“como me es justo sentir esto de todos vosotros, por cuanto os tengo en el corazón; y en mis prisiones, y en la defensa y confirmación del evangelio, todos vosotros sois participantes conmigo de la gracia.” Filipenses 1:7
Si hablamos de misioneros a lo largo de la historia ¿En quién pensarías? El ya mítico doctor David Livingstone, supongo; quizá en los grandes teólogos William Carey, o John Wesley, o el joven mártir David Brainerd… o puede que no conozcas a ningún histórico. ¿Y si hablamos de otros nombres como el alemán Frederick Fliedner o el sueco William Knapp? Seguro que a muchos no os suenan, pero gracias a estos pioneros, entre otros más, que allanaron el camino para que nuestros antepasados crean, hoy día puedes congregarte en una iglesia evangélica bautista en este país.
Son los misioneros, los que van abriendo un duro camino en medio de grandes dificultades, hostilidades, rechazo y persecución, para que la única palabra que trae vida, la que sale de la boca de Dios, pueda ser oída y recibida, aunque sea por una manada pequeña (como decía aquella canción de Marcos Vidal) y con la responsabilidad de seguir con el legado y el mandato de seguir divulgándola, esparciéndola por amor a nuestro prójimo, para que nadie se pierda. Es hora también de que más personas, también fuera de nuestras fronteras tengan esta maravillosa oportunidad de conocer al único que les ha salvado y puede cambiar sus vidas para siempre.
Pero no es fácil, hay muchísima oposición, en muchos países no sólo rechazan el evangelio, no sólo se muestran indiferentes, sino que incluso lo odian, lo persiguen y no tienen piedad con aquellos que les viene a dar esperanza. No son pocos los países, y lamentablemente no son pocas las noticias donde la cristiandad está sufriendo: Irán, India, Afganistán, Egipto, Indonesia, China, Nigeria, Mali, y un largo etcétera, ya sea por la intransigencia de los radicales religiosos o por razones políticas, muchos están sufriendo por el evangelio. Pero de esto ya nos avisó Jesús:
“…os echarán mano, y os perseguirán, y os entregarán a las sinagogas y a las cárceles, y seréis llevados ante reyes y ante gobernadores por causa de mi nombre. Y esto os será ocasión para dar testimonio.” Lucas 21:12-13
Fijaros bien en esto último. Lo cierto es que muchos también han creído viendo como han sufrido, y han sido martirizados muchos misioneros, y también (sin ir a grandes extremos) como se han entregado, dando su tiempo, sus fuerzas, para ayudar a que niños en lugares muy pobres puedan ir a la escuela, o comunidades remotas puedan tener un hospital o un centro cultural, un pozo o una huerta para abastecer a un poblado… o una iglesia donde reunirse con otros hermanos. La historia de la iglesia, y del evangelio se entiende mucho mejor, a los ojos del mundo, gracias a ese sacrificio, y es un testimonio muy poderoso. Y eso se lo debemos a los misioneros y en general a los que trabajan en pro de las misiones internacionales.
Ahora bien, ¿Acaso tengo que ser un misionero en algún país remoto para dar buen testimonio de la fe? Obviamente no, puedes serlo en el lugar donde estás, pues San Sebastián de los Reyes, Alcobendas… España entera necesita (ahora más que nunca) de Cristo y ahí tenemos que misionar nosotros, pero ¿Cómo puedo colaborar con las misiones en el extranjero? Hay un símil muy bonito, que seguro que lo habéis oído en alguna ocasión:
Si alguna persona, o algún animal caían a un pozo, tenía que bajar alguien a rescatarlo y para eso hacen falta cuerdas. Hoy día los pozos pueden tener un motor eléctrico que puede recoger la cuerda, una vez se ha agarrado al rescatado, pero antiguamente tenía que haber otra persona arriba del pozo para sujetar la cuerda. Ese que baja a rescatar al caído es el misionero, pero nosotros somos los que sujetamos la cuerda desde arriba, o si lo preferís podemos ser el motor y las poleas que sujetan el único sustento del misionero.
¿Qué son esas cuerdas? ¿Qué sujetamos nosotros? Principalmente la oración, pero también las ofrendas y el interés sincero por lo que ellos están haciendo. Hermanos, recordad que hay gente que está en lugares, en ocasiones peligrosos, que están siendo parte de la punta de la lanza que Cristo ha lanzado al mundo, para alcanzar al corazón más remoto.