10 años del 11-S

Hoy se cumple la primera década de los tristes acontecimientos, que cambiaron el mundo y que sin duda, iniciaron una nueva época, tanto en occidente, como en oriente. Se dice que los atentados marcaron el inicio del siglo XXI, y sin embargo es el resultado de décadas e incluso siglos de odio y desprecio lo que se materializaron en estos cruentos sucesos en Nueva York, Washington y Pennsylvania, y que a su vez generó una nueva y fatal nueva era de odio, desconfianza, miedo, inseguridad y crisis.

Como cristianos que somos, nos unimos a este sentimiento de dolor, que los familiares y amigos de las víctimas sintieron por entonces, y siguen sintiendo ahora, no sin antes denunciar con todas las fuerzas, toda clase de violencia, venga del bando que venga, se considere «justificada» o no. Como creyentes en Jesús, que fué el máximo ejemplo de pacificador, queremos seguir siendo agentes del cambio, para hacer de este mundo, no un lugar más seguro, sino un lugar donde se viva en paz.

Como proclamó el Maestro:

«Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

    Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.

    Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.

    Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

    Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

    Bienaventurados los de limpio corazón,porque ellos verán a Dios.

    Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

    Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

    Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.» Mateo 5:3-11

Que el mundo sea un lugar mejor, no depende de políticos, ni de empresarios, ni de ONG’s, ni de científicos… etc… depende de un corazón contrito y humillado y de una nueva esperanza puesta en el Señor. Depende de no ser meros espectadores de lo que está pasando mientras nos llevamos las manos a la cabeza, depende de ser verdaderos pacificadores, ser hijos de Dios.

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