Bienvenidos a la nueva normalidad

“Entre los débiles me hice débil, a fin de ganar a los débiles. Me hice todo para todos, a fin de salvar a algunos por todos los medios posibles.”

Pablo, en 1 Corintios 9:22

Hace aproximadamente algo menos de dos meses y medio, los menos avispados mirábamos de reojo las noticias sobre un virus que estaba asolando el lejano Oriente, y de la poca importancia que le dábamos por la lejanía geográfica o el desconocimiento de la enfermedad, no podíamos llegar, ni siquiera a imaginar que nos iba a cambiar tanto.

Ya no es que nos dejara confinados en casa como nunca antes nos había ocurrido, ya no es sólo que asistiéramos atónitos al colapso de un sistema de salud del tamaño del nuestro, ya no es sólo la cantidad de empleos que se han extinguido y la próxima ruina económica, y sobre todo, ya no es sólo la tragedia que está dejando (estamos en mayo y esto aún no ha acabado, señores) de decenas de miles de fallecidos, y eso sólo en España, sino que este virus, que algunos lo infravaloraban calificándolo como una simple gripe doce semanas atrás ha cambiado occidente, y ya de paso, el mundo entero, para siempre.

En la intensidad de estos hechos, no son pocos los que afirman que esta ha sido como aquella guerra que nuestros abuelos sufrieron, o como aquella dictadura que nuestros padres vivieron. Esta generación quedará marcada por el Covid-19.

A la fecha en la que estoy escribiendo esto (27 de abril) aún no tenemos del todo claro cuando nos saldremos definitivamente del confinamiento y de qué manera se producirá este desconfinamiento, por lo que no puedo dar una fecha de regreso a nuestros cultos en nuestro local y a las actividades cotidianas, como los solíamos hacer. Lo que sí que está claro es que tendremos que replantearnos muchas cosas, sobre todo, a la medida de la evolución de la pandemia y sus consecuencias a corto y largo plazo.

Me explico con diversos ejemplos que encontramos en la sociedad: A las medidas de seguridad que todos conocemos y que debemos de cumplir, como el uso de mascarilla (como la de la foto) y guantes, la distancia social, o las medidas de higiene, se están haciendo controles en las carreteras y en las entradas a algunas empresas, se están desinfectando periódicamente las instalaciones, se están reduciendo y espaciando los aforos en los recintos deportivos, se están cancelado definitivamente numerosas competiciones, y otras se están replanteando de manera más simple, se ponen mamparas en bares, restaurantes y cajas de supermercado, el teletrabajo ha venido para quedarse, el curso en colegios, institutos y universidades así como la temporada turística de verano se han echado a perder este año. Y, en definitiva, todo se hace más en la distancia.

Y la iglesia ¿Qué? ¿Iremos a remolque del resto de la sociedad como habitualmente estamos haciendo? ¿Seguiremos igual? ¿Tomaremos medidas? ¿Hemos pensado en ello?

Es evidente que nada sustituye el contacto humano, el poder estar juntos, abrazarnos y saludarnos con un beso santo. Pero me temo que esto se tendrá que limitar de alguna manera y que habrá mucho miedo, sobre todo al principio.

Cuando volvamos no es de extrañar que la asistencia a nuestros cultos caiga de manera estrepitosa, y con razón.

Ya no estamos hablando de un miedo irracional e infundado, sino que hay bastantes expertos que hablan de posibles rebrotes en un futuro próximo, o incluso no se descarta que surja una nueva cepa o mutación del Covid. Recordemos que el actual no es el primero que está viviendo la humanidad, sino que ya hubo otro Coronavirus de tipo SARS (que afecta al sistema respiratorio) que arrasó en Asia, en 2002. Y luego hubo otra variante, en 2012, que quedó concentrado en Oriente Medio, llamado MERS. Y aún no hemos vencido totalmente este actual Covid-19, falta una vacuna, que no llegará mañana, sino que puede tardar fácilmente más de un año.

Vuelvo a repetir la pregunta anterior ¿Qué hará la iglesia? ¿Ha pensado en algo? Por cierto, en todo momento hablo de la Iglesia cristiana en general, no me refiero a la nuestra, aunque también podríamos ver qué podemos hacer nosotros a nivel local. ¿Nos adaptaremos o nos quedaremos atrás?

Ante lo que parece un auténtico cambio del paradigma, hay un pasaje bíblico que habla sobre la flexibilidad del cambio de la cultura y saber adaptarse a este cambio y es el ejemplo que puso el propio apóstol Pablo, hablando de su ministerio en distintas partes del mundo que recorrió, en el pasaje de 1 Corintios 9:19-23. El fin y la meta es la misma, eso no cambia: vers. 19: “para ganar a tantos como sea posible”. Pero luego habla de su adaptación a la cultura judía, y a la cultura gentil, su adaptación a los que son más maduros en la fe y los que son más primerizos. Como iglesia, tenemos que aprender, como Pablo, a adaptarse a los nuevos tiempos, a las nuevas culturas e ir a la vanguardia de lo que está por venir. Lo que era normal, hace un tiempo, ha cambiado. Nos guste o no, todos somos ahora bienvenidos a la nueva normalidad.

Santi Hernán

Libres en el Señor

“Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres”

Jesús, en Juan 8:36

Estaba programado otro artículo para este mes, en el que los cristianos celebramos principalmente la buena noticia (evangelio) de la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, en la conocida “Semana Santa”, también tenía programado hablar sobre la buena noticia del nacimiento de nuestro nuevo punto de misión en el noroeste de Madrid (en el barrio de Bellas Vistas, más al sur del barrio de  Valdezarza), pero una muy mala noticia ha arrasado desde el pasado mes de marzo con todo lo demás, como si se tratase de un tsunami.

En 43 años de historia de nuestra iglesia, nunca nos hemos dejado de reunir, y mirad que hemos pasado por muchos problemas de diferente índole, pero la iglesia ha seguido congregándose domingo tras domingo, si no es en nuestro local, ha sido en alguno de los retiros anuales que hemos celebrado. Pero lo que comenzó en marzo ha pasado por encima de nuestras expectativas, en el sentido negativo de la expresión.

¿Quién iba a imaginar, a principios de este 2020 que una catástrofe sanitaria de proporciones épicas iba a alcanzar con especial fuerza nuestro país, hasta tal punto de obligarnos a confinarnos en nuestros hogares? Todas las iglesias en nuestro país han tenido que cerrar sus locales de reunión (que no la iglesia) ante la amenaza de un virus extremadamente contagioso y letal, sobre todo, para nuestros amados mayores.

Lo que es seguro, es que la potencia de este evento marcará sin duda un antes y un después en nuestra historia, y en la fecha en la que escribo estas líneas apenas vislumbramos la mitad de este estado.

Este antes y después, ha hecho que este mes, me cuestione el poner anuncios en este boletín o lanzar aparte nuestro entrañable boletín de oración “Clamemos”, porque este debía de ser monotemático. Al final, juntaré ambos en este “Ágape”, cambiando la actividad por la oración. Por lo que encontraréis motivos suficientes por los que orar más abajo.

Pero como dije antes, hay dos eventos que parecen haber sido cubiertos por el oscuro manto de la incertidumbre y la calamidad del Covid-19: uno es la celebración casi universal de la semana de pasión de nuestro Señor y otro, más local, la posible inauguración de nuestro nuevo punto de misión en Madrid.

Con el virus rondando nuestras calles, copando medios de comunicación y conversaciones y, sobre todo, provocando un enorme drama en toda la sociedad ¿Cómo compaginarlo con las buenas noticias que están ahí?

Miro por la ventana de mi confinamiento y veo a la gente en otras ventanas y balcones, e una especie de injusto arresto domiciliario, para un país acostumbrado a la calle y a los abrazos. Pienso que el ansia de libertad está más patente que nunca.

Pero estamos en nuestras casas, rodeados de comodidades, con la ventana artificial al mundo que representa internet y la televisión, y con la perspectiva histórica de los avatares de nuestros antepasados, y podemos pensar que quizá no estamos tan mal, pero el ansia de libertad sigue ahí.

Nuestra esperanza es que el día de mañana esto pase (y no dejamos de repetirnos como un mantra el “… y pasará”) y cuando salgamos a la calle, experimentaremos el disfrute de un tiempo de una maravillosa primavera, pero esto también pasará… porque nuevos problemas vendrán, y serán muy duros.

Y aunque estemos en la calle, en el campo, en la montaña, en la Puerta del Sol empapándose del ansiado gentío, seguirá habiendo ansia por la libertad.

Dios nos ha creado así, libres y responsables. Tenemos capacidad de decidir qué hacer, pero a la hora de la verdad, hay un amo mucho mayor que unas autoridades públicas y sanitarias que nos retienen y nos confinan en nuestro ego, y ese es el pecado.

Algunos ven el pecado como lo más feo y desagradable del mundo (y en el fondo sabemos que lo es), pero se disfraza de un bonito deseo que sale de lo profundo de nuestro corazón, y no sólo eso, sino que se convierte en nuestro tirano, ese que nos hace querer escapar y ser libres.

¿Creemos ser libres cuando hay algo que nos confina más que cuatro paredes? Nosotros podemos pasar hasta un mes “encerrados” en nuestras casas, pero os aseguro que hay hermanos en la fe, que llevan años encerrados en una cárcel (ya sea por persecución o por ser criminales que han entregado su vida al Señor entre rejas) y que son más libres que muchos que creen que pueden ir donde quieran, porque al final de sus vidas no podrán elegir.

Esta es la libertad que nos da el Señor y que se consumó el día que encomendó su espíritu al Padre y también el día que se levantó de la muerte, mostrándonos el camino que seguiremos también nosotros.

Esa es la libertad que nos dio aquel Cristo, en aquella semana, que en fechas como las que estamos, celebraremos (en casa).

Pero esta también es la libertad que hemos de proclamar, y que de hecho estamos haciendo en nuestras ciudades, pueblos y barrios, como aquel barrio con esa incipiente congregación que está naciendo muy cerca del corazón de la ciudad de Madrid, en el barrio de Bellas Vistas, entre Cuatro Caminos y el barrio de Valdezarza (barrio donde iba a estar inicialmente) y del que damos buena cuenta con sus datos en este nuevo boletín.

Ansias de libertad es lo que tenemos. Seguramente ante el sufrimiento de muchos enfermos en sus camas, esperando su desenlace y queriendo salir de aquellos hospitales abarrotados y desbordados, lo que desean es salir, obviamente sanos y limpios, pero seguro que los habrá que nos les importará salir de otra manera, con tal de que acabe su sufrimiento y agonía. Este mundo está en agonía, lo llevamos viviendo mucho tiempo.

Pero no quiero acabar con mal sabor de boca porque, aunque sabemos que sólo Cristo nos puede hacer verdaderamente libres, aún la humanidad conserva esos pocos retazos de la imagen divina que nos hemos empeñado en deteriorar. La imagen en portada representa parte de esos retazos, en forma del reconocimiento del trabajo duro de muchas personas que están arriesgándose y dejándose la piel: sanitarios y personal de hospitales, limpiadores, policías, guardias civiles, ejército, personal de supermercados, agricultores, transportistas… y muchos que se han ofrecido para ayudar, con cuantiosas donaciones y por aquellos que con estoicismo se sacrifican escondidos en casa. Tanto por lo que agradecer y tanto por lo que aplaudir. ¿Y la iglesia? ¿Qué podemos hacer? Pensemos en ello… de momento, sigamos orando y clamando por nuestro país. A continuación, proponemos una serie de motivos de gran importancia.

Santi Hernán

 

Especial de oración “¡Clamemos!”

Enfermos y familiares

El primer motivo no puede ser otro. Hay tantos, y probablemente conozcamos en persona a algunos. Que el Señor sane y limpie a los afectados por coronavirus. Que dé paciencia y consuelo a los familiares y sobre todo a aquellos que han perdido un ser querido.

En primera línea

Lo dicho antes, personas que se dejan la piel: Médicos, enfermeros, celadores, limpiadores, administrativos, conductores de ambulancia, personal de seguridad, policías, guardias civiles, militares, personal de mercados y supermercados, agricultores, transportistas, fabricantes de equipos de protección, investigadores, y tantos que están remando en la misma dirección para que esto acabe.

La crisis que viene

Lo que vendrá después de esta pandemia puede llegar a ser más mortífero que la propia enfermedad. Una gigantesca crisis económica que amenaza con llevarse por delante a empresas, trabajadores y familias. Oremos por que el Señor vuelva a multiplicar los panes y los peces.

Nuestros gobernantes

Que aún a pesar de todo, incluso de sus propios intereses, el Señor les dé sabiduría y misericordia para saber sacrificarse a sí mismo y sepan gobernar en medio de este caos.

En el extranjero

Fuera de nuestras fronteras tenemos a Italia, China, Estados Unidos, Alemania, Irán (como mayores afectados) y tanta cantidad de países, especialmente los más pobres. Que el Señor tenga misericordia de este mundo.

Otros enfermos

No todos padecen coronavirus. Hay muchos enfermos, sobre todo, entre nosotros, que pueden verse desplazados por el empuje de la urgencia por esta pandemia. ¡No los olvidemos!

La misión

El evangelio es ahora más que nunca pertinente y necesario. Que el Señor nos dé la visión necesaria para saber cómo gestionar este tiempo tan extraño y que sepamos manejar el tiempo de incertidumbre que vendrá después. No olvidemos orar y dar las gracias por nuestra nueva misión en Madrid y por Jesús, Keyla, Victor y Linda, que están al frente.

Marzo: El día de la Biblia

“Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura.” Nehemías 8:8

Como cada año, celebramos en marzo el día de la Biblia. El Día de la Biblia se celebra el segundo domingo de marzo, en conmemoración del 7 de marzo de 1804, año en el que se fundó la primera Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, pionera de la obra bíblica en España.

Sin lugar a duda la Biblia merece que se le celebre un día, porque sabemos que es la revelación de Dios escrita, y que ha sobrevivido el paso de los siglos y ha llegado hasta nosotros incluso después de haber intentado ser destruida, censurada, prohibida, manipulada, negada, menospreciada, ocultada y un largo etcétera… sin éxito. El hecho de que la tengamos es otro de los muchos milagros de Dios y es gracias a su provisión y misericordia que la podemos leer, estudiar y conservar en nuestro idioma. ¡Qué privilegio!

Si hay una manera oportuna de celebrar la Biblia es sin duda leyéndola, pero creo que está muy manido eso de (simplemente) leer la Biblia. Creo que la Palabra divina merece algo más.

Seguro que si alguien muy importante para ti te dice algo que es igualmente importante ¿A qué prestas especial atención a lo que te dice?

Uno puede oír como cuando tenemos puesta la televisión de fondo, mientras tenemos una conversación con un amigo. Normalmente prestamos la atención a la persona con quién hablamos e ignoramos a la televisión, pero no siempre es así. La distracción está ahí presente y nos puede entorpecer el diálogo.

Lo mismo sucede al tratar de escuchar la voz de Dios cuando leemos su Palabra. Debemos de concentrarnos porque es fácil distraernos.

Esdras y Nehemías, como líderes del pueblo de Dios, en Jerusalén organizaron un encuentro con todo el pueblo reunido y consideraron sabiamente oportuno el leer el libro de la ley (para nosotros es el Pentateuco, es decir, los primeros cinco libros de la Biblia, ya que obviamente no tenían el Antiguo Testamento) y nos dice el pasaje en cabecera que lo leían claramente, poniendo el sentido para que entendiesen la lectura. Esto es lo que se podría decir que era una predicación de la Palabra, pero también podría ser considerado como un estudio. Porque leer las Sagradas Escrituras no es, ni mucho menos leer algo de corrido y recitarlo sin más, sino entender bien lo que Dios nos quiere decir a través de ella.

Por ello, lo que tenemos que hacer, más que leer, es estudiar la Biblia, escudriñarla, sacarle todo su jugo, alimentarse con ella, no sólo “picotear” versículos como muchos tienen por costumbre.

Estudiar la Palabra implica el sentarse con rigor y seriedad delante de ella, en oración, para que sea el Espíritu Santo quién guíe y nos dé claridad a la lectura.

Dios es el que pone el querer como el hacer. Pero también tenemos que poner de nuestra parte.

Por ello quiero compartir unas breves pautas propuestas por Sociedad Bíblica de España:

Antes de leer cada pasaje, pídele a Dios que te hable a través de su Palabra.

Reserva un tiempo especial cada día para leer la Biblia, y ¡procura mantenerlo! ¡Si puedes encontrar un lugar tranquilo aún mejor!

Tendrás que decidir si prefieres leer a solas o en grupo. La compañía, a veces, ayuda sobre todo para entender el texto. Léelo varias veces. Cuando hayas leído, piensa en las respuestas a estas preguntas:

¿Por qué se escribió este pasaje?

¿Cuál es el significado de cada palabra del texto que yo no entiendo?

¿Qué significado tenía este pasaje para sus lectores originales?

¿Qué me dice a mí este texto hoy?

¿Qué dice el pasaje acerca de Dios?

¿Qué me dice sobre Jesús?

¿Qué pide que haga yo?

Ora y pide a Dios que lo que acabas de leer te ayude a vivir de acuerdo a su voluntad.

Esperamos que estos consejos te ayuden a estudiar su Palabra y seas alimentado e inspirado todos los días.

Santi Hernán

Febrero: El servicio en la iglesia

“sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.” Efesios 4:15-16

Me impacta el sencillo y que pasa prácticamente desapercibido testimonio de la sanación de la suegra de Pedro (Mateo 8:14-15). Casi dos líneas para decir dos cosas: ella estaba en la casa de su yerno, postrada en la cama, con fiebre, y Jesús tocó su mano y fue sanada y ella les servía.

Así de simple es este relato, pero que refleja una verdad incontestable. Si has sido sanado es con un propósito.

Igual que la suegra de Pedro, todos estábamos enfermos, todos padecíamos fiebres altas en el alma, y estábamos postrados en la cama de nuestra mediocridad y conmiseración, y tuvo que llegar Jesús y tomarnos de la mano para ser levantados.

La reacción posterior, de servicio inmediato, aunque puede parecer automático, es más complejo de lo que parece. Todos tenemos una mochila con carga de nuestro pasado y de muchas otras cosas que nos lastran que en ocasiones impiden que sirvamos correctamente en la iglesia: Puede ser algún desengaño con algún hermano o con la iglesia entera, puede ser una falta de confianza en los dones que Dios ha puesto en cada uno de nosotros, algún problema personal o puede ser algo más triste, como la falta de amor al prójimo.

Esas cargas no son visibles a simple vista, como el virus que seguramente tendría la suegra de Pedro, que le provocaba esas fiebres. Por eso es imprescindible examinarnos adecuadamente.

Si no estás sirviendo revisa qué hay en tu vida que te impida hacerlo, y ponlo en las manos del Señor, que te sane. El servicio es una de las cosas que primeramente son afectadas cuando tenemos un problema. Dejamos de servir y de dar nuestro diezmo, y luego dejamos de asistir regularmente, para finalmente desaparecer.

Para solucionarlo hemos de admitir que tenemos un problema, y para eso es bueno contar con la ayuda de los demás. La mujer de este relato contó con la ayuda de su yerno, y éste le llevó al único que podía sanarle eficazmente. Si no identificas que tienes un problema y no pides ayuda difícilmente serás sano. Es todo un ejercicio de reflexión personal y de humildad.

¿Por qué servimos? ¿Por qué tenemos que servir? Ahora vamos con el pasaje que se encuentra en la cabecera.

En este pasaje, Pablo le escribe a la iglesia de Éfeso, entre otras cosas, de qué manera ha de funcionar una iglesia y para ello llama a un servicio, variado, con diversidad de funciones y tareas, como la de los apóstoles, los profetas, los evangelistas, los pastores, los maestros, y más… todos constituidos por el Señor (Ef. 4:11-12).

El motivo viene a continuación, y es ayudar a que las personas que componemos la iglesia seamos cada vez mejor, seamos perfeccionados y crezcamos no sólo cada uno a nivel espiritual, sino que la propia iglesia crezca en número y haya más personas que lleguen a conocer a Cristo.

Y dada la diversidad de dones y de funciones, la tarea corresponde a toda la iglesia. Por favor, no esperemos que todo el peso caiga solamente sobre el pastor o sobre el consejo, o apurando un poco, sobre los miembros. Toda la iglesia ha de implicarse de algún modo o en otro.

Si como iglesia queremos crecer (¡y estamos llamados a ello, no podemos quedarnos así!) debemos de estar sujetos a nuestra “cabeza”, que es Cristo, que es quien nos provee y nos guía. Él es que nos sana, como a la suegra de Pedro, pero además nos une

Una iglesia no puede crecer si no está unida, si no vamos todos en la misma dirección. Hemos de aportar nuestra colaboración y ayudarnos mutuamente, según lo que Dios nos haya dado para hacer. Sólo podemos estar unidos y edificados en el único amor verdadero, que es el de Cristo.

¿Has sido rescatado y sanado por Él? ¿A qué esperas? ¡Ofrécete! ¡Hay mucho que hacer en el campo del Señor!

Santi Hernán

Septiembre: Las vocaciones

“Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba.” Hebreos 11:8

“Mi mamá decía que la vida es como una caja de bombones ¡Nunca sabes lo que te va a tocar!”. Reconócelo, si has visto la aclamada película “Forrest Gump” seguro que has leído la frase anterior con la voz de su protagonista en tu cabeza.

Bromas aparte, la frase que cita el entrañable personaje, es una gran realidad y es que, pocas afirmaciones son tan reales y tan bíblicas como que la vida es algo aleatorio, impredecible y fugaz… prueba de ello es el extenso discurso sobre estas condiciones que tenemos en el libro de Eclesiastés.

Pero si hay algo aún más impredecible y sorprendente que la vida en sí, es la vida… ¡en Cristo! Sabemos que Él está a nuestro lado, que nos acompaña y que nos guía, pero eso no nos exime de problemas, pero podemos atravesarlos junto a nuestro Señor, lo cual es un gran consuelo. Pero si hay algo aún más impredecible y misterioso que la vida en Cristo, es la vida, en Cristo por supuesto, y habiendo respondido a su llamado. Y de eso hablaremos este mes, del “llamado”, o de las “vocaciones” (no confundir con “vacaciones”).

Cuando pienso en un llamado, habitualmente me viene a la cabeza el pastoral, o bien el misionero, pero sabemos que Dios nos llama a todos y que la iglesia no se compone solamente de pastores y misioneros, que hay muchas funciones y muchos ministerios. Como dice en la Palabra, hay multitud de operaciones y son varios los miembros del cuerpo de Cristo que compone la iglesia (1 Co 12).

Pero sea el llamado que sea, sea la vocación a la que atiendas, hay siempre un precio a pagar.

Prueba de ello lo tenemos en el pasaje de Hebreos 11, que es un magnífico discurso sobre la fe, y además de hablar de la teoría de la fe, pone abundantes ejemplos prácticos en personajes bíblicos que usaron de esta fe en Dios. Podríamos hablar detenidamente de cada uno de estos ejemplos y pasarnos horas reflexionando, pero en este pequeño espacio hablaremos muy muy brevemente del ejemplo del primer patriarca hebreo: Abraham. Por cierto, aprovecho para anunciar que estudiaremos más en profundidad su historia en Génesis 12, a mediados de octubre, en el Estudio Bíblico. Comenzamos a estudiar Génesis a partir del 1 de septiembre (todos los domingos, a las 11 ¡No te lo pierdas!).

Abraham era un hombre rico, que vivía con su esposa y sus siervos en una gran ciudad, al sur de lo que conocemos como Mesopotamia (actual Irak) y por todo lo que tenía vivía con total comodidad, como diríamos nosotros, con la vida resuelta, y aunque tenían de todo, no tenían hijos. Abraham (o Abram, como era conocido entonces) era natural de Ur, y Dios le pidió que abandonara su próspera tierra y fuera a un lugar determinado, que ni sabía dónde era. Sólo tenía que dejarse guiar por el Señor.

En este sencillo, pero determinante llamado fue donde comenzó la historia de una familia, que a su vez se convertiría en una nación, un pueblo escogido, no por tener algún tipo de cualidad especial o porque fueran importantes, sino porque así Dios lo quiso en su soberanía. Este sería el pueblo hebreo, de cuya historia se nos cuentan en las abundantes páginas del Antiguo Testamento y que discurre a lo largo de siglos hasta llegar a Jesús, nuestro salvador.

No fue poca cosa lo que hizo Abraham, no fue poco el viaje, más para un hombre que ya contaba con 65 años de edad cuando partió por esos caminos que se desdibujan por en la inmensidad y los peligros de los desiertos de Oriente Medio.

Así se puede entender un llamado. Como dije antes, un llamado a servir, y una vocación a estar dispuesto a exponerse a peligros y amenazas, a escasez, a todo tipo de incertidumbres y para colmo, a implicar a los más allegados, como Abraham, que llevó a su esposa Sara (antes llamada Sarai) y a su sobrino Lot, con siervos, ganado y demás bienes. Si una persona está siendo llamada por Dios, la familia y amigos, y en muchos casos también los bienes se verán afectados.

Servir a Dios es una gran bendición, prueba de ello está en el resultado final de esta vida de fe, que ejemplifica Abraham, y también lo tenemos en la promesa de Dios de bendecirle a él y a todos lo que le bendijeren (Génesis 12:2-3) y en el fruto que produciría que pasaría de una esterilidad absoluta a una descendencia incontable.

Y tú ¿Estas sirviendo a Dios? ¿Te ha llamado para algo en concreto? ¿Vas a dejar escapar esta bendición sin importar el precio?

Santi Hernán

Agosto: Niños y Jóvenes

“Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos.” Mateo 19:14

Hasta hace bien poco tiempo no llegábamos a tener ni cuatro o cinco niños. Ahora, gracias a Dios y por su misericordia, doblamos o en ocasiones triplicamos esa cifra.

Es algo que celebramos y que también, el Señor nos ha puesto como una gran responsabilidad. Porque los niños son una gran alegría, son una bendición, pero también son una gran responsabilidad. Una responsabilidad que como iglesia hemos de asumir decididamente, principalmente en dar una adecuada educación complementaria a la de sus padres.

Estamos en un mundo que ha ido despojando de manera progresiva la educación a los padres para otorgarla a instituciones públicas que, además de formarles en ciencias y conocimientos básicos en matemáticas, lenguaje, idiomas, educación física, etc … ha añadido de manera más o menos sutil, una serie de valores e ideologías que tienen bonita apariencia pero que lo que hacen es alejar a nuestros hijos de los valores tradicionales imperecederos.

Por supuesto, no debemos menospreciar los conocimientos que se imparten en escuelas, institutos y universidades, sobre todo si estos se basan en datos meramente objetivos y comprobables, pero como padres hemos de tener sumo cuidado con esa nueva tendencia a enseñar otros valores, lo cual debe de seguir siendo competencia de una familia sana y bien fundamentada.

Un error muy común, es ceder toda autoridad educativa a estas instituciones públicas confiando que éstas harán todo el trabajo de educación integral de los niños, incluso en todo aquello que compete a la parte ética, moral y espiritual del niño. Aunque, por otro lado, otro error muy grande es quitarles autoridad a los maestros, en la impartición de una cultura del esfuerzo y de la disciplina, que es completamente necesaria, creyendo que así se protegerá al niño de sufrir frustración por unas malas calificaciones, pero ese es otro asunto.

¿Y en nuestro ámbito cristiano? ¿Qué papel tiene la iglesia en la educación de los niños? Uno tan básico como la del colegio, incluso en ocasiones, yendo más allá. La Palabra dice en Romanos 10:17 “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.” Y un poco más atrás, en el versículo 14 dice “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” Impartiendo el conocimiento en la fe, estaremos poniendo las bases para que ese niño crezca en estas palabras del evangelio y luego de mayor tome una decisión por Cristo. Así que dejemos a los niños acudir a Jesús… ¡No se lo impidamos!

Hablemos de los jóvenes. La adolescencia y la juventud son etapas cruciales en la vida de toda persona, y es donde se toman algunas de las decisiones más importantes.

Un niño bien fundamentado en la Palabra será un joven que tenderá a tomar las decisiones más sabias, aunque sabemos que esto no siempre es así, y pueden ocurrir mil circunstancias que pueden desviar a una persona del camino correcto, pero insisto que las bases están ahí, la semilla está plantada y puede germinar en cualquier momento. Y los padres, pero también la iglesia, tienen mucho que decir. Si los padres están en Cristo, procurarán formar en el evangelio a sus hijos, sean niños o jóvenes, pero ¿Qué ocurre cuando no lo están?

Antes que nada, la iglesia jamás se deberá de inmiscuir en la tarea primordial educativa que corresponde a los padres, aunque no sean creyentes, pero sí debemos de aportar los conocimientos adecuados para que este niño sepa discernir lo que viene de Dios de lo que no, aunque a veces contradiga a sus padres. La iglesia como tal nunca debe de convencer de nada a una mente tierna como la de un niño, o a una mente, a veces confundida, como la de un joven. ¡Ese trabajo le corresponde exclusivamente a Dios!

Pero está claro que, como dice la Palabra en 1 Tesalonicenses 5:21, los niños y jóvenes, más tarde o más temprano tendrán que aprender con su mente basada en la Palabra a “examinarlo todo y retener lo bueno”, inclusive lo bueno que venga de sus padres no creyentes o lo malo que a veces se nos escape a la iglesia, que recordemos, que no somos perfectos, pero sí tenemos un Dios perfecto.

Un Dios al que debemos de apuntar siempre como maestro por excelencia y que como Padre celestial, quiere lo mejor para sus hijos, sobre todo para aquellos que suponen el futuro de un Reino que, siendo niños, ya les pertenece.

Julio: Misiones nacionales

“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.” Juan 17:20-21

Al hilo de lo que vimos el mes pasado, en el pasaje de Juan 17, en el que Jesús en su oración al Padre le dio parte y fue el corolario a tres años de ministerio terrenal, el Señor pidió principalmente por la unidad de los suyos, de la manera en la que Él mismo y el Padre son una unidad.

Este mes veremos que esta unidad no es sólo para establecer una bonita comunidad en la que todos se aman y en la que todo se maneja de manera ideal, aunque sabemos que mientras estemos en este mundo nos amamos de manera bastante imperfecta, y estamos lejos de vivir en un ideal. Esta unidad sirve, como vemos en la oración de Juan 17, para que el mundo crea.

A veces podemos decir mil veces lo mucho que Dios ama al mundo, que Cristo murió por todos y que Él ha cambiado nuestra vida. Podemos proclamarlo a los cuatro vientos (de hecho, debemos de hacerlo), pero hay un gran problema de coherencia si predicamos sobre el amor de Cristo, y la vida nueva que Él nos da, abandonando nuestro viejo “yo”, etc., si luego nos peleamos, nos criticamos mutuamente, nos ignoramos, etc.

Es en la unidad en la que los demás pueden ver el amor de Dios (aunque sea una pincelada imperfecta). Es en la unidad donde pueden ver la armonía que no hay en el mundo.

Pero no nos engañemos, esta unidad no puede ser impostada con sonrisas, bonitas palabras y buenas intenciones. El evangelio y la iglesia no es algo a experimentar de domingo a domingo. El evangelio es una vivencia diaria. La iglesia es 24 horas, y los 7 días a la semana. Tú no dejas de ser iglesia en cuanto sales del local o en cuanto llegas a casa. Eres iglesia en tu trabajo, en tu casa, en el mercado, paseando por la calle, en tu centro de estudios, en la cola de alguna oficina para hacer algún trámite, etc.

¿Y esto qué tiene que ver con el tema que nos ocupa este mes, que son las misiones nacionales?

A raíz de las afirmaciones anteriores, la respuesta sale sola. Si entendemos que somos iglesia allá donde estemos, tendremos presente a Jesús y el Padre como uno sólo, y lucharemos y trabajaremos por ser uno sólo.

Y, además, teniendo en cuenta que, aunque nuestro campo misionero ha de tener como referencia nuestra iglesia local, también hay otras iglesias donde también se predica fielmente la Palabra y se proclama la sola salvación en Cristo, por su gracia y mediante la fe.

Precisamente, gracias a la fuerza conjunta de otras iglesias es que el impacto en el mundo puede ser mayor. Gracias a la comunión que mantenemos y a esta relación de interdependencia (que no dependencia, ni independencia), es que podemos llegar más lejos. Alcanzar pueblos en lugares donde no hay presencia evangélica, ni bautista; plantar iglesias en ciudades estratégicas, como capitales de provincia u otras ciudades de importancia y, por supuesto apoyar la labor misionera de tantas iglesias, pastores, siervos y otros hermanos que Dios ha llamado, ha equipado y ha enviado, usando herramientas, que el propio conjunto de iglesias, la propia denominación, si lo prefieres aporta, para ser más eficaces en la difusión de la Palabra.

Recuerdo, años atrás, cuando era más joven, pero también más idealista, que llegué a ver las asociaciones denominacionales como una barrera para la unidad del pueblo de Dios. Pero creciendo, conociendo y reflexionando, a través de los años y la experiencia, he llegado a celebrar, y celebro la gran bendición que supone pertenecer a una denominación como la bautista y más aún, de pertenecer a una iglesia de la UEBE. Aún después de conocer sus inconvenientes, sus desaciertos y sus limitaciones, estoy convencido de que la obra misionera en España de la mano de la Unión Evangélica Bautista de España, aunque no es de un crecimiento tan alto como nos gustaría y que quizá es algo mejorable en algunos aspectos, sé que es un crecimiento firme y bien pensado y meditado, y estoy convencido de la preciosa labor que el director Julio Cháfer, y nuestros hermanos del equipo del MEM (entre los que se encuentra nuestro pastor), que agrada al Señor, porque procura que todas las iglesias vayamos a una en estos esfuerzos evangelísticos, y allá donde haya una campaña, como las decenas que habrá este verano, ahí están más de 120 iglesias respaldando, con oraciones, con ofrendas y con todo tipo de ayuda. Apoyemos el MEM, seamos uno en el Señor, en Sanse, y en toda España.

Junio: La unidad de la iglesia … y la evangelización

“Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.” Juan 17:23

Vimos el mes pasado que la sangre que Juan y su “nueva madre” María vieron como descendía por la áspera madera de la cruz, establecía una nueva relación, pero que viene a representar de una manera muy sencilla y metafórica el establecimiento de una nueva familia, en la que sus miembros iban a ser tan dispares como lo eran este joven discípulo y la (probablemente) viuda María.

Es habitual encontrarse con nuestros semejantes y buscar a aquellos que son de edades parecidas, de trasfondos culturales, gustos similares, mismas nacionalidades, inclinaciones políticas o mismo sexo. Por eso existen las asociaciones, los clubes deportivos, las peñas, los partidos políticos, etc. Y de alguna manera crean un tipo de sentimiento de pertenencia a algo, tan arraigado en el hombre. Somos seres relacionales y no lo podemos evitar… otra cosa es que nuestras relaciones sean egoístas e interesadas, debido a la huella del pecado en nuestra vida.

Sin embargo, la iglesia reúne a gente que a priori no tiene nada que ver, y que de otro modo habría sido muy difícil juntar de manera voluntaria. Ese milagro lo obró Cristo, no sólo en la cruz, sino en su ministerio, como vemos en ese precioso corolario, en forma de oración, poco antes de ser entregado. Esta oración la tenemos al completo en Juan 17.

Esta oración viene a cristalizar su deseo y viene a dar parte al Padre de su obra de implantación del Reino de Dios entre nosotros. Y comenzó como algo aparentemente insignificante: con un puñado de discípulos asustadizos, imperfectos, algo torpes, desconfiados, un poco interesados y muy ignorantes, que de algún modo consiguieron cambiar el mundo.

Si tuviéramos que analizar a estos doce con los ojos y la mentalidad de cualquier ejecutivo del siglo XXI, cualquiera habría tomado a su “contratista” (Jesús) como un loco o un torpe que claramente se habría equivocado. Unos eran personas vulgares, sin estudios y algo brutos (Pedro, Jacobo y Juan), otro era un ladron (Mateo), otro un fanático nacionalista (Simón el zelote), otro un incrédulo (Tomás), y para colmo, habría otro más que le acabaría fallando y que era un falso y un interesado (Judas)… entre otros ¡Vaya cuadro! ¿A que no los habríamos elegido nosotros para nuestros proyectos, y más aun sabiendo perfectamente como son? Pues el Maestro por excelencia los escogió y el resto de la historia ya la conocemos. Y hoy estamos aquí porque todo comenzó con Cristo y luego por el testimonio de gente así.

Pero es aquí donde se demuestra perfectamente que los méritos de la Iglesia no son humanos, sino de Dios, actuando en personas imperfectas como ellos, como los miles que nos precedieron y como nosotros.

Y luego está el asunto de la unidad ¡Ay, bendita unidad! Con tantas iglesias, denominaciones, etc.… pareciera que la Iglesia está dividida, pero no. El Señor conoce a los suyos, y sabe que entre toda la gran constelación de iglesias distintas que hay esparcidas por todo el mundo, están los suyos, los suyos de verdad, y aunque expresándonos de diferentes maneras, con nuestros modos de hacer y de ser tan dispares y con nuestras imperfecciones, como las de aquellos doce, en realidad somos uno, así como el Padre y el Hijo lo son.

Sin duda se cumple lo orado por Jesús y es que somos uno, para que el mundo crea que Dios le envió. ¿No me crees? Pues verás cuando estemos allá arriba con Él y con “nosecuantos” miles o millones de hermanos, formando una familia… y ahí sí, perfecta de verdad.

Santi Hernán

Abril: Semana Santa

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” Efesios 2:8-9

La tercera semana de este mes de abril, esto es, la de los días 15 al 21, celebramos la conocida como Semana Santa, y siendo lo que se conmemora en esta fecha algo de importancia capital para la fe cristiana, sin duda merece el énfasis de este mes, ya que lo ocurrido en la primera Semana Santa cambió la historia de la humanidad para siempre.

No es casualidad que esta celebración coincida con la de la pascua judía, es decir, (y esto es importante recordarlo), la celebración del momento en el que el pueblo hebreo salió libre de la esclavitud de Egipto. De hecho, Dios mismo, y al hilo de lo que se revela en Hebreos 1:1-2, ya se ha revelado a nosotros de muchas maneras, principalmente para comunicarnos su plan de redención a través de Jesucristo. Ya en el Antiguo Testamento, varios siglos antes de su nacimiento, tenemos imágenes de la figura de nuestro salvador, y de su obra. A estas imágenes o figuras se les conoce como “Tipos”. El cumplimiento de estas imágenes (o “tipos”) en el Nuevo Testamento se les conoce como “Antitipos”. Y uno de los tipos más evidentes es el cordero pascual, sin mancha ni defecto, que es sacrificado y consumido por el pueblo de Dios, antes de su rápida huida de la esclavitud de Egipto, gobernado por Faraón. Asimismo, Jesús y su sacrificio es el antitipo de esta pascua, puesto que se nos presenta como un cordero perfecto, sin mancha ni defecto (sin pecado) que, aunque es inocente, es sacrificado. El pueblo de Dios, representado ahora en la iglesia, acepta este sacrificio y es liberado de la esclavitud de este mundo pecaminoso, gobernado por Satanás.

En Jesús se cumplió lo que se venía esperando desde siglos atrás. Dios mismo quiso acercarse a la humanidad de esta manera, pero una y otra vez nos quiso persuadir para que por fe pudiéramos ser aptos (justificados) para conocerle.

Pero en estas fechas que celebraremos con gozo, pero con solemnidad, con esperanza y con sencillez de corazón, solamente dando honor y gloria a Dios, por su gracia, que en la perfecta obra de Jesucristo nos ha hecho aptos si acudimos a Él por medio de la fe (Ef 2:8), sin hacer falta nada más. La verdadera fe trae consigo las obras, pero jamás podemos tratar de justificarnos a nosotros mismos, por muchas obras que hagamos.

Las obras, sin fe o, mejor dicho, con nuestra fe (entendiéndose como confianza) en nosotros mismos o en lo que hagamos, puede verse como buenas intenciones, pero nada más lejos de la realidad. Esta confianza en nuestras obras no sólo es inútil, sino que es completamente perjudicial para una vida espiritual sana, porque coloca cualquier atisbo de “mérito” en lo que hagamos o dejemos de hacer nosotros. Esto viene a colación del oportuno versículo 9, de Efesios 2, que tras declarar que por la gracia de Dios (esto es lo principal), por medio de la fe es que somos salvos (ver versículo de cabecera), si pretendemos serlo por nuestras obras, podemos llegar a jactarnos de ello y quitarle así mérito a lo que Dios hizo en el Calvario hace 2000 años. Y ¿Quiénes somos nosotros para arrogarnos cualquier mérito de salvación si estamos completamente perdidos? Ni la persona que consideramos más buena o más piadosa podría hacerlo.

Por otro lado: Este mes de este año, en nuestra querida España, tiene la peculiaridad de que al final de este (día 28) se celebrarán elecciones generales. Muchos políticos y partidos de todo signo y color harán promesas (muchas de ellas muy loables… otras no tanto) y habrá muchos que los seguirán y pondrán su confianza en ellos, de que solucionarán el país y de paso sus vidas, en base a esas promesas. Pero al final de esta nueva legislatura ¿Cuántos habrán cumplido con esas promesas de bienestar y paz? Seguro que no te cuento nada nuevo, pero dudo mucho que cumplan, por lo menos con la mayor parte de su programa, por lo que nuestra mayor esperanza no debe de estar sobre ellos (aunque te animo que ejerzas tu derecho de ciudadano y vayas a votar con responsabilidad y con sabiduría).

Sin embargo, nuestra mayor esperanza siempre debe reposar en los brazos abiertos sobre la cruz de aquél que sí cumplió en el pasado y seguirá cumpliendo en el futuro. Sólo así los brazos abiertos del Salvador ahora estarán envolviéndote a ti en un amoroso abrazo, pues prometió su resurrección y cumplió gloriosamente… y prometió su regreso… y seguro volverá. Él es el único que nos puede liberar y dar sanidad eterna.

Santi Hernán

Día de la Biblia. 450 años de la Biblia del Oso

“¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca.” Salmos 119:103

Este mes, haremos énfasis en la Biblia, cuyo día especial celebraremos, Dios mediante, el domingo 17 de marzo, tal y como se propone desde la Sociedad Bíblica de España.

Aunque no está de más decir que todos los días han de ser el día de la biblia, por lo que debemos de tener siempre presente, siempre abierta y siempre leída todos los días, como alimento que es para nuestra alma. ¿O acaso dejamos de comer un día? ¿Descuidaremos la alimentación de nuestra alma? Sin embargo, es bueno recordar mediante días como estos el valor de estos textos, y también, ¿por qué no? cómo han llegado hasta nuestras manos y honrar también a los valientes siervos de Dios que han procurado que hoy las Sagradas Escrituras fueran accesibles a cualquiera de nosotros, en nuestro idioma.

Hace ya dos años que conmemoramos el quinto centenario de la Reforma Protestante, y aunque la mayor parte del pueblo evangélico en España lo celebramos a lo grande, a nivel secular, pasó más bien desapercibido. Justo al contrario de lo ocurrido en el resto de Europa (posiblemente la arraigada tradición Católico-romana de nuestro país tiene algo que ver). Tanto es así que la solicitud formal que se hizo a la comisión filatélica española para emitir un sello conmemorativo de esta señalada efeméride, se rechazó tajantemente. Sin embargo, no quedó todo perdido, y este mismo año 2019, tal y como informa el portal de noticias Protestante Digital, y del que se hizo eco recientemente el programa de TVE “Buenas Noticias TV”, se ha lanzado en enero el sello que conmemora los 450 años de la publicación de la llamada “Biblia del Oso”, que fue la primera traducción completa de los textos bíblicos al español, efectuada con gran dificultad y en medio de mucha persecución, por Casiodoro de Reina. Así pues, los evangélicos españoles estamos de enhorabuena por este pequeño reconocimiento, a una obra que no sólo es una de las de mayor valor, realizada en el “Siglo de Oro” de las letras españolas, sino que hoy día, con la revisión de Cipriano de Valera, y siendo actualizada el pasado siglo (revisiones de 1909, 1960 y 1995), es uno de los libros en español de mayor difusión en todo el mundo, convirtiéndose también en la versión favorita de todas las iglesias evangélicas de habla española.

Pero como ya adelanté antes, el camino para el teólogo De Reina no fue nada fácil, siendo éste uno de tantos reformadores españoles que han tenido que buscar el exilio en otros países de Europa, pues la Inquisición Española no permitía la “herejía” de tener traducida la Biblia a lo que consideraban un lenguaje vulgar, o del pueblo. En aquel entonces, salvando los manuscritos en idiomas originales (hebreo, arameo y griego), en gran parte de Europa la Biblia sólo podía ser leída en latín, y eso, quién sabía leer, quién lo hacía en esta lengua muerta y el que tenía acceso a un libro de ejemplares de un coste extremadamente alto. Por lo que la Biblia sólo estaba reservada a unos pocos estudiosos, principalmente apartados en ciertos monasterios y conventos, y no siempre disponían de todos los textos completos.

Y hoy, cualquiera puede tener a mano un ejemplar de la Biblia, en casi cualquier idioma. Recordemos lo precioso del trabajo de la Promotora Lingüística “PROEL” por haber traducido el Nuevo Testamento a un idioma muy minoritario llamado Fala (sólo lo hablan unas 11000 personas en España, en una pequeña comarca en el noroeste de Extremadura), tal y como nos informó hace poco, nuestro hermano y misionero Víctor Herrera.

Hoy en día, cualquiera de nosotros posee más de un ejemplar, y en muchos casos, colocados en una estantería cubiertas de polvo, y sin embargo ¡Cuánto costó que pudiéramos tenerla en otra época! ¡Y cuánto cuesta hoy! … pero en otros países del mundo, donde se sigue considerando un libro prohibido, como por ejemplo: Corea del Norte, Irak, Arabia Saudí, Afganistán, Somalía, y un largo etc. También ¿Cuántas tribus y etnias hay en grandes zonas de África, India, el Sudeste asiático y Sudamérica, que ni siquiera la tienen traducida en su idioma? ¿No aumenta eso el valor que hemos de darle a los textos bíblicos en nuestro idioma? Gracias a Dios, que ha levantado obreros para su mies, no sólo entre los misioneros que se adentran en lugares que parecen inaccesibles para cualquier occidental, para llevar las buenas nuevas, sino que hay un magnífico equipo de hombres y mujeres que desde sus oficinas de las Sociedades Bíblicas en todo el mundo, se encargan de las traducciones, para que toda criatura pueda conocer y comprender la riqueza de la Palabra de Dios, en su propia lengua.

Que estas palabras que leemos en nuestras biblias sean dulces a nuestro paladar más que esa miel que buscaba con ansia, el oso de la portada de aquella primera Biblia en español.

Santi Hernán