“Afligidos y encadenados, habitaban en las más densas tinieblas
por haberse rebelado contra las palabras de Dios, por menospreciar los designios del Altísimo.” Salmo 107:10-11 (NVI).
Durante los pasados 70 días hemos asistido prácticamente al segundo, en directo y en tiempo real, al rescate de los 33 mineros de la mina San José en el desierto de Atacama en Chile, atrapados a 700 metros bajo tierra. Miles de periodistas nos han informado por la prensa, la radio y la televisión, de todos los pormenores del tremendo y costoso esfuerzo realizado para rescatarlos de las profundas tinieblas del abismo, gracias a Dios con éxito. Según las estimaciones, unos mil millones de espectadores han vivido momentos de angustia, cuando se temía por la muerte de todos ellos; después, llegó la esperanza: estaban vivos y esperaban ser rescatados. Por último, después del esfuerzo y los medios desplegados, el júbilo por el rescate de todos ellos. Se ha hablado de un “nuevo nacimiento”, una “nueva vida”; y algunas otras expresiones semejantes. Los miles de testigos: familiares, amigos, periodistas y los millones que asistieron al rescate por los distintos medios, lanzaron un suspiro de alivio y gratitud por las vidas rescatadas. Cada uno de los rescatados salió de la cápsula “Fénix” con una camisa que en el frente decía “Gracias Señor”; y en la parte trasera se leía “De Él serán la gloria y la honra”, así como la cita del Salmo 95:4, “Porque en Su mano están las profundidades de la tierra, Y las alturas de los montes son suyas”. Las camisas fueron donadas por el hermano del minero José Henríquez, quien es cristiano evangélico y ha sido una especie de guía espiritual para los demás. La idea surgió después que el hermano de Henríquez, también creyente, escuchó una prédica de su pastor sobre el pasaje del Salmo 95.
Hace mucho tiempo se produjo un rescate semejante. Aquella vez se rescataba a millones que estaban sumido en profundas tinieblas. El costo de aquel rescate fue muy alto, aunque sólo uno fue quien lo efectuó con un instrumento muy tosco. No tuvo que penetrar las profundidades de la tierra; sólo fue levantado sobre una cruz de madera, fijado a ella con varios clavos. Había espectadores, pero en vez de exclamaciones de júbilo, se escuchaban insultos y maldiciones; aunque algunos lloraban por lo que estaba ocurriendo.
¿Qué se hubiera pensado si al llegar la cápsula de rescate los mineros la hubieran rechazado, negándose a ser rescatados? Puede imaginarse que lo menos que se diría es que eran unos necios. Sin embargo, aunque el rescate efectuado hace tanto tiempo ofrece un verdadero nuevo nacimiento y una vida nueva y perdurable, muchos lo rechazan, prefiriendo permanecer en la profundidad de las tinieblas.
El rescate de los mineros ha terminado felizmente porque aceptaron subir a la cápsula que los llevaría de nuevo a casa. También puede terminar felizmente el rescate ofrecido por Jesús hace unos dos mil años. Sólo basta que subas a la “cápsula de rescate”, aceptando su sacrificio hecho por ti y para ti.
“Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.” Juan 3:16 (NVI)
“Como bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto.” 1 Pedro 1:18-19 (NVI)