¡Requetebién!

“Pero Jesús dijo: ‘Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos’” Mateo 19:14

El que reciba en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí; y el que a mi me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió” Marcos 9:37

Esta semana pasada, aprovechando mi breve, pero bendecido tiempo de vacaciones, durante tres mañanas, hemos sido tres en casa… no, mi esposa no ha salido de cuentas con cuatro meses de adelanto, sino que ha estado mi sobrina Lucía con nosotros. Nos dijimos: Tomémoslo como una especie de breve ensayo, para lo que nos espera para dentro de cuatro años. Después de ese tiempo en el que hemos jugado, corrido, nadado, descubierto, comido, etc… he llegado a dos conclusiones: La primera: Los niños son fáciles de contentar, pero esa contentación lleva un duro trabajo y sacrificio. La segunda: Pocas cosas son tan satisfactorias que ver a un niño contento.

Nosotros que ya llevamos unos cuantos años siendo adultos hechos y derechos, con afanes por doquier, plenamente conscientes de lo que sucede en el mundo, especialmente de la maldad imperante en el mismo, nos olvidamos de cómo fuimos de niños. Al margen de la cultura o condición social de un niño, da igual si nace en África, donde hay escasez, o en la vieja Europa, los niños se contentan con poco, si se les sabe educar en ello, por supuesto. Estoy asombrado por que aún ofreciendo a Lucía una variedad de actividades lúdicas, ella sólo se conformaba con subirse a un sencillo columpio en el parque infantil de nuestra urbanización. Los adultos del primer mundo creemos que a los niños les van a gustar las mismas cosas que a nosotros y sin embargo, ellos en realidad, van a lo básico. Empujar y empujar fuerte el columpio fue sin duda lo que más hizo reír a la niña. Lo más asombroso fue, que mientras se balanceaba, de todas las cosas que había por mirar y descubrir en su alrededor, Lucía me preguntó sobre que es eso amarillo y verde que hay, sin especificar que era. Yo buscando alrededor, me costó caer en la cuenta que la niña se refería a una pequeña y delicada hierbecita con una diminuta flor que crecía en el jardín que rodeaba los juegos infantiles. Una hierba que normalmente se corta y se desecha para limpiar el terreno. Eso es lo que llamó la atención a Lucía. Y yo me pregunto ¿Por qué los adultos, hemos perdido esa sencillez y ese amor por los detalles?

Dije antes que no hay nada más satisfactorio que hacer feliz a un pequeño. Llevamos media vida tratando de agradar a padres, vecinos, jefes, amigos, hermanos, etc… a veces perdiendo nuestra propia personalidad para ello, y a mayoría de ocasiones, para obtener resultados vacíos. ¿Para qué agradar al jefe? ¿Para obtener un ascenso? ¿Un aumento de salario? ¿Para qué agradar a los padres? ¿Para que nos quieran más? En cualquier caso, se trata en muchas ocasiones, de motivos egoístas, y para nuestro propio beneficio. Pero al agradar a un niño, pierdes tu beneficio porque ¿Qué te va a ofrecer un niño? Muchos al crecer, se convierten en desagradecidos con sus padres y familiares, y se olvidan de todo aquello que obtuvieron en su infancia.

Todo esto que acabo de contar tiene una carga espiritual tremenda. Jesús nos alentó a ser como niños para acceder al Reino de los Cielos. Esto puede tener muchas interpretaciones, pero una muy acertada es el de ser humildes y sencillos, el de aprender a despojarse de lo supérfluo, dejando a un lado sobre todas las cosas, los afanes del mundo, y aprender a disfrutar con los detalles que nos regala nuestro creador. Por otro lado, tenemos que aprender que agradar sin esperar nada a cambio. Es el secreto de una relación satisfactoria. Olvidarse de uno mismo para buscar el bien ajeno. Lamentablemente muchos buscan agradar a Dios, precisamente para recibir a cambio otras cosas. Olvidémonos de eso, porque no es una relación sana con él. Amemos a Dios por lo que es él: Nuestro Dios, nuestro creador, la esencia misma del amor. Amémosle y amemos a los demás con auténtico amor, el que es desinteresado, porque ese es el secreto para una vida satisfactoria y feliz.

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