“Y les dijo: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.”
Mateo 22:21
Los que hemos confiado nuestra vida a Cristo somos ciudadanos del cielo, nuestro verdadero hogar no está aquí, estamos de paso por este mundo, y nos estamos encaminando a uno completamente nuevo donde la justicia de Dios, la única verdadera, es la que gobierna y gobernará por siempre.
Mientras tanto estamos aquí, pasando penurias como muchos (aunque con momentos de alegría) y sufriendo las consecuencias propias de un mundo caído, fruto de un gobierno en cuyo trono no está sentado el político de turno, sino más bien nuestro “yo”.
Así es, el pecado no es la simple metedura de pata de una pareja primitiva, como algunos nos quieren hacer ver, cuando tratan de ridiculizar la Biblia, el pecado es querer gobernar nuestra vida a nuestra manera y por nuestra cuenta. Usar nuestra libertad, en lugar de para hacer el bien, para hacernos dueños de nosotros mismos, renunciar al gobierno de Dios y darle la espalda… y así nos ha ido.
No hagas un repaso por toda la historia de la humanidad, y busques las mayores atrocidades que muchos han cometido, sino que busca mucho más cerca, dentro de tu corazón… sí, ¡tu corazón!, profundiza en tus pensamientos y te darás cuenta de que no eres tan bueno como crees. Eso luego lo multiplicas por varios miles de millones y obtendrás como resultado, una humanidad a la deriva.
Pero mirando a nuestro alrededor, la sensación es que parece que nuestra esperanza está en una nueva clase política que nos sacará de nuestras miserias o reestablecerá la justicia o eliminará las desigualdades. ¡Nada de eso!
La historia ha demostrado que todo líder político no sólo es imperfecto, sino que ha buscado primero el bien suyo (como cada uno de nosotros) antes que el del pueblo que gobierna, aunque luego lo disfrace de palabrería y vanas promesas.
Ahora bien, estamos en elecciones, vivimos en democracia, y aunque nuestra mirada está puesta en el cielo, nuestros pies siguen pisando esta tierra, tierra que no sólo habitamos en este breve peregrinaje, sino que es, además, la tierra que está recubierta por esa mies, que lleva más de 2000 años lista para la siega, por lo que no debemos cometer los mismos errores que algunos en la iglesia cometieron desde la antigüedad, y no nos aislemos. Este mundo es nuestro campo de trabajo y los creyentes debemos de estar bien integrados en él, conocer su cultura (aunque muchas cosas de ella no las compartamos) y debemos de preocuparnos por las mismas incertidumbres que el resto de la población, aunque nuestra perspectiva sea otra.
Pero, al igual que cuando trataron de tender una trampa a nuestro Señor Jesús los religiosos de su época, a la hora de preguntar por la cuestión de los impuestos para Roma, no nos dejemos engañar.
No nos engañemos por las falsas promesas de beneficios para los pobres y los marginados, que algunos disfrazan de espiritualidad, cuando en realidad, lo que hacen es confundir lo terrenal y lo espiritual, confiando en figuras e instituciones públicas que jamás mirarán por las cosas celestiales.
Y esto tiene dos grandes implicaciones: Uno. Sabemos que las distintas sensibilidades políticas tienen esa lamentable tendencia a crispar y enfrentar a la ciudadanía que se afilia a cada bando. Como cristianos no debemos caer en ese juego. Nuestra prioridad es lo espiritual y buscar el Reino de Dios y su justicia, que no tiene nada que ver con el reino de este mundo y su “justicia”. Y dos, como dije antes, nuestra esperanza está más allá de este mundo. Las promesas de nuestro Señor son 100% fiables, justo al contrario que las de cualquier líder de partido o de gobierno. No esperemos encontrar el cielo en la tierra. Como ciudadanos seamos sobrios y sensatos. Comparemos los programas electorales en las cuestiones que sean más viables y no hagamos caso de los “castillos en el aire” que algunos se empeñan en construir. Recordad que nada es gratis, y si un político te ofrece algo “gratis”, ya sabéis que en realidad será a cargo de todos los ciudadanos, no de unos pocos.
Cada cosa va por su lado, lo material va “para el César”, para las cosas de este mundo, que se gestionan como decide el mundo, y lo de Dios, pertenece a Dios, y nosotros pertenecemos a Él, por lo tanto, debemos dejar que Él gobierne en nuestras vidas, con la esperanza de que llegará el día, cuando hayamos llegado a la meta, en el que se materializará lo espiritual en un mundo completamente nuevo. Ese día no habrá que dar tributo al César, sino que habrá perfección y verdadera libertad porque sólo gobernará Dios, el Señor, para siempre.
Santi Hernán