Misión y participación

“Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo.” 

Jesús en Juan 17:18

Durante siglos, e incluso desde antes del nacimiento de la iglesia, tal y como la conocemos hoy, siempre ha habido un importante grupo de creyentes que, en su afán de mantener pura su devoción a Dios, tendían a aislarse del resto del mundo. De ahí, que tengamos desde grupos judíos como los esenios hasta los amish cristianos de hoy en día, pasando por los ermitaños, o los monjes, que buscaban lugares remotos para apartarse del resto de la sociedad, restringiendo además su contacto al máximo. 

Hoy en día, hay cristianos, que no pueden permitirse “el lujo” de llevar una vida así, pero sí que critican con dureza toda manifestación cultural de la sociedad moderna rechazando así, desde las producciones musicales, cinematográficas o literarias que llaman “seculares”, o la política, hasta impidiendo que otros creyentes, especialmente los más jóvenes, tengan amistades del mundo, o hagan muchas de las cosas que hacen los chavales del mundo (entendiéndose cosas no pecaminosas en sí). Es otra forma de aislarse, sin hacerlo. 

Sin darse cuenta, este tipo de creyentes lo que está haciendo es derribar los posibles puentes que puedan unir a esas personas con el evangelio.

Somos ciudadanos del cielo, eso no lo debemos olvidar, pero mientras pisemos esta tierra no dejamos de ser también ciudadanos de este lugar donde estamos y estamos llamados a participar de aquello de lo que participa “el mundo”, como por ejemplo, a final de este mes, las elecciones autonómicas y municipales, interesándose por lo que se propone desde cada candidatura, y votando (o no) en consecuencia (sabiendo que ningún candidato es perfecto ni nos “salvará” de nada).

Porque es aquí donde nos envió Jesús, no al monte o al desierto, y restauremos los puentes que muchos han derribado durante siglos.

Artículo de Santi Hernán

Deseo para el año nuevo

“Olvidad las cosas de antaño; ya no viváis en el pasado. ¡Voy a hacer algo nuevo!  Ya está sucediendo, ¿no os dais cuenta? Estoy abriendo un camino en el desierto, y ríos en lugares desolados.” 

Isaías 43:18-19 (NVI)

¿Qué le pedimos al año nuevo? Si es que a un periodo de tiempo como es un año, se le puede pedir algo, como si de un genio de la lámpara se tratara. ¿Cuál puede ser nuestro deseo o nuestra intención para este nuevo 2023? 

Yo lo que le pido es que sea un año verdaderamente nuevo. Es decir, que la sensación que tenemos del paso del tiempo, como describe el predicador de Eclesiastés no sea de hastío porque todos los años y todos los días sean iguales (Eclesiastés 1:4-10). 

Con esto, estoy expresando el deseo de que Dios nos sorprenda y no me refiero a ver una demostración espectacular o alguna manifestación sobrenatural (aunque también estaría genial) sino me refiero a una novedad de vida para muchos de los que nos rodean.

A veces, los mayores milagros son aquellos que pasan más aparentemente desapercibidos, que no son visibles o evidentes a nuestros sentidos físicos, pero que a la larga transforman nuestro entorno, cambiando a las personas desde su interior, como cuando un poco de levadura, que es un elemento pequeño, convierte una fina torta de pan en una hermosa  hogaza.

Esto es lo que quería decir el profeta Isaías, cuando habló de que Dios hará algo completamente nuevo y que, de hecho, ya estaba en camino: Una revolución en el que el agua volvería a correr en abundancia en medio de la sequedad y que habría un nuevo camino donde aparentemente no puede haberlo. 

Esa es la promesa y la novedad más grande para la humanidad y para ti, querido lector, que es Jesucristo, transformándolo todo desde dentro. Que este año, Jesús sea una novedad en tu corazón. ¡Será el mejor año de tu vida! ¡Feliz 2023!

Artículo de Santi Hernán

Esperar y emprender

“Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. … alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.”

Hechos 2:42 y 47 (RV60)

“Esperad grandes cosas de Dios, emprended grandes cosas para Dios” es la frase que marcó la labor del misionero británico del siglo XVIII William Carey. Carey, cuyos orígenes personales son muy humildes, es considerado por muchos, como el padre de las misiones modernas, cuando emprendió aún con pocos recursos, la misión de alcanzar a la India para Cristo.

Podemos hablar sobre el ministerio y obra de Carey, pero hablaremos mejor sobre lo que Dios espera de nosotros, y lo que nosotros esperamos de nuestro Dios.

Este lema de Carey lo hemos adoptado en nuestra iglesia para ilustrar el propósito del Programa Global Misionero, que impulsamos desde nuestras iglesias para alcanzar a nuestro entorno y extendernos más allá.

El Programa Global Misionero es un ambicioso plan para ir más allá de nuestras cuatro paredes como iglesias y hogares, y alcanzar a nuestras comunidades y serles útiles y de bendición. Este Programa da visión y rumbo a todo aquello que hagamos en la iglesia.

Por lo pronto, se ha dado un primer paso histórico en la pasada asamblea del día 23 de octubre, aprobando por unanimidad este Programa y además, uno de sus puntos más importantes como es la solicitud de un terreno para la construcción de un nuevo templo en Sanse. 

Hemos de felicitar a nuestra iglesia por esta decisión. Porque realmente, mientras estamos esperando grandes cosas de Dios, estamos dando pasos de fe para emprender grandes cosas para Él. Sigamos perseverando y avanzando en nuestra comunión, que sabemos que Dios seguirá añadiendo a todos los que han de ser salvos y haciendo crecer así a nuestras iglesias.

Santi Hernán

Un pequeño aperitivo del cielo

“Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero”

Apocalipsis 7:9-10 (RV60)
Se hicieron varios reconocimientos y uno de los más emotivos fue el de los mayores que sirvieron durante años en el ministerio.
Alrededor de 1200 personas se congregaron en el auditorio del Hotel Marriott en Madrid

Como no podría ser de otra manera, en este número teníamos que hablar, aunque sea de forma breve, de la pasada convención UEBE, en el último fin de semana de agosto, en la que celebramos “100 años siguiendo a Jesús”. Una convención tan emotiva no se puede describir en este espacio tan pequeño. Para conocer la crónica de este Centenario puedes leerla en la revista “Unidos” de la UEBE: https://uebe.org/unidos/#actual, así como en varios medios como Protestante Digital o Actualidad Evangélica.

El Centennial Baptist Choir de Texas tuvo una importante participación musical

Es necesario mencionar el gran esfuerzo de nuestra iglesia de la cual acudió a este evento un nutrido grupo de hermanos, unos 40, incluyendo a las tres iglesias, y que incluso algunos tuvieron una significativa participación en los actos, desde el servicio a los participantes, hasta la ayuda en la entrega de reconocimientos, pasando por el servicio de fotografía oficial y por supuesto, en la figura de nuestra pastora Raquel Molina, que hizo de maestra de ceremonias en el tiempo de reconocimientos. Por supuesto, nuestra iglesia se adhirió al pacto bautista del Centenario, al igual que la mayoría de iglesias de nuestra Unión, con nuestro pastor estampando su firma, en una hermosa ceremonia el pasado domingo 28.

Se celebran también 100 años de nuestro seminario. Su rector Julio Díaz tuvo una especial participación

Pero nuestra representación es un vaso de agua en comparación al mar de hermanos bautistas de todas partes de España y también de fuera, que se congregaron en estos días. Alrededor de 1200 personas, notados especialmente en el culto del domingo. Miraras donde miraras había una multitud y todos adorando unánimes a nuestro Dios y recordando su fidelidad por estos 100 años de testimonio de nuestra Unión.
Pero estos 1200 asistentes no son sino un delicioso aperitivo del cielo, si me permitís, muy muy muy pequeño, si lo comparamos con lo que nos espera a los que hemos puesto nuestra esperanza en Cristo, cuando estemos con Él por la eternidad.
Juan saboreó un poco de esa experiencia que plasmó en las palabras proféticas del Apocalipsis (texto de cabecera).
Todas estas experiencias refuerzan poco a poco lo que ya comentamos en anteriores números. La importancia vital de congregarse y de pertenecer a una familia que perdurará por la eternidad.

Como iglesia nos adherimos al pacto bautista del Centenario. En la imagen, nuestro pastor Jesús García procede a la firma, acompañado por el Secretario General de la UEBE, Daniel Banyuls.
El cantautor Marcos Vidal en el concierto del sábado 27
El viernes 26 arrancó la Convención con una velada de oración en una sala adjunta al auditorio
El ex-secretario ejecutivo de FEREDE, Mariano Blázquez recibió el premio José Cardona

Texto y fotos de Santi Hernán

Aquí tienes los vídeos de toda la Convención

Primavera en Mariupol

“Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial.”

2ª Corintios 5:1-2
Campo de girasoles en Ucrania

De todas las ciudades ucranianas que están siendo asoladas por las tropas rusas, posiblemente, la ciudad costera de Mariupol es una de las más afectadas, por lo menos, por todo aquello que recibimos de los medios de comunicación.

Las imágenes de esta ciudad son desgarradoras y podemos resumirlas en la visión de una ciudad fantasma, con edificios semiderruidos, calles vacías y ruinas por doquier. Pero eso no es lo que quiero mostrar hoy. El morbo prefiero dejarlo para otros. La foto que acompaña a este texto es, en efecto, un sencillo campo de girasoles de Ucrania bañado por el sol. Uno de esos campos que tanto abundan por esta fértil y rica tierra.

Aún a pesar de la guerra, esta tierra no ha dejado de ser rica y fértil, y esa es una de las esencias de este país, como lo son sus gentes, las cuales sufren y luchan con pocos recursos pero con mucha valentía para mantener libre a su país.

Como ya dije, al igual que con la foto, no quiero hablar más de guerra y sufrimiento, como nos tiene acostumbrada la televisión, sino de esperanza, de ahí, que el título de este artículo haga referencia a una primavera que, de la misma manera que llega (y ha llegado) a esta parte del mundo, y con ella, la promesa de tiempos de siembra y posterior cosecha, sabemos que llegará a Ucrania y a sus gentes. 

De eso trata la fe y la esperanza. Esperanza en algo que aún no vemos, pero que tenemos certeza de que llegará. Llegará el buen tiempo, llegarán las cosechas, llegará la fertilidad, llegará la paz. Está cada vez más cerca. No me lo invento, no es un acto de ingenuidad o de optimismo propio de predicadores o motivadores de baratillo. Lo sé porque así lo prometió el Señor y lo que Él promete lo cumple. ¿Cómo? ¿Qué Dios promete la paz para Ucrania?

Sí, pero no sólo para Ucrania, Rusia, Estados Unidos, China, Europa, etc.. y no como pensáis. La paz que promete y la esperanza en algo que llegará no está basada en circunstancias en nuestro mundo caído.

Hay cientos de pasajes bíblicos que hablan de esperanza. Si me apurais ¡La Biblia entera es un libro que habla sobre la esperanza! Pero escogí una porción escrita por el apóstol Pablo que siempre me ha llamado la atención. 

Se trata de Pablo, hablando de sí mismo, viéndose completamente vulnerable después de tantas penalidades que ha pasado en su ministerio. Compara su vida en este mundo, y de su cuerpo a un tabernáculo (tienda de campaña) que se deteriora y se va deshaciendo.

Recordemos que Pablo, era un montador de tiendas profesional, y sabía que éstas, especialmente en aquella época, eran frágiles y daban un servicio limitado y temporal. Así veía su vida, y la nuestra también.

Por el contrario, la vida que promete Dios, en la que veremos una nueva primavera como un nuevo tiempo de plenitud y gran disfrute, es comparable a un edificio construido de manera perfecta y sólida porque ni siquiera lo ha hecho ningún ser humano falible, sino que está preparada por nuestro infalible Dios. 

Lo que padecemos y “gemimos” (usando las palabras de Pablo), ya sea en la lejana Mariupol o los dramas personales o familiares que podamos tener aquí mismo es porque sabemos que este mundo no es nuestro hogar definitivo, que aquí, aunque podamos tener destellos de alegría, sufriremos y siempre nos faltará un “algo” que nada de este mundo nos puede llenar. 

Sólo Dios, y sólo la fe en Jesucristo nos puede llenar, no sólo de gozo y plenitud, sino también de esperanza, aún en medio de los conflictos de este mundo, y también esta esperanza es en un mundo nuevo prometido que sabemos con certeza, que se hará realidad.

Santi Hernán

Procurando la paz

“Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación.”

Romanos 14:19

Pensábamos que, tras abandonar el siglo XX íbamos a dejar atrás un tiempo de políticas convulsas y de guerras mundiales, pero nos hemos dado cuenta de que lamentablemente el siglo XXI nos ha traído más de lo mismo, y el último capítulo es el de la guerra en Ucrania.

No voy a analizar el porqué de este conflicto porque es una historia muy compleja y viene de muchos años atrás de encuentros y desencuentros entre Rusia y Ucrania. 

Tampoco voy a entrar en el típico alegato por la paz. Y creo que como cristiano se debe dar por supuesto, que deseamos la paz en Ucrania, en Rusia y en cualquier parte del mundo y debemos orar por ella.

Tampoco quiero hablar de este conflicto en términos escatológicos (de los últimos tiempos) porque demasiadas guerras nos dan una pista que, efectivamente, estamos en esos tiempos y que Cristo viene pronto, pero no sabemos cuando y la humanidad lleva toda la historia en guerra.

Pensando en dedicar el artículo de este boletín a este trágico suceso que, tristemente no ha hecho más que empezar, y buscando pasajes bíblicos sobre el fomento de la paz, encontré este tan interesante que tenemos en la cabecera, que nos afecta de lleno a la vida y convivencia en la iglesia.

Empiezo comentando que este pasaje (Romanos 14), en líneas generales, lo que explica, a través de las palabras del apóstol Pablo es prevenir sobre los posibles conflictos que puedan surgir en el seno de la iglesia, por razones tan aparentemente banales, como las preferencias culinarias. 

Este asunto parece trivial, pero no tanto, si observamos el contexto cultural en el que se movía esta iglesia, ya que buena parte de la carne que consumían estos creyentes (de las escasas veces que podían comer carne), procedía de sacrificios realizados a ídolos. Algunos ya se habían liberado de este estigma, pero otros no, y los segundos tendían a juzgar a los primeros. Lo que hace Pablo a continuación es todo un alegato a no incurrir en juzgar (o prejuzgar) al hermano y concluye en esforzarse en promover la paz y la edificación.

¿Qué tiene que ver esto con la guerra en Ucrania? Pues como en todo conflicto político, hay un gran componente de ideología, y aquí, todos sabemos (o deberíamos saber) que en una iglesia hay casi todo tipo de sensibilidades. No digo que haya algunos que apoyen la guerra sino que por sus ideas pueden llevarle a “señalar buenos o malos”, según su conveniencia ideológica, y esto puede provocar otro conflicto al que sí apelo a evitar en el seno de la iglesia.

Este tipo de conflictos no sólo se pueden originar por las comidas o la política. A veces pueden venir por detalles en las formas de adorar, en aspectos doctrinales secundarios o (y esto sí que puede ser grave) en opiniones acerca de actitudes o formas de las personas que visitan o se congregan en la iglesia.

De la misma manera que es difícil conocer los detalles y las razones por las que los países se atacan, también es difícil conocer los porqués de los comportamientos individuales o las preferencias de las personas con las que compartimos iglesia. 

Procuremos, pues, la paz entre nosotros mismos sin dejar de orar por la paz mundial.

Santi Hernán

Sana nuestra tierra

“Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.”

2 Crónicas 7:14 (RV60)

Seguro que no es la primera vez que lees el versículo que preside el boletín de este mes.

Es uno de esos versículos que se han usado tanto, pero a la vez tan mal.

Una lectura detenida de este pasaje en su contexto nos viene a hablar de una situación concreta que afectaba al pueblo de Israel, en un momento histórico concreto.  

Este momento no era el de más decadencia, ni el más crítico ¡Todo lo contrario! Recién se había inaugurado la obra arquitectónica religiosa más importante de toda la historia de Israel. Tras siglos en los que la presencia del único Dios verdadero era “revelada” y adorada en una tienda (tabernáculo) de reunión, ahora se le había construido un templo, a la altura de los grandes templos paganos de las naciones de alrededor. Y para colmo Israel había alcanzado la máxima extensión que había tenido nunca. Su ejército estaba bien equipado y organizado. La economía del país era próspera. Su rey Salomón, parecía el más digno sucesor del gran rey David, uno de los hombres más sabios de la historia antigua y se había labrado una reputación a nivel internacional, que le proporcionó una gran riqueza. El pueblo hebreo atravesaba un momento dulce. Y, sin embargo, solemos usar este pasaje en tiempos de decadencia.

Entonces, me vienen a la mente dos preguntas ¿Por qué Dios dio esta condición de humillarse del pasaje indicado en un momento como este con el propósito de sanar la tierra? Y ¿Por qué solemos usar este versículo cuando pensamos que nuestra tierra está enferma?

Ambas preguntas me llevan a responder con otra pregunta ¿Acaso la Israel de Salomón estaba verdaderamente sana?

Realmente no, y eso se vería en los años posteriores, cuando la sabiduría de Salomón dio paso a la insensatez del disfrute de las influencias extranjeras y las latentes divisiones internas, que llevarían a fragmentar un reino, que a la larga acabaría siendo sometido y luego destruido.

El problema es que confundimos la prosperidad material y terrenal con las bendiciones del Señor demasiado a menudo.

Dios, sin embargo, tiene una visión de nuestra vida más amplia, y a la vez, más profunda. Y es que, no importa lo alto o grande que levantemos nuestro templo a Dios, no importa lo bien que nos vaya en lo material o en nuestra carrera profesional o en cualquier otro ámbito terrenal. Si nuestra vida no está humillada (en oración) ante Dios, no seremos espiritualmente sanos.

“Sana nuestra tierra” es el lema y título de la 69ª Convención UEBE, basado precisamente en el pasaje que hemos comentado hoy, y que se celebrará, Dios mediante, del 22 al 24 de octubre en Gandía. Nos llama a tomar conciencia como pueblo bautista en España, de nuestra realidad y salud espiritual.

No importa si en poco tiempo conseguimos (por fin) vencer a la covid19, con la vacunación o las medidas sanitarias, o no importa si conseguimos recuperar nuestra economía, si la salud más importante, puesto que es la que perdura eternamente, que es la espiritual, está en mal estado. Su sanidad sólo se consigue de rodillas ante Dios, evaluando con sinceridad nuestra vida y rindiendo cada acto que acometemos ante Él. Esto lo debemos de hacer a nivel individual, pero también como iglesias, para que así sea sanada nuestra tierra. ¡Señor, sánanos a cada uno de nosotros! ¡Sana nuestras iglesias! ¡Sana nuestra tierra!

Santi Hernán

A César lo que es de César

“Y les dijo: Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios.”

Mateo 22:21

Los que hemos confiado nuestra vida a Cristo somos ciudadanos del cielo, nuestro verdadero hogar no está aquí, estamos de paso por este mundo, y nos estamos encaminando a uno completamente nuevo donde la justicia de Dios, la única verdadera, es la que gobierna y gobernará por siempre.

Mientras tanto estamos aquí, pasando penurias como muchos (aunque con momentos de alegría) y sufriendo las consecuencias propias de un mundo caído, fruto de un gobierno en cuyo trono no está sentado el político de turno, sino más bien nuestro “yo”.

Así es, el pecado no es la simple metedura de pata de una pareja primitiva, como algunos nos quieren hacer ver, cuando tratan de ridiculizar la Biblia, el pecado es querer gobernar nuestra vida a nuestra manera y por nuestra cuenta. Usar nuestra libertad, en lugar de para hacer el bien, para hacernos dueños de nosotros mismos, renunciar al gobierno de Dios y darle la espalda… y así nos ha ido.

No hagas un repaso por toda la historia de la humanidad, y busques las mayores atrocidades que muchos han cometido, sino que busca mucho más cerca, dentro de tu corazón… sí, ¡tu corazón!, profundiza en tus pensamientos y te darás cuenta de que no eres tan bueno como crees. Eso luego lo multiplicas por varios miles de millones y obtendrás como resultado, una humanidad a la deriva.

Pero mirando a nuestro alrededor, la sensación es que parece que nuestra esperanza está en una nueva clase política que nos sacará de nuestras miserias o reestablecerá la justicia o eliminará las desigualdades. ¡Nada de eso!

La historia ha demostrado que todo líder político no sólo es imperfecto, sino que ha buscado primero el bien suyo (como cada uno de nosotros) antes que el del pueblo que gobierna, aunque luego lo disfrace de palabrería y vanas promesas.

Ahora bien, estamos en elecciones, vivimos en democracia, y aunque nuestra mirada está puesta en el cielo, nuestros pies siguen pisando esta tierra, tierra que no sólo habitamos en este breve peregrinaje, sino que es, además, la tierra que está recubierta por esa mies, que lleva más de 2000 años lista para la siega, por lo que no debemos cometer los mismos errores que algunos en la iglesia cometieron desde la antigüedad, y no nos aislemos. Este mundo es nuestro campo de trabajo y los creyentes debemos de estar bien integrados en él, conocer su cultura (aunque muchas cosas de ella no las compartamos) y debemos de preocuparnos por las mismas incertidumbres que el resto de la población, aunque nuestra perspectiva sea otra.

Pero, al igual que cuando trataron de tender una trampa a nuestro Señor Jesús los religiosos de su época, a la hora de preguntar por la cuestión de los impuestos para Roma, no nos dejemos engañar.

No nos engañemos por las falsas promesas de beneficios para los pobres y los marginados, que algunos disfrazan de espiritualidad, cuando en realidad, lo que hacen es confundir lo terrenal y lo espiritual, confiando en figuras e instituciones públicas que jamás mirarán por las cosas celestiales.

Y esto tiene dos grandes implicaciones: Uno. Sabemos que las distintas sensibilidades políticas tienen esa lamentable tendencia a crispar y enfrentar a la ciudadanía que se afilia a cada bando. Como cristianos no debemos caer en ese juego. Nuestra prioridad es lo espiritual y buscar el Reino de Dios y su justicia, que no tiene nada que ver con el reino de este mundo y su “justicia”. Y dos, como dije antes, nuestra esperanza está más allá de este mundo. Las promesas de nuestro Señor son 100% fiables, justo al contrario que las de cualquier líder de partido o de gobierno. No esperemos encontrar el cielo en la tierra. Como ciudadanos seamos sobrios y sensatos. Comparemos los programas electorales en las cuestiones que sean más viables y no hagamos caso de los “castillos en el aire” que algunos se empeñan en construir. Recordad que nada es gratis, y si un político te ofrece algo “gratis”, ya sabéis que en realidad será a cargo de todos los ciudadanos, no de unos pocos.

Cada cosa va por su lado, lo material va “para el César”, para las cosas de este mundo, que se gestionan como decide el mundo, y lo de Dios, pertenece a Dios, y nosotros pertenecemos a Él, por lo tanto, debemos dejar que Él gobierne en nuestras vidas, con la esperanza de que llegará el día, cuando hayamos llegado a la meta, en el que se materializará lo espiritual en un mundo completamente nuevo. Ese día no habrá que dar tributo al César, sino que habrá perfección y verdadera libertad porque sólo gobernará Dios, el Señor, para siempre.

Santi Hernán

La tercera ola

“Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.”

Romanos 7:22-23 (NVI)

Cada vez que hablo con algún hermano que viene de algún país extranjero y me cuenta acerca las maravillas de su país, sus paisajes, sus tesoros naturales, sus preciosas ciudades con monumentos grandiosos o mejor aún, cuando yo mismo tengo el gusto de poder viajar y ver todo eso con mis propios ojos, me asombro de lo bonito que es nuestro mundo. Y esto nos dice mucho de su autor, que es nuestro Señor (incluso las ciudades, pueblos y monumentos, elaborados por el hombre, reflejan la inventiva de la imagen que Dios imprimió en nosotros). La creación es maravillosa, deleita nuestros sentidos y nos enseña lo que se cuenta en Génesis 1 y 2. Entonces ¿Por qué el mundo se ha vuelto un lugar tan hostil y es incluso dañino?

Lo fácil para un cristiano es echar la culpa al llamado “pecado original”, a nuestra rebeldía y maldad humana para luego, intentar enmendarlos como sea. Pero no es tan sencillo.

Estamos en la llamada “tercera ola” de la pandemia por coronavirus en el mundo y eso es un reflejo de lo que ha supuesto la historia de la humanidad. Pretender salir adelante por nuestros propios medios y volver a caer una y otra… ¡y otra vez!

La mayor parte de las personas no acabaron de entender lo que significa realmente el pecado y como combatirlo. Lamentablemente muchos cristianos tampoco lo han entendido.

Considerar “pecado” el simple hecho de hacer cosas que entendemos como malas o incorrectas (y estoy seguro de que todos tenemos en nuestra mente una lista de estas cosas) es quedarse muy muy corto para definir el pecado y las implicaciones que trae consigo. El pecado es la separación de Dios con las profundas implicaciones que conlleva, que son muchas más que simplemente “hacer cosas malas”. Describir el pecado como aquello que hacemos mal es como definir una enfermedad sólo en base a sus síntomas. Imaginad si hubiéramos querido combatir la covid sólo atacando a sus síntomas y no a lo que causa el problema, que es el virus. ¡No habría vacuna! ¡Estaríamos perdidos! Pues así es como algunos cristianos pretenden “atacar” el pecado: simplemente diciendo “No hagas esto” o “No hagas aquello” (al “esto” o al “aquello” ponle los nombres que consideres). O cargando con una fuerte carga de culpabilidad a quién ha hecho algo que nosotros pensamos que está mal, sin considerar que a lo mejor nosotros lo estamos haciendo igual de mal o peor que nuestro prójimo (ya sabéis, lo de la paja en el ojo ajeno y la viga en el nuestro).

Por supuesto hay que evitar hacer ciertas cosas, porque toda acción trae consecuencias, pero así no se resuelve el problema de raíz.

Tampoco pretendamos resolverlo nosotros, que somos los causantes. ¡No sabemos cómo hacerlo! Por mucho que lo intentemos, la maldad vuelve a nuestro corazón, como las olas de la pandemia que recorren nuestro mundo una y otra vez. Por lo que tenemos que buscar la solución fuera de nosotros mismos.

Esto que comento lo expresó con gran maestría el apóstol Pablo, que contaba a los creyentes en Roma su lucha contra el pecado (Ro 7:7-25). Querer no hacer el mal por sus propias fuerzas se les estaba haciendo un imposible. Y esta es una lucha que es común a todos nosotros. Por eso mismo, la solución está en Cristo que nos provee de la “vacuna” definitiva.

¿Sigues luchando con todas tus fuerzas con el pecado? ¿Quieres dejar de hacer el mal? Te voy a decir algo que resulta transgresor: ¡Deja de intentarlo! Simplemente no puedes ni podrás nunca. Déjalo en manos de Cristo, y confía toda tu vida plenamente a Él y ríndete, y olvídate de ti.

Él ya ha hecho la obra que tú deberías haber hecho pero que aun así no puedes. Simplemente acéptalo y haz que Él te gobierne. ¡Ahí tienes la solución! ¡Ahí tienes la vacuna, no sólo contra la peor de nuestras enfermedades sino contra la mismísima muerte eterna!

Santi Hernán

Una nueva esperanza

“He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad.”

Isaías 43:19
vacuna esperanza mundo

Veía el informativo el pasado 27 de diciembre y prácticamente la noticia era “La vacuna contra la covid ha llegado a España”, un anuncio a bombo y platillo, con las cámaras de televisión siguiendo a los camiones que transportaban las primeras dosis y los guardias civiles escoltándolas hacia su almacén secreto.

Mientras tanto, en nuestras ciudades, se hacían encuestas a pie de calle y había una mezcla entre ilusión y escepticismo, ya que algunos no querían ponerse esa vacuna y así olvidarse de la covid-19 por mucho tiempo. Quitando a los amantes de las conspiraciones mundiales y algunos otros escépticos me pregunto ¿Quién no querría ponerse esa “milagrosa” vacuna? No encuentro más explicación que la de pensar si realmente funciona o si provoca algún efecto secundario que aún no se conozca.

Lo cierto es que, independiente de la buena noticia de la llegada de esa vacuna, ¿Quién no estaba deseando que llegara este nuevo 2021 y nos diera ese buen año que el 2020 nos arrebató? Todo el mundo desea un mejor año que el pasado (que, salvo benditas excepciones, ha sido nefasto para todos).

La gente pide y desea buenos deseos para el año y pone su esperanza en que, a partir del 1 de enero todo será nuevo y mejor… vaya, no quiero ser aguafiestas, pero eso mismo deseamos el 1 de enero de 2020 y fijaos lo que pasó.

Por lo que pregunto ¿Dónde ponemos nuestra esperanza? ¿En un nuevo año que venga y arregle por sí solo todas las cosas? ¿La ponemos en una nueva vacuna? ¿En los clásicos propósitos que nos solemos hacer? ¿En los nuevos planes y proyectos que emprendemos? ¿Dónde colocamos nuestras esperanzas?

Pueden pasar muchos años y tener la sensación de que todo sigue prácticamente igual, de que nada cambia. El mundo progresa: se avanza en tecnología, ciencia, bienestar, derechos civiles, etc., pero la sensación para muchos es que no sólo las cosas están igual, sino que incluso van a peor.

En el campo espiritual vivimos con gozo y esperanza de que Dios ayuda, sostiene y provee, porque así lo promete en su Palabra, pero estamos establecidos en una incomodidad permanente. Podemos tener alegría, estar felices, pero no al cien por cien. Si este es tu caso déjame decirte que ese sentimiento es completamente normal.

“Ya, pero todavía no” es una frase cristiana muy recurrente en ciertos círculos, cuando se habla de la salvación y de la llegada del Reino de Dios y es que, aunque parezca contradictoria, refleja lo que vivimos en este mundo. Podemos saborear el Reino de los cielos, probar un poco de su paz y bendición, pero no nos sentimos plenos porque nuestros pies aún pisan un mundo caído.

El profeta Isaías, que escribió, entre muchos otros el pasaje que tenemos en la cabecera de este artículo habló a un Israel que había perdido la esperanza de regresar a su tierra, durante el cautiverio en Babilonia. El pueblo de Dios estaba preso de otra potencia y lejos de su verdadero hogar. Dios les daba esperanza a través del profeta Isaías de que estaba preparando algo nuevo que convertirá los desiertos de la vida en vergeles con ríos y un propósito (un camino).

Así es como tenemos que pensar nosotros. Estamos en este mundo, pero no somos de él. Estamos llamados a formar parte de él y hacer vida normal, pero lidiando con su incomodidad y su falta de plenitud que serán suprimidas el día que estemos en este nuevo Reino, donde definitivamente no habrá dolor, enfermedad, escasez… ¡No habrá coronavirus ni restricciones o confinamientos!

¡Esa es la nueva esperanza que tenemos los creyentes y que estamos llamados a transmitir! La vacuna contra este mundo caído y su miseria es eficaz y no deja otros efectos secundarios más que el gozo y la paz. Esta vacuna es Jesucristo ¿Quién no querría ponérsela? ¡Feliz 2021!

Santi Hernán