Renacer

“Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos… De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” 2ª Corintios 5:14, 15 y 17

Muchas veces los comienzos no son bonitos. La Biblia nos dice que en el principio la tierra estaba “desordenada y vacía” (Génesis 1:2) y cuando pensamos en un bebé recién nacido, nuestra mente en seguida se va a los típicos anuncios de pañales donde se ven hermosos y sonrosaditos, pero casi nadie piensa en como sale el niño del vientre de su madre en el momento del parto, no es precisamente bonito: Suelen salir sucios, flacos, arrugados, casi sin expresividad y en medio de gran violencia tanto para la madre como para el propio bebé. Luego pasados unos días o quizá semanas se convierte en esa criaturita que todos admiramos. Ha comenzado la primavera, esa estación donde todo comienza, todo renace, se acaban las tempestades, las nieves, las heladas y tenemos en nuestro imaginario popular los campos verdes y soleados, llenos de flores y olor a fresco. Pero aún estamos en marzo, oficialmente en esta semana ha comenzado ya la primavera pero ¿Dónde esta esa escena tan preciosa? ¿Cómo es que sigue lloviendo? ¿Por qué hace tanto frío por las mañanas y en las noches hiela? Como dije antes, los comienzos no son bonitos… pero sí esperanzadores por lo que vendrá después.

Igual sucede con la vida cristiana, tan comparada muchas veces con la vida física de un ser humano. Cristo nos ha instado a nacer de nuevo, a repetir ese instante que da comienzo a una aventura maravillosa pero intrigante, aunque por supuesto Jesús se refería a una nueva vida espiritual. Una de las partes esenciales para dar paso a una nueva vida cristiana es la confesión de pecados y el arrepentimiento, eso no es bonito, como un bebé recién nacido o como las primeras semanas de la primavera, pero es vital, si no hay arrepentimiento, no hay conversión. Arrepentirse significa cambiar totalmente el rumbo, dejar y despreciar el estilo de vida que llevabas hasta el momento de conocer a Jesús. En ese momento tenemos que enfrentarnos a nuestra propia miseria y abandonar nuestro propio ego.

Los primeros días de cualquier ser sobre la tierra, son especialmente delicados y un nuevo cristiano no está exento de ello. La clave para sobrevivir es el desarrollo, el crecimiento. Y ahí es donde entra la adoración, la cual se manifiesta en un contacto permanente con el Señor: orando, leyendo y meditando en su palabra, reuniéndose con otros hermanos, sirviéndole, alabándole. La adoración es como el alimento para fortalecerse, para crecer. Si no creces, no hay desarrollo y por lo tanto te conviertes en presa fácil, en carne de cañón. Qué decir de que el proceso no es instantáneo, ni siquiera es rápido. Si queremos ver a nuestro arrugado bebé recién nacido, siendo el mejor médico del hospital general o un gran ingeniero, tenemos que esperar por lo menos 25 años para por lo menos verle licenciado y eso sólo sería el comienzo de su carrera. Lo mismo ocurre con la vida espiritual: una persona puede pasarse años en la iglesia siendo apenas un niño en el Señor y sin embargo creer que ya lo sabe todo, cuando siempre tenemos algo más que aprender. El propio Pablo, ya anciano, habiendo aprendido de los mejores doctores de la ley, con varios miles de kilómetros ya recorridos como apóstol y misionero, siendo maltratado por ser creyente, con una madurez entera dedicada a la expansión del reino de Dios y a la fundación de decenas de iglesias por todo el medio oriente del mundo conocido se atrevió a decir lo siguiente, estad muy atentos:

Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo… No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.” Filipenses 3:7 y 12-14

Si no has nacido de nuevo en el Señor, no te voy a engañar, no es fácil, pero merece mucho la pena, la primavera comienza, hace frío, pero mirad lo hermoso que será el mes de mayo. Mirad ese bebé arrugado, será un hombre de provecho en el futuro. Y mirad, ahí esta Cristo, esperándote con los brazos abiertos para decirte “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré ¡Entra en el gozo de tu Señor!

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