“Porque no nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos, midiéndose a sí mismos por sí mismos, y comparándose consigo mismos, no son juiciosos. Pero nosotros no nos gloriaremos desmedidamente, sino conforme a la regla que Dios nos ha dado por medida, para llegar también hasta vosotros.” 2ª Corintios 10:12-13
Las comparaciones son odiosas, repugnantes y detestables.
Si yo quiero ser una persona desdichada solo tengo que dejar que las semillas de la comparación crezcan libremente dentro de mi. Creo personalmente que todos estamos infectados por este virus, estamos acostumbrados a compararlo todo: Los días, la música, la comida, los pisos, etc… y no está mal, lo peor es cuando se trata de personas.
La comparación aparece por lo menos en dos patrones:
Patrón n°1 Nos comparamos con otros ¡Cuántas veces nos comparamos con los que son superiores a nosotros y con los que son inferiores! Si somos tuertos y nos comparamos con los que tienen ojos nos deprimiremos, y nos sentiremos mejor si nos comparamos con una persona ciega. Como dijo alguien: “Entre los ciegos, el tuerto es el rey”.
Seamos sinceros ¿No es verdad que nos sentimos bien cuando nos comparamos con alguien que es más pecador que nosotros? Un escritor dice: “Hay quienes necesitan ver pecar a otros para sentirse justificados ellos mismos” Esto es lo que hizo el fariseo orando: “Señor, te doy gracias que no soy como este publicano que es un gran pecador” Necesitaba sentirse bien y justificarse ante Dios comparándome con un cobrador de impuestos ladrón. En otras palabras, lo que hacemos es abandonar nuestra verdadera personalidad y cambiamos por una apariencia falsa, eso es en realidad odioso, con razón le dice Pablo a los Corintios “Ciertamente, no nos atrevemos a igualarnos o a compararnos con esos que se alaban a sí mismos. Pero ellos cometen una tontería al medirse con su propia medida y al compararse unos con otros.” 2 Co 10:12 (Versión Dios Habla Hoy).
Dijo Lutero: “No te apoyes en la obra de otro porque caerás en una falsa seguridad ¡Como si tuvieras que ser considerado bueno ante los ojos de Dios por el solo hecho de ser mejor que otro! De esta manera lo que haces es adjudicarte más méritos por la maldad de otro que los que obtienes por tus propias obras”.
¡Yo soy muy bueno, mejor que Felipe! ¡Yo soy muy malo, peor que Pedro! ¡Tonterías! A cada uno de nosotros Dios nos ha asignado una tarea personal, y somos como somos.
El segundo patrón es que no solo nos comparamos con otros sino que también comparamos a unas personas con otras
Esto es muy injusto y cruel, los niños son los que más sufren cuando los adultos bien intencionados ¡Fíjate en tu hermano, si él puede sacar buenas notas tu también puedes! ¡Fíjate en el niño del vecino, ya sabe nadar y tu no sabes! El padre está tratando de encender pero lo que hace es apagar el concepto de la personalidad.
Pero no sólo lo sufren los niños, la gente compara a los predicadores, los maestros, las creencias, las oraciones, los cultos, las canciones, las esposas, las madres, las familias y podríamos seguir la lista… y como no, comparamos el peso, la economía, los dolores, los placeres… ¡Toda comparación es odiosa!
¿Por qué no aceptar la gente tal y como es? ¿No nos acepta Dios tal y como somos? Nuestro Señor ha tenido el placer de crearnos a cada uno de nosotros diferentes. Si aceptamos esto, nos aceptaríamos los unos a los otros como Él nos acepta. Yo personalmente intento no caer en compararme con los demás ni comparar a unas personas con otras porque las comparaciones son odiosas.