Conectados a ti

“así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. ” Romanos 12:5

Por precios muy económicos, todos podemos tener internet, incluso en la palma de nuestra mano, en el móvil, en cualquier parte, a cualquier hora podemos acceder a toda la información del mundo en cuestión de segundos: Consultar el pronóstico del tiempo, las noticias, los resultados deportivos en tiempo real, podemos comunicarnos casi ilimitadamente con nuestros seres queridos que viven a miles de kilómetros o con nuestro vecino, podemos almacenar fotos y mostrarlas a los demás, y un largo etcétera… las posibilidades son enormes y cada vez mayores, a medida que las conexiones van mejorando y las redes siguen evolucionando. Estamos cada vez más conectados, y es algo muy útil.

Pero esto ya sabemos que estas cosas, también pueden ser un problema.

Cada vez nos conectamos más con la gente que no está ahí, pero nos olvidamos de los que están aquí, más cerca, presencialmente. Y por mucho que avance y se democratice la tecnología, no se debe de perder nunca, ese apretón de manos, ese abrazo, esa conversación cercana y cálida, cara a cara, no tanto “cara a pantalla”.

Los jóvenes están muy enganchados a este tipo de comunicación, pero también sabemos que les gusta mucho quedar y salir, hacer cosas juntos y comunicarse tradicionalmente. Y ese hacer cosas juntos, debe de ser una de las bases de la congregación en la iglesia. Hay iglesias, sobre todo en Estados Unidos, donde los cultos los retransmiten en directo, en video por internet, pensando en esas personas que por la razón que sea, no pueden desplazarse a la iglesia. Insisto, eso esta bien… Lo malo es abusar de ello y es donde se perdería el hecho de ser iglesia.

La iglesia no es un espectáculo, donde llegar, sentarse cómodamente y ser un espectador más. Luego al volver a casa surgen las típicas conversaciones de sobremesa dominical: “¡Qué bonito ha estado el sermón!”, o “¡Qué aburrido ha estado!”, o “¡Cómo ha desafinado el director del grupo de alabanza!”, o “¡Qué equivocado ha estado el pastor en su prédica!”, o decir inocentemente: “¡Qué bien ha estado todo, he salido lleno y bendecido… !”

Aquel que viene a la iglesia a contemplar un espectáculo, que como todo espectáculo, puede ser criticable o comentado, entonces esa persona no ha entendido nada, no sabe en qué consiste formar parte de la iglesia. ¡Normal! En este país, aún está muy presente la cultura católica no practicante, que se reduce a acudir “a misa” una vez por semana, o simplemente venir cuando hay algo especial, o para ver si así uno se siente mejor, o a ver a los hermanos, que hace mucho tiempo no se ven. Si la iglesia se hubiese establecido sólo para eso, hace siglos que habría desaparecido.

La Biblia dice que Dios mismo ha establecido la iglesia con un propósito: Dar a conocer a Cristo al mundo, y para ello, nosotros somos (o debemos ser) ejemplo de lo que debe ser el amor incondicional, porque lo hemos conocido a través de nuestro Salvador. Pero también estamos para crecer y progresar personalmente, lo que conocemos como “ser edificados”, y para ello tenemos dones, que Dios mismo repartió y dispuso entre TODOS y cada uno de nosotros: Unos enseñan, otros predican, otros alaban, otros cuidan y consuelan, otros interceden en oración, otros evangelizan de forma creativa, otros proveen, pero nadie… repito NADIE, se debe quedar sin hacer nada.

¡Qué preciosa esa metáfora que hace el apóstol Pablo, acerca de que la iglesia es un cuerpo! No un cuerpo (o corporación) humana cualquiera, sino el mismísimo cuerpo de Cristo. Somos sus ojos para ver lo que ocurre en el mundo, somos manos para hacer cosas a favor de la comunidad, somos sus pies para acudir al necesitado y al perdido, somos su boca para contar de sus maravillas. Mucha gente no verá a Dios, pero sí nos verá a nosotros. Todos somos miembros útiles que cumplen una valiosa función.

Unos en el pozo, y otros sujetando la cuerda

“como me es justo sentir esto de todos vosotros, por cuanto os tengo en el corazón; y en mis prisiones, y en la defensa y confirmación del evangelio, todos vosotros sois participantes conmigo de la gracia.” Filipenses 1:7

Si hablamos de misioneros a lo largo de la historia ¿En quién pensarías? El ya mítico doctor David Livingstone, supongo; quizá en los grandes teólogos William Carey, o John Wesley, o el joven mártir David Brainerd… o puede que no conozcas a ningún histórico. ¿Y si hablamos de otros nombres como el alemán Frederick Fliedner o el sueco William Knapp? Seguro que a muchos no os suenan, pero gracias a estos pioneros, entre otros más, que allanaron el camino para que nuestros antepasados crean, hoy día puedes congregarte en una iglesia evangélica bautista en este país.

Son los misioneros, los que van abriendo un duro camino en medio de grandes dificultades, hostilidades, rechazo y persecución, para que la única palabra que trae vida, la que sale de la boca de Dios, pueda ser oída y recibida, aunque sea por una manada pequeña (como decía aquella canción de Marcos Vidal) y con la responsabilidad de seguir con el legado y el mandato de seguir divulgándola, esparciéndola por amor a nuestro prójimo, para que nadie se pierda. Es hora también de que más personas, también fuera de nuestras fronteras tengan esta maravillosa oportunidad de conocer al único que les ha salvado y puede cambiar sus vidas para siempre.

Pero no es fácil, hay muchísima oposición, en muchos países no sólo rechazan el evangelio, no sólo se muestran indiferentes, sino que incluso lo odian, lo persiguen y no tienen piedad con aquellos que les viene a dar esperanza. No son pocos los países, y lamentablemente no son pocas las noticias donde la cristiandad está sufriendo: Irán, India, Afganistán, Egipto, Indonesia, China, Nigeria, Mali, y un largo etcétera, ya sea por la intransigencia de los radicales religiosos o por razones políticas, muchos están sufriendo por el evangelio. Pero de esto ya nos avisó Jesús:

“…os echarán mano, y os perseguirán, y os entregarán a las sinagogas y a las cárceles, y seréis llevados ante reyes y ante gobernadores por causa de mi nombre. Y esto os será ocasión para dar testimonio.” Lucas 21:12-13

Fijaros bien en esto último. Lo cierto es que muchos también han creído viendo como han sufrido, y han sido martirizados muchos misioneros, y también (sin ir a grandes extremos) como se han entregado, dando su tiempo, sus fuerzas, para ayudar a que niños en lugares muy pobres puedan ir a la escuela, o comunidades remotas puedan tener un hospital o un centro cultural, un pozo o una huerta para abastecer a un poblado… o una iglesia donde reunirse con otros hermanos. La historia de la iglesia, y del evangelio se entiende mucho mejor, a los ojos del mundo, gracias a ese sacrificio, y es un testimonio muy poderoso. Y eso se lo debemos a los misioneros y en general a los que trabajan en pro de las misiones internacionales.

Ahora bien, ¿Acaso tengo que ser un misionero en algún país remoto para dar buen testimonio de la fe? Obviamente no, puedes serlo en el lugar donde estás, pues San Sebastián de los Reyes, Alcobendas… España entera necesita (ahora más que nunca) de Cristo y ahí tenemos que misionar nosotros, pero ¿Cómo puedo colaborar con las misiones en el extranjero? Hay un símil muy bonito, que seguro que lo habéis oído en alguna ocasión:

Si alguna persona, o algún animal caían a un pozo, tenía que bajar alguien a rescatarlo y para eso hacen falta cuerdas. Hoy día los pozos pueden tener un motor eléctrico que puede recoger la cuerda, una vez se ha agarrado al rescatado, pero antiguamente tenía que haber otra persona arriba del pozo para sujetar la cuerda. Ese que baja a rescatar al caído es el misionero, pero nosotros somos los que sujetamos  la cuerda desde arriba, o si lo preferís podemos ser el motor y las poleas que sujetan el único sustento del misionero.

¿Qué son esas cuerdas? ¿Qué sujetamos nosotros? Principalmente la oración, pero también las ofrendas y el interés sincero por lo que ellos están haciendo. Hermanos, recordad que hay gente que está en lugares, en ocasiones peligrosos, que están siendo parte de la punta de la lanza que Cristo ha lanzado al mundo, para alcanzar al corazón más remoto.

Cadenas

“Así que, si el Hijo os hace libres seréis realmente libres” Juan 8:36

Cuando Jesús habla de ser libres, es porque desde que el hombre es hombre, ha vivido en esclavitud. Me explico, creo que de una manera u otra, todos, somos esclavos de algo, estamos atados a algunas cadenas, en nuestras almas, que nadie ve. Y lo más grave es que estamos tan habituados a ellas, que ya no las percibimos. Es decir, creemos que somos libres sin serlo de verdad.

No todos estamos atados de la misma forma, pero lo estamos. Unos llevamos las cadenas de los vicios, otros las cadenas de las preocupaciones, otros estamos bien arraigados a las tradiciones, otros a la religiosidad, otros a los miedos, otros al trabajo, otros al complejo de inferioridad, otros al deseo del poder y del dinero, otros a remordimientos, y así podríamos hacer una lista muy larga. Y digo yo: Si Cristo me perdonó haciéndome libre ¿por qué no gozo de esa plena libertad? Hace poco leí una historia que me hizo pensar bastante:

“Cuando yo era niño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante, que, como más tarde supe, era también el animal preferido por otros niños. Durante la función, la enorme bestia hacía gala de su peso, un tamaño y una fuerza descomunales… Pero después de la actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que aprisionaba una de sus patas. Sin embargo la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera a penas enterrado unos centímetros en el suelo, y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la estaca y huir. El misterio sigue pareciéndome evidente.

¿Qué lo sujeta entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores, pregunté entonces a un maestro, un padre y un tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se encapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia “si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.

Con el tiempo olvide el misterio del elefante y la estaca, y solo lo recordaba cuando me había encontrado con otros que también se habían hecho esa pregunta alguna vez.

Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mi, alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño. Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él. Imaginé que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro… Hasta que un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque pobre, cree que no puede.

Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo. Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza.”

De Jorge Bucay “Déjame que te cuente…”

Todos tenemos un poco de ese elefante, estamos atados a ciertas estacas que nos quitan la libertad. Quizá, hace mucho tiempo, aprendimos el mensaje “no puedo”. Pero hermanos, nuestro señor Jesucristo no nos dijo en vano estas palabras: “Si el hijo os hace libres, seréis realmente libres”

El tranquilo control de Dios

“¿Por qué se amotinan las gentes, y los puebles piensan cosas vanas? Se levantan los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su Ungido: diciendo: Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus cuerdas” Salmo 2:1-3

¿Una vez te has preguntado por qué Dios no está deprimido al ver como el mundo se ha levantado en rebeldía contra Él? Tiene sobrados motivos para estarlo. La apostasía de Israel en tiempos del Antiguo Testamento, lo que hicieron con su Hijo Jesús cuando le envió al mundo, el estado moribundo de la iglesia en muchos lugares y la persecución de su pueblo en otros. Dios tiene emociones. ¿Cuáles son estas frente al panorama que ve cuando contempla el mundo desde el cielo? El Salmo 2 contesta a esta pregunta.

El Salmo empieza con las naciones, que  conspiran contra Dios para librarse de su gobierno. No quieren obedecer sus leyes y no quieren que su Mesías reine sobre ellas. No quieren ninguna de sus restricciones. Ven su Ley como una ligadura y sus mandamientos como ataduras que no les dejen en libertad para hacer lo que les parece. Luego, cuando envía a su Rey al mundo, le quiten de en medio crucificándolo. Los apóstoles vieron los eventos de la muerte de Cristo como cumplimiento de este salmo: “¿Por qué se amotinan las gentes?…” Hechos 4:25-26 es una cita directa de este salmo, y lo citan en medio de una oración muy aleccionadora: “Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera” (Hechos 4:26-27). Aquí esta el motivo por el cual Dios no está desesperado. Todo el mundo se ha unido contra Él y contra su Cristo para librarse de su gobierno, y matan a su Hijo pensando que lo han logrado, ¡y lo único que han hecho es llevar a cabo la voluntad de Dios! Esta es la mayor frustración del enemigo: todo lo suyo sirve para realizar los propósitos de Dios. Dios lo tuvo en cuenta cuando planeó las cosas, y lo incluyó en sus planes. Todo lo que no contribuye a los planes de Dios, Dios no lo permite. Matan a su Rey, y Dios lo usa para nuestra salvación. Lo resucita para que al final reine, tal como lo había determinado desde el principio.

¡La maquinación del enemigo es tan impotente que Dios se ríe!: “El que mora en los cielos se reirá; y el Señor se burlará de ellos” (Salmo 2:4). No se ríe porque han matado a su Hijo, sino porque no logran sus fines malvados, porque es ridículo luchar contra Dios. Es de risa: la hormiga contra el elefante. Dios se ríe, pero luego se enfurece: “Luego hablará a ellos en su furor” (v. 5); “pero yo he puesto a mi Rey sobre Sión, mi santo monte” (v. 6). Dios ha determinado que su Hijo va a reinar, y Él reinará, y ya está. Lo que Dios decide es lo que prevalecerá por encima de todo lo que hagan el enemigo y las fuerzas unidas del mundo para impedirlo. Así que a los reyes de este mundo es de su interés admitir amonestación y servir a Dios con temor (v. 10-11) si no quieren ser consumidos con su ira (v. 12). Para nosotros que somos creyentes, este salmo nos recuerda que, un día, Dios pondrá a su Rey sobre su santo monte y Él reinará, y esto a pesar de toda la organizada rebeldía que vemos ahora contra su gobierno en este mundo. Dios hará lo que ha dicho, y punto.

A lo que hemos sido llamados

Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor1ª Corintios 1:9

Algunos piensan que hemos sido llamados a usar nuestros dones en la iglesia; otros, que hemos sido llamados a propagar el evangelio; otros, a servir en el mundo; y otros piensan que hemos sido llamados a ir al cielo. Todas estas cosas son ciertas, pero no son la finalidad de nuestra llamada. El propósito de nuestra llamada es tener comunión con Cristo. Tristemente se pueden hacer muchas cosas sin tener comunión con Él. Ir al cielo es para continuar teniendo la comunión que hemos establecido con él aquí en el mundo, y para profundizar en ella. Es a una relación que hemos sido llamados, no, en primer lugar, a un ministerio o a un lugar, sino a una Persona.

¿Cómo, pues tenemos comunión con Cristo? Lo obvio es que no hemos sido llamados solamente a asistir a cultos, o a tener mucho conocimiento bíblico, ni a ser miembros de una iglesia, o a participar en muchas actividades, sino a conocer a Cristo. Se le conoce y se relaciona con él de la misma manera que Jesús se relacionaba con su Padre. Se levantaba muy de mañana para buscar al Padre en oración; otras veces pasaba horas de la noche en comunión con él. Averiguaba su voluntad y la hacía. Tenía comunión con él haciendo las obras de su Padre, hablando de él, abriendo su Palabra a la gente, meditando en ella, y encarnándola en su vida. Fue la palabra encarnada cuando nació en Belén, y también, a lo largo de su vida, cuando iba cumpliendo las Escrituras en su experiencia.

Nosotros también tenemos comunión con él de este modo. Tenemos comunión con él mientras servimos a otros, mientras oramos por ellos, mientras cultivamos relaciones cristianos. Tenemos comunión con él al sufrir con otros, al llevar sus cargas, al identificarnos con su dolor.

También tenemos comunión con Cristo al sufrir por su causa. ¿Quiénes son los que tenemos más comunión con él? ¿No son los que languidecen en cárceles en Irán por amor a su nombre, los que van a reuniones en las casas-iglesias de la China a peligro de sus vidas, los que cruzan las montañas de Afganistán para animar a creyentes aislados, los que predican a las multitudes al aire libre en Kenia, los que caminan horas para llevar el evangelio a pueblos donde no se sabe nade de Cristo? Son los que visitan hospitales, los que atiendan a enfermos en sus casas, los que apadrinan a niños pobres, los que estudian la Palabra para transmitirlas a otros, los que trabajan activamente para edificar la iglesia. También son los que apoyan económicamente a obreros, los que oran con pasión por las almas, los que reparten literatura, los que adoran desde lechos de dolor, añorando su venida.

Dios provee las circunstancias, todas ellas medios para tener comunión con su Hijo.  En esta comunión uno ora, busca a Dios, siente lo que siente él, llora, implora su ayuda y experimenta su poder. Vives lo que vivía Jesús en circunstancias parecidas en las cuales llegas a comprenderle, a amar como amaba él, a sufrir como sufría el, a perdonar y a practicar su paciencia en viva comunión con él. En estas circunstancias te habla, te anima y te dice que está contigo allí donde estés, y dices como Pablo: “pero el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas” (2 Tim. 4:17).

Esto es tener comunión con él.

Guardar ¿Qué?

“El hombre bueno, del buen tesoro  de su corazón saca  lo bueno; y el hombre malo,   del mal tesoro de su corazón saca lo malo;   porque  de la abundancia del corazón habla la boca.”  Lucas 6: 45

Hay  un refrán que dice: “El que guarda, halla”, esto es una gran verdad, es una ley inalterable para bien o para mal, pero halla.

Todas las personas  guardamos muchas cosas, como por ejemplo en los  almacenes en las oficinas en los locales guardamos archivos, cajas, muebles, alimentos, ropas, vehículos, etc. Y cuanto más tenemos  más  guardamos.

Tenemos muchos departamentos para guardar las cosas que tenemos. Por ejemplo en los armarios guardamos la ropa  de invierno y de verano, también guardamos en otro lado la vajilla, en otro lado la comida, los libros, los artículos de limpieza, etc. Luego también guardamos cosas muy .importantes como documentos familiares, asuntos del médico, recibos, escrituras, fotos, cartas, películas, y como no, dinero.

También tenemos la costumbre de guardar cosas que nunca utilizaremos, como cosas de cuando éramos niños, o recuerdos que nos cuesta mucho tirar, o cientos de cosas que creemos vamos a utilizar algún día. Pero… ¿Vale la pena guardar todo lo que guardamos’?  ¿No guardamos cosas  y cosas  y al final tenemos que tirar muchas?

¿Que tiene que ver esto con nuestra vida espiritual?

En la biblia vemos  que tenemos que guardar los mandamientos, nuestra lengua etc. Y lo más importante ¡El corazón! Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida. (En otra versión: Porque de él brotan los manantiales de la vida) Proverbios 4: 23.

Es decir, pon un centinela, vigílalo cuidadosamente, protégelo, préstale atención, mantenlo limpio, quita los escombros, cuídalo. Si lo haces, de ti brotara la vida. Es decir. Cuando la biblia habla del corazón se refiere a lo mas fundo de  nuestro ser, es el cetro de la totalidad de nuestra personalidad.

Tenemos que guardar nuestro corazón porque muchos enemigos quieren sitiarlo. A la puerta de nuestro corazón se presentan la crítica, los malos  pensamientos, la desobediencia, la avaricia, el orgullo, la amargura, la malicia y le dicen: Por favor, déjanos pasar. Pero qué bueno  sería si a lo malo dijéramos: ¡La puerta está cerrada!

Todos los cristianos necesitamos tener un corazón tierno, no duro, necesitamos guardar perlas preciosas en este cofre para enriquecer a los que necesitan ánimo, consuelo, amor, edificación, gracia y ayuda en todos los sentidos.

Mientras vivamos aquí en la tierra guardaremos muchas cosas que se quedaran aquí, pero si guardamos el corazón manará la vida por la eternidad.

¡Pidamos, y pidamos bien!

“No tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” Santiago 4:2-3

La manera de conseguir lo que queremos es pedírselo a Dios. En el mundo, la gente consigue lo que quiere por trampas, por peleas, por robar y matar. Hay luchas, guerras y combates para que los ambiciosos consigan lo que sus pasiones egoístas codician. Esta es la carnalidad descarada, en su peor estado: “Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís” (Santiago 4:2). Nuestro mundo está desgarrado con estos conflictos, nuestras iglesias también, ¡y también nuestros mismos cuerpos!  Nuestras pasiones nos impulsan y nos arrastran. Nos consumimos y nos destrozamos a nosotros mismos para alcanzar nuestros deseos carnales. Así actuamos tanto para conseguir promoción en el trabajo, ¡como un lugar en la iglesia!, una reputación, fama, dinero y éxito. El método está mal. La motivación está mal. ¡Y la meta también está mal!

No conseguimos un buen testimonio por medio del éxito, por subir más alto y conseguir el puesto más alto, sino por humillarnos y servir.

Para conseguir lo que queremos tenemos que pedir, pero ¡tenemos que desear lo bueno, con la motivación correcta! Queremos un coche lujoso para lucirlo. Mal. Lo correcto sería necesitar un coche adecuado por buenas razones y comprarlo con prudencia. Y esto con las cosas espirituales también. Quiero tener ministerio en la iglesia. Bien. ¿Para qué? Para hacer un nombre para mí misma. Mal. Quiero servir a otros. Bien. ¿Para qué? Para que me amen. Mal. Quiero tener amistades. Bien. ¿Para qué? Para que se ocupen de mí. Mal. Quiero un trabajo. ¿Para qué? Para ganar dinero. No. Para servir a Dios en él. Quiero ver a mis hijos convertidos. ¿Para qué? Para que todo el mundo vea que soy buena madre, para que mi vida valga la pena, para enseñar a otros cómo lo conseguí, para que mis hijos me aprecien y vean cuánto he hecho por ellos y todo lo que he sufrido por ellos. Mal. La motivación correcta es ¡para que tengan a Jesús!  ¿Por qué quiero que la gente se convierta? ¿Porque son malos y necesitan arrepentirse?  ¿Porque convivo con ellos y mi vida sería más fácil si fuesen convertidos? ¿Para mostrarles que yo tengo la razón? ¿Para que mi vida valga la pena? No. Estas motivaciones son egoístas. Es desear lo bueno con una motivación mala. Tengo que desear lo correcto con una motivación correcta, y entonces pedir.

Querido Señor Jesús te adoro, porque tú querías que nos salvásemos por los motivos correctos, no para que viésemos lo malos que somos, sino para que viésemos lo bueno que eres tú. Todo lo hiciste, no para tu propia gloria, sino para la gloria del Padre. Alabado seas.

Tiempos de refrigerio

Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer. Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerioHechos 3:18-19

Sin querer despreciar a otros idiomas, cuanto más conozco de nuestra lengua española, más me admiro de las palabras con su pronunciación, su etimología (origen de la palabra) y su significado, su correcto uso, la musicalidad de una frase bien hecha, las múltiples facetas que pueden tener, a la hora de expresar sentimientos: La belleza y suavidad de las palabras cariñosas: el amor, la ternura, la paz, el bien. Pero también las necesarias palabras que expresan rudeza, para dar un mayor énfasis a un sentimiento negativo. Por ejemplo, la palabra que escuchamos tan habitualmente en

los últimos años: La crisis. ¡CRISIS! Suena como si se tratara de un cristal roto.

La letra “R” suele poner ese punto de carácter en los vocablos del idioma castellano, como la palabra que compartiré hoy con vosotros: REFRIGERIO.

Yo, que llevo prácticamente toda la vida en la iglesia, conozco desde pequeño esta palabra, y siempre la he asociado a la típica comida comunitaria (habitualmente informal y ligera) tras el culto o actividad de turno.

Sin embargo, leyendo el pasaje bíblico que relata la sanación de un cojo en la puerta del templo, y el discurso posterior del apóstol Pedro, me ha llamado la atención el uso de esta palabra al referirse a un hecho muy esperanzador. Por ello, decidí acudir al diccionario de la Real Academia para conocer toda su dimensión:

Refrigerio. (Del lat. refrigerĭum). 3 acepciones:

1. Beneficio o alivio que se siente con lo fresco.

2. Alivio o consuelo en cualquier apuro, incomodidad o pena.

3. Corto alimento que se toma para reparar las fuerzas.

Viendo la primera acepción vemos que hablar de algo fresco a mediados de agosto nos hace, incluso sentirnos bien, como si nos hubiésemos empapado del agua de una ducha fresca al sol del mediodía, o nos hubiésemos saciado con una botella de agua recién sacada de la nevera. La tercera acepción la mencioné antes y la usamos habitualmente en el ambiente eclesial; pero la segunda acepción es especialmente reconfortante, es sin duda ese refrigerio al que hace referencia Lucas (el autor de Hechos) en el versículo 19, al final de la porción reproducida en la portada.

Volviendo a esa palabra de moda, que parece no gastarse nunca, y que incluso han llegado a vetar muchos de sus conversaciones: La crisis; da la sensación de que es opuesta al refrigerio: un tiempo de desconsuelo, de apuro, de pena, de tribulación.

Pero fijaos bien, que un refrigerio no anula el apuro, la incomodidad o la pena ¡Siguen estando ahí! Pero se trata de un alivio, un consuelo. De la misma manera que Cristo, el verdadero y único protagonista del discurso de Pedro en el pórtico de Salomón.

La conclusión y fin de todo esto es que el refrigerio, esa esperanza viva, ese frescor para nuestras almas dañadas por el pecado y la crisis, sólo puede provenir del Señor. El hombre cojo del templo probó de este refrigerio y su corazón fue transformado, y un tiempo antes fueron aquellos apóstoles, usados por Dios para obrar el milagro del levantamiento del lisiado, los que conocieron el frescor, el alimento, el alivio, el consuelo y el poder hecho hombre, en la persona de Jesucristo.

¿Conoces tú este refrigerio? Olvídate un momento de ti mismo, abandona tu pecado y tu miseria, no busques plata, ni oro, acércate hoy a Cristo, y conocerás a aquel cuyo poder está por encima de crisis y situaciones difíciles y otorga la esperanza que el ser humano necesita.

La liebre y la tortuga

“No que lo haya alcanzado ya o que ya haya llegado a ser perfecto si no que sigo adelante, a fin de poder alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús.” Filipenses 3:12-14

Se cuenta un fábula de que una liebre se jactaba de que era el animal más rápido del bosque. Cuando desafió a los demás a una carrera, sólo la tortuga se atrevió a probar. A la liebre le pareció injusto, pues ella ganaría fácilmente. Pero salieron de todas maneras y la tortuga pronto se quedó atrás. En el camino la liebre decidió que

tenía tiempo de echarse a la siesta, sin embargo, la tortuga siguió caminando. Cuando la liebre despertó no vio a la tortuga por ninguna parte y yéndose se dijo “Todavía no me ha alcanzado”, pero cuando llegó a la meta, la tortuga ya había llegado.

¡Cuánto nos parecemos nosotros a la liebre! Salimos muy rápido hacia la meta y nuestras vidas están llenas de paradas, y lo más triste es que muchos no se levantan nunca.

El apóstol Pablo estaba en medio del camino, por eso dice “Todavía no soy perfecto, pero sigo alcanzando la meta”. Cristo lo alcanzó en el camino de Damasco y tenía un propósito para él. Él tenía la seguridad de la salvación, pero también tenía sobre sus espaldas la responsabilidad de seguir corriendo como un buen atleta y cumplir el propósito de aquel que lo alcanzó.

Es interesante lo que dice: “Una cosa hago” ¿Qué cosa? “Olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante”. Él quiere dejar a un lado la parte que ya ha recorrido porque si lo hace se saldrá de la pista y fracasará. Digamos que olvidar lo que queda atrás no significa que perdamos la memoria, porque aunque queramos borrar malos recuerdos del pasado no podemos olvidar el pasado, quiere decir no vivirlo.

En nuestro pasado hemos tomado decisiones equivocadas, hemos tenido fracasos, hemos hecho muchas cosas que estaban mal y nos sentimos culpables, llenos de sentimientos dolorosos, nos hemos sentido decepcionados por alguien en quien teníamos puesta toda nuestra confianza.

Quizá hemos sufrido experiencias amargas de conflictos y divisiones dentro de la familia o dentro de la iglesia. Que perdimos el gozo y nos llenamos de desánimo de tal forma que no queremos fiarnos de nadie y es que tenemos heridas infectadas sin curar. Yo creo sinceramente que si no olvidamos aquello que nos produjo el dolor no podremos seguir adelante, pero no sólo eso, “olvidando lo que queda atrás” quiere decir que no nos gloriemos de nuestro pasado, si lo hacemos, dejaremos de seguir adelante.

Cuántas veces nos decimos a nosotros mismos: “¡Qué bueno fui! ¡Qué gran trabajo hice! ¡Como serví al Señor hace 20 años! ¡Como amaba yo y servía a otros! ¡Como estudié la Biblia! ¡Como oraba!” Pero si hoy no amo ¿Qué valor tiene si ayer amé? Si hoy no tengo paciencia ¿Qué valor tienen si en el pasado la tuve? Si yo no hago nada ahora y he dejado de correr ¿Qué valor tiene si en el pasado hice mucho? ¡Nada!

Sigamos mirando hacia adelante como la tortuga y llegaremos a la meta recibiendo el premio que nos dará nuestro Señor.

La sed insaciable

“El amor al dinero es la raíz de todos los males, el cual codiciando algunos se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores”1ª Timoteo 6:10

La Biblia no dice que el dinero es la raíz de todos los males, sino el amor a él.

El deseo de dinero tiende a convertirse en una sed insaciable. Había un proverbio latino que decía que la riqueza es como el agua del mar; lejos de colmar la sed, la intensifica cuanta más obtiene, más se quiere.

El deseo del dinero se basa en un deseo de seguridad pero no la puede comprar. Ni puede comprar la salud, ni el amor. El hombre, la mujer puede estar tan apegada al dinero que nunca podrá ser feliz, es más, puede perder la vida física y lo peor de todo, la vida eterna.

Hace mucho leí un artículo acerca de un banquero en la provincia de Lérida.

Resulta que este banquero guardaba el dinero en el sótano cuyos muros estaban forrados de dinero. Este banquero no bajaba todos los días al sótano, sino que se pasaban semanas y meses.

Un día tuvo que bajar a coger algo y tal fue su sorpresa que vió la llave puesta en la cerradura de la puerta.

El banquero temblando gritó: – ¡Me han arruinado, me han robado todo el dinero! – Rápidamente abrió la puerta y un horrible espectáculo se presentó ante sus ojos. Allí había un cadáver que todavía podía reconocer, se trataba de un antiguo empleado del banco, el cual antes de dejar su empleo se hizo un copia de la llave y a escondidas bajó al sótano para coger el dinero del banquero. Tuvo tal ansia al mirar el dinero a la luz de una linterna que llevaba en la mano que con precaución cerró la puerta y se puso a llenar las bolsas de joyas y de dinero. Rápidamente se dirigió a la puerta para huir pero ¡Qué horror, la puerta no la podía abrir! Se había olvidado de que la cerradura solo se podía abrir con la llave que había olvidado detrás de la puerta.

Por más que lo intentó no la pudo abrir; se consumió la luz de la linterna, y cada hora que pasaba ne la oscuridad debió parecerle un siglo de agonía. Día tras día seguro que ya no pensaba en el dinero, más bien estaría con el oído puesto para oír algunos pasos y que le abrieran la puerta, pero nada, el hambre y la sed se agregaron a sus tormentos.

La idea de morir lentamente debió de quitarle toda la vergüenza de pedir socorro, pero por más que gritara nadie le podía oír. ¡Qué situación morir lleno de dinero!

Esta historia aunque es dramática nos enseña lo que nuestro Señor nos enseñó ¿Qué aprovechará el hombre si ganare todo el mundo y perdiera su alma? Marcos 8:36

¿Qué ganaría el cristiano si codiciando las cosas materiales las consigue, si luego pierde las más importantes como la comunión con Dios, con la familia, con los hermanos y por último pierde la vida eterna?