Los unos a los otros

“Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros.”

Romanos 12:10 (RVR1960)

Siempre me ha llamado la atención el uso bíblico de la expresión “los unos a los otros”, en diferentes pasajes y contextos. Me llama la atención, entre otras cosas, por la cantidad de veces que se repite, especialmente en el Nuevo Testamento y, sobre todo, refiriéndose a la iglesia. Si tomamos como referencia la versión Reina Valera 1960 (porque es la más utilizada en nuestro entorno) podemos encontrar esta expresión exacta hasta en 14 ocasiones (15, si añadimos la que aparece en Hechos 19:38, cuyo contexto no tiene nada que ver con la iglesia).

Esta expresión incluye estas acciones:

  • “… lavaros los pies los unos a los otros” (Jn 13:14)
  • “abrazándonos …” (Hch 19:38)
  • “no nos juzguemos más …” (Ro 14:13)
  • “recibíos …” (Ro 15:7)
  • “… amonestaros …” (Ro 15:14)
  • “Saludaos …” (Ro 16:16 y 1 Co 16:20)
  • “servíos por amor …” (Gál 5:13)
  • “soportándoos con paciencia …” (Ef 4:2)
  • “No mintáis …” (Col 3:9)
  • “alentaos …” (1 Ts 4:18)
  • “… exhortaos …” (Heb 3:13)
  • “Hospedaos …” (1 Pe 4:9)

Y dejo para el final el que está en la cabecera de este artículo y que tiene la peculiaridad de aparecer dos veces en un mismo versículo y que además considero que resume a todos los demás que contiene esta expresión: “Amaos los unos a los otros… prefiriéndoos los unos a los otros” (Ro 12:10).

Falta de implicación

Visto esto digo yo ¡Qué fácil es ir al culto los domingos! (más aún si podemos verlo desde nuestras casas) y no implicarse con la iglesia. Creedme que la cristiandad está llena de personas que dicen ser cristianas y no se implican en absoluto con su iglesia local ni con sus hermanos, incluso me atrevería a decir que existe una gran mayoría de cristianos que no colaboran en nada en ningún ministerio de la iglesia, ni siquiera oran o se preocupan por sus hermanos en la congregación, algunos de estos sólo asisten a los cultos y otros ni siquiera eso.

Entiendo que cada uno tiene una manera diferente de aportar a su iglesia con la multitud y diversidad de dones y operaciones a las que estamos llamados a hacer. Y eso lo refleja más o menos la foto que decora este artículo, y no todos tienen o pueden tener el mismo nivel de implicación, pero el que más y el que menos, se “mancha” las manos para formar ese precioso mosaico con forma de corazón, para mostrar el amor de Cristo a los demás.

No le vamos a pedir lo mismo a un joven que a un anciano, ni tampoco le vamos a pedir lo mismo a alguien que lleva poco en la fe que el que ya tiene años de caminar con el Señor. Todos aportan su granito de arena a la obra y todos empujan con mayor o menor fuerza, con sus manos, con sus pies o con lo que sea para tratar de mover hacia adelante la iglesia, con Cristo delante tirando y guiando. Pero, al fin y al cabo, todos esforzándose.

Unos por otros es beneficiar al cuerpo

El hecho de hacer cosas “los unos por los otros” es beneficiar a un cuerpo, formado por personas. No es tanto ayudar a una institución o una corporación sin alma. Un problema muy común para muchas personas es que no ven a la iglesia como lo que es y como lo describe la Biblia: como el cuerpo de Cristo.

Y no es un “cuerpo” como ente etéreo o solamente espiritual, sino que es un cuerpo terrenal, físico, formado por personas de carne y hueso e inevitablemente rodeadas por un mundo físico, con todo lo que implica de malo, pero también de bueno. Si el Señor nos ha mantenido con los pies en la tierra, pero con la esperanza en el cielo, es por algo. No desprecies a tu iglesia con tu indiferencia, tu crítica o tu pasividad, haz las cosas por los demás miembros de este glorioso cuerpo que, son tan (im)perfectos como tú.

Santi Hernán

La tercera ola

“Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.”

Romanos 7:22-23 (NVI)

Cada vez que hablo con algún hermano que viene de algún país extranjero y me cuenta acerca las maravillas de su país, sus paisajes, sus tesoros naturales, sus preciosas ciudades con monumentos grandiosos o mejor aún, cuando yo mismo tengo el gusto de poder viajar y ver todo eso con mis propios ojos, me asombro de lo bonito que es nuestro mundo. Y esto nos dice mucho de su autor, que es nuestro Señor (incluso las ciudades, pueblos y monumentos, elaborados por el hombre, reflejan la inventiva de la imagen que Dios imprimió en nosotros). La creación es maravillosa, deleita nuestros sentidos y nos enseña lo que se cuenta en Génesis 1 y 2. Entonces ¿Por qué el mundo se ha vuelto un lugar tan hostil y es incluso dañino?

Lo fácil para un cristiano es echar la culpa al llamado “pecado original”, a nuestra rebeldía y maldad humana para luego, intentar enmendarlos como sea. Pero no es tan sencillo.

Estamos en la llamada “tercera ola” de la pandemia por coronavirus en el mundo y eso es un reflejo de lo que ha supuesto la historia de la humanidad. Pretender salir adelante por nuestros propios medios y volver a caer una y otra… ¡y otra vez!

La mayor parte de las personas no acabaron de entender lo que significa realmente el pecado y como combatirlo. Lamentablemente muchos cristianos tampoco lo han entendido.

Considerar “pecado” el simple hecho de hacer cosas que entendemos como malas o incorrectas (y estoy seguro de que todos tenemos en nuestra mente una lista de estas cosas) es quedarse muy muy corto para definir el pecado y las implicaciones que trae consigo. El pecado es la separación de Dios con las profundas implicaciones que conlleva, que son muchas más que simplemente “hacer cosas malas”. Describir el pecado como aquello que hacemos mal es como definir una enfermedad sólo en base a sus síntomas. Imaginad si hubiéramos querido combatir la covid sólo atacando a sus síntomas y no a lo que causa el problema, que es el virus. ¡No habría vacuna! ¡Estaríamos perdidos! Pues así es como algunos cristianos pretenden “atacar” el pecado: simplemente diciendo “No hagas esto” o “No hagas aquello” (al “esto” o al “aquello” ponle los nombres que consideres). O cargando con una fuerte carga de culpabilidad a quién ha hecho algo que nosotros pensamos que está mal, sin considerar que a lo mejor nosotros lo estamos haciendo igual de mal o peor que nuestro prójimo (ya sabéis, lo de la paja en el ojo ajeno y la viga en el nuestro).

Por supuesto hay que evitar hacer ciertas cosas, porque toda acción trae consecuencias, pero así no se resuelve el problema de raíz.

Tampoco pretendamos resolverlo nosotros, que somos los causantes. ¡No sabemos cómo hacerlo! Por mucho que lo intentemos, la maldad vuelve a nuestro corazón, como las olas de la pandemia que recorren nuestro mundo una y otra vez. Por lo que tenemos que buscar la solución fuera de nosotros mismos.

Esto que comento lo expresó con gran maestría el apóstol Pablo, que contaba a los creyentes en Roma su lucha contra el pecado (Ro 7:7-25). Querer no hacer el mal por sus propias fuerzas se les estaba haciendo un imposible. Y esta es una lucha que es común a todos nosotros. Por eso mismo, la solución está en Cristo que nos provee de la “vacuna” definitiva.

¿Sigues luchando con todas tus fuerzas con el pecado? ¿Quieres dejar de hacer el mal? Te voy a decir algo que resulta transgresor: ¡Deja de intentarlo! Simplemente no puedes ni podrás nunca. Déjalo en manos de Cristo, y confía toda tu vida plenamente a Él y ríndete, y olvídate de ti.

Él ya ha hecho la obra que tú deberías haber hecho pero que aun así no puedes. Simplemente acéptalo y haz que Él te gobierne. ¡Ahí tienes la solución! ¡Ahí tienes la vacuna, no sólo contra la peor de nuestras enfermedades sino contra la mismísima muerte eterna!

Santi Hernán

Una nueva esperanza

“He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad.”

Isaías 43:19
vacuna esperanza mundo

Veía el informativo el pasado 27 de diciembre y prácticamente la noticia era “La vacuna contra la covid ha llegado a España”, un anuncio a bombo y platillo, con las cámaras de televisión siguiendo a los camiones que transportaban las primeras dosis y los guardias civiles escoltándolas hacia su almacén secreto.

Mientras tanto, en nuestras ciudades, se hacían encuestas a pie de calle y había una mezcla entre ilusión y escepticismo, ya que algunos no querían ponerse esa vacuna y así olvidarse de la covid-19 por mucho tiempo. Quitando a los amantes de las conspiraciones mundiales y algunos otros escépticos me pregunto ¿Quién no querría ponerse esa “milagrosa” vacuna? No encuentro más explicación que la de pensar si realmente funciona o si provoca algún efecto secundario que aún no se conozca.

Lo cierto es que, independiente de la buena noticia de la llegada de esa vacuna, ¿Quién no estaba deseando que llegara este nuevo 2021 y nos diera ese buen año que el 2020 nos arrebató? Todo el mundo desea un mejor año que el pasado (que, salvo benditas excepciones, ha sido nefasto para todos).

La gente pide y desea buenos deseos para el año y pone su esperanza en que, a partir del 1 de enero todo será nuevo y mejor… vaya, no quiero ser aguafiestas, pero eso mismo deseamos el 1 de enero de 2020 y fijaos lo que pasó.

Por lo que pregunto ¿Dónde ponemos nuestra esperanza? ¿En un nuevo año que venga y arregle por sí solo todas las cosas? ¿La ponemos en una nueva vacuna? ¿En los clásicos propósitos que nos solemos hacer? ¿En los nuevos planes y proyectos que emprendemos? ¿Dónde colocamos nuestras esperanzas?

Pueden pasar muchos años y tener la sensación de que todo sigue prácticamente igual, de que nada cambia. El mundo progresa: se avanza en tecnología, ciencia, bienestar, derechos civiles, etc., pero la sensación para muchos es que no sólo las cosas están igual, sino que incluso van a peor.

En el campo espiritual vivimos con gozo y esperanza de que Dios ayuda, sostiene y provee, porque así lo promete en su Palabra, pero estamos establecidos en una incomodidad permanente. Podemos tener alegría, estar felices, pero no al cien por cien. Si este es tu caso déjame decirte que ese sentimiento es completamente normal.

“Ya, pero todavía no” es una frase cristiana muy recurrente en ciertos círculos, cuando se habla de la salvación y de la llegada del Reino de Dios y es que, aunque parezca contradictoria, refleja lo que vivimos en este mundo. Podemos saborear el Reino de los cielos, probar un poco de su paz y bendición, pero no nos sentimos plenos porque nuestros pies aún pisan un mundo caído.

El profeta Isaías, que escribió, entre muchos otros el pasaje que tenemos en la cabecera de este artículo habló a un Israel que había perdido la esperanza de regresar a su tierra, durante el cautiverio en Babilonia. El pueblo de Dios estaba preso de otra potencia y lejos de su verdadero hogar. Dios les daba esperanza a través del profeta Isaías de que estaba preparando algo nuevo que convertirá los desiertos de la vida en vergeles con ríos y un propósito (un camino).

Así es como tenemos que pensar nosotros. Estamos en este mundo, pero no somos de él. Estamos llamados a formar parte de él y hacer vida normal, pero lidiando con su incomodidad y su falta de plenitud que serán suprimidas el día que estemos en este nuevo Reino, donde definitivamente no habrá dolor, enfermedad, escasez… ¡No habrá coronavirus ni restricciones o confinamientos!

¡Esa es la nueva esperanza que tenemos los creyentes y que estamos llamados a transmitir! La vacuna contra este mundo caído y su miseria es eficaz y no deja otros efectos secundarios más que el gozo y la paz. Esta vacuna es Jesucristo ¿Quién no querría ponérsela? ¡Feliz 2021!

Santi Hernán

Navidad, a pesar de todo

“Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado. Este primer censo se hizo siendo Cirenio gobernador de Siria.”




Lucas 2:1-2
Mascarilla, como adorno en el árbol de navidad

Estamos tan acostumbrados a la típica navidad con luces de colores, gente por todas partes, un montón de familiares y amigos alrededor de una mesa atestada de comida y regalos, y este año será tan diferente… Quizá muchas de las cosas las seguiremos teniendo, las luces parece que nunca fallan, pero está claro que no tenemos las mismas sensaciones, con ese nuevo visitante que se nos ha colado sin permiso en nuestras vidas, llamado Coronavirus. Ese visitante tan acaparador que ha impedido esas multitudinarias reuniones familiares y que, junto a la nueva crisis económica, nos ha devuelto a una especie de nueva austeridad.

En estos últimos diez meses el mundo se ha vuelto completamente loco. Todo ha cambiado tanto (y sigue cambiando) que nos cuesta seguirle la pista al correr de los acontecimientos.

El mundo antiguo, dados los pocos datos que tenemos sobre él (pocos en comparación con la gran información que tenemos hoy), desde la mente del siglo XXI, pensamos que era más estable, pero nada más lejos de la realidad. La era clásica era tan convulsa a nivel social, político y económico (e incluso sanitario) como lo es hoy. Uno de los cronistas que recogieron con cierta fidelidad lo ocurrido en aquellos tiempos era el judío Flavio Josefo, que narró la historia de su pueblo en aquellos tiempos que vieron cómo éste era sometido por diferentes potencias.

Siguiendo la estela de Josefo, tenemos a Lucas que, sin ánimo de ser tan completo con la historia judía, sí quiso recoger con escrupuloso orden (Lc 1:1-4) la historia más grande jamás contada, la de la vida de nuestro salvador sobre la tierra.

La historia que Lucas relata y que solemos emplear en tiempos de navidad comienza con una ubicación histórica de los hechos, que aparece reflejado en el pasaje de cabecera (Lc 2:1-2). Es decir, que cuando Jesús nació, Augusto César promulgó un edicto para que todo el mundo fuera empadronado, y para más señas tenemos el dato de que Cirenio era gobernador de Siria.

Nos quejamos por cada “edicto”, (en forma de BOE) que promulga nuestra clase política con respecto a las medidas para combatir la covid-19, pero en aquel entonces, lo que promulgaba el César afectaba al mundo (conocido) entero. Incluso el gobernador de Siria también se tenía que someter, incluso el tirano Herodes El Grande también estaba debajo del yugo de Roma.

Había poderes y circunstancias que estaban por encima de las vidas de todos los que vivían en aquella cultura. Estas circunstancias eran tan cambiantes como el que gobernaba en Roma y todos se tenían que someter. Hoy día las circunstancias nos obligan a someternos y a hacer ajustes y cambios en nuestras vidas.

José y María tuvieron que recorrer los más de 100 kilómetros que separan Nazaret de Belén, en una época en la que no había más medio de locomoción terrestre que a pie o a borriquito y no había autopistas sino caminos polvorientos de tierra, barro y piedras.

A nosotros se nos pide guardar distancias, ponernos mascarillas, lavarnos las manos, hacer ciertas renuncias sociales y usar medios telemáticos, entre otras muchas cosas (¡Cómo le hubiera gustado a José emplear medios telemáticos para empadronarse en Belén! ¡Cómo habría cambiado la historia!).

Pero ¿Sabéis que es lo más importante? Que en medio de estas circunstancias adversas (las de la antigüedad) Jesús nació. Él no escogió un momento de estabilidad para venir, ni el momento y el lugar que nosotros entendemos como “más propicio” para nacer, sino que vino en medio de un mundo en crisis y cambiante, un mundo sometido por poderes arbitrarios y hostiles.

Éste de la antigüedad era un mundo revolucionado y peligroso, no tan diferente al de hoy ¿Y sabéis por qué lo escogió? Porque Dios está por encima de todo poder terrenal, por encima de toda circunstancia y es Señor por encima de toda crisis. Sus planes siempre se cumplen a pesar de la oposición reinante, y a pesar de Augusto César, de Cirenio, de Herodes, del Coronavirus, de los gobiernos actuales y cualquier otra situación. ¡Él es el Señor! Y en 2020 seguimos aquí, celebrando que ha nacido y ha establecido un reino, esta vez sí, estable de verdad, que jamás caerá. ¡Feliz Navidad!

Santi Hernán

El Reino está cerca

“… sabed que está cerca el reino de Dios.”

Lucas 21:31
Esperando la llegada del Reino, en medio de las dificultades
Esperando la llegada del Reino, en medio de las dificultades

Recuerdo que allá, en el ya lejano mes de marzo, se llegó a comentar que esta pandemia iba a ser algo tan pasajero como la duración de la primavera que este virus nos robó, y que en verano seríamos libres de nuevo. Recuerdo con qué optimismo se vivieron aquellas tres fases de la famosa desescalada, contando los días para vivir un verano como el habitual, para regresar a nuestros trabajos, poder irnos de vacaciones a la playa como de costumbre y volver a abrazar a los nuestros en una normalidad que no era esa que llamaban “nueva” sino que era la de siempre, cuando pensábamos que el Coronavirus no era capaz de sobrevivir a los más de 30 o 40 grados del calor del verano español ¡Cuán equivocados llegamos a estar! ¡Y qué poco sabíamos! Sólo algunas voces de expertos pesimistas anunciaban una fuerte segunda ola o rebrote en otoño.

Estamos en otoño, de camino a un nuevo invierno, en el que este virus amenaza con juntarse, mezclarse y confundirse con sus parientes que nos suelen visitar en estas fechas, como los resfriados o las gripes. Ahora también regresan las restricciones y nuevos confinamientos, y esperemos (y oremos) de corazón que no sean como los que tuvimos en primavera, porque poco nos falta para volver a esa triste situación y casi a las puertas de la navidad.

Esto nos recuerda que el mundo sigue doliéndose, el mundo actual, moderno, sofisticado, hiperconectado y desarrollado sigue intentando dar la batalla a un virus que a día de hoy (noviembre) ha segado las vidas de más de un millón de personas en todo el mundo y ha afectado a otros 45 millones. Por cada noticia esperanzadora de nuevas vacunas, surgen más acerca de nuevos contagios, fallecimientos y consecuentes restricciones y nuevos recortes a nuestra libertad ciudadana en favor de mayor seguridad para nuestra salud pública.

Ahora más que nunca nos acordamos de las palabras de Jesús que nos recuerda en qué clase de mundo enfermo habitamos. Una creación hecha perfecta al principio, pero que deterioramos nosotros mismos con nuestra maldad.

Pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Ro 5:20). Ahora más que nunca nos hacemos eco de las palabras de Jesús que, no tapa ni oculta los males del mundo, pero sí nos ofrece esperanza fuera de él, mientras nos muestra su mano tendida. El contexto del pasaje de cabecera (Lucas 21:5-36) es un discurso desgarrador del maestro, en el que anticipaba a sus discípulos, lo que se iría confirmando en los años, décadas y siglos posteriores, hasta llegar a nuestros días: que el mundo iba a sufrir guerras y amenazas de guerras, desastres naturales, pobreza y pestilencia (¿virus? Lc 21:11), entre otras señales, también habrá persecución contra los seguidores de Jesús, y con la destrucción posterior de Jerusalén y su templo (que sabemos por la historia que ocurrió en el año 70 d.C) se destruiría la tradición del celoso pueblo judío. Es decir, los tiempos iban a cambiar como lo están cambiando para nosotros, que, acostumbrados a una rutina, ahora toca reinventarse y adaptarse a una nueva, que quizá nos siga durante mucho más tiempo del que pensamos (espero equivocarme). En medio de amenazas, miedos, persecución y desastres naturales y sociales por doquier, Cristo nos da esperanzas. Todo lo que sucede será la antesala de algo maravilloso, la venida del Reino de Dios. No solamente podemos leerlo en clave escatológica (de los últimos tiempos) sino en que ese Reino está con nosotros y en nosotros y ya lo estamos disfrutando. No es necesario acudir al templo, como tenían por costumbre los judíos para encontrarse con Dios, sino que ya había llegado el momento en el que los verdaderos adoradores adorarían desde cualquier lugar (Juan 4:23). Con esto no quiero decir, ni mucho menos, que nos dejemos de congregar, hagámoslo mientras podemos, más bien hago un llamamiento a no desanimarnos, a no desfallecer. Si nuestra fe depende de si nos congregamos o no ¡Qué pobre es nuestra fe! No busquemos el Reino en el local físico de la iglesia, sino que lo hagamos en reflexión profunda y personal y analicemos cómo esta nuestra vida y nuestro corazón ante la venida de todos estos males que nos acechan hoy, y ante la llegada de este glorioso Reino.

Santi Hernán

Juntos es [mucho] mejor

“firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio.”

Filipenses 1:27
manos unidas. Unidad, juntos, unánimes.

Si analizáis los anuncios de televisión y los lemas propuestos por diversas instituciones, empresas, asociaciones, etc… entre ellas el gobierno de España, con su lema “Juntos salimos más fuertes” y otro es “Este virus lo paramos unidos” (No quiero entrar a valorar la pertinencia de estas palabras) Una de las palabras que más se repiten es “Juntos” o también “Unidos”. Muchas agencias de publicidad han empleado esas palabras en estos tiempos para hacer campañas, que en algunos casos han resultado casi fotocopias las unas de las otras. Y es que la pandemia nos ha obligado a separarnos, ha puesto distancia entre nosotros, en algunos momentos a lo largo de estos meses nos ha confinado, y, en definitiva, ha deteriorado uno de nuestros mayores activos como seres humanos: la sociedad y las relaciones sociales. De ahí el empeño en impulsar la unidad y el estar juntos, aunque realmente no podamos estarlo, dadas las circunstancias y la seguridad y salud de todos.

Independientemente de que instituciones y empresas, sean públicas o privadas busquen o promuevan la unidad y el estar juntos con más o menos acierto, la verdad es que tenemos que aprender a estar juntos. Quizá sin nuestros calurosos y entrañables besos y abrazos, quizá sin ese reconfortante apretón de manos, quizá con la distancia de por medio y una barrera de cristal o una pantalla, pero tenemos que estar juntos. La unidad y la fraternidad no debe depender o estar condicionada por un beso o un abrazo (a veces podemos estar “pegados” los unos a los otros y estar como el perro y el gato).

Como bien sabéis, y si eres nuevo y no lo sabes te lo cuento: Nuestra iglesia pertenece a una asociación o unión de iglesias mucho más amplio (en muchos países, en el ámbito bautista, lo llaman Convención). La nuestra se llama Unión Evangélica Bautista de España (UEBE, quédate con estas siglas que las oirás mucho en nuestra iglesia). También tenemos una unión de iglesias bautistas a nivel regional, la llamada Comunidad Bautista de Madrid (CBM, quédate con estas siglas también, hablaremos mucho de ello). Cada año, hacia el día veintitantos (depende de cómo caiga el fin de semana), se celebra lo que llamamos la Convención UEBE. Este año la convención es del 23 al 25 de octubre. Y aunque siempre se ha celebrado en un lugar concreto, y todos los pastores y delegados de las iglesias se han desplazado a ese lugar, lo cierto es que este año tan atípico nos ha obligado a no poder juntarnos todos físicamente en el lugar donde solíamos celebrarla, pero no se ha suspendido.

Este año, seguimos juntos, aunque sea de manera “virtual”, aunque sea en la distancia, con la pantalla del portátil, el móvil, la tableta o lo que sea, pero estamos juntos, unidos. Aunque haya una pantalla, no olvides que al otro lado hay otro hermano como tú, que también busca esa unidad, en medio de toda esta situación y aunque no os podáis abrazar, un apretón de manos o un “golpecito de codo”, podéis hablar, compartir y orar el uno por el otro, celebrar al Señor y seguir apoyando este gran proyecto de Unión, que en apenas dos años cumple los 100 de su existencia ¡Gloria a Dios por ello! También damos gracias que estamos en 2020 y por la inteligencia e ingenio que Dios ha puesto en nuestra mente (somos hechos a su imagen y semejanza, no lo olvidéis) es que la humanidad ha inventado técnicas y tecnologías que salvan las barreras de la distancia y nos hacen estar juntos en tiempo real, aunque estemos separados por miles de kilómetros.

El lema va acompañado de un versículo en el que se apoya, en este caso en Filipenses 1:27, en el que Pablo también está unido a esta iglesia de Filipos, pero se encuentra en la distancia, y en la que expresa que se siente muy ligado a esta iglesia de Macedonia, aún salvando la distancia de que les llegue una carta, que en el primer siglo la comunicación era muy muy muy en diferido. Hoy nos podemos ver en directo, aunque vivas en la otra punta del mundo.

Ahora bien, el hecho de que realmente estemos unidos, aunque separados ya no es algo que dependa tanto de la tecnología, como dije antes, podemos estar pegados físicamente unos a otros, pero llevarnos mal, y la unidad tiene que ver con una correcta actitud del corazón y sobre todo, estar todos muy apegados, como las ramas de un árbol a su tronco común, que es nuestro Señor y la comunión en el Espíritu Santo, que es el que verdaderamente nos hace más fuertes y más unidos.

Santi Hernán

Regreso a casa

“Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.”

Lucas 15:23-24

Septiembre, mes de regresos: Regreso a clase, regreso (para muchos) de sus vacaciones al trabajo y, sobre todo, regreso a casa.

Aunque sabemos que este año ha sido bastante anormal, también en cuanto a las vacaciones se refiere, el regreso a casa, aunque pueda parecer para la mayoría de nosotros la tediosa vuelta a la rutina, siempre es un alivio, incluso cuando acabamos cansados de nuestra casa, porque estuvimos confinados en la misma durante muchas semanas, hasta hace no mucho tiempo.

Y es que la libertad de poder salir y movernos, se ve en conflicto con el confort de estar en el espacio personal que representa nuestro hogar. Y aun dependiendo del carácter que tengamos cada uno: cada cual puede ser más o menos aventurero, al final siempre puede buscar un lugar donde sentirse protegido y descansar.

Esto me recuerda al más famoso viaje de ida y vuelta que encontramos en la Biblia: La parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32).

Posiblemente es una de las parábolas más conocidas en todo el mundo y una de las más usadas para el evangelismo, pero no olvidemos que también es para nosotros, los que estamos “dentro” de la familia de la fe, ya que esta historia tiene más detalles y matices de lo que podamos pensar.

La manera insolente en la que el hijo menor pide su herencia y se va con ella, la manera tan absurdamente hedonista de malgastarla, lo bajo que cayó este personaje en los peores momentos, la recapacitación y el camino ideando una nueva vida de esclavitud, el caso del hermano mayor que envidia el festivo y pomposo recibimiento al menor (a veces nos podemos sentir identificados con él), etc. Pensamos tanto en este descarado hijo menor y la trastada que hizo y luego como “revivió” regresando a su hogar, que a veces perdemos de vista al verdadero protagonista de esta corta y bella historia: el amoroso padre.

Cuando pensamos en nuestro papel dentro de esta parábola, estamos siendo influidos tanto por los cuentos clásicos como las películas de Hollywood que se han empeñado en etiquetar a “los buenos” y “los malos”, a los “héroes” y los “villanos”, y habitualmente pasamos por alto que, en esta historia, los dos hijos tienen un poco de cada lado. Ambos son personajes ambiguos, que demuestran tener su punto de debilidad y conflicto en momentos diferentes y por eso, son como nosotros, tan buenos como malos. Pero el que está tanto en medio como por encima de cada uno, como haciendo de juez, pero también de abogado, es el padre. Y de él no cabe ninguna duda de que es el único y verdaderamente bueno de toda la historia.

Nadie puede llegar a pensar en identificarse con el padre. Nadie llega, ni de lejos, a su nivel. Todos tendemos a despreciar, no damos o directamente condenamos. Sólo el padre rompe nuestros esquemas de lo que entendemos que es la justicia y la misericordia.

El padre da y se da a sí mismo, y una vez que ha dado, vuelve a dar. Uno de los hijos pide al principio y el otro pide al final. El padre da al hijo menor y el padre no ha dejado de dar al mayor en ningún momento.

Y el hogar como marco perfecto de referencia. Ese lugar del que nos empeñamos en escapar porque tratamos de buscar algo que ya había, pero que ninguno de nosotros lo sabía.

Fuera del hogar ¿Qué buscas? ¿Te buscas a ti mismo? ¿Buscas tu identidad? ¿Buscar cariño, amor y aceptación? ¿Buscas plenitud? Sigue buscando si quieres, porque tarde o temprano te darás cuenta de que ahí fuera no está lo que necesitas. Lo que siempre has necesitado, lo que te define y te da identidad es saber que eres hijo del Padre y que en su hogar está tu origen, pero también tu destino. Tu plenitud y tu felicidad. Recapacita, arrepiéntete y vuelve. Date cuenta también de que, si ya estás dentro, no busques tres pies al gato, no te despistes por lo que haga el otro, y piensa que tu padre es el mismo que el de aquel pobre desgraciado que se perdió y que, en lo profundo de tu corazón probablemente le envidiarías porque quisieras haber huido de casa como lo hizo él. Pero piensa una vez más quién eres tú, cuál es tu hogar y, sobre todo, quién es tu padre, que también quiere que tú disfrutes de su presencia y del regreso de tu hermano perdido.

Santi Hernán

El verdadero descanso

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.”

Jesús, en Mateo 11:28
Descanso

Estamos en agosto, un tiempo de descanso para muchos. Pretendemos descansar en un año, que, aunque los hemos pasado buena parte encerrados en casa, no hemos descansado.

Nos vamos a la playa y tampoco podemos descansar. Si pretendemos viajar a América, la cosa está peor. Además de cómo está la situación en los Estados Unidos y en los países de América Latina, a lugares exóticos y paradisíacos como la famosa playa de Copacabana, en Río de Janeiro no podemos ir, porque todos sabemos cómo está la situación en Brasil.

Si no hubiese ocurrido nada de esta pandemia, posiblemente también hablemos de un fenómeno que se da mucho, que es el de descansar de las vacaciones. A veces, nos afanamos tanto en preparar unas vacaciones, con su viaje, con sus reservas, con todas las cosas que conlleva, que cuando regresamos, lo hacemos agotados y tenemos que descansar de este viaje, y necesitamos unas vacaciones de las vacaciones. ¡Qué ironía!

¿Hay algún lugar donde podamos descansar verdaderamente? ¿Existe en este mundo un verdadero estado de descanso para nosotros?

En Mateo 11:25-30 Jesús da la clave en nuestra búsqueda del ansiado verdadero descanso.

No importa si estamos de vacaciones en un lugar tranquilo y exótico, alejados del mundanal ruido, nuestra alma no descansará sin Cristo.

Y si nuestra alma no descansa, tarde o temprano, el resto de nuestro ser tampoco lo hará porque hay un yugo sobre nosotros que no queremos soltar. Un yugo que confiamos en llevar por nosotros mismos, o incluso lo podemos negar, pero resulta ser una carga demasiado pesada. Una carga en forma de afanes, pensamientos y ansiedades, que nos empeñamos en llevar nosotros porque confiamos en nosotros mismos más que en nadie. De igual manera que una vaca paciendo en el campo, rumia una y otra vez el pasto que se lleva a la boca, así somos nosotros dando vueltas a nuestras cargas y circunstancias.

Da la impresión de que nos gusta cargar con nuestros problemas, porque pensamos que somos los más indicados para resolverlos, y confiar en que el tiempo lo resolverá o se resolverá sólo. Y no es así. Creemos que el tiempo cura las heridas y lo que hace es permitir que sigan infectándose más si no las curamos o, mejor dicho, si no acudimos al que es capaz de curarlas: El médico o el enfermero.

Jesús mencionó la manera práctica de llevar a cabo ese cambio de yugo, del pesado de nuestras circunstancias, por el yugo ligero de Cristo. La clave está en Él.

Cuando hablamos de libertad y de yugo personal, hablamos de someternos al mayor de los tiranos, que no es un dictador político, no es un poderoso terrateniente, no es un jefe muy mandón, ni siquiera es Satanás. El mayor de los tiranos eres tú mismo, y soy yo mismo. Tus (y mis) deseos, tus (y mis) circunstancias, tu (y mi) egocentrismo, todo esto nos domina y deposita en nosotros un yugo mucho más pesado de lo que creemos.

¿Cómo se combate a este fiero tirano? ¿Cómo deshacernos del yugo que ha colocado encima de nosotros? o, mejor dicho, que nos hemos colocado encima nosotros. La receta la da Jesús, y sale directamente de su corazón: Mansedumbre y humildad. Mansedumbre para aprender a ser dominados y someternos, someter nuestro ego (¡No es fácil!), y humildad para proyectarnos fuera de nosotros mismos. Este es un acto de plena confianza.

Pero no es un acto de confianza ciega, como la de los papelitos que se han puesto en muchas ventanas y terrazas, con un dibujo del arco iris y el lema “todo va a salir bien”, sin llegar a saber si realmente va a salir bien. Es la confianza por conocer a Cristo y ser plenamente conscientes de que nadie mejor que Él tiene el control de todas las cosas.

Y cambiar este yugo, porque todos tenemos un yugo, no nos engañemos, ya sea el nuestro o el de nuestro Señor, no es fácil, es una tarea que tenemos que hacer de manera diaria. Ser manso es someterse diariamente, rendirnos a la pelea con nosotros mismos y sacar la banderita blanca, dejar que sea otro quién gobierne nuestra vida. Escupir esos problemas que estamos todos los días rumiando, porque no debemos seguir masticándolos.

Ser humilde es pensar que la vida no consiste en yo, y en mí, y mis circunstancias. No consiste en pasarnos la vida mirando nuestro ombligo, con nuestros problemas y en pobrecito de mí y que mal me va la vida. Consiste en levantar la mirada de ese ombligo y mirar hacia adelante y hacia afuera, mirar a “lo” demás y a “los” demás. Mirar al prójimo y, sobre todo, mirar al Maestro todos los días. Porque este es un trabajo diario. ¿Quieres ser libre y descansar verdaderamente? Mira a Cristo y suelta diaria y conscientemente tus problemas en sus manos. Ríndete y olvídate de ti mismo y sométete a Él. Sé confiado como niño y deja de ser sabio y entendido en tu propia sabiduría. El yugo de Cristo es fácil de llevar. Hallarás descanso en Él.

Santi Hernán

Volver a adorar juntos

“Pero se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren.”

Juan 4:23

¡Ahora sí! Si va todo bien, y las amenazas de los rebrotes nos respetan, julio parece ser el mes en el que regresaremos al local, aunque no será de manera inmediata, y por precaución, y para permitir que prácticamente todos (mayores y pequeños) podamos disfrutar de estar juntos, y para que se garantice la seguridad y la salud de todos.

Quizá una de las mayores motivaciones es el poder vernos, estar juntos, y veremos si nos podemos abrazar, pero creo que, aunque con un poco de miedo al principio, luego se romperá el hielo y todo irá bien. Ya, algunos nos hemos visitado entre nosotros. Nuestros pastores han estado con prácticamente todos los hermanos. Vamos tentando el suelo para ver si realmente está firme.

Además de encontrarnos los unos a los otros, vamos a “encontrarnos” con Dios. Pensando en esto, el caso es que debemos de reflexionar en qué se basa realmente nuestra vida espiritual. Es decir ¿Dónde, cuándo, y cómo vamos a encontrarnos con Dios? En la iglesia ¿No?

“Vamos a la iglesia”, una frase muy típica para ¿encontrarnos con Dios? ¿Para vivir una vida espiritual en este recinto? Veamos que dice la Palabra al respecto.

El encuentro de Jesús con la mujer samaritana, que encontramos en Juan 4:1-42, siempre me ha fascinado, por ser una de las escenas que mejor se pueden contextualizar a nuestros días y habla precisamente de en qué consiste una verdadera vida espiritual.

Nos encontramos a Jesús, que se detiene junto al pozo, en el momento adecuado, y esperando a la persona adecuada: Una mujer, que podría ser perfectamente el opuesto a lo que entendemos que debe de ser una persona decente. Incluso podemos llegar a ser tentados de pensar que, si nosotros estamos lejos del ejemplo de Jesús, esta mujer se encuentra a “años luz” de distancia, por varios motivos.

¿Qué clase de mujer era esta samaritana para llegar a ser considerada así? Quizá para la tolerante y avanzada mente de cualquier persona de occidente del siglo XXI no es para tanto, pero en aquella época se juntó:

Primero, el hecho de que era una mujer. En aquella cultura, hombres y mujeres que no sean matrimonio no trataban entre sí, ni siquiera se acercaban y mucho menos cuando el varón era un rabí (maestro) judío.

Segundo, la mujer era samaritana, lo que representaba una etnia profundamente menospreciada por el pueblo judío. Los samaritanos eran fruto de antepasados del reino de Israel que se habían mezclado con otros pueblos paganos, desobedeciendo así la ley de Moisés. Además, los samaritanos, al tener vetada la adoración normativa de los judíos, en el templo de Jerusalén, ellos tenían su propio lugar de adoración en el monte Gerizim. No era el lugar adecuado y en ese monte se realizaban además frecuentes sacrificios paganos.

Y tercero, y no menos importante, el estilo de vida de la samaritana no era precisamente ejemplar y esto se demuestra en qué clase de vida familiar estaba teniendo. Cinco esposos que tuvo y con el último ni siquiera se llegó a casar y estaban conviviendo en concubinato. Algo que hoy muchos viven en nuestra sociedad, era un escándalo en aquel contexto, aunque sabemos que es algo que desaprueba en términos generales la Palabra de Dios y nosotros como cristianos no debemos practicar.

Sin embargo, Jesús, lejos de juzgarla, simplemente le expuso su vida delante de ella, no para que se sintiera culpable sino para demostrar de que Jesús es aquel a quien todos (judíos, samaritanos y gentiles) esperaban y necesitaban. Al final resulta que esta mujer no está más lejos de Dios que cualquiera de nosotros.

Pero el quid de la cuestión está en la afirmación posterior de Jesús. Ante la confusión religiosa y ritual de la samaritana. Esa que tanta gente en el mundo tiene, sobre las discusiones acerca de cuál es la verdadera religión, o cual es aquella creencia superior o válida, Jesús señala a la actitud correcta en la adoración y el objeto último de la adoración.

La actitud correcta se resume en la famosa frase: “En Espíritu y en verdad”. Es decir, siendo impulsados por el propio Espíritu Santo, el mismo que puso en marcha a la Iglesia en Pentecostés y el mismo que sigue hoy impulsando al pueblo de Dios hacia la misión que tiene que cumplir. En cuanto a la verdad, más allá de ser un concepto abstracto, es la mismísima persona que pronunciaba estas palabras delante de esta mujer. En otro pasaje del mismo evangelio de Juan, Jesús se refiere a sí mismo como “el camino, la VERDAD, y la vida” (Jn. 14:6). Así que Jesús es el motivo correcto de la adoración.

¿Y cuál es el objeto? Jesús señala al Padre, que busca verdaderos adoradores. De esta manera, el motivo, el objeto de nuestra adoración son las mismas tres personas de la trinidad, que Jesús define de manera magistral en esta conversación.

¿Y el templo? ¿Y el monte? ¿Y el local de la iglesia? ¡Ah, sí! Están para vernos los unos a los otros y seguir adorando, pero esta vez, todos juntos y eso sí, sin olvidar cuál es la motivación y el objeto adecuados.

Santi Hernán

selfie frente a la gioconda

¿Podemos sacar algo bueno de todo esto?

“El fin de este asunto es que ya se ha escuchado todo. Teme, pues, a Dios y cumple sus mandamientos, porque esto es todo para el hombre.”

Eclesiastés 12:13
Selfie de jóvenes con mascarilla frente a la Mona Lisa
Los nuevos tiempos

Abril, mayo y ahora junio. Posiblemente este sea el tercer mes completo que pasemos separados. Y aunque volvamos a finales de junio (estamos pendientes de las famosas “fases” del desconfinamiento) llevaríamos sin vernos desde antes de mediados de marzo (el último culto en nuestro local fue el del día de la Biblia, el pasado 8 de marzo). Acabaríamos como mucho, 16 semanas separados.

Estos meses se han visto como muy duros, muy oscuros, muy inciertos, de mucho sufrimiento e impotencia al permanecer prácticamente encerrados en nuestra propia casa. Y mientras los medios de comunicación masivos no han dejado de bombardearnos de noticias, a cuál peor, especialmente en los días de mayor pico de contagios y fallecidos. Ahora le toca sufrir a la economía del país y de muchas familias, y su recuperación se prevé más lenta y tediosa si cabe, y dejará más dolor e incertidumbre por el camino.

El mundo ha cambiado tanto en tan poco tiempo… y creemos que para mal. Ahora nos obligan a ser menos sociales, a tapar nuestra sonrisa, a separarnos y distanciarnos y todo en favor de la seguridad, aunque también con un componente de miedo. ¿Habrá valido la pena todo esto?

En situaciones así ¿Cuántos se habrán preguntado esto último? ¿Cuántos se habrán formulado la manida pregunta de “Donde está Dios en todo esto”? Si ni siquiera las iglesias nos podíamos reunir. Si nuestra experiencia de cultos ha sido distorsionada por estar presentes frente a una pantalla. Si no podíamos salir a la calle a predicar el evangelio. ¿Por qué ha permitido todo esto? ¿Ha valido la pena? ¿Realmente podemos sacar algo bueno de todo esto?

Esta experiencia del coronavirus, que bien podría ser frustrante por todo lo vivido y del modo en el que hemos vivido, puede ser perfectamente trasladable a la vida en general, para muchas personas. Una vida tan dura, que aparentemente no ha hecho más que dar una frustración tras otra, al final ¿ha merecido la pena?

Salomón y Moisés

Hay un libro bíblico que se ocupa de este discurso y es el de Eclesiastés. Y eso que su autor no ha vivido en penurias ni en crisis ¡Al contrario! Tuvo todo lo que quiso y aprendió y conoció y experimentó lo que le placía. Cualquiera podría firmar una vida como la suya, la del predicador que habla, que fue ni más ni menos que el rey Salomón. Él mismo se preguntó si valió la pena.

Pero no hablaré sólo de este discurso y su predicador, como paradigma de la vanidad de la vida, sino de otro que podríamos decir que su vida quedó reducida a un “quiero y no puedo”, como Moisés.

Moisés fue llamado a libertar a su pueblo Israel de manos de Egipto y llevarlo a la tierra prometida de Canaán. Lo que en un principio fue un éxito, se convirtió en fracaso, como tantos otros, con el correr de los días, semanas, meses y años.

Un pueblo entero confinado, no en sus confortables casas, sino en un riguroso desierto, que no destaca por ser el más grande del mundo, pero casi se convirtió en el más extenso dado el tiempo que pasaron vagando (40 años se dice pronto) y para colmo quejándose día sí y día también.

En lugar de fijarse en la liberación de la esclavitud, la llegaron a echar de menos y en lugar de fijarse en la provisión diaria de Dios, se quejaron de lo que les faltó (y aun así Dios se lo proveyó por su insistencia).

Así podemos vernos a nosotros mismos. ¿Cuántas veces hemos criticado lo tercos que eran los israelitas en el desierto cuando no dejan de ser un espejo en el que mirarnos nosotros?

Moisés fracasó porque pudiendo ser y vivir como un príncipe en la mayor potencia mundial, huyó y fue pastor de cabras en la periferia. Fracasó porque libertó a un pueblo quejica y desagradecido, y porque en lugar de gratitud, recibió duras críticas de los suyos, y porque asistió frustrado al enésimo acto de rebeldía y desobediencia del pueblo, cuando bajó del monte Sinaí, y encima acabó sus días sin poder disfrutar de Canaán, más que viéndolo de lejos (como nosotros ahora, que estamos viéndonos de lejos).

Y si le damos la vuelta a la situación…

Pero…

¿Y si le damos la vuelta a la situación y comprobamos que Moisés realmente no fue un fracasado?  Moisés fue realmente un instrumento útil en manos de Dios. Y sí cumplió con sus planes. El pueblo entró finalmente en Canaán, pero no esa antigua generación que prefirió la ingratitud y desidia y a la que el propio Moisés acabó sumándose.

¿En serio vemos a Salomón como fracasado con todo lo que hizo y la sabiduría de lo alto que aplicó durante un tiempo? ¿Y si se sintió fracasado en una vida vana, porque buena parte de su vida no tuvo en cuenta a Dios, igual que el terco pueblo de Israel en el desierto?

¿Y si nosotros nos sentimos frustrados y fracasados porque hemos apartado a Dios de la situación de crisis actual?

¿Has aprovechado este tiempo adecuadamente a la luz de la gloria de Dios o por el contrario no has dejado de lamentar lo vano que es todo mientras no dejas de dar vueltas en tu propio desierto? En tu mano está concluir si has sacado algo bueno de todo esto.

Santi Hernán