Marzo: El día de la Biblia

“Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura.” Nehemías 8:8

Como cada año, celebramos en marzo el día de la Biblia. El Día de la Biblia se celebra el segundo domingo de marzo, en conmemoración del 7 de marzo de 1804, año en el que se fundó la primera Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, pionera de la obra bíblica en España.

Sin lugar a duda la Biblia merece que se le celebre un día, porque sabemos que es la revelación de Dios escrita, y que ha sobrevivido el paso de los siglos y ha llegado hasta nosotros incluso después de haber intentado ser destruida, censurada, prohibida, manipulada, negada, menospreciada, ocultada y un largo etcétera… sin éxito. El hecho de que la tengamos es otro de los muchos milagros de Dios y es gracias a su provisión y misericordia que la podemos leer, estudiar y conservar en nuestro idioma. ¡Qué privilegio!

Si hay una manera oportuna de celebrar la Biblia es sin duda leyéndola, pero creo que está muy manido eso de (simplemente) leer la Biblia. Creo que la Palabra divina merece algo más.

Seguro que si alguien muy importante para ti te dice algo que es igualmente importante ¿A qué prestas especial atención a lo que te dice?

Uno puede oír como cuando tenemos puesta la televisión de fondo, mientras tenemos una conversación con un amigo. Normalmente prestamos la atención a la persona con quién hablamos e ignoramos a la televisión, pero no siempre es así. La distracción está ahí presente y nos puede entorpecer el diálogo.

Lo mismo sucede al tratar de escuchar la voz de Dios cuando leemos su Palabra. Debemos de concentrarnos porque es fácil distraernos.

Esdras y Nehemías, como líderes del pueblo de Dios, en Jerusalén organizaron un encuentro con todo el pueblo reunido y consideraron sabiamente oportuno el leer el libro de la ley (para nosotros es el Pentateuco, es decir, los primeros cinco libros de la Biblia, ya que obviamente no tenían el Antiguo Testamento) y nos dice el pasaje en cabecera que lo leían claramente, poniendo el sentido para que entendiesen la lectura. Esto es lo que se podría decir que era una predicación de la Palabra, pero también podría ser considerado como un estudio. Porque leer las Sagradas Escrituras no es, ni mucho menos leer algo de corrido y recitarlo sin más, sino entender bien lo que Dios nos quiere decir a través de ella.

Por ello, lo que tenemos que hacer, más que leer, es estudiar la Biblia, escudriñarla, sacarle todo su jugo, alimentarse con ella, no sólo “picotear” versículos como muchos tienen por costumbre.

Estudiar la Palabra implica el sentarse con rigor y seriedad delante de ella, en oración, para que sea el Espíritu Santo quién guíe y nos dé claridad a la lectura.

Dios es el que pone el querer como el hacer. Pero también tenemos que poner de nuestra parte.

Por ello quiero compartir unas breves pautas propuestas por Sociedad Bíblica de España:

Antes de leer cada pasaje, pídele a Dios que te hable a través de su Palabra.

Reserva un tiempo especial cada día para leer la Biblia, y ¡procura mantenerlo! ¡Si puedes encontrar un lugar tranquilo aún mejor!

Tendrás que decidir si prefieres leer a solas o en grupo. La compañía, a veces, ayuda sobre todo para entender el texto. Léelo varias veces. Cuando hayas leído, piensa en las respuestas a estas preguntas:

¿Por qué se escribió este pasaje?

¿Cuál es el significado de cada palabra del texto que yo no entiendo?

¿Qué significado tenía este pasaje para sus lectores originales?

¿Qué me dice a mí este texto hoy?

¿Qué dice el pasaje acerca de Dios?

¿Qué me dice sobre Jesús?

¿Qué pide que haga yo?

Ora y pide a Dios que lo que acabas de leer te ayude a vivir de acuerdo a su voluntad.

Esperamos que estos consejos te ayuden a estudiar su Palabra y seas alimentado e inspirado todos los días.

Santi Hernán

Febrero: El servicio en la iglesia

“sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.” Efesios 4:15-16

Me impacta el sencillo y que pasa prácticamente desapercibido testimonio de la sanación de la suegra de Pedro (Mateo 8:14-15). Casi dos líneas para decir dos cosas: ella estaba en la casa de su yerno, postrada en la cama, con fiebre, y Jesús tocó su mano y fue sanada y ella les servía.

Así de simple es este relato, pero que refleja una verdad incontestable. Si has sido sanado es con un propósito.

Igual que la suegra de Pedro, todos estábamos enfermos, todos padecíamos fiebres altas en el alma, y estábamos postrados en la cama de nuestra mediocridad y conmiseración, y tuvo que llegar Jesús y tomarnos de la mano para ser levantados.

La reacción posterior, de servicio inmediato, aunque puede parecer automático, es más complejo de lo que parece. Todos tenemos una mochila con carga de nuestro pasado y de muchas otras cosas que nos lastran que en ocasiones impiden que sirvamos correctamente en la iglesia: Puede ser algún desengaño con algún hermano o con la iglesia entera, puede ser una falta de confianza en los dones que Dios ha puesto en cada uno de nosotros, algún problema personal o puede ser algo más triste, como la falta de amor al prójimo.

Esas cargas no son visibles a simple vista, como el virus que seguramente tendría la suegra de Pedro, que le provocaba esas fiebres. Por eso es imprescindible examinarnos adecuadamente.

Si no estás sirviendo revisa qué hay en tu vida que te impida hacerlo, y ponlo en las manos del Señor, que te sane. El servicio es una de las cosas que primeramente son afectadas cuando tenemos un problema. Dejamos de servir y de dar nuestro diezmo, y luego dejamos de asistir regularmente, para finalmente desaparecer.

Para solucionarlo hemos de admitir que tenemos un problema, y para eso es bueno contar con la ayuda de los demás. La mujer de este relato contó con la ayuda de su yerno, y éste le llevó al único que podía sanarle eficazmente. Si no identificas que tienes un problema y no pides ayuda difícilmente serás sano. Es todo un ejercicio de reflexión personal y de humildad.

¿Por qué servimos? ¿Por qué tenemos que servir? Ahora vamos con el pasaje que se encuentra en la cabecera.

En este pasaje, Pablo le escribe a la iglesia de Éfeso, entre otras cosas, de qué manera ha de funcionar una iglesia y para ello llama a un servicio, variado, con diversidad de funciones y tareas, como la de los apóstoles, los profetas, los evangelistas, los pastores, los maestros, y más… todos constituidos por el Señor (Ef. 4:11-12).

El motivo viene a continuación, y es ayudar a que las personas que componemos la iglesia seamos cada vez mejor, seamos perfeccionados y crezcamos no sólo cada uno a nivel espiritual, sino que la propia iglesia crezca en número y haya más personas que lleguen a conocer a Cristo.

Y dada la diversidad de dones y de funciones, la tarea corresponde a toda la iglesia. Por favor, no esperemos que todo el peso caiga solamente sobre el pastor o sobre el consejo, o apurando un poco, sobre los miembros. Toda la iglesia ha de implicarse de algún modo o en otro.

Si como iglesia queremos crecer (¡y estamos llamados a ello, no podemos quedarnos así!) debemos de estar sujetos a nuestra “cabeza”, que es Cristo, que es quien nos provee y nos guía. Él es que nos sana, como a la suegra de Pedro, pero además nos une

Una iglesia no puede crecer si no está unida, si no vamos todos en la misma dirección. Hemos de aportar nuestra colaboración y ayudarnos mutuamente, según lo que Dios nos haya dado para hacer. Sólo podemos estar unidos y edificados en el único amor verdadero, que es el de Cristo.

¿Has sido rescatado y sanado por Él? ¿A qué esperas? ¡Ofrécete! ¡Hay mucho que hacer en el campo del Señor!

Santi Hernán

Enero: El ministerio pastoral

“Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas.” Juan 10:11

Bienvenidos al nuevo año 2020. Desde estas breves líneas, esperamos y deseamos que este año sea tan bonito y redondo, como es su número. Desde luego, desde nuestras iglesias tenemos muchas expectativas con respecto a este año, ya que habrá muchas novedades, que el Señor irá añadiendo y revelando según su voluntad.

Como veis, con respecto a este escrito, seguimos el mismo plan que el año pasado, con los boletines mensuales, ya que éstos han funcionado, pero necesitamos que sigan funcionando con su lectura y tomando buena nota de todas las actividades y propuestas que desde aquí se hacen.

Es bastante probable que, con la ayuda y provisión del Señor, se añadan nuevos miembros a nuestra pequeña familia de iglesias (por lo menos un miembro más) y que este boletín llegue también al barrio de Valdezarza, en Madrid capital. Lugar donde hay misión que hacer y por ello, en los próximos meses tanto “Ágape” como “Clamemos” reciban un nuevo lavado de cara con esta nueva incorporación.

Dios nos ha bendecido y sorprendido gratamente durante 2019 y no esperamos menos de 2020. Porque sus planes son mayores que los nuestros.

Esperamos que, asimismo, y en relación a lo anterior, todos podamos ser contagiados por el entusiasmo por este proyecto misionero, en el que además saldremos mensualmente a la calle en viernes, además de continuar con Operación MATEO, avanzando en abrir nuevos hogares y que estos puedan tener más personas, y teniendo un mes especial de campañas en junio, tanto en Sanse, Valdetorres y también el barrio de Valdezarza. Y explorando nuevas posibilidades de alcanzar a aquellos que aún no conocen de Cristo. Esa es nuestra misión y nuestra visión.

Ahora yendo con el asunto que nos ocupa en este mes, tal y como hicimos el año pasado, haremos un énfasis mensual en un aspecto diferente de la vida de la iglesia, y al igual que el año pasado, arrancamos el año con el énfasis en el ministerio pastoral.

No hablé en vano de los proyectos y las expectativas para este año al principio de este escrito. Cuando un año empieza lo normal es reflexionar sobre lo que uno espera de este nuevo ciclo que se abre ante nosotros. Pero en relación a lo que toca este mes, y pensando en lo que es un “buen pastor”, nuestra mente y corazón, en seguida van en busca del llamado “príncipe de los pastores” que es nuestro Señor Jesucristo, el buen pastor por excelencia.

Lo cierto es que pensando en general, en pastores, a veces escuchamos y leemos noticias muy inquietantes en internet o incluso a veces en los medios masivos, acerca de pastores evangélicos que han cometido algún tipo de abuso sexual, o se han enriquecido a costa de una iglesia, o a través de algún tipo de fraude, o los conocidos como abusos espirituales (esto no se oye tanto pero se da muchísimo y es tremendamente peligroso), que son pastores manipulando a su feligresía haciendo uso indebido de su autoridad, para obtener cualquier tipo de beneficio propio, y provocando con ello la destrucción de innumerables iglesias locales, en todo el mundo.

Lo cierto es que aquellos que no cometen estos abusos, que no destrozan iglesias, y que son hombres y mujeres levantados y llamados por Dios y que tratan de acometer su labor con honradez, también se pueden equivocar en un momento dado.

¿Nos podemos fiar entonces de algún pastor? La respuesta corta es sí, del que nunca nos falla que es Cristo, el “príncipe de los pastores”. Pero la respuesta larga es que sí igualmente, pero para no restar ninguna autoridad a los hombres y mujeres que con honestidad procuran gestionar y cuidar de una congregación, aunque se puedan equivocar en momentos puntuales (¿Quién de vosotros no se equivoca?), Cristo mismo es el que llama, el que levanta, el que prepara y equipa y el que conforma el corazón de cada pastor a su propio corazón.

En el pasaje de Juan 10, que es una continua metáfora de la vida pastoril, Jesús se presenta en todo momento como el buen pastor. Un pastor tan perfecto que da su vida por sus ovejas, que se coloca en la puerta del redil para que ninguna sea dañada por agentes externos, que también va a buscar la que se pierde, sea la que sea, cuyos intereses está en la vida, salud e integridad de su rebaño por encima de sus intereses personales. ¡Qué bueno tener un pastor así! ¿Verdad? Ese es Cristo, al que debemos de mirar, y al que nuestros ministerios pastorales deben imitar.

Con todo esto en mente, poniendo nuestra mirada en el buen pastor por excelencia os deseamos un muy ¡Feliz año 2020!

Santi Hernán

Diciembre: Navidad

“Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.” Lucas 2:6-7

Casi no ha empezado el presente mes de diciembre y ya están las calles decoradas, los dulces típicos en las estanterías de los supermercados, los anuncios alusivos en televisión y, en definitiva, ya se empieza a respirar cierto ambiente navideño alrededor, aún en medio de una sociedad fuertemente secularizada, pero que, ya de paso, también se ha empeñado en secularizar la navidad, rebajándola a regalos, luces de colores, tiendas abarrotadas y fiestas acompañadas de familiares y de algún que otro exceso.

Si tú eres cristiano, e independientemente si estás o no de acuerdo con que se celebre, o si estás o no de acuerdo en que se haga en estas fechas, o eres de los que piensan que se trata de un lavado de cara de una vieja fiesta pagana romana, o que quizá no quieres hacerle el juego a los centros comerciales, o al contrario, vives y celebras con pasión estas fechas, has de reconocer que hay una verdad inapelable, y que la recogen de una manera magistral los evangelistas, pero especialmente Lucas: Esa verdad es que Dios mismo, se insertó en la historia humana, como un hombre más, y así lo atestigua indicando que Augusto era el César en Roma, y Cirenio el gobernador de Siria, y que se promulgó un edicto ordenando que todo hijo de vecino fuera empadronado (Lc 2:1-2).

Estos datos que hallamos en la Biblia, aunque quizá no nos digan mucho a nivel espiritual, sí nos sitúan en un tiempo y un lugar concreto y nos hablan de una realidad teológica tan compleja y fascinante, como esperanzadora.

Es compleja y fascinante porque nos revela que el Dios eterno, que nunca tuvo un principio, que jamás tendrá un final, que es autoexistente, que es creador de todo, que ni los cielos, ni la tierra, ni el universo entero, ni ninguna de las dimensiones conocidas ni por conocer pueden contenerle, se hizo limitado, pequeño, frágil, dependiente, y ahora estaba contenido por las paredes de un útero materno.

Ahora se introdujo a sí mismo en un tiempo en la historia humana tan convulso y complejo, tan inestable, tan despiadado y miserable, como era aquella Edad Antigua.

Lo normal en aquel entonces era que un escaso porcentaje de partos tuviera éxito, lo normal era que en medio de ese delicado proceso no sobrevivía o la madre, o el niño o a veces ninguno de los dos.

Lo normal era que pocos niños pasaban de sus primeros años de vida, y más en un territorio periférico del imperio, como era la paupérrima Judea. Lo normal era que toda criatura conviviera con la mugre y toda clase de enfermedades para las que aún faltaban veinte siglos para ser controladas con la penicilina. Y más aún si el bebé como el que estamos hablando halló acomodo en un sucio comedero para bestias, porque era la mejor opción disponible.

Lo normal es que, siendo judío, era un ciudadano de segunda o tercera categoría, al que desde la poderosa Roma miraban con recelo y estaba bajo constante sombra de sospecha por rebelión. Y por supuesto con menos derechos que los que disfruta casi cualquier ciudadano de cualquier país actual.

Ese es el mundo al que Dios decidió venir, en este tiempo y en este lugar ¿Por qué? Sólo Él lo sabe. Lo que es seguro es que lo hizo en el momento adecuado, y por su gracia es que lo hizo cuando perfectamente podía habernos ignorado, dejándonos a nuestra suerte, tratando de buscarle a tientas, subiendo al obsoleto y corrompido templo de Jerusalén o al samaritano monte Gerizim para ofrecer algún tipo de sacrificio animal que le agrade, o siendo sepultados por la dura legislación impuesta por la clase religiosa de los fariseos y escribas de la época.

Y esto es lo que nos lleva a pensar en una realidad esperanzadora, la de Jesús, que ha querido venir y convivir como un hombre normal y corriente, como un siervo, siendo el Dios soberano, e incluso llegando a ser tratado como un delincuente siendo santo. ¿Por qué haría todo esto?

Piénsalo en estas fechas … o en otras si lo prefieres (pero no lo pospongas demasiado) y reflexiona sobre cuál es tu posición ante este Dios que ha bajado a donde estamos, se ha humillado, se ha sacrificado, se ha levantado y ahora desde su trono te ofrece su mano para levantarte de tus propias miserias, y te abre sus brazos para darte el más cálido de los abrazos, el de un padre que espera.

¡Feliz Navidad!

Santi Hernán

Noviembre: Misiones internacionales

“Entonces hubo gran llanto de todos; y echándose al cuello de Pablo, le besaba, doliéndose en gran manera por la palabra que dijo, de que no verían más su rostro. Y le acompañaron al barco.” Hechos 20:37-38

¿Cómo reaccionaríamos nosotros si un hijo nos dijera que se va a un país extranjero a predicar de Cristo? Posiblemente muchos de nosotros reaccionaríamos con gozo y satisfacción al ver cómo ese hijo ahora es una herramienta en manos de nuestro Dios. Pero con honestidad, nos daría algo de miedo y tristeza por la separación.

Pero ¿Y si dijera que el país al que está llamado este hijo es Corea del Norte, Somalia, Afganistán o quizá Libia? Seguro que el oír el nombre de estos u otros tantísimos países (con un importantísimo porcentaje de la población mundial viviendo en ellos) donde el cristiano es cruel y sistemáticamente perseguido, seguro que ya no nos parecerá tan bien. Más de uno de nosotros (yo me incluiría) reconvendríamos a nuestro hijo (o amigo o familiar querido) para ir a otro país o revisar bien cuál es su llamado.

Pues en esto consiste ser misionero, en llevar la Palabra a personas en otras partes del mundo (hasta lo último de la tierra). No tiene por qué ser necesariamente a un país con persecución que el Señor llame, pero desde luego no se trata de un viaje de placer. Y salir del círculo de confort y de la compañía de los suyos siempre es doloroso, aunque la llamada sea a ir a misionar a paradisíacas Islas Maldivas (donde, por cierto, también se persigue fieramente a los cristianos).

Algo así debieron sentir los cristianos de Éfeso, al despedir a Pablo tras su emotivo discurso, antes de zarpar para ir a una ciudad donde sabía que no le irían a recibir con los brazos abiertos, como era Jerusalén (Hechos 20:17-38). Pablo iba a estar ante los de su propia nación, que le acusaban de predicar sobre el Cristo al que, antes él mismo asolaba antes de su conversión.

Pablo fue muy honesto con los de Éfeso, que les dijo, hasta en dos ocasiones que “nunca les verá su rostro”.

Pensemos por un momento que a un amigo o familiar le ocurre lo mismo. Pensemos que nunca más le veremos mientras estemos en este mundo. Pensemos que del lugar donde va, no va a regresar.

Y pensemos que humanamente, tiene otra alternativa. ¿Se la ofreceríamos? Estoy convencido de que sí, porque somos así de protectores. Queremos lo mejor para nuestros seres queridos. Y desearle marchar a un lugar hostil no encaja con los planes de nadie… salvo los planes de aquel que nos ama más que a nadie y que nos conoce mejor que nadie.

¡De qué manera tan diferente ve las cosas el Señor! Mientras nosotros sólo vemos una parte de la historia, en el que un amado amigo o un miembro de nuestra familia emprende un arriesgado viaje, sin probable retorno. Dios tiene una panorámica mayor: Lo que ve es un instrumento para que sean muchos, al otro lado del mundo los que regresan a Él. ¡Esa es la bendición de los misioneros en el extranjero!

Ahora, pensando un poco en nosotros (sólo un poco), también hemos recibido esa gran bendición, y cuando me refiero a “nosotros”, no sólo pienso en España, sino que, de algún modo, todos los países del mundo han recibido misioneros. Hasta el país donde se originó el cristianismo, recibió y hoy sigue recibiendo misioneros. Sin ir más lejos, en el pasaje de cabecera de este artículo, vemos que el propio Pablo viajó a la ciudad que vio nacer la Iglesia en Pentecostés.

Pero pensemos en que nosotros tenemos muchos hermanos que han dejado atrás confortables hogares y familias para venir a predicarnos y esta predicación ha traído su fruto y por eso estamos aquí.

Dejemos de ser egoístas y pensemos con gozo en que España es también, desde hace décadas, un país que envía misioneros, y prueba de ello lo tenemos en Guinea Ecuatorial principalmente (donde la obra misionera bautista está más que consolidada) y también Mozambique, Cuba y ahora también el Norte de África, un lugar, por cierto, inhóspito para los cristianos. Ahí, en colaboración con el Ministerio de Obra Social de la UEBE se está sirviendo, ayudando y, por supuesto compartiendo el mejor pan (el pan de vida) con miles de personas, que ahora viven en opresión y en completas tinieblas.

Pensemos en ellos y no dejemos de orar y ofrendar. Si Dios no te ha llamado directamente a las misiones, sostengamos la obra desde aquí.

Santi Hernán

Octubre: UEBE y Mundo Protestante “Iglesias saludables”

“He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad.” Jeremías 33:6

Este año, para la convención 2019, el lema será “Iglesias Saludables”, basado en el texto de Jeremías 33:6, el cual está en cabecera y el cual nos servirá de inspiración para este breve escrito.

El lema de “Iglesias Saludables” sugiere que nuestras iglesias como ente vivo, pueden ser saludables, o por el contrario, pueden estar enfermas.

Así se encontraba el pueblo de Dios en los tiempos de Jeremías: Enfermo, exiliado, destruido y tomado por sus enemigos.

Pero lo peor de todo es que no fue algo fortuito, sino que de algún modo Judá se lo buscó. Le dio la espalda a Dios una vez más y se olvidó de su protección y su ley, para cambiarlo por el culto a dioses ajenos.

Ante esta decadencia y corrupción de los judíos, llegó Babilonia arrasándolo todo y llevando en cautiverio a todo el pueblo, desoyendo las advertencias de Dios a través de su profeta Jeremías.

Pero aún a pesar de todo, Dios sigue siendo fiel, sobre todo, a sí mismo. El Dios de amor, vuelve a mostrar nuevamente su misericordia, por este pueblo rebelde y terco, y promete restauración y sanidad. Promete además que la Jerusalén, que está destruida y llena de cadáveres, sería el lugar del que saldría aquel que sería de bendición a las naciones, porque, ante todo, Dios cumple sus promesas y prometió que el trono de David volvería a estar ocupado y esta vez por toda la eternidad.

Sabemos que aquel hijo de David se levantó como rey en la Jerusalén antaño exiliada y luego restaurada, pero fue coronado con espinas y su “trono” fue una espantosa cruz de rugosa madera, pero también sabemos que de ahí se levantó nuevamente de entre los muertos y encomendó a los suyos para ser testigos suyos a las naciones y fue ahí donde comenzó su Iglesia. De esta manera cumplió la promesa de que su reino sería eterno, porque es Cristo mismo quién está a la cabeza.

Dos mil años después de estas cosas, Dios vuelve a prometernos estas mismas cosas. Al igual que este pueblo de Dios representado por Israel, la Iglesia, tras la ascensión de nuestro Señor, no ha dejado de caer y levantarse, no ha dejado de enfermar y volver a ser sanada. Ya se vieron muchas cosas negativas que sucedieron en la Iglesia de los primeros años, cuando leemos las cartas del Nuevo Testamento.

Si seguimos con la historia más allá de la Biblia, vemos que la evolución de la Iglesia no fue del todo positiva, sino que incluso vemos corrupción y luchas de poder.

Podría haber mejorado todo con la llegada de la Reforma Protestante, pero sabemos que en muchas partes la iglesia cristiana siguió igual, o incluso en otros sitios empeoró con diversas inquisiciones.

Hoy vemos que en muchas iglesias, muchas heridas y poco o mal testimonio. En occidente muchas congregaciones cristianas terminan cerrando o mermando su asistencia.

Pero antes de que te desanimes al leer todo este pesimismo, te recuerdo que este texto que leemos en Jeremías no va sólo de destrucción o desolación, sino de sanidad y esperanza.

Y con esto os quiero dejar, con el buen sabor en la boca de la esperanza, la sanidad y la restauración, no porque seamos especiales, sino porque el Dios que advirtió a su pueblo de su pecado y que aun así tuvo misericordia y lo levantó, es el mismo Dios que hoy está obrando en todo el mundo, usando a una iglesia imperfecta y rebelde, pero que gracias a Él está muy muy lejos de desaparecer, más bien está creciendo en muchas partes del mundo.

Este mes hablamos de la UEBE (Unión Evangélica Bautista de España), ya que del 17 al 20 de octubre celebra su convención anual. La nº 67 ya, y aún a pesar de los problemas que acechan a nuestra Unión de iglesias, todavía estamos ahí, queremos levantarnos, servir, seguir proclamando, y declarar que somos más de 180 iglesias en España, grandes y pequeñas, que anhelamos la sanidad, la que sólo Dios puede darnos, la que nos ha prometido y de la que nos queremos apropiar. Además, a final de mes, recordamos 502 años de la Reforma Protestante, una muestra de que Dios se ha interesado por su Pueblo, para que tenga conocimiento, para que despierte y se desperece y recuerde que le servimos a ÉL, que está al frente, que nos ha dado su Palabra y que es deber y responsabilidad nuestra el poder tenerla, leerla, estudiarla adecuadamente y compartirla con otros.

Santi Hernán

Septiembre: Las vocaciones

“Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba.” Hebreos 11:8

“Mi mamá decía que la vida es como una caja de bombones ¡Nunca sabes lo que te va a tocar!”. Reconócelo, si has visto la aclamada película “Forrest Gump” seguro que has leído la frase anterior con la voz de su protagonista en tu cabeza.

Bromas aparte, la frase que cita el entrañable personaje, es una gran realidad y es que, pocas afirmaciones son tan reales y tan bíblicas como que la vida es algo aleatorio, impredecible y fugaz… prueba de ello es el extenso discurso sobre estas condiciones que tenemos en el libro de Eclesiastés.

Pero si hay algo aún más impredecible y sorprendente que la vida en sí, es la vida… ¡en Cristo! Sabemos que Él está a nuestro lado, que nos acompaña y que nos guía, pero eso no nos exime de problemas, pero podemos atravesarlos junto a nuestro Señor, lo cual es un gran consuelo. Pero si hay algo aún más impredecible y misterioso que la vida en Cristo, es la vida, en Cristo por supuesto, y habiendo respondido a su llamado. Y de eso hablaremos este mes, del “llamado”, o de las “vocaciones” (no confundir con “vacaciones”).

Cuando pienso en un llamado, habitualmente me viene a la cabeza el pastoral, o bien el misionero, pero sabemos que Dios nos llama a todos y que la iglesia no se compone solamente de pastores y misioneros, que hay muchas funciones y muchos ministerios. Como dice en la Palabra, hay multitud de operaciones y son varios los miembros del cuerpo de Cristo que compone la iglesia (1 Co 12).

Pero sea el llamado que sea, sea la vocación a la que atiendas, hay siempre un precio a pagar.

Prueba de ello lo tenemos en el pasaje de Hebreos 11, que es un magnífico discurso sobre la fe, y además de hablar de la teoría de la fe, pone abundantes ejemplos prácticos en personajes bíblicos que usaron de esta fe en Dios. Podríamos hablar detenidamente de cada uno de estos ejemplos y pasarnos horas reflexionando, pero en este pequeño espacio hablaremos muy muy brevemente del ejemplo del primer patriarca hebreo: Abraham. Por cierto, aprovecho para anunciar que estudiaremos más en profundidad su historia en Génesis 12, a mediados de octubre, en el Estudio Bíblico. Comenzamos a estudiar Génesis a partir del 1 de septiembre (todos los domingos, a las 11 ¡No te lo pierdas!).

Abraham era un hombre rico, que vivía con su esposa y sus siervos en una gran ciudad, al sur de lo que conocemos como Mesopotamia (actual Irak) y por todo lo que tenía vivía con total comodidad, como diríamos nosotros, con la vida resuelta, y aunque tenían de todo, no tenían hijos. Abraham (o Abram, como era conocido entonces) era natural de Ur, y Dios le pidió que abandonara su próspera tierra y fuera a un lugar determinado, que ni sabía dónde era. Sólo tenía que dejarse guiar por el Señor.

En este sencillo, pero determinante llamado fue donde comenzó la historia de una familia, que a su vez se convertiría en una nación, un pueblo escogido, no por tener algún tipo de cualidad especial o porque fueran importantes, sino porque así Dios lo quiso en su soberanía. Este sería el pueblo hebreo, de cuya historia se nos cuentan en las abundantes páginas del Antiguo Testamento y que discurre a lo largo de siglos hasta llegar a Jesús, nuestro salvador.

No fue poca cosa lo que hizo Abraham, no fue poco el viaje, más para un hombre que ya contaba con 65 años de edad cuando partió por esos caminos que se desdibujan por en la inmensidad y los peligros de los desiertos de Oriente Medio.

Así se puede entender un llamado. Como dije antes, un llamado a servir, y una vocación a estar dispuesto a exponerse a peligros y amenazas, a escasez, a todo tipo de incertidumbres y para colmo, a implicar a los más allegados, como Abraham, que llevó a su esposa Sara (antes llamada Sarai) y a su sobrino Lot, con siervos, ganado y demás bienes. Si una persona está siendo llamada por Dios, la familia y amigos, y en muchos casos también los bienes se verán afectados.

Servir a Dios es una gran bendición, prueba de ello está en el resultado final de esta vida de fe, que ejemplifica Abraham, y también lo tenemos en la promesa de Dios de bendecirle a él y a todos lo que le bendijeren (Génesis 12:2-3) y en el fruto que produciría que pasaría de una esterilidad absoluta a una descendencia incontable.

Y tú ¿Estas sirviendo a Dios? ¿Te ha llamado para algo en concreto? ¿Vas a dejar escapar esta bendición sin importar el precio?

Santi Hernán

Agosto: Niños y Jóvenes

“Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos.” Mateo 19:14

Hasta hace bien poco tiempo no llegábamos a tener ni cuatro o cinco niños. Ahora, gracias a Dios y por su misericordia, doblamos o en ocasiones triplicamos esa cifra.

Es algo que celebramos y que también, el Señor nos ha puesto como una gran responsabilidad. Porque los niños son una gran alegría, son una bendición, pero también son una gran responsabilidad. Una responsabilidad que como iglesia hemos de asumir decididamente, principalmente en dar una adecuada educación complementaria a la de sus padres.

Estamos en un mundo que ha ido despojando de manera progresiva la educación a los padres para otorgarla a instituciones públicas que, además de formarles en ciencias y conocimientos básicos en matemáticas, lenguaje, idiomas, educación física, etc … ha añadido de manera más o menos sutil, una serie de valores e ideologías que tienen bonita apariencia pero que lo que hacen es alejar a nuestros hijos de los valores tradicionales imperecederos.

Por supuesto, no debemos menospreciar los conocimientos que se imparten en escuelas, institutos y universidades, sobre todo si estos se basan en datos meramente objetivos y comprobables, pero como padres hemos de tener sumo cuidado con esa nueva tendencia a enseñar otros valores, lo cual debe de seguir siendo competencia de una familia sana y bien fundamentada.

Un error muy común, es ceder toda autoridad educativa a estas instituciones públicas confiando que éstas harán todo el trabajo de educación integral de los niños, incluso en todo aquello que compete a la parte ética, moral y espiritual del niño. Aunque, por otro lado, otro error muy grande es quitarles autoridad a los maestros, en la impartición de una cultura del esfuerzo y de la disciplina, que es completamente necesaria, creyendo que así se protegerá al niño de sufrir frustración por unas malas calificaciones, pero ese es otro asunto.

¿Y en nuestro ámbito cristiano? ¿Qué papel tiene la iglesia en la educación de los niños? Uno tan básico como la del colegio, incluso en ocasiones, yendo más allá. La Palabra dice en Romanos 10:17 “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.” Y un poco más atrás, en el versículo 14 dice “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” Impartiendo el conocimiento en la fe, estaremos poniendo las bases para que ese niño crezca en estas palabras del evangelio y luego de mayor tome una decisión por Cristo. Así que dejemos a los niños acudir a Jesús… ¡No se lo impidamos!

Hablemos de los jóvenes. La adolescencia y la juventud son etapas cruciales en la vida de toda persona, y es donde se toman algunas de las decisiones más importantes.

Un niño bien fundamentado en la Palabra será un joven que tenderá a tomar las decisiones más sabias, aunque sabemos que esto no siempre es así, y pueden ocurrir mil circunstancias que pueden desviar a una persona del camino correcto, pero insisto que las bases están ahí, la semilla está plantada y puede germinar en cualquier momento. Y los padres, pero también la iglesia, tienen mucho que decir. Si los padres están en Cristo, procurarán formar en el evangelio a sus hijos, sean niños o jóvenes, pero ¿Qué ocurre cuando no lo están?

Antes que nada, la iglesia jamás se deberá de inmiscuir en la tarea primordial educativa que corresponde a los padres, aunque no sean creyentes, pero sí debemos de aportar los conocimientos adecuados para que este niño sepa discernir lo que viene de Dios de lo que no, aunque a veces contradiga a sus padres. La iglesia como tal nunca debe de convencer de nada a una mente tierna como la de un niño, o a una mente, a veces confundida, como la de un joven. ¡Ese trabajo le corresponde exclusivamente a Dios!

Pero está claro que, como dice la Palabra en 1 Tesalonicenses 5:21, los niños y jóvenes, más tarde o más temprano tendrán que aprender con su mente basada en la Palabra a “examinarlo todo y retener lo bueno”, inclusive lo bueno que venga de sus padres no creyentes o lo malo que a veces se nos escape a la iglesia, que recordemos, que no somos perfectos, pero sí tenemos un Dios perfecto.

Un Dios al que debemos de apuntar siempre como maestro por excelencia y que como Padre celestial, quiere lo mejor para sus hijos, sobre todo para aquellos que suponen el futuro de un Reino que, siendo niños, ya les pertenece.

Julio: Misiones nacionales

“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.” Juan 17:20-21

Al hilo de lo que vimos el mes pasado, en el pasaje de Juan 17, en el que Jesús en su oración al Padre le dio parte y fue el corolario a tres años de ministerio terrenal, el Señor pidió principalmente por la unidad de los suyos, de la manera en la que Él mismo y el Padre son una unidad.

Este mes veremos que esta unidad no es sólo para establecer una bonita comunidad en la que todos se aman y en la que todo se maneja de manera ideal, aunque sabemos que mientras estemos en este mundo nos amamos de manera bastante imperfecta, y estamos lejos de vivir en un ideal. Esta unidad sirve, como vemos en la oración de Juan 17, para que el mundo crea.

A veces podemos decir mil veces lo mucho que Dios ama al mundo, que Cristo murió por todos y que Él ha cambiado nuestra vida. Podemos proclamarlo a los cuatro vientos (de hecho, debemos de hacerlo), pero hay un gran problema de coherencia si predicamos sobre el amor de Cristo, y la vida nueva que Él nos da, abandonando nuestro viejo “yo”, etc., si luego nos peleamos, nos criticamos mutuamente, nos ignoramos, etc.

Es en la unidad en la que los demás pueden ver el amor de Dios (aunque sea una pincelada imperfecta). Es en la unidad donde pueden ver la armonía que no hay en el mundo.

Pero no nos engañemos, esta unidad no puede ser impostada con sonrisas, bonitas palabras y buenas intenciones. El evangelio y la iglesia no es algo a experimentar de domingo a domingo. El evangelio es una vivencia diaria. La iglesia es 24 horas, y los 7 días a la semana. Tú no dejas de ser iglesia en cuanto sales del local o en cuanto llegas a casa. Eres iglesia en tu trabajo, en tu casa, en el mercado, paseando por la calle, en tu centro de estudios, en la cola de alguna oficina para hacer algún trámite, etc.

¿Y esto qué tiene que ver con el tema que nos ocupa este mes, que son las misiones nacionales?

A raíz de las afirmaciones anteriores, la respuesta sale sola. Si entendemos que somos iglesia allá donde estemos, tendremos presente a Jesús y el Padre como uno sólo, y lucharemos y trabajaremos por ser uno sólo.

Y, además, teniendo en cuenta que, aunque nuestro campo misionero ha de tener como referencia nuestra iglesia local, también hay otras iglesias donde también se predica fielmente la Palabra y se proclama la sola salvación en Cristo, por su gracia y mediante la fe.

Precisamente, gracias a la fuerza conjunta de otras iglesias es que el impacto en el mundo puede ser mayor. Gracias a la comunión que mantenemos y a esta relación de interdependencia (que no dependencia, ni independencia), es que podemos llegar más lejos. Alcanzar pueblos en lugares donde no hay presencia evangélica, ni bautista; plantar iglesias en ciudades estratégicas, como capitales de provincia u otras ciudades de importancia y, por supuesto apoyar la labor misionera de tantas iglesias, pastores, siervos y otros hermanos que Dios ha llamado, ha equipado y ha enviado, usando herramientas, que el propio conjunto de iglesias, la propia denominación, si lo prefieres aporta, para ser más eficaces en la difusión de la Palabra.

Recuerdo, años atrás, cuando era más joven, pero también más idealista, que llegué a ver las asociaciones denominacionales como una barrera para la unidad del pueblo de Dios. Pero creciendo, conociendo y reflexionando, a través de los años y la experiencia, he llegado a celebrar, y celebro la gran bendición que supone pertenecer a una denominación como la bautista y más aún, de pertenecer a una iglesia de la UEBE. Aún después de conocer sus inconvenientes, sus desaciertos y sus limitaciones, estoy convencido de que la obra misionera en España de la mano de la Unión Evangélica Bautista de España, aunque no es de un crecimiento tan alto como nos gustaría y que quizá es algo mejorable en algunos aspectos, sé que es un crecimiento firme y bien pensado y meditado, y estoy convencido de la preciosa labor que el director Julio Cháfer, y nuestros hermanos del equipo del MEM (entre los que se encuentra nuestro pastor), que agrada al Señor, porque procura que todas las iglesias vayamos a una en estos esfuerzos evangelísticos, y allá donde haya una campaña, como las decenas que habrá este verano, ahí están más de 120 iglesias respaldando, con oraciones, con ofrendas y con todo tipo de ayuda. Apoyemos el MEM, seamos uno en el Señor, en Sanse, y en toda España.

Junio: La unidad de la iglesia … y la evangelización

“Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.” Juan 17:23

Vimos el mes pasado que la sangre que Juan y su “nueva madre” María vieron como descendía por la áspera madera de la cruz, establecía una nueva relación, pero que viene a representar de una manera muy sencilla y metafórica el establecimiento de una nueva familia, en la que sus miembros iban a ser tan dispares como lo eran este joven discípulo y la (probablemente) viuda María.

Es habitual encontrarse con nuestros semejantes y buscar a aquellos que son de edades parecidas, de trasfondos culturales, gustos similares, mismas nacionalidades, inclinaciones políticas o mismo sexo. Por eso existen las asociaciones, los clubes deportivos, las peñas, los partidos políticos, etc. Y de alguna manera crean un tipo de sentimiento de pertenencia a algo, tan arraigado en el hombre. Somos seres relacionales y no lo podemos evitar… otra cosa es que nuestras relaciones sean egoístas e interesadas, debido a la huella del pecado en nuestra vida.

Sin embargo, la iglesia reúne a gente que a priori no tiene nada que ver, y que de otro modo habría sido muy difícil juntar de manera voluntaria. Ese milagro lo obró Cristo, no sólo en la cruz, sino en su ministerio, como vemos en ese precioso corolario, en forma de oración, poco antes de ser entregado. Esta oración la tenemos al completo en Juan 17.

Esta oración viene a cristalizar su deseo y viene a dar parte al Padre de su obra de implantación del Reino de Dios entre nosotros. Y comenzó como algo aparentemente insignificante: con un puñado de discípulos asustadizos, imperfectos, algo torpes, desconfiados, un poco interesados y muy ignorantes, que de algún modo consiguieron cambiar el mundo.

Si tuviéramos que analizar a estos doce con los ojos y la mentalidad de cualquier ejecutivo del siglo XXI, cualquiera habría tomado a su “contratista” (Jesús) como un loco o un torpe que claramente se habría equivocado. Unos eran personas vulgares, sin estudios y algo brutos (Pedro, Jacobo y Juan), otro era un ladron (Mateo), otro un fanático nacionalista (Simón el zelote), otro un incrédulo (Tomás), y para colmo, habría otro más que le acabaría fallando y que era un falso y un interesado (Judas)… entre otros ¡Vaya cuadro! ¿A que no los habríamos elegido nosotros para nuestros proyectos, y más aun sabiendo perfectamente como son? Pues el Maestro por excelencia los escogió y el resto de la historia ya la conocemos. Y hoy estamos aquí porque todo comenzó con Cristo y luego por el testimonio de gente así.

Pero es aquí donde se demuestra perfectamente que los méritos de la Iglesia no son humanos, sino de Dios, actuando en personas imperfectas como ellos, como los miles que nos precedieron y como nosotros.

Y luego está el asunto de la unidad ¡Ay, bendita unidad! Con tantas iglesias, denominaciones, etc.… pareciera que la Iglesia está dividida, pero no. El Señor conoce a los suyos, y sabe que entre toda la gran constelación de iglesias distintas que hay esparcidas por todo el mundo, están los suyos, los suyos de verdad, y aunque expresándonos de diferentes maneras, con nuestros modos de hacer y de ser tan dispares y con nuestras imperfecciones, como las de aquellos doce, en realidad somos uno, así como el Padre y el Hijo lo son.

Sin duda se cumple lo orado por Jesús y es que somos uno, para que el mundo crea que Dios le envió. ¿No me crees? Pues verás cuando estemos allá arriba con Él y con “nosecuantos” miles o millones de hermanos, formando una familia… y ahí sí, perfecta de verdad.

Santi Hernán