Cuando el pasado se vuelve un ídolo

“Nunca digas: ¿Cuál es la causa de que los tiempos pasados fueron mejores que estos? Porque nunca de esto preguntarás con sabiduría”

Eclesiastés 7:10

A medida que uno crece, y parece que a partir de los 30 (como es mi caso), pensamos en los tiempos pasados con nostalgia. Recordamos lo de antaño con alegría y concluimos: “Aquellos tiempos fueron los mejores”. Y casi siempre coincide, como es lógico, con nuestra juventud, cuando no había demasiados quebraderos de cabeza, dormíamos sin despertarnos por la noche y nuestro cuerpo aguantaba lo que le echábamos.

Pero esta experiencia individual es semejante en lo colectivo de la humanidad misma. Cada época habrá visto con nostalgia su pasado glorioso. Los últimos habitantes del imperio romano habrán echado de menos la gloria de los días antiguos cuando los bárbaros rompieron con su fuerza; los últimos resquicios del medievo se habrán llevado las manos a la cabeza al ver la gloria de la cristiandad siendo consumida por el humanismo y la era de la razón posteriores; en el siglo XX y XXI parece que sufrimos al no contemplar aquellos últimos reductos de ‘lógica, razón o verdad absoluta’ que todavía se mantenían.

Vivimos en un mundo extraño. Hoy lo llaman posmoderno y poscristiano. Quizás sintamos la tentación de preguntarnos lo que el Eclesiastés en el texto que encabeza esta reflexión, pero su respuesta es tajante: no hallarás sabiduría en una pregunta así, acerca de por qué cualquier tiempo pasado fue mejor. Mientras tanto, nos toca vivir en la época que nos ha tocado y continuar como Iglesia recuperando en nuestra vida y enseñanzas el mismo evangelio de Jesús que hace 2000 años. Lo que Cristo hizo no tiene fecha de caducidad en ese sentido. El evangelio tiene la peculiaridad de que no pertenece a ninguna época en concreto, pero es válido para todos los tiempos. Esa es la paradoja que debemos sostener si queremos ser útiles a nuestra generación y época. 

Dios quiera que busquemos y pidamos sabiduría para saber cómo actuar y seguir proclamando la verdad del evangelio (y no sucedáneos) en esta era, para que no nos ocultemos en nuestra burbuja segura, pero tampoco nos fundamos con el espíritu de este mundo. La misma verdad de la muerte y resurrección de Cristo – o sea, el Evangelio – es, según Apocalipsis 14:6, el «evangelio eterno».

Artículo del Pr. Jesús Fraidíaz

Misión y participación

“Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo.” 

Jesús en Juan 17:18

Durante siglos, e incluso desde antes del nacimiento de la iglesia, tal y como la conocemos hoy, siempre ha habido un importante grupo de creyentes que, en su afán de mantener pura su devoción a Dios, tendían a aislarse del resto del mundo. De ahí, que tengamos desde grupos judíos como los esenios hasta los amish cristianos de hoy en día, pasando por los ermitaños, o los monjes, que buscaban lugares remotos para apartarse del resto de la sociedad, restringiendo además su contacto al máximo. 

Hoy en día, hay cristianos, que no pueden permitirse “el lujo” de llevar una vida así, pero sí que critican con dureza toda manifestación cultural de la sociedad moderna rechazando así, desde las producciones musicales, cinematográficas o literarias que llaman “seculares”, o la política, hasta impidiendo que otros creyentes, especialmente los más jóvenes, tengan amistades del mundo, o hagan muchas de las cosas que hacen los chavales del mundo (entendiéndose cosas no pecaminosas en sí). Es otra forma de aislarse, sin hacerlo. 

Sin darse cuenta, este tipo de creyentes lo que está haciendo es derribar los posibles puentes que puedan unir a esas personas con el evangelio.

Somos ciudadanos del cielo, eso no lo debemos olvidar, pero mientras pisemos esta tierra no dejamos de ser también ciudadanos de este lugar donde estamos y estamos llamados a participar de aquello de lo que participa “el mundo”, como por ejemplo, a final de este mes, las elecciones autonómicas y municipales, interesándose por lo que se propone desde cada candidatura, y votando (o no) en consecuencia (sabiendo que ningún candidato es perfecto ni nos “salvará” de nada).

Porque es aquí donde nos envió Jesús, no al monte o al desierto, y restauremos los puentes que muchos han derribado durante siglos.

Artículo de Santi Hernán

La misión de Jesús

“Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él.” 

Juan 3:17

Si le preguntamos a cualquier cristiano que recite un versículo de memoria, el 99% de todos te dirán, entre otros muchos, el archiconocido Juan 3:16 (seguro que no hace falta abrir la Biblia o mencionarlo aquí porque estoy convencido de que lo tenéis en vuestra mente). Muchos teólogos consideran que este pasaje es como un resumen de la Biblia, y es uno de los versículos favoritos para compartir el evangelio con quienes aún no creen. Sin embargo considero que para comprender con mayor amplitud la misión de Cristo en el mundo, hay que seguir leyendo, por lo menos, el versículo que le sigue, el 17. 

Y este pasaje es importante porque aquí nuestro Señor menciona una palabra concreta que llama enseguida la atención por su contundencia: “condenar”. Este verbo lamentablemente se ha usado demasiado a la ligera en el mundo cristiano (especialmente el católico), durante muchos siglos, incluso hoy, en muchos contextos (incluso evangélicos), con el afán de culpar a cualquier persona por cualquier cosa o para resaltar al pecado incluso por encima de la propia gracia, en determinados grupos, especialmente de corte fundamentalista.

Pero ahí tenemos a Jesús, revelando el núcleo de su misión a un fariseo (Nicodemo) cuya teología se basaba en reglas, ritos, juicios y condenas. Dios hecho hombre diciendo que vino a salvar al mundo, no a condenarlo. 

Por supuesto, hay que buscar la santidad, pero eso no viene de nosotros, sino que viene de buscar al propio Dios Santo. No hagamos de la santidad un Dios al que adorar, sino busquemos al Cristo cuya misión fue, es y será el seguir salvando al mundo para que crea en Él y no se pierda.

Artículo de Santi Hernán

La vida sigue (igual)

“Lo que me has oído decir en presencia de muchos testigos, encomiéndalo a creyentes dignos de confianza, que a su vez estén capacitados para enseñar a otros.” 

2 Timoteo 2:2 (NVI)

El estribillo de una antigua canción de Julio Iglesias dice “Siempre hay por qué vivir, por qué luchar. Siempre hay por quién sufrir y a quién amar. Al final las obras quedan, las gentes se van, otros que vienen las continuarán. La vida sigue igual”.

No sé por qué, me ha venido a la mente esta canción (que ni siquiera es cristiana pero tiene un mensaje hermoso e interesante), después de haber recibido dos tristes noticias de dos fallecimientos en apenas una semana de separación, tanto el de Paco Rivillas, como el de Carmen Martínez. Supongo que algo tendrá que ver la frase “Al final, las obras quedan, las gentes se van, otros que vienen las continuarán”.

Recordando el caso concreto de Paco, por el cual hemos estado orando durante mucho tiempo, por su enfermedad. Pienso en cómo ha servido como pastor y el legado que ha dejado. Y el balance es muy positivo dado el fruto producido en la vida de nuestra hermana Azucena y su familia. Es un ejemplo de cómo un siervo fiel ha encargado a otros continuar con el legado del evangelio, de la misma manera que Pablo hizo lo propio con siervos como Timoteo.

Pero en este mes de febrero, pienso no sólo en las pérdidas sino en los que seguimos aquí, que son los que más nos deben preocupar, y pienso que el día 19 de este mes, la iglesia de Sanse cumple 46 años de testimonio.

Vista la trayectoria vital de nuestra iglesia, con sus altibajos, sigue adelante, y claramente no es por la habilidad humana sino por la misericordia y fortaleza de nuestro Dios. Y porque Él puso en muchos corazones una encomendación como la de Pablo a Timoteo… y por eso aquí seguimos, y por eso vale la pena vivir y luchar. Si seguimos sumando más personas rendidas al Señor y su evangelio, seguro que la vida no seguirá “igual” para ellos.

Artículo de Santi Hernán

Deseo para el año nuevo

“Olvidad las cosas de antaño; ya no viváis en el pasado. ¡Voy a hacer algo nuevo!  Ya está sucediendo, ¿no os dais cuenta? Estoy abriendo un camino en el desierto, y ríos en lugares desolados.” 

Isaías 43:18-19 (NVI)

¿Qué le pedimos al año nuevo? Si es que a un periodo de tiempo como es un año, se le puede pedir algo, como si de un genio de la lámpara se tratara. ¿Cuál puede ser nuestro deseo o nuestra intención para este nuevo 2023? 

Yo lo que le pido es que sea un año verdaderamente nuevo. Es decir, que la sensación que tenemos del paso del tiempo, como describe el predicador de Eclesiastés no sea de hastío porque todos los años y todos los días sean iguales (Eclesiastés 1:4-10). 

Con esto, estoy expresando el deseo de que Dios nos sorprenda y no me refiero a ver una demostración espectacular o alguna manifestación sobrenatural (aunque también estaría genial) sino me refiero a una novedad de vida para muchos de los que nos rodean.

A veces, los mayores milagros son aquellos que pasan más aparentemente desapercibidos, que no son visibles o evidentes a nuestros sentidos físicos, pero que a la larga transforman nuestro entorno, cambiando a las personas desde su interior, como cuando un poco de levadura, que es un elemento pequeño, convierte una fina torta de pan en una hermosa  hogaza.

Esto es lo que quería decir el profeta Isaías, cuando habló de que Dios hará algo completamente nuevo y que, de hecho, ya estaba en camino: Una revolución en el que el agua volvería a correr en abundancia en medio de la sequedad y que habría un nuevo camino donde aparentemente no puede haberlo. 

Esa es la promesa y la novedad más grande para la humanidad y para ti, querido lector, que es Jesucristo, transformándolo todo desde dentro. Que este año, Jesús sea una novedad en tu corazón. ¡Será el mejor año de tu vida! ¡Feliz 2023!

Artículo de Santi Hernán

Esperar y emprender

“Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. … alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.”

Hechos 2:42 y 47 (RV60)

“Esperad grandes cosas de Dios, emprended grandes cosas para Dios” es la frase que marcó la labor del misionero británico del siglo XVIII William Carey. Carey, cuyos orígenes personales son muy humildes, es considerado por muchos, como el padre de las misiones modernas, cuando emprendió aún con pocos recursos, la misión de alcanzar a la India para Cristo.

Podemos hablar sobre el ministerio y obra de Carey, pero hablaremos mejor sobre lo que Dios espera de nosotros, y lo que nosotros esperamos de nuestro Dios.

Este lema de Carey lo hemos adoptado en nuestra iglesia para ilustrar el propósito del Programa Global Misionero, que impulsamos desde nuestras iglesias para alcanzar a nuestro entorno y extendernos más allá.

El Programa Global Misionero es un ambicioso plan para ir más allá de nuestras cuatro paredes como iglesias y hogares, y alcanzar a nuestras comunidades y serles útiles y de bendición. Este Programa da visión y rumbo a todo aquello que hagamos en la iglesia.

Por lo pronto, se ha dado un primer paso histórico en la pasada asamblea del día 23 de octubre, aprobando por unanimidad este Programa y además, uno de sus puntos más importantes como es la solicitud de un terreno para la construcción de un nuevo templo en Sanse. 

Hemos de felicitar a nuestra iglesia por esta decisión. Porque realmente, mientras estamos esperando grandes cosas de Dios, estamos dando pasos de fe para emprender grandes cosas para Él. Sigamos perseverando y avanzando en nuestra comunión, que sabemos que Dios seguirá añadiendo a todos los que han de ser salvos y haciendo crecer así a nuestras iglesias.

Santi Hernán

Común + Unión

“Esforzaos por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz. Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también fuisteis llamados a una sola esperanza; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos y por medio de todos y en todos.”

Efesios 4:3-6 (NVI)

En este verano tan especial, tan sólo queremos compartir unas breves palabras para recordar, siguiendo el hilo de lo que hablamos el mes pasado, la importancia de la unidad, expresada en la comunidad de fe que es la iglesia local.

Hermanos, no podemos permitirnos el no asistir, el no vernos (la pandemia y las medidas de seguridad ya no son excusas), así como tampoco nos podemos permitir que la iglesia, estando bajo una misma fe y un mismo Señor esté fragmentada.

Y esto último significa que, estando congregados en una iglesia local, debemos de buscar la unidad y la unión, en medio de la diversidad, con otras congregaciones locales que tienen a un mismo Señor, profesan una misma fe, y bautizan con un mismo bautismo. Es decir, que sirven a un mismo Dios, pero que además, tienen la misma esperanza y confianza en Él, pero que además se han adherido a la misma comunidad mediante la ordenanza del bautismo, con todo lo que implica.

Ya expresamos que es inconcebible que haya cristianos, que, jactándose de serlos, no se congreguen y “vayan por libre” pero, por otro lado, también es extraño y poco deseable que haya congregaciones e iglesias que deseen ir por libre y no tengan fraternidad con otras iglesias similares en doctrina y teología.

No estamos diciendo que haya que someterse a una suerte de asociación jerárquica “paraeclesial” o “supraeclesial”, con una cúpula que ordena e impone y una serie de iglesias locales que se someten ¡Nada de eso!

Como bautistas que somos, y así lo expresamos en nuestra confesión de fe y principios bautistas, que puedes encontrar en nuestra web: iebsanse.com, formamos parte de la UEBE, una comunidad de iglesias interdependientes. Es decir, que, siendo autónomas en su funcionamiento, esta iglesia ayuda y es ayudada por otras tantas iglesias similares y comparten recursos y muchas de las formas y fondos que tenemos en común. Y además compartimos muchos proyectos misioneros que, por separado, sería muy complicado llevar a cabo.

Eso mismo, es lo que celebramos este mes de agosto (y por extensión durante todo el año 2022), por los 100 años que cumplimos como Unión Evangélica Bautista de España.

Celebramos 100 años de unidad y de unión, celebramos 100 años de interdependencia, con nuestros altibajos, pero con la bendita constante que supone estar siempre bajo el señorío y amparo del mismo Cristo que proclamamos y en cuya fe en su persona profesamos. Y también, por supuesto, celebramos que ya son muchos, los hermanos en estos 100 años que nos precedieron y que se esforzaron y, en muchos casos, sufrieron para pasarnos el testigo de esta fe.

Como iglesias de Sanse, Valdetorres, Torrelaguna y Bellas Vistas, queremos adherirnos a esta celebración (sea que asistas o no a la convención especial de finales de agosto) y que podamos cumplir 100 años más o hasta que nuestro Señor regrese.

Santi Hernán

Común + Unidad

“… no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca.”

Hebreos 10:25
manos juntas, comunión, unidad

Un drama muy recurrente en el actual siglo XXI es, además de las pandemias, las guerras, las desigualdades, la injusticia, etc… es la soledad. Poco se habla de esta otra pandemia, que puede llevar, en muchos casos (no en todos) a depresiones, ansiedad, e incluso en casos extremos (pero que lamentablemente se dan) a suicidios. No importa lo hiperconectados que podamos estar con el mundo, a través de internet y otras tecnologías. La soledad es un mal más generalizado de lo que pensamos. 

Cuando Jesús comenzó su ministerio, después de la prueba de la tentación en el desierto, lo que hizo fue ir al río Jordán para ser bautizado por Juan, junto al resto del pueblo allí congregado.

Acostumbramos a presentar el acto del bautismo como un símbolo de pasar de muerte (de nuestro viejo yo) a una vida (del nuevo yo) en Cristo, después de arrepentirse de nuestros pecados, pero ese significado se queda corto. Precisamente, Jesús no tenía que ser bautizado como un símbolo de arrepentimiento porque Él no pecó nunca. El bautismo, tanto para las personas de aquel contexto como para nosotros, tiene un significado que implica el adherirse y formar parte de una misma comunidad.

Jesús, al hacerse como uno de nosotros, también quiso formar parte de esa misma comunidad, del mismo pueblo. Quiso identificarse como un judío más. 

Ese sentimiento de formar parte de un pueblo es algo que, en muchos ámbitos se está perdiendo en la actualidad, y eso distorsiona nuestra identidad cristiana y nos lleva a la soledad, también en el ámbito  espiritual.

Lamentablemente esto ha afectado a la iglesia y no son pocos los que se alejan de la común unidad que compartimos como iglesia local.

Así es, dicen ser cristianos, se escudan en que ya pertenecen a la Iglesia (entendemos que “universal”) y sin embargo, por mil razones distintas, a cada cual más peregrina, que no vamos a analizar aquí (cada persona y cada caso es un mundo) no se congregan en la iglesia local o van de iglesia en iglesia, quizá esperando la perfecta (que no existe) y luego se quedan en casa frustrados porque ninguna iglesia encaja con su forma de pensar o de actuar.

Y ese es el problema, que pretendemos amoldar la iglesia a nuestra conveniencia y así no funcionan las cosas. Por eso somos una comunidad.

Si te fijas, la palabra “Comunidad” se compone de la suma de otras dos: “Común”, es decir, y citando a la RAE: “Que, no siendo privativamente de nadie, pertenece o se extiende a varios” y la palabra “Unidad”: “Propiedad de todo ser, en virtud de la cual no puede dividirse sin que su esencia se destruya o altere”. Otra acepción es: “Unión o conformidad.”. Es decir, que la comunidad que conforma la iglesia no se destruye, no se altera, y tiene algo que pertenece a todos, y que en este caso, entre otras muchas cosas, es la fe.

Por esa misma fe que compartimos es que nos congregamos, trabajamos juntos, llevamos adelante proyectos en común, tenemos un mismo sentir y unos mismos objetivos.

Es por eso que formamos una familia, donde sí, es cierto que cada uno tenemos nuestras preferencias, nuestras peculiaridades y nuestras ideas, pero que las sometemos en favor de un Reino que, como ya dijimos en un artículo anterior, es eterno.

Y hablando de eternidad, y tomando el pasaje en la cabecera, ese día, el día que compartamos todos por siempre, se acerca. ¿Estamos en comunidad aquí en la tierra? ¿Nos preocupamos por vernos y estar juntos aquí? Porque allá, en la gloriosa presencia de nuestro Señor te aseguro que solo o sola no vas a estar. Ve acostumbrándote desde aquí. 

Santi Hernán

Primavera en Mariupol

“Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial.”

2ª Corintios 5:1-2
Campo de girasoles en Ucrania

De todas las ciudades ucranianas que están siendo asoladas por las tropas rusas, posiblemente, la ciudad costera de Mariupol es una de las más afectadas, por lo menos, por todo aquello que recibimos de los medios de comunicación.

Las imágenes de esta ciudad son desgarradoras y podemos resumirlas en la visión de una ciudad fantasma, con edificios semiderruidos, calles vacías y ruinas por doquier. Pero eso no es lo que quiero mostrar hoy. El morbo prefiero dejarlo para otros. La foto que acompaña a este texto es, en efecto, un sencillo campo de girasoles de Ucrania bañado por el sol. Uno de esos campos que tanto abundan por esta fértil y rica tierra.

Aún a pesar de la guerra, esta tierra no ha dejado de ser rica y fértil, y esa es una de las esencias de este país, como lo son sus gentes, las cuales sufren y luchan con pocos recursos pero con mucha valentía para mantener libre a su país.

Como ya dije, al igual que con la foto, no quiero hablar más de guerra y sufrimiento, como nos tiene acostumbrada la televisión, sino de esperanza, de ahí, que el título de este artículo haga referencia a una primavera que, de la misma manera que llega (y ha llegado) a esta parte del mundo, y con ella, la promesa de tiempos de siembra y posterior cosecha, sabemos que llegará a Ucrania y a sus gentes. 

De eso trata la fe y la esperanza. Esperanza en algo que aún no vemos, pero que tenemos certeza de que llegará. Llegará el buen tiempo, llegarán las cosechas, llegará la fertilidad, llegará la paz. Está cada vez más cerca. No me lo invento, no es un acto de ingenuidad o de optimismo propio de predicadores o motivadores de baratillo. Lo sé porque así lo prometió el Señor y lo que Él promete lo cumple. ¿Cómo? ¿Qué Dios promete la paz para Ucrania?

Sí, pero no sólo para Ucrania, Rusia, Estados Unidos, China, Europa, etc.. y no como pensáis. La paz que promete y la esperanza en algo que llegará no está basada en circunstancias en nuestro mundo caído.

Hay cientos de pasajes bíblicos que hablan de esperanza. Si me apurais ¡La Biblia entera es un libro que habla sobre la esperanza! Pero escogí una porción escrita por el apóstol Pablo que siempre me ha llamado la atención. 

Se trata de Pablo, hablando de sí mismo, viéndose completamente vulnerable después de tantas penalidades que ha pasado en su ministerio. Compara su vida en este mundo, y de su cuerpo a un tabernáculo (tienda de campaña) que se deteriora y se va deshaciendo.

Recordemos que Pablo, era un montador de tiendas profesional, y sabía que éstas, especialmente en aquella época, eran frágiles y daban un servicio limitado y temporal. Así veía su vida, y la nuestra también.

Por el contrario, la vida que promete Dios, en la que veremos una nueva primavera como un nuevo tiempo de plenitud y gran disfrute, es comparable a un edificio construido de manera perfecta y sólida porque ni siquiera lo ha hecho ningún ser humano falible, sino que está preparada por nuestro infalible Dios. 

Lo que padecemos y “gemimos” (usando las palabras de Pablo), ya sea en la lejana Mariupol o los dramas personales o familiares que podamos tener aquí mismo es porque sabemos que este mundo no es nuestro hogar definitivo, que aquí, aunque podamos tener destellos de alegría, sufriremos y siempre nos faltará un “algo” que nada de este mundo nos puede llenar. 

Sólo Dios, y sólo la fe en Jesucristo nos puede llenar, no sólo de gozo y plenitud, sino también de esperanza, aún en medio de los conflictos de este mundo, y también esta esperanza es en un mundo nuevo prometido que sabemos con certeza, que se hará realidad.

Santi Hernán

Sois la luz del mundo

“Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”

Jesús en Mateo 5:14-16
Vela, candela, luz, manos

El pasaje de este mes es uno muy recurrente para cuando se habla de evangelización. Es habitual escucharlo a la hora de emprender campañas evangelísticas. 

Pero estas palabras del Sermón del Monte, que pronunció nuestro Señor Jesucristo, van mucho más allá de campañas o esfuerzos evangelísticos puntuales. De hecho, va más allá del mero hecho de evangelizar o gritar a los cuatro vientos que somos cristianos y que sólo en Jesús encontramos salvación.

En este pasaje, Jesús habla de ser sal y ser luz. Cada elemento metafórico tiene su significado, y por el escaso espacio que tengo no voy a entrar en todos los posibles significados que puedan tener ambas cosas, pero sí me voy a centrar en la parte de ser “luz”.

¿Qué significa ser “luz”? ¿Alumbrar para ver una nueva realidad sobre nosotros mismos? ¿Alumbrar para ser guiados y guiar? ¿Alumbrar para contemplar algo que deberíamos ver todos? La respuesta corta es sí a todo, pero también yo lo veo de una manera muy sencilla y es disipar, aunque sea de manera modesta, la oscuridad.

Pensando en la situación actual de guerra en Ucrania y viendo algunas imágenes que echan por las noticias, me viene a la mente que la guerra es uno de los mayores ejemplos de lo oscura que está la humanidad, aunque además de esta guerra podría poner muchísimos ejemplos acerca de tinieblas que no tienen porqué estar tan lejos (geográficamente) de nosotros. La oscuridad nos rodea y nos envuelve. Está por todas partes. La decadencia moral de occidente es una buena prueba de ello, pero también pienso en la oscuridad que está presente en la hipocresía de aquellos que creyéndose justos, sus hechos demuestran lo contrario o sencillamente no terminan de ser “luz” porque, ensimismados se empeñan en esconderla dentro de un cajón.

Sí, con esto último me refiero a la iglesia, pero a mí no me gusta generalizar y no quiero señalar a toda la iglesia de Cristo en el mundo, ni siquiera a la iglesia en España, y tampoco a nuestras iglesias locales. Yo prefiero apuntar a corazones individuales de dentro de la iglesia, porque Jesús ya cuida de su pueblo en general y el Espíritu Santo lo está impulsando en diferentes formas alrededor del mundo.

¿Acaso estoy diciendo que hay gente que no evangeliza? No, sino más bien, que no está siendo la luz necesaria en medio de esta oscuridad. ¿Qué necesita ver el mundo que su oscuridad se lo impide? Necesita ver a Jesús. Ver sus manos y sus pies horadados, yendo, dando, alimentando y sanando.

Necesita ser sus oídos porque el mundo está clamando y se está quejando de dolor.

Necesita ser su boca que, no sólo pronuncie palabras de sabiduría y consuelo, palabras de vida eterna (aquí entra el evangelismo) y dando esperanza, sino también, ¿por qué no?, dando un beso sincero y amistoso a quién lo necesita.

No quiero menospreciar las campañas de evangelización que sé que tienen su lugar, pero la ayuda que, por ejemplo, una iglesia como nuestra hermana Valdetorres está dando a la familia Balboa, ha provocado más fruto en crecimiento y en mover a todo un pueblo por una causa común y en el hecho de que la iglesia se vea y (en definitiva) sea luz, que mil campañas con reparto de tratados y escenarios en el centro del pueblo. Pensemos en ello.

En definitiva, el mundo necesita que luces, pequeñas en la mayoría de los casos, que somos nosotros, alumbren porque el mundo está en guerra, bélica en el caso de Ucrania (y no olvidemos Siria, Yemen, etc) pero también en millones de batallas y guerras en los corazones de aquellos que nos rodean.

¿Estamos ayudando? ¿Estamos siendo luz en medio de la oscuridad?

Santi Hernán