“Rebosa mi corazón palabra buena; dirijo al rey mi canto; mi lengua es pluma de escribiente muy ligero.” Salmo 45:1
“Cantad con gozo a Dios, fortaleza nuestra; al Dios de Jacob aclamad con júbilo. Entonad canción, y tañed el pandero, el arpa deliciosa y el salterio. Tocad la trompeta en la nueva luna, en el día señalado, en el día de nuestra fiesta solemne. Porque estatuto es de Israel, ordenanza del Dios de Jacob.” Salmo 81:1-4
“El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca.” Lucas 6:45
La melodía en sí, es algo que puede ser usado para bien o para mal. Para adorar a Dios, dedicarle bellos sonidos a un amado o una amada, enseñar lecciones, o sencillamente cantarle al amor; pero también la música puede ser usada para manipular, exaltar nuestro ego o incluso maldecir. Como casi cualquier cosa creada por el Señor, podemos corromperlo. Y eso depende de nosotros.
Pero hoy quiero hablar de una parte muy importante de la música, que sin embargo no esta presente en todas las canciones, y a lo que debemos de prestar mucha atención como creyentes. Si bien, tan sólo una melodía puede sacar lo mejor o lo peor de nosotros mismos, la letra de las canciones pueden sacar esas cualidades positivas o negativas y mostrarlas al resto del mundo.
Las canciones con letra son un invento muy antiguo, casi tanto como la propia música, porque se trata de la fusión armonizada de dos bellas artes: la música y la escritura. La escritura es una forma de expresión muy antigua; de hecho, se han encontrado textos escritos de hace más de diez mil años, por lo que podemos averiguar lo importante que era desde casi siempre, para el hombre, dejar constancia de algo escrito. La técnica, así como los métodos de escritura, han evolucionado con el tiempo, y se han creado formas artísticas de expresión como la prosa, el verso, la epístola, la épica, el drama o la comedia, la divulgación, el periodismo o la publicidad entre otros muchos. Y casi todas tienen más o menos cabida en la música. Con un poco de imaginación e ingenio, todo cabe.
Pero no todo vale para alguien que desea ser una adorador de Dios. No todos los textos dan la gloria a Él o buscan el bien común. Muchas letras, al igual que muchos libros, hablan de venganzas, de exaltación del poder humano, de rencores y enfrentamientos, de sexo ilícito, de borracheras, bacanales y desenfreno, de locuras por amor y desamores, de desesperanza y pesimismo. Nuestros jóvenes escuchan muchas de estas canciones y repiten inconscientemente sus letras. Estas quedan grabadas casi sin querer en la mente cambiante de nuestros jóvenes y conforman la que será la cultura del presente y del futuro. ¿Pero acaso es la música mundana actual, la única responsable del mediocre comportamiento de esta generación? Definitivamente no, pero contribuye en gran manera a alimentar esos sentimientos de destrucción moral que reina en los muchachos. Sentimientos que son, en buena parte, heredados de las generaciones anteriores. Los padres, de forma activa con su comportamiento, o de forma pasiva, con frases como: “no pasa nada”, “eso no puede ser malo”, “los chicos ya son muy maduros y pueden discernir” crean un ambiente perfecto para echar a perder todo un futuro.
Padres y jóvenes, vigilad bien que escucháis, vigilad bien con qué cosas se alimenta vuestra mente a través de vuestro oído. Recordad que la fe viene por el oír y que las letras negativas e inmorales del mundo, son el reflejo de un corazón corrompido, porque de la abundancia del corazón habla (o canta) la boca. Un joven (o un adulto) puede ser resistente a un discurso seco, pero con música todo entra mejor, es otra manera de predicación. Depende de nosotros cambiar el discurso de nuestro corazón, cambiando la música y su letra, para darle la gloria a Dios. ¡Que rebose nuestra boca, música con palabra buena para Dios!