi Hernán