El texto que encabeza este boletín es uno de los más conocidos junto con el Padre Nuestro y muchos otros que, en ocasiones, leemos de corrido sin pararnos demasiado porque ya nos los sabemos de memoria. Son bonitos, decimos, pero no nos detenemos un poco más para descubrir cada cara del diamante que tenemos delante de nuestros ojos.
En una ocasión, cuando estaba meditando en esta porción de la Escritura, no pude evitar fijarme en esas tres palabras en español de la segunda parte del versículo: “nada me faltará”. Evidentemente no se puede entender sin lo que viene antes, es decir, que “Jehová es mi pastor”. Eso es lo que da consuelo y alivio a nuestra alma, pues entendemos que tenemos un Padre en el cielo que sabe de qué cosas tenemos necesidad.
Lo que hizo más precioso este fragmento a mis ojos, fue hacerle una pregunta al texto que nunca antes había hecho. Fue algo así como: ¿Qué significa que no falta nada a aquellos que realmente pierden algo, aun creyendo en Dios? Sí, me explico, ¿Cómo podría decir alguien que no le falta nada si de repente, aun teniendo una fe firme, se ve en la necesidad de abandonar su casa porque ya no tiene dinero para el alquiler? ¿O cómo leerá este salmo alguien que después de 20 años en su puesto de trabajo, le despiden sin verlo venir? Es ahí donde quizá nos preguntaríamos: Señor, ¿no decías que no me faltaría nada?
Reflexiono que hemos malinterpretado mucho esto. Sí, ciertamente Dios aquí nos promete que no nos faltará nada, pero nosotros somos los que sutil e internamente acabamos definiendo qué es lo necesario que no queremos que falte. Hemos olvidado que eso es una prerrogativa de Dios.
Lo que quiero decir es que encontraremos el verdadero cumplimiento de esta promesa cuando alejemos de nuestro corazón la intención de definir nosotros mismos qué es lo necesario y qué no y, sobre todo, qué es la falta de algo y qué no.
Lo que Dios está diciéndonos aquí es que no tendremos necesidad de nada, pero no hay ningún indicio que nos haga pensar que eso signifique que Él no nos quitará o dará según su buena voluntad y sabiduría aquellas cosas que creemos que sí o sí deben seguir en nuestra vida. Parece que solo queremos citar este salmo cuando las cosas ocurren de tal modo que no nos quitan la estabilidad que hemos construido. ¿Se nos ha olvidado el v. 4? “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento”. Pueden venir cosas que desestabilicen y nos hagan creer que Dios ha errado en su promesa de hacer que nada nos falte, pero en realidad, Él mantiene su presencia a nuestro lado en esos momentos.
Pensemos un poco. Puede que de repente hayamos tenido que abandonar nuestra casa e irnos a otra más pequeña, barata y vieja, ¿pero ha faltado Dios a suplir nuestra necesidad de techo? A lo mejor he perdido mi trabajo de siempre y me veo en la necesidad de buscar otro, ¿pero ha incumplido Dios su promesa de suplirnos en nuestra necesidad de ahí en adelante? Podemos estar seguros de que no nos faltará nada en este mundo según los criterios sabios, buenos y providenciales de la inteligencia de Dios (y no según queremos nosotros). Y sin duda, el cielo que anhelamos no tendrá necesidad de nada, porque allí estaremos con Jesús para siempre. ¿No es Él en verdad el Pastor que necesitamos tanto unos como otros antes que cualquier otra cosa, aquí y en la eternidad?
Pr. Jesús Fraidíaz