Retribuir

Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” Filipenses 3:20

“¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas… Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde.” Malaquías 3:8 y 10

Hace unos meses, con motivo de las pasadas elecciones autonómicas y municipales, compartí con vosotros un versículo conocidísimo tanto dentro como fuera de la iglesia, unas palabras revolucionarias de Jesús, que nos marcan el rumbo de cómo debe ser nuestra relación con Dios y con nuestra sociedad, sobre todo en el ámbito político, social y económico “…Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.” (Mateo 22:21). Es evidente que todos tenemos que estar al día con nuestras obligaciones fiscales, y precisamente estas palabras de Jesús hablan muy oportunamente de una situación como la que estamos viviendo ahora. Pero hoy no voy a hablar del pago al César, no voy a hablar de nuestra responsabilidad ciudadana, a la cual no debemos de faltar, mientras sigamos en este mundo y atados a las normas y autoridades de esta nación. Hoy, voy a hablar de nuestra responsabilidad a la hora de gestionar el dinero, como ciudadanos de nuestro reino verdadero: El Reino de Dios.

Lo primero es ubicarnos: Una persona que nace en un país, que sus padres o tutores legales le inscriben en el registro civil de ese lugar, automáticamente pasa a formar parte de la ciudadanía de ese lugar, con sus derechos y sus deberes. No ha tenido que hacer poco más que nacer allí para disfrutar del privilegio de ser de allí. Lo mismo pasa con la ciudadanía celestial, para ello no hay más que nacer, pero este nacimiento no es inconsciente y fuera del control propio de la persona, sino se trata de un nuevo nacimiento, totalmente consciente y premeditado, una decisión que marca una nueva esperanza en un reino sin final, y sobre todo un rey con poder, amor y justicia eternos; la adhesión a una nueva gran familia y comenzar disfrutar de sus derechos y… deberes.

El hecho de que vivamos a partir de entonces en un reino perfecto, no evita que tengamos que asumir ciertas responsabilidades. Mientras que las leyes vienen impuestas por nuestra nación; en el reino celestial, acatar la ley de Dios es muestra clara de que pertenecemos a él. La ley es, sin duda, la palabra de Dios, en ella aparece de forma muy clara la voluntad de nuestro Rey y todo aquello que mejora notablemente la convivencia entre nosotros, sus siervos, sus hijos. Dentro de la iglesia, aparte de amar y compartir con hermanos, una de las responsabilidades que quizá sean más tabú, por lo que implica a cada uno de nosotros a nivel personal es la de diezmar y ofrendar.

El mundo, sobre todo en culturas tan escépticas como la europea, en su afán de desprestigiar la obra de Dios en la tierra ha puesto a la iglesia, la etiqueta de institución codiciosa, al servicio de una jerarquía hipócrita que en lugar de dar sus bienes a los que realmente lo necesitan, prefiere gastarlo en lujos y caprichos de obispos, papas e incluso ciertos pastores evangélicos, sobre todo en América. Esa es la triste imagen de la gestión económica del reino de Dios. No falta razón en el hecho de que muchos de los “jefes” de la iglesia en el mundo despilfarran, pero eso no quita que una gran mayoría de iglesias locales, pequeñas y grandes sepan que este dinero que reciben lo gastan en lo que realmente hace falta. Por poner algunos ejemplos prácticos: Mantener con lo necesario a un pastor y su familia, pagar el local y todos sus gastos de suministros (agua, luz, calefacción), financiar proyectos evangelísticos o misioneros, la compra de material docente para discipulados y escuelas dominicales, y un largo etcétera. Mientras sigamos en este mundo, tendremos gastos que pagar, es inevitable, y además es una señal de responsabilidad de la iglesia ante el mundo, ante al que cada día, sigue combatiendo los prejuicios y la etiquetas (sobre todo en el delicado tema de la economía) con la mejor “arma” que tenemos: El amor. Seamos responsables y comencemos a retribuir con parte de lo que tenemos en el bienestar común de la iglesia. La promesa sigue estando ahí, o si no, echad un vistazo a Malaquías 3:10.

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