“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” Efesios 2:8-9
La tercera semana de este mes de abril, esto es, la de los días 15 al 21, celebramos la conocida como Semana Santa, y siendo lo que se conmemora en esta fecha algo de importancia capital para la fe cristiana, sin duda merece el énfasis de este mes, ya que lo ocurrido en la primera Semana Santa cambió la historia de la humanidad para siempre.
No es casualidad que esta celebración coincida con la de la pascua judía, es decir, (y esto es importante recordarlo), la celebración del momento en el que el pueblo hebreo salió libre de la esclavitud de Egipto. De hecho, Dios mismo, y al hilo de lo que se revela en Hebreos 1:1-2, ya se ha revelado a nosotros de muchas maneras, principalmente para comunicarnos su plan de redención a través de Jesucristo. Ya en el Antiguo Testamento, varios siglos antes de su nacimiento, tenemos imágenes de la figura de nuestro salvador, y de su obra. A estas imágenes o figuras se les conoce como “Tipos”. El cumplimiento de estas imágenes (o “tipos”) en el Nuevo Testamento se les conoce como “Antitipos”. Y uno de los tipos más evidentes es el cordero pascual, sin mancha ni defecto, que es sacrificado y consumido por el pueblo de Dios, antes de su rápida huida de la esclavitud de Egipto, gobernado por Faraón. Asimismo, Jesús y su sacrificio es el antitipo de esta pascua, puesto que se nos presenta como un cordero perfecto, sin mancha ni defecto (sin pecado) que, aunque es inocente, es sacrificado. El pueblo de Dios, representado ahora en la iglesia, acepta este sacrificio y es liberado de la esclavitud de este mundo pecaminoso, gobernado por Satanás.
En Jesús se cumplió lo que se venía esperando desde siglos atrás. Dios mismo quiso acercarse a la humanidad de esta manera, pero una y otra vez nos quiso persuadir para que por fe pudiéramos ser aptos (justificados) para conocerle.
Pero en estas fechas que celebraremos con gozo, pero con solemnidad, con esperanza y con sencillez de corazón, solamente dando honor y gloria a Dios, por su gracia, que en la perfecta obra de Jesucristo nos ha hecho aptos si acudimos a Él por medio de la fe (Ef 2:8), sin hacer falta nada más. La verdadera fe trae consigo las obras, pero jamás podemos tratar de justificarnos a nosotros mismos, por muchas obras que hagamos.
Las obras, sin fe o, mejor dicho, con nuestra fe (entendiéndose como confianza) en nosotros mismos o en lo que hagamos, puede verse como buenas intenciones, pero nada más lejos de la realidad. Esta confianza en nuestras obras no sólo es inútil, sino que es completamente perjudicial para una vida espiritual sana, porque coloca cualquier atisbo de “mérito” en lo que hagamos o dejemos de hacer nosotros. Esto viene a colación del oportuno versículo 9, de Efesios 2, que tras declarar que por la gracia de Dios (esto es lo principal), por medio de la fe es que somos salvos (ver versículo de cabecera), si pretendemos serlo por nuestras obras, podemos llegar a jactarnos de ello y quitarle así mérito a lo que Dios hizo en el Calvario hace 2000 años. Y ¿Quiénes somos nosotros para arrogarnos cualquier mérito de salvación si estamos completamente perdidos? Ni la persona que consideramos más buena o más piadosa podría hacerlo.
Por otro lado: Este mes de este año, en nuestra querida España, tiene la peculiaridad de que al final de este (día 28) se celebrarán elecciones generales. Muchos políticos y partidos de todo signo y color harán promesas (muchas de ellas muy loables… otras no tanto) y habrá muchos que los seguirán y pondrán su confianza en ellos, de que solucionarán el país y de paso sus vidas, en base a esas promesas. Pero al final de esta nueva legislatura ¿Cuántos habrán cumplido con esas promesas de bienestar y paz? Seguro que no te cuento nada nuevo, pero dudo mucho que cumplan, por lo menos con la mayor parte de su programa, por lo que nuestra mayor esperanza no debe de estar sobre ellos (aunque te animo que ejerzas tu derecho de ciudadano y vayas a votar con responsabilidad y con sabiduría).
Sin embargo, nuestra mayor esperanza siempre debe reposar en los brazos abiertos sobre la cruz de aquél que sí cumplió en el pasado y seguirá cumpliendo en el futuro. Sólo así los brazos abiertos del Salvador ahora estarán envolviéndote a ti en un amoroso abrazo, pues prometió su resurrección y cumplió gloriosamente… y prometió su regreso… y seguro volverá. Él es el único que nos puede liberar y dar sanidad eterna.
Santi Hernán