Recuerdo que allá, en el ya lejano mes de marzo, se llegó a comentar que esta pandemia iba a ser algo tan pasajero como la duración de la primavera que este virus nos robó, y que en verano seríamos libres de nuevo. Recuerdo con qué optimismo se vivieron aquellas tres fases de la famosa desescalada, contando los días para vivir un verano como el habitual, para regresar a nuestros trabajos, poder irnos de vacaciones a la playa como de costumbre y volver a abrazar a los nuestros en una normalidad que no era esa que llamaban “nueva” sino que era la de siempre, cuando pensábamos que el Coronavirus no era capaz de sobrevivir a los más de 30 o 40 grados del calor del verano español ¡Cuán equivocados llegamos a estar! ¡Y qué poco sabíamos! Sólo algunas voces de expertos pesimistas anunciaban una fuerte segunda ola o rebrote en otoño.
Estamos en otoño, de camino a un nuevo invierno, en el que este virus amenaza con juntarse, mezclarse y confundirse con sus parientes que nos suelen visitar en estas fechas, como los resfriados o las gripes. Ahora también regresan las restricciones y nuevos confinamientos, y esperemos (y oremos) de corazón que no sean como los que tuvimos en primavera, porque poco nos falta para volver a esa triste situación y casi a las puertas de la navidad.
Esto nos recuerda que el mundo sigue doliéndose, el mundo actual, moderno, sofisticado, hiperconectado y desarrollado sigue intentando dar la batalla a un virus que a día de hoy (noviembre) ha segado las vidas de más de un millón de personas en todo el mundo y ha afectado a otros 45 millones. Por cada noticia esperanzadora de nuevas vacunas, surgen más acerca de nuevos contagios, fallecimientos y consecuentes restricciones y nuevos recortes a nuestra libertad ciudadana en favor de mayor seguridad para nuestra salud pública.
Ahora más que nunca nos acordamos de las palabras de Jesús que nos recuerda en qué clase de mundo enfermo habitamos. Una creación hecha perfecta al principio, pero que deterioramos nosotros mismos con nuestra maldad.
Pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Ro 5:20). Ahora más que nunca nos hacemos eco de las palabras de Jesús que, no tapa ni oculta los males del mundo, pero sí nos ofrece esperanza fuera de él, mientras nos muestra su mano tendida. El contexto del pasaje de cabecera (Lucas 21:5-36) es un discurso desgarrador del maestro, en el que anticipaba a sus discípulos, lo que se iría confirmando en los años, décadas y siglos posteriores, hasta llegar a nuestros días: que el mundo iba a sufrir guerras y amenazas de guerras, desastres naturales, pobreza y pestilencia (¿virus? Lc 21:11), entre otras señales, también habrá persecución contra los seguidores de Jesús, y con la destrucción posterior de Jerusalén y su templo (que sabemos por la historia que ocurrió en el año 70 d.C) se destruiría la tradición del celoso pueblo judío. Es decir, los tiempos iban a cambiar como lo están cambiando para nosotros, que, acostumbrados a una rutina, ahora toca reinventarse y adaptarse a una nueva, que quizá nos siga durante mucho más tiempo del que pensamos (espero equivocarme). En medio de amenazas, miedos, persecución y desastres naturales y sociales por doquier, Cristo nos da esperanzas. Todo lo que sucede será la antesala de algo maravilloso, la venida del Reino de Dios. No solamente podemos leerlo en clave escatológica (de los últimos tiempos) sino en que ese Reino está con nosotros y en nosotros y ya lo estamos disfrutando. No es necesario acudir al templo, como tenían por costumbre los judíos para encontrarse con Dios, sino que ya había llegado el momento en el que los verdaderos adoradores adorarían desde cualquier lugar (Juan 4:23). Con esto no quiero decir, ni mucho menos, que nos dejemos de congregar, hagámoslo mientras podemos, más bien hago un llamamiento a no desanimarnos, a no desfallecer. Si nuestra fe depende de si nos congregamos o no ¡Qué pobre es nuestra fe! No busquemos el Reino en el local físico de la iglesia, sino que lo hagamos en reflexión profunda y personal y analicemos cómo esta nuestra vida y nuestro corazón ante la venida de todos estos males que nos acechan hoy, y ante la llegada de este glorioso Reino.
Santi Hernán