Este versículo de Hechos suena maravillosamente bien; es precioso, de hecho. ¿Pero recuerdas su contexto? Esteban acababa de ser apedreado y Saulo era el cabecilla de una persecución que ese mismo día se levantó contra la Iglesia, de tal manera que todos, excepto los apóstoles, fueron esparcidos por distintas zonas de Judea y Samaria. Vamos, que podríamos hacernos una idea (salvando las distancias), si dijéramos que de repente en nuestra iglesia todos tuviésemos que marcharnos a pueblos vecinos y solo quedaran los pastores. Muy alentador no suena.
Lo más interesante de todo esto era que los que habían sido esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio; algunos por aquí, otros por allá. Ese día la actividad evangelística de la iglesia fue una persecución… eso sí, forzada. Aunque pensándolo bien, no era tanto lo que nosotros solemos llamar como actividad evangelística. Que conste que no estoy en contra, aunque no hace falta ser muy listo para darse cuenta que no es el estilo favorito para mí (nuestro punto de misión ‘El Vínculo’ es un ejemplo). Pero lejos de abrir un debate sobre si hay una forma mejor o peor, mi intención es apuntar a que estos hombres y mujeres que fueron esparcidos anunciaban el evangelio como una forma de vida. Sí, tanto es así, que en medio de una “mudanza” obligada, ellos hablaban naturalmente de la Buena Noticia del Señor Jesucristo.
Uno podría decir que su estrategia no era muy buena, quiero decir, estaban siendo perseguidos por creer en el evangelio y, ni cortos ni perezosos, están anunciando a otros que creyeran en algo que haría que corriesen probablemente la misma suerte. Pero para ellos era algo tan anclado a su vida, lejos de esa visión que solemos tener de uno u otro ‘evento evangelístico’, que cualquier momento era propicio. Cuando hablamos de evangelizar como forma de vida no queremos decir que seamos necios, metiendo en las conversaciones con calzador algo que otros no estarán dispuestos a escuchar. Más bien se trata de saber encontrar puntos en común, nexos, lazos, vínculos, que nos permitan tocar uno u otro tema en el que al final, de modo natural, podamos anunciar el evangelio. Y créeme, a veces una sola hora basta para saber lo que es importante para una persona y a qué dios adora, aunque no sea en forma de estatuilla de bronce.
Cuento como testimonio la experiencia que tuve el otro día. Un amigo mío, llamado Héctor, es una persona que ha llegado a una altura de su vida en que se plantea asuntos profundos. En sus propias palabras se considera un estoico. Hace unas semanas estuve con él y otro amigo, y en medio de una conversación profunda, el Señor me dio lucidez y le dije: “Oye, ya que te interesa tanto leer y crees que existe un Ser Superior, ¿te importaría leer los documentos que hablan de Jesús si te los consigo?”. Le dije que me refería a los evangelios, no le engañé. Para mi sorpresa dijo que sí. Yo le insistí para hacerlo más atractivo y le propuse que me lo comentara según lo leyera, ya que me interesaba saber qué opinaba cuando lo hiciera. Pero justo cuando iba a marcharme, tuve otro momento de lucidez y le dije: “Oye, ¿y por qué no quedamos juntos para leer el evangelio y lo comentamos?”. La segunda respuesta asombrosa que obtuve de él fue que sí. Nosotros somos extranjeros y peregrinos, esparcidos en este mundo hasta llegar al Cielo, así que mientras tanto, ¿por qué no anunciamos el evangelio como forma de vida y nos alejamos de ese intento por acallar nuestras conciencias de limitarnos a unos cuantos eventos evangelísticos a lo largo del año? Los eventos están bien, pero que anunciemos con palabras el evangelio en nuestra vida diaria es el método que Dios ha elegido para salvar a otros. ¡Que Dios nos ayude!
Pr. Jesús Fraidíaz