A César lo que es de César

“Y les dijo: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.”

Mateo 22:21

Los que hemos confiado nuestra vida a Cristo somos ciudadanos del cielo, nuestro verdadero hogar no está aquí, estamos de paso por este mundo, y nos estamos encaminando a uno completamente nuevo donde la justicia de Dios, la única verdadera, es la que gobierna y gobernará por siempre.

Mientras tanto estamos aquí, pasando penurias como muchos (aunque con momentos de alegría) y sufriendo las consecuencias propias de un mundo caído, fruto de un gobierno en cuyo trono no está sentado el político de turno, sino más bien nuestro “yo”.

Así es, el pecado no es la simple metedura de pata de una pareja primitiva, como algunos nos quieren hacer ver, cuando tratan de ridiculizar la Biblia, el pecado es querer gobernar nuestra vida a nuestra manera y por nuestra cuenta. Usar nuestra libertad, en lugar de para hacer el bien, para hacernos dueños de nosotros mismos, renunciar al gobierno de Dios y darle la espalda… y así nos ha ido.

No hagas un repaso por toda la historia de la humanidad, y busques las mayores atrocidades que muchos han cometido, sino que busca mucho más cerca, dentro de tu corazón… sí, ¡tu corazón!, profundiza en tus pensamientos y te darás cuenta de que no eres tan bueno como crees. Eso luego lo multiplicas por varios miles de millones y obtendrás como resultado, una humanidad a la deriva.

Pero mirando a nuestro alrededor, la sensación es que parece que nuestra esperanza está en una nueva clase política que nos sacará de nuestras miserias o reestablecerá la justicia o eliminará las desigualdades. ¡Nada de eso!

La historia ha demostrado que todo líder político no sólo es imperfecto, sino que ha buscado primero el bien suyo (como cada uno de nosotros) antes que el del pueblo que gobierna, aunque luego lo disfrace de palabrería y vanas promesas.

Ahora bien, estamos en elecciones, vivimos en democracia, y aunque nuestra mirada está puesta en el cielo, nuestros pies siguen pisando esta tierra, tierra que no sólo habitamos en este breve peregrinaje, sino que es, además, la tierra que está recubierta por esa mies, que lleva más de 2000 años lista para la siega, por lo que no debemos cometer los mismos errores que algunos en la iglesia cometieron desde la antigüedad, y no nos aislemos. Este mundo es nuestro campo de trabajo y los creyentes debemos de estar bien integrados en él, conocer su cultura (aunque muchas cosas de ella no las compartamos) y debemos de preocuparnos por las mismas incertidumbres que el resto de la población, aunque nuestra perspectiva sea otra.

Pero, al igual que cuando trataron de tender una trampa a nuestro Señor Jesús los religiosos de su época, a la hora de preguntar por la cuestión de los impuestos para Roma, no nos dejemos engañar.

No nos engañemos por las falsas promesas de beneficios para los pobres y los marginados, que algunos disfrazan de espiritualidad, cuando en realidad, lo que hacen es confundir lo terrenal y lo espiritual, confiando en figuras e instituciones públicas que jamás mirarán por las cosas celestiales.

Y esto tiene dos grandes implicaciones: Uno. Sabemos que las distintas sensibilidades políticas tienen esa lamentable tendencia a crispar y enfrentar a la ciudadanía que se afilia a cada bando. Como cristianos no debemos caer en ese juego. Nuestra prioridad es lo espiritual y buscar el Reino de Dios y su justicia, que no tiene nada que ver con el reino de este mundo y su “justicia”. Y dos, como dije antes, nuestra esperanza está más allá de este mundo. Las promesas de nuestro Señor son 100% fiables, justo al contrario que las de cualquier líder de partido o de gobierno. No esperemos encontrar el cielo en la tierra. Como ciudadanos seamos sobrios y sensatos. Comparemos los programas electorales en las cuestiones que sean más viables y no hagamos caso de los “castillos en el aire” que algunos se empeñan en construir. Recordad que nada es gratis, y si un político te ofrece algo “gratis”, ya sabéis que en realidad será a cargo de todos los ciudadanos, no de unos pocos.

Cada cosa va por su lado, lo material va “para el César”, para las cosas de este mundo, que se gestionan como decide el mundo, y lo de Dios, pertenece a Dios, y nosotros pertenecemos a Él, por lo tanto, debemos dejar que Él gobierne en nuestras vidas, con la esperanza de que llegará el día, cuando hayamos llegado a la meta, en el que se materializará lo espiritual en un mundo completamente nuevo. Ese día no habrá que dar tributo al César, sino que habrá perfección y verdadera libertad porque sólo gobernará Dios, el Señor, para siempre.

Santi Hernán

Cómo obtener respuestas a la oración

«Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.».

— 1ª Juan 5:14-15

Orar con Biblia

Dios responde a la oración. Y aunque invocar al Señor implica muchas cosas, quiero centrarme en lo que es principalmente, es decir: pedir y recibir. En ocasiones hemos redefinido la oración por temor a que la gente piense que la oración es pedir egoístamente, pero el Señor no tiene miedo de presentarnos la oración como pedirle algo y Él supliéndolo.

Es igualmente cierta esta lucha en nuestro interior: Sabemos que Dios escucha, nos animamos a pedir con el deseo de que responda, pero a la vez encontramos con que pareciera ignorarnos y dudamos de que realmente nos oiga. A veces, usamos la “excusa santa”: Dios es soberano. Y es verdad, lo es, y por eso oramos y buscamos respuesta. Hoy quisiera animar a cada lector con 3 consejos que podemos poner en práctica en nuestra vida de oración para poder obtener respuestas.

  1. Orar con confianza a Dios. Dios se nos muestra una y otra vez como digno de confianza. Si oramos sin confiar en Él, es como cuando intentamos mostrarle a alguien que puede fiarse de nosotros y, sin embargo, una y otra vez duda de nuestras intenciones. ¿Cómo nos sentimos? Imagina ahora cómo ve Dios nuestra falta de fe en la oración, y más sabiendo que Él no es un hombre. Al orar, nos pide que confiemos en su amor y en su constante disposición a darnos lo que es bueno. Si pedimos a Dios y no confiamos en que Él puede darnos y nos dará lo que ha prometido, ¿cómo responderá? “Sin fe es imposible agradar a Dios” (Heb. 11:6). Pero, sobre todo, nuestra confianza está en Jesús, por quien Dios nos oye y ha abierto la puerta a tener comunión con Él en cualquier tiempo y lugar. Ahí empieza verdaderamente la oración.
  2. Orar conforme a la voluntad de Dios. Tener fe en Dios en la oración no significa hacer mucha fuerza en nuestra mente o deseos para que eso que imaginamos o queremos nos venga. La oración no funciona como la “ley” de atracción. La oración tiene confianza no en lo que nosotros queremos que Dios cumpla, sino en lo que el Señor quiere hacer y ha prometido darnos en respuesta a la oración. Nuestro texto así lo dice: “si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye”. Sería absurdo pensar que Dios nos da carta libre para pedir cualquier capricho, pero una vez que Él transforma nuestra voluntad y corazón para agradarle, entonces nos deja pedirle cualquier cosa, porque siempre será conforme a su voluntad. ¿Y acaso Dios se negará a darnos aquello que Él quiere? Evidentemente para conocer lo que Dios desea y saber cuáles son sus promesas, debemos acudir a la Biblia, tomarlas, por así decirlo, y aplicarlas a nuestras vidas y circunstancias. Dios está más dispuesto a responder que nosotros a pedir conforme a su voluntad.
  3. Orar con la certeza de que Dios responderá. Finalmente debemos esperar las respuestas a nuestras oraciones. Pueden tardar desde 1 milésima de segundo a años, pero si es conforme a su voluntad, hemos de tener la expectativa de que Él responderá, y estar alerta. A veces pedimos cosas a Dios en forma de “muletilla”, pero ni deseamos ni esperamos ver respuesta alguna. Dejemos las frases clichés en la oración y oremos concretamente por todo lo que es su voluntad y veremos respuestas.

Mucho más podríamos decir respecto a este asunto, pero por hoy creo que es suficiente y ya es una tarea lo suficientemente grandiosa como para que empecemos a ponerla en práctica y a pedirle al Señor que nos conceda vivir todo esto. Que Dios nos haga hombres y mujeres de oración.

Los unos a los otros

“Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros.”

Romanos 12:10 (RVR1960)

Siempre me ha llamado la atención el uso bíblico de la expresión “los unos a los otros”, en diferentes pasajes y contextos. Me llama la atención, entre otras cosas, por la cantidad de veces que se repite, especialmente en el Nuevo Testamento y, sobre todo, refiriéndose a la iglesia. Si tomamos como referencia la versión Reina Valera 1960 (porque es la más utilizada en nuestro entorno) podemos encontrar esta expresión exacta hasta en 14 ocasiones (15, si añadimos la que aparece en Hechos 19:38, cuyo contexto no tiene nada que ver con la iglesia).

Esta expresión incluye estas acciones:

  • “… lavaros los pies los unos a los otros” (Jn 13:14)
  • “abrazándonos …” (Hch 19:38)
  • “no nos juzguemos más …” (Ro 14:13)
  • “recibíos …” (Ro 15:7)
  • “… amonestaros …” (Ro 15:14)
  • “Saludaos …” (Ro 16:16 y 1 Co 16:20)
  • “servíos por amor …” (Gál 5:13)
  • “soportándoos con paciencia …” (Ef 4:2)
  • “No mintáis …” (Col 3:9)
  • “alentaos …” (1 Ts 4:18)
  • “… exhortaos …” (Heb 3:13)
  • “Hospedaos …” (1 Pe 4:9)

Y dejo para el final el que está en la cabecera de este artículo y que tiene la peculiaridad de aparecer dos veces en un mismo versículo y que además considero que resume a todos los demás que contiene esta expresión: “Amaos los unos a los otros… prefiriéndoos los unos a los otros” (Ro 12:10).

Falta de implicación

Visto esto digo yo ¡Qué fácil es ir al culto los domingos! (más aún si podemos verlo desde nuestras casas) y no implicarse con la iglesia. Creedme que la cristiandad está llena de personas que dicen ser cristianas y no se implican en absoluto con su iglesia local ni con sus hermanos, incluso me atrevería a decir que existe una gran mayoría de cristianos que no colaboran en nada en ningún ministerio de la iglesia, ni siquiera oran o se preocupan por sus hermanos en la congregación, algunos de estos sólo asisten a los cultos y otros ni siquiera eso.

Entiendo que cada uno tiene una manera diferente de aportar a su iglesia con la multitud y diversidad de dones y operaciones a las que estamos llamados a hacer. Y eso lo refleja más o menos la foto que decora este artículo, y no todos tienen o pueden tener el mismo nivel de implicación, pero el que más y el que menos, se “mancha” las manos para formar ese precioso mosaico con forma de corazón, para mostrar el amor de Cristo a los demás.

No le vamos a pedir lo mismo a un joven que a un anciano, ni tampoco le vamos a pedir lo mismo a alguien que lleva poco en la fe que el que ya tiene años de caminar con el Señor. Todos aportan su granito de arena a la obra y todos empujan con mayor o menor fuerza, con sus manos, con sus pies o con lo que sea para tratar de mover hacia adelante la iglesia, con Cristo delante tirando y guiando. Pero, al fin y al cabo, todos esforzándose.

Unos por otros es beneficiar al cuerpo

El hecho de hacer cosas “los unos por los otros” es beneficiar a un cuerpo, formado por personas. No es tanto ayudar a una institución o una corporación sin alma. Un problema muy común para muchas personas es que no ven a la iglesia como lo que es y como lo describe la Biblia: como el cuerpo de Cristo.

Y no es un “cuerpo” como ente etéreo o solamente espiritual, sino que es un cuerpo terrenal, físico, formado por personas de carne y hueso e inevitablemente rodeadas por un mundo físico, con todo lo que implica de malo, pero también de bueno. Si el Señor nos ha mantenido con los pies en la tierra, pero con la esperanza en el cielo, es por algo. No desprecies a tu iglesia con tu indiferencia, tu crítica o tu pasividad, haz las cosas por los demás miembros de este glorioso cuerpo que, son tan (im)perfectos como tú.

Santi Hernán

La tercera ola

“Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.”

Romanos 7:22-23 (NVI)

Cada vez que hablo con algún hermano que viene de algún país extranjero y me cuenta acerca las maravillas de su país, sus paisajes, sus tesoros naturales, sus preciosas ciudades con monumentos grandiosos o mejor aún, cuando yo mismo tengo el gusto de poder viajar y ver todo eso con mis propios ojos, me asombro de lo bonito que es nuestro mundo. Y esto nos dice mucho de su autor, que es nuestro Señor (incluso las ciudades, pueblos y monumentos, elaborados por el hombre, reflejan la inventiva de la imagen que Dios imprimió en nosotros). La creación es maravillosa, deleita nuestros sentidos y nos enseña lo que se cuenta en Génesis 1 y 2. Entonces ¿Por qué el mundo se ha vuelto un lugar tan hostil y es incluso dañino?

Lo fácil para un cristiano es echar la culpa al llamado “pecado original”, a nuestra rebeldía y maldad humana para luego, intentar enmendarlos como sea. Pero no es tan sencillo.

Estamos en la llamada “tercera ola” de la pandemia por coronavirus en el mundo y eso es un reflejo de lo que ha supuesto la historia de la humanidad. Pretender salir adelante por nuestros propios medios y volver a caer una y otra… ¡y otra vez!

La mayor parte de las personas no acabaron de entender lo que significa realmente el pecado y como combatirlo. Lamentablemente muchos cristianos tampoco lo han entendido.

Considerar “pecado” el simple hecho de hacer cosas que entendemos como malas o incorrectas (y estoy seguro de que todos tenemos en nuestra mente una lista de estas cosas) es quedarse muy muy corto para definir el pecado y las implicaciones que trae consigo. El pecado es la separación de Dios con las profundas implicaciones que conlleva, que son muchas más que simplemente “hacer cosas malas”. Describir el pecado como aquello que hacemos mal es como definir una enfermedad sólo en base a sus síntomas. Imaginad si hubiéramos querido combatir la covid sólo atacando a sus síntomas y no a lo que causa el problema, que es el virus. ¡No habría vacuna! ¡Estaríamos perdidos! Pues así es como algunos cristianos pretenden “atacar” el pecado: simplemente diciendo “No hagas esto” o “No hagas aquello” (al “esto” o al “aquello” ponle los nombres que consideres). O cargando con una fuerte carga de culpabilidad a quién ha hecho algo que nosotros pensamos que está mal, sin considerar que a lo mejor nosotros lo estamos haciendo igual de mal o peor que nuestro prójimo (ya sabéis, lo de la paja en el ojo ajeno y la viga en el nuestro).

Por supuesto hay que evitar hacer ciertas cosas, porque toda acción trae consecuencias, pero así no se resuelve el problema de raíz.

Tampoco pretendamos resolverlo nosotros, que somos los causantes. ¡No sabemos cómo hacerlo! Por mucho que lo intentemos, la maldad vuelve a nuestro corazón, como las olas de la pandemia que recorren nuestro mundo una y otra vez. Por lo que tenemos que buscar la solución fuera de nosotros mismos.

Esto que comento lo expresó con gran maestría el apóstol Pablo, que contaba a los creyentes en Roma su lucha contra el pecado (Ro 7:7-25). Querer no hacer el mal por sus propias fuerzas se les estaba haciendo un imposible. Y esta es una lucha que es común a todos nosotros. Por eso mismo, la solución está en Cristo que nos provee de la “vacuna” definitiva.

¿Sigues luchando con todas tus fuerzas con el pecado? ¿Quieres dejar de hacer el mal? Te voy a decir algo que resulta transgresor: ¡Deja de intentarlo! Simplemente no puedes ni podrás nunca. Déjalo en manos de Cristo, y confía toda tu vida plenamente a Él y ríndete, y olvídate de ti.

Él ya ha hecho la obra que tú deberías haber hecho pero que aun así no puedes. Simplemente acéptalo y haz que Él te gobierne. ¡Ahí tienes la solución! ¡Ahí tienes la vacuna, no sólo contra la peor de nuestras enfermedades sino contra la mismísima muerte eterna!

Santi Hernán

Una nueva esperanza

“He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad.”

Isaías 43:19
vacuna esperanza mundo

Veía el informativo el pasado 27 de diciembre y prácticamente la noticia era “La vacuna contra la covid ha llegado a España”, un anuncio a bombo y platillo, con las cámaras de televisión siguiendo a los camiones que transportaban las primeras dosis y los guardias civiles escoltándolas hacia su almacén secreto.

Mientras tanto, en nuestras ciudades, se hacían encuestas a pie de calle y había una mezcla entre ilusión y escepticismo, ya que algunos no querían ponerse esa vacuna y así olvidarse de la covid-19 por mucho tiempo. Quitando a los amantes de las conspiraciones mundiales y algunos otros escépticos me pregunto ¿Quién no querría ponerse esa “milagrosa” vacuna? No encuentro más explicación que la de pensar si realmente funciona o si provoca algún efecto secundario que aún no se conozca.

Lo cierto es que, independiente de la buena noticia de la llegada de esa vacuna, ¿Quién no estaba deseando que llegara este nuevo 2021 y nos diera ese buen año que el 2020 nos arrebató? Todo el mundo desea un mejor año que el pasado (que, salvo benditas excepciones, ha sido nefasto para todos).

La gente pide y desea buenos deseos para el año y pone su esperanza en que, a partir del 1 de enero todo será nuevo y mejor… vaya, no quiero ser aguafiestas, pero eso mismo deseamos el 1 de enero de 2020 y fijaos lo que pasó.

Por lo que pregunto ¿Dónde ponemos nuestra esperanza? ¿En un nuevo año que venga y arregle por sí solo todas las cosas? ¿La ponemos en una nueva vacuna? ¿En los clásicos propósitos que nos solemos hacer? ¿En los nuevos planes y proyectos que emprendemos? ¿Dónde colocamos nuestras esperanzas?

Pueden pasar muchos años y tener la sensación de que todo sigue prácticamente igual, de que nada cambia. El mundo progresa: se avanza en tecnología, ciencia, bienestar, derechos civiles, etc., pero la sensación para muchos es que no sólo las cosas están igual, sino que incluso van a peor.

En el campo espiritual vivimos con gozo y esperanza de que Dios ayuda, sostiene y provee, porque así lo promete en su Palabra, pero estamos establecidos en una incomodidad permanente. Podemos tener alegría, estar felices, pero no al cien por cien. Si este es tu caso déjame decirte que ese sentimiento es completamente normal.

“Ya, pero todavía no” es una frase cristiana muy recurrente en ciertos círculos, cuando se habla de la salvación y de la llegada del Reino de Dios y es que, aunque parezca contradictoria, refleja lo que vivimos en este mundo. Podemos saborear el Reino de los cielos, probar un poco de su paz y bendición, pero no nos sentimos plenos porque nuestros pies aún pisan un mundo caído.

El profeta Isaías, que escribió, entre muchos otros el pasaje que tenemos en la cabecera de este artículo habló a un Israel que había perdido la esperanza de regresar a su tierra, durante el cautiverio en Babilonia. El pueblo de Dios estaba preso de otra potencia y lejos de su verdadero hogar. Dios les daba esperanza a través del profeta Isaías de que estaba preparando algo nuevo que convertirá los desiertos de la vida en vergeles con ríos y un propósito (un camino).

Así es como tenemos que pensar nosotros. Estamos en este mundo, pero no somos de él. Estamos llamados a formar parte de él y hacer vida normal, pero lidiando con su incomodidad y su falta de plenitud que serán suprimidas el día que estemos en este nuevo Reino, donde definitivamente no habrá dolor, enfermedad, escasez… ¡No habrá coronavirus ni restricciones o confinamientos!

¡Esa es la nueva esperanza que tenemos los creyentes y que estamos llamados a transmitir! La vacuna contra este mundo caído y su miseria es eficaz y no deja otros efectos secundarios más que el gozo y la paz. Esta vacuna es Jesucristo ¿Quién no querría ponérsela? ¡Feliz 2021!

Santi Hernán

Navidad, a pesar de todo

“Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado. Este primer censo se hizo siendo Cirenio gobernador de Siria.”




Lucas 2:1-2
Mascarilla, como adorno en el árbol de navidad

Estamos tan acostumbrados a la típica navidad con luces de colores, gente por todas partes, un montón de familiares y amigos alrededor de una mesa atestada de comida y regalos, y este año será tan diferente… Quizá muchas de las cosas las seguiremos teniendo, las luces parece que nunca fallan, pero está claro que no tenemos las mismas sensaciones, con ese nuevo visitante que se nos ha colado sin permiso en nuestras vidas, llamado Coronavirus. Ese visitante tan acaparador que ha impedido esas multitudinarias reuniones familiares y que, junto a la nueva crisis económica, nos ha devuelto a una especie de nueva austeridad.

En estos últimos diez meses el mundo se ha vuelto completamente loco. Todo ha cambiado tanto (y sigue cambiando) que nos cuesta seguirle la pista al correr de los acontecimientos.

El mundo antiguo, dados los pocos datos que tenemos sobre él (pocos en comparación con la gran información que tenemos hoy), desde la mente del siglo XXI, pensamos que era más estable, pero nada más lejos de la realidad. La era clásica era tan convulsa a nivel social, político y económico (e incluso sanitario) como lo es hoy. Uno de los cronistas que recogieron con cierta fidelidad lo ocurrido en aquellos tiempos era el judío Flavio Josefo, que narró la historia de su pueblo en aquellos tiempos que vieron cómo éste era sometido por diferentes potencias.

Siguiendo la estela de Josefo, tenemos a Lucas que, sin ánimo de ser tan completo con la historia judía, sí quiso recoger con escrupuloso orden (Lc 1:1-4) la historia más grande jamás contada, la de la vida de nuestro salvador sobre la tierra.

La historia que Lucas relata y que solemos emplear en tiempos de navidad comienza con una ubicación histórica de los hechos, que aparece reflejado en el pasaje de cabecera (Lc 2:1-2). Es decir, que cuando Jesús nació, Augusto César promulgó un edicto para que todo el mundo fuera empadronado, y para más señas tenemos el dato de que Cirenio era gobernador de Siria.

Nos quejamos por cada “edicto”, (en forma de BOE) que promulga nuestra clase política con respecto a las medidas para combatir la covid-19, pero en aquel entonces, lo que promulgaba el César afectaba al mundo (conocido) entero. Incluso el gobernador de Siria también se tenía que someter, incluso el tirano Herodes El Grande también estaba debajo del yugo de Roma.

Había poderes y circunstancias que estaban por encima de las vidas de todos los que vivían en aquella cultura. Estas circunstancias eran tan cambiantes como el que gobernaba en Roma y todos se tenían que someter. Hoy día las circunstancias nos obligan a someternos y a hacer ajustes y cambios en nuestras vidas.

José y María tuvieron que recorrer los más de 100 kilómetros que separan Nazaret de Belén, en una época en la que no había más medio de locomoción terrestre que a pie o a borriquito y no había autopistas sino caminos polvorientos de tierra, barro y piedras.

A nosotros se nos pide guardar distancias, ponernos mascarillas, lavarnos las manos, hacer ciertas renuncias sociales y usar medios telemáticos, entre otras muchas cosas (¡Cómo le hubiera gustado a José emplear medios telemáticos para empadronarse en Belén! ¡Cómo habría cambiado la historia!).

Pero ¿Sabéis que es lo más importante? Que en medio de estas circunstancias adversas (las de la antigüedad) Jesús nació. Él no escogió un momento de estabilidad para venir, ni el momento y el lugar que nosotros entendemos como “más propicio” para nacer, sino que vino en medio de un mundo en crisis y cambiante, un mundo sometido por poderes arbitrarios y hostiles.

Éste de la antigüedad era un mundo revolucionado y peligroso, no tan diferente al de hoy ¿Y sabéis por qué lo escogió? Porque Dios está por encima de todo poder terrenal, por encima de toda circunstancia y es Señor por encima de toda crisis. Sus planes siempre se cumplen a pesar de la oposición reinante, y a pesar de Augusto César, de Cirenio, de Herodes, del Coronavirus, de los gobiernos actuales y cualquier otra situación. ¡Él es el Señor! Y en 2020 seguimos aquí, celebrando que ha nacido y ha establecido un reino, esta vez sí, estable de verdad, que jamás caerá. ¡Feliz Navidad!

Santi Hernán

El Reino está cerca

“… sabed que está cerca el reino de Dios.”

Lucas 21:31
Esperando la llegada del Reino, en medio de las dificultades
Esperando la llegada del Reino, en medio de las dificultades

Recuerdo que allá, en el ya lejano mes de marzo, se llegó a comentar que esta pandemia iba a ser algo tan pasajero como la duración de la primavera que este virus nos robó, y que en verano seríamos libres de nuevo. Recuerdo con qué optimismo se vivieron aquellas tres fases de la famosa desescalada, contando los días para vivir un verano como el habitual, para regresar a nuestros trabajos, poder irnos de vacaciones a la playa como de costumbre y volver a abrazar a los nuestros en una normalidad que no era esa que llamaban “nueva” sino que era la de siempre, cuando pensábamos que el Coronavirus no era capaz de sobrevivir a los más de 30 o 40 grados del calor del verano español ¡Cuán equivocados llegamos a estar! ¡Y qué poco sabíamos! Sólo algunas voces de expertos pesimistas anunciaban una fuerte segunda ola o rebrote en otoño.

Estamos en otoño, de camino a un nuevo invierno, en el que este virus amenaza con juntarse, mezclarse y confundirse con sus parientes que nos suelen visitar en estas fechas, como los resfriados o las gripes. Ahora también regresan las restricciones y nuevos confinamientos, y esperemos (y oremos) de corazón que no sean como los que tuvimos en primavera, porque poco nos falta para volver a esa triste situación y casi a las puertas de la navidad.

Esto nos recuerda que el mundo sigue doliéndose, el mundo actual, moderno, sofisticado, hiperconectado y desarrollado sigue intentando dar la batalla a un virus que a día de hoy (noviembre) ha segado las vidas de más de un millón de personas en todo el mundo y ha afectado a otros 45 millones. Por cada noticia esperanzadora de nuevas vacunas, surgen más acerca de nuevos contagios, fallecimientos y consecuentes restricciones y nuevos recortes a nuestra libertad ciudadana en favor de mayor seguridad para nuestra salud pública.

Ahora más que nunca nos acordamos de las palabras de Jesús que nos recuerda en qué clase de mundo enfermo habitamos. Una creación hecha perfecta al principio, pero que deterioramos nosotros mismos con nuestra maldad.

Pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Ro 5:20). Ahora más que nunca nos hacemos eco de las palabras de Jesús que, no tapa ni oculta los males del mundo, pero sí nos ofrece esperanza fuera de él, mientras nos muestra su mano tendida. El contexto del pasaje de cabecera (Lucas 21:5-36) es un discurso desgarrador del maestro, en el que anticipaba a sus discípulos, lo que se iría confirmando en los años, décadas y siglos posteriores, hasta llegar a nuestros días: que el mundo iba a sufrir guerras y amenazas de guerras, desastres naturales, pobreza y pestilencia (¿virus? Lc 21:11), entre otras señales, también habrá persecución contra los seguidores de Jesús, y con la destrucción posterior de Jerusalén y su templo (que sabemos por la historia que ocurrió en el año 70 d.C) se destruiría la tradición del celoso pueblo judío. Es decir, los tiempos iban a cambiar como lo están cambiando para nosotros, que, acostumbrados a una rutina, ahora toca reinventarse y adaptarse a una nueva, que quizá nos siga durante mucho más tiempo del que pensamos (espero equivocarme). En medio de amenazas, miedos, persecución y desastres naturales y sociales por doquier, Cristo nos da esperanzas. Todo lo que sucede será la antesala de algo maravilloso, la venida del Reino de Dios. No solamente podemos leerlo en clave escatológica (de los últimos tiempos) sino en que ese Reino está con nosotros y en nosotros y ya lo estamos disfrutando. No es necesario acudir al templo, como tenían por costumbre los judíos para encontrarse con Dios, sino que ya había llegado el momento en el que los verdaderos adoradores adorarían desde cualquier lugar (Juan 4:23). Con esto no quiero decir, ni mucho menos, que nos dejemos de congregar, hagámoslo mientras podemos, más bien hago un llamamiento a no desanimarnos, a no desfallecer. Si nuestra fe depende de si nos congregamos o no ¡Qué pobre es nuestra fe! No busquemos el Reino en el local físico de la iglesia, sino que lo hagamos en reflexión profunda y personal y analicemos cómo esta nuestra vida y nuestro corazón ante la venida de todos estos males que nos acechan hoy, y ante la llegada de este glorioso Reino.

Santi Hernán

Juntos es [mucho] mejor

“firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio.”

Filipenses 1:27
manos unidas. Unidad, juntos, unánimes.

Si analizáis los anuncios de televisión y los lemas propuestos por diversas instituciones, empresas, asociaciones, etc… entre ellas el gobierno de España, con su lema “Juntos salimos más fuertes” y otro es “Este virus lo paramos unidos” (No quiero entrar a valorar la pertinencia de estas palabras) Una de las palabras que más se repiten es “Juntos” o también “Unidos”. Muchas agencias de publicidad han empleado esas palabras en estos tiempos para hacer campañas, que en algunos casos han resultado casi fotocopias las unas de las otras. Y es que la pandemia nos ha obligado a separarnos, ha puesto distancia entre nosotros, en algunos momentos a lo largo de estos meses nos ha confinado, y, en definitiva, ha deteriorado uno de nuestros mayores activos como seres humanos: la sociedad y las relaciones sociales. De ahí el empeño en impulsar la unidad y el estar juntos, aunque realmente no podamos estarlo, dadas las circunstancias y la seguridad y salud de todos.

Independientemente de que instituciones y empresas, sean públicas o privadas busquen o promuevan la unidad y el estar juntos con más o menos acierto, la verdad es que tenemos que aprender a estar juntos. Quizá sin nuestros calurosos y entrañables besos y abrazos, quizá sin ese reconfortante apretón de manos, quizá con la distancia de por medio y una barrera de cristal o una pantalla, pero tenemos que estar juntos. La unidad y la fraternidad no debe depender o estar condicionada por un beso o un abrazo (a veces podemos estar “pegados” los unos a los otros y estar como el perro y el gato).

Como bien sabéis, y si eres nuevo y no lo sabes te lo cuento: Nuestra iglesia pertenece a una asociación o unión de iglesias mucho más amplio (en muchos países, en el ámbito bautista, lo llaman Convención). La nuestra se llama Unión Evangélica Bautista de España (UEBE, quédate con estas siglas que las oirás mucho en nuestra iglesia). También tenemos una unión de iglesias bautistas a nivel regional, la llamada Comunidad Bautista de Madrid (CBM, quédate con estas siglas también, hablaremos mucho de ello). Cada año, hacia el día veintitantos (depende de cómo caiga el fin de semana), se celebra lo que llamamos la Convención UEBE. Este año la convención es del 23 al 25 de octubre. Y aunque siempre se ha celebrado en un lugar concreto, y todos los pastores y delegados de las iglesias se han desplazado a ese lugar, lo cierto es que este año tan atípico nos ha obligado a no poder juntarnos todos físicamente en el lugar donde solíamos celebrarla, pero no se ha suspendido.

Este año, seguimos juntos, aunque sea de manera “virtual”, aunque sea en la distancia, con la pantalla del portátil, el móvil, la tableta o lo que sea, pero estamos juntos, unidos. Aunque haya una pantalla, no olvides que al otro lado hay otro hermano como tú, que también busca esa unidad, en medio de toda esta situación y aunque no os podáis abrazar, un apretón de manos o un “golpecito de codo”, podéis hablar, compartir y orar el uno por el otro, celebrar al Señor y seguir apoyando este gran proyecto de Unión, que en apenas dos años cumple los 100 de su existencia ¡Gloria a Dios por ello! También damos gracias que estamos en 2020 y por la inteligencia e ingenio que Dios ha puesto en nuestra mente (somos hechos a su imagen y semejanza, no lo olvidéis) es que la humanidad ha inventado técnicas y tecnologías que salvan las barreras de la distancia y nos hacen estar juntos en tiempo real, aunque estemos separados por miles de kilómetros.

El lema va acompañado de un versículo en el que se apoya, en este caso en Filipenses 1:27, en el que Pablo también está unido a esta iglesia de Filipos, pero se encuentra en la distancia, y en la que expresa que se siente muy ligado a esta iglesia de Macedonia, aún salvando la distancia de que les llegue una carta, que en el primer siglo la comunicación era muy muy muy en diferido. Hoy nos podemos ver en directo, aunque vivas en la otra punta del mundo.

Ahora bien, el hecho de que realmente estemos unidos, aunque separados ya no es algo que dependa tanto de la tecnología, como dije antes, podemos estar pegados físicamente unos a otros, pero llevarnos mal, y la unidad tiene que ver con una correcta actitud del corazón y sobre todo, estar todos muy apegados, como las ramas de un árbol a su tronco común, que es nuestro Señor y la comunión en el Espíritu Santo, que es el que verdaderamente nos hace más fuertes y más unidos.

Santi Hernán

Restricciones movilidad Covid-19

ACTUALIZACIÓN – OCTUBRE 2020. Se ha decretado el confinamiento de todo el municipio de Alcobendas y en nuestra San Sebastián de los Reyes, sigue confinada la zona básica de salud de “Reyes Católicos”. Actualizamos el mapa.

parque precinto restricciones movilidad covid
Parque precintado en Alcobendas

En el área donde se encuentra nuestro local: las localidades de San Sebastián de los Reyes y Alcobendas se han restringido dos áreas: la zona básica de salud de “Reyes Católicos”, en San Sebastián de los Reyes (zona en rojo burdeos, en el mapa), y el municipio entero de Alcobendas (zona en amarillo, en el mapa) [Debido al estado de alarma decretado por el gobierno de España, quedan confinadas las ciudades de la Comunidad Autónoma de Madrid que superan los 100000 habitantes, excepto Alcalá de Henares por mejora en sus estadísticas de contagio. San Sebastián de los Reyes no alcanza esa cifra de población]. Las calles correspondientes a cada una de esas zonas se encuentran en el mapa que adjuntamos en esta web. Como se puede ver, en este mismo mapa, el local de nuestra iglesia (señalado con un círculo rojo con una cruz blanca, en la parte superior del mapa), pertenece a la zona básica de salud de “Rosa Luxemburgo”, en San Sebastián de los Reyes, y está fuera de todas estas áreas restringidas. Desde la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España (FEREDE) se recomienda que, en casos como el nuestro, el aforo se mantenga en un 60%, además de las medidas de distanciamiento social y uso de mascarilla.

También queremos informar que nuestra iglesia hermana de Valdetorres (“Jesús de Nazaret”), perteneciente a la zona básica de salud de Fuente El Saz. Sin embargo, el punto de misión del barrio de Bellas Vistas en Madrid (“El Vínculo”), sí está afectado por encontrarse en el municipio de Madrid, sin embargo, este estado de alarma NO impide la apertura del local y el que los hermanos que allí asisten puedan acudir, a menos éstos procedan de otra localidad.

Ante la posible confusión que estas medidas puedan causar, compartimos con vosotros una serie de preguntas y respuestas frecuentes.

¿Se cerrará el local los domingos para el culto o se suspenderán los cultos presenciales?

Estos mismos momentos, no cerraremos nuestro local, ni suspenderemos ningún culto. No sólo por estar fuera de las zonas restringidas, sino también porque la ley, en cuanto a libertad religiosa se refiere, nos ampara. No obstante, si nuestro lugar estuviera en zona restringida, también tenemos derecho a abrir nuestro local y celebrar cultos presenciales, pero con un aforo de un tercio, que en nuestro caso se establece en unas 30 personas.

¿Cómo sé si me afecta al lugar donde vivo?

Además de poder usar el mapa en este mismo artículo, una forma sencilla de saber si vives en una zona restringida es conociendo a qué centro de salud público acudes regularmente o cuál te corresponde.

¿Puedo asistir si NO pertenezco a una de estas zonas y sé que no soy positivo?

SÍ. Se puede asistir sin ningún problema. Has de tener en cuenta que en tu trayecto puedes pasar por una o varias zonas.

¿Puedo asistir si pertenezco a una de estas zonas y sé que no soy positivo?

Lamentablemente no puedes salir de tu zona básica de salud, así que no podrás asistir. ¡Ánimo! En principio sólo serán dos domingos. No obstante, puedes seguir nuestros cultos a través de YouTube.

¿Puedo asistir en caso de ser positivo?

No importa en qué zona vivas. En este caso abstente de asistir. Puedes seguir nuestros cultos desde aquí. Quédate en casa o acude al hospital si presentas síntomas.

En los enlaces de descarga, que se encuentran a continuación, tienes el artículo del Boletín Oficial de la Comunidad de Madrid, que recoge estas medidas, así como en el siguiente artículo de Actualidad Evangélica y un cuadro resumen de todas las medidas a adoptar por las entidades religiosas. En el artículo especial que hemos dedicado a las medidas adoptadas por nuestra iglesia tienes más información.

Regreso a casa

“Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.”

Lucas 15:23-24

Septiembre, mes de regresos: Regreso a clase, regreso (para muchos) de sus vacaciones al trabajo y, sobre todo, regreso a casa.

Aunque sabemos que este año ha sido bastante anormal, también en cuanto a las vacaciones se refiere, el regreso a casa, aunque pueda parecer para la mayoría de nosotros la tediosa vuelta a la rutina, siempre es un alivio, incluso cuando acabamos cansados de nuestra casa, porque estuvimos confinados en la misma durante muchas semanas, hasta hace no mucho tiempo.

Y es que la libertad de poder salir y movernos, se ve en conflicto con el confort de estar en el espacio personal que representa nuestro hogar. Y aun dependiendo del carácter que tengamos cada uno: cada cual puede ser más o menos aventurero, al final siempre puede buscar un lugar donde sentirse protegido y descansar.

Esto me recuerda al más famoso viaje de ida y vuelta que encontramos en la Biblia: La parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32).

Posiblemente es una de las parábolas más conocidas en todo el mundo y una de las más usadas para el evangelismo, pero no olvidemos que también es para nosotros, los que estamos “dentro” de la familia de la fe, ya que esta historia tiene más detalles y matices de lo que podamos pensar.

La manera insolente en la que el hijo menor pide su herencia y se va con ella, la manera tan absurdamente hedonista de malgastarla, lo bajo que cayó este personaje en los peores momentos, la recapacitación y el camino ideando una nueva vida de esclavitud, el caso del hermano mayor que envidia el festivo y pomposo recibimiento al menor (a veces nos podemos sentir identificados con él), etc. Pensamos tanto en este descarado hijo menor y la trastada que hizo y luego como “revivió” regresando a su hogar, que a veces perdemos de vista al verdadero protagonista de esta corta y bella historia: el amoroso padre.

Cuando pensamos en nuestro papel dentro de esta parábola, estamos siendo influidos tanto por los cuentos clásicos como las películas de Hollywood que se han empeñado en etiquetar a “los buenos” y “los malos”, a los “héroes” y los “villanos”, y habitualmente pasamos por alto que, en esta historia, los dos hijos tienen un poco de cada lado. Ambos son personajes ambiguos, que demuestran tener su punto de debilidad y conflicto en momentos diferentes y por eso, son como nosotros, tan buenos como malos. Pero el que está tanto en medio como por encima de cada uno, como haciendo de juez, pero también de abogado, es el padre. Y de él no cabe ninguna duda de que es el único y verdaderamente bueno de toda la historia.

Nadie puede llegar a pensar en identificarse con el padre. Nadie llega, ni de lejos, a su nivel. Todos tendemos a despreciar, no damos o directamente condenamos. Sólo el padre rompe nuestros esquemas de lo que entendemos que es la justicia y la misericordia.

El padre da y se da a sí mismo, y una vez que ha dado, vuelve a dar. Uno de los hijos pide al principio y el otro pide al final. El padre da al hijo menor y el padre no ha dejado de dar al mayor en ningún momento.

Y el hogar como marco perfecto de referencia. Ese lugar del que nos empeñamos en escapar porque tratamos de buscar algo que ya había, pero que ninguno de nosotros lo sabía.

Fuera del hogar ¿Qué buscas? ¿Te buscas a ti mismo? ¿Buscas tu identidad? ¿Buscar cariño, amor y aceptación? ¿Buscas plenitud? Sigue buscando si quieres, porque tarde o temprano te darás cuenta de que ahí fuera no está lo que necesitas. Lo que siempre has necesitado, lo que te define y te da identidad es saber que eres hijo del Padre y que en su hogar está tu origen, pero también tu destino. Tu plenitud y tu felicidad. Recapacita, arrepiéntete y vuelve. Date cuenta también de que, si ya estás dentro, no busques tres pies al gato, no te despistes por lo que haga el otro, y piensa que tu padre es el mismo que el de aquel pobre desgraciado que se perdió y que, en lo profundo de tu corazón probablemente le envidiarías porque quisieras haber huido de casa como lo hizo él. Pero piensa una vez más quién eres tú, cuál es tu hogar y, sobre todo, quién es tu padre, que también quiere que tú disfrutes de su presencia y del regreso de tu hermano perdido.

Santi Hernán