Reflejo II

Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era.” Santiago 1:23-24

Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.” Santiago 4:8

“como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia  sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.”
1ª Pedro 1:14-16

 

El domingo pasado hablamos de cómo nos veíamos, que hasta la imagen de un espejo limpio y pulido nos podía engañar porque en realidad, es la imagen volteada de nuestra cara. Sin duda, la mejor manera de vernos es a través de los demás. Y el que mejor nos ve es Dios.

Pero hoy vamos a vernos reflejados en un espejo mucho mejor. Y no sólo eso, vamos a aprender a mejorar nuestra imagen con la ayuda de este nuevo espejo. ¡Cuánto dinero se pueden llegar a gastar en un año, la mayoría de las mujeres y una cantidad cada vez mayor de hombres en mejorar su imagen! Entre cremas de día, de noche, hidratantes, exfoliantes, antiedad, bases para maquillaje, para contorno de ojos… etc. Pueden llegar a ser cientos de euros, o quizá miles. Pero por mucho que se limpie la cara y se mejore, lo de dentro puede seguir igual; y eso es lo que queremos mejorar con el espejo espiritual por excelencia: Jesús.

En nuestra sociedad, y aunque no lo parezca, se valora cada vez más el interior de las personas, la cultura posmoderna, que lo relativiza todo, quiere ver gente que realmente viva lo que piensa y se comporte realmente en lo que cree. De nada sirven grandes discursos sobre la excelencia de lo que significa el evangelio, de nada sirve tener un conocimiento bíblico amplísimo, de nada sirve haber asistido a una iglesia desde la cuna, si no se vive el evangelio.

Vivir el evangelio no es la mejor manera, sino la única manera de comprender lo que Jesús nos dejó. Consiste en ser coherentes con nuestros actos y palabras, consiste en adquirir el carácter único de Cristo, consiste en amar, por encima de todo, y consiste en estar dispuesto a sufrir, incluso morir por ello.

Es curioso, pero cuanto más valoremos la vida de los demás, por encima de la nuestra, más valor adquiere delante de los demás. Cuando Jesús estuvo en plena agonía en la cruz, después de ser humillado por los judíos y los soldados romanos, fue un centurión el que dijo que realmente este era el hijo de Dios, pero no al ver sus milagros, no al ver sus palabras de autoridad, no al verle rodeado de gloria, como en la escena de la transfiguración; sino fue al verle en la cruz y perdonando a sus propios agresores, ahí se dio cuenta de quién era y cuando lo valoró más.

Cuando nos vemos en un espejo nos solemos poner cerca para ver bien nuestras imperfecciones y retocarlas. Cuando nos vemos en el espejo de nuestro Señor, también tenemos que acercarnos mucho, primeramente para verle mejor a Él, pero también para que podamos ver nuestras imperfecciones y nuestras manchas, y así, sea Dios quien las trate mejor.

Ahí tenemos el ejemplo, por excelencia, el reflejo de lo que debemos ser, el espejo perfecto en el que mirarnos para mejorar nuestro interior y que se pueda ver, también en el exterior.

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