Si le preguntamos a cualquier cristiano que recite un versículo de memoria, el 99% de todos te dirán, entre otros muchos, el archiconocido Juan 3:16 (seguro que no hace falta abrir la Biblia o mencionarlo aquí porque estoy convencido de que lo tenéis en vuestra mente). Muchos teólogos consideran que este pasaje es como un resumen de la Biblia, y es uno de los versículos favoritos para compartir el evangelio con quienes aún no creen. Sin embargo considero que para comprender con mayor amplitud la misión de Cristo en el mundo, hay que seguir leyendo, por lo menos, el versículo que le sigue, el 17.
Y este pasaje es importante porque aquí nuestro Señor menciona una palabra concreta que llama enseguida la atención por su contundencia: “condenar”. Este verbo lamentablemente se ha usado demasiado a la ligera en el mundo cristiano (especialmente el católico), durante muchos siglos, incluso hoy, en muchos contextos (incluso evangélicos), con el afán de culpar a cualquier persona por cualquier cosa o para resaltar al pecado incluso por encima de la propia gracia, en determinados grupos, especialmente de corte fundamentalista.
Pero ahí tenemos a Jesús, revelando el núcleo de su misión a un fariseo (Nicodemo) cuya teología se basaba en reglas, ritos, juicios y condenas. Dios hecho hombre diciendo que vino a salvar al mundo, no a condenarlo.
Por supuesto, hay que buscar la santidad, pero eso no viene de nosotros, sino que viene de buscar al propio Dios Santo. No hagamos de la santidad un Dios al que adorar, sino busquemos al Cristo cuya misión fue, es y será el seguir salvando al mundo para que crea en Él y no se pierda.
Artículo de Santi Hernán