Nuestra esperanza viva en la resurrección

Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos.” 1ª Pedro 1:3

“…que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos…” Romanos 1:4

“Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.” Juan 11:25

 

Cuando María Magdalena, Juana y María (la madre del apóstol Santiago), junto a otras mujeres, acudieron al sepulcro para la rutinaria limpieza del cuerpo del maestro; no llegaron a imaginar lo que se iban a encontrar, o mejor dicho, a quien no se iban a encontrar, porque a quien iban a ungir, ya no estaba ahí. Buscando el famoso pasaje que relata este hecho, podéis comprobar que mientras dos de los cuatro evangelios relatan hechos como el de la natividad, los cuatro sin excepción mencionan la resurrección del Cristo, aportando además un relato muy parecido entre los cuatro autores. Me quedo personalmente con la completa y concienzuda narración de Lucas, que curiosamente es el único de los cuatro evangelistas que nunca estuvo en contacto directo con Jesús:

El primer día de la semana, muy de mañana, vinieron al sepulcro, trayendo las especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas. Y hallaron removida la piedra del sepulcro; y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes; y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día. Entonces ellas se acordaron de sus palabras, y volviendo del sepulcro, dieron nuevas de todas estas cosas a los once, y a todos los demás. Eran María Magdalena, y Juana, y María madre de Jacobo, y las demás con ellas, quienes dijeron estas cosas a los apóstoles. Mas a ellos les parecían locura las palabras de ellas, y no las creían. Pero levantándose Pedro, corrió al sepulcro; y cuando miró dentro, vio los lienzos solos, y se fue a casa maravillándose de lo que había sucedido.” Lucas 24:1-12

¿Por qué es tan importante y emocionante este hecho, que sin embargo tanto se cuestiona el mundo por ser tan racionalmente inverosímil? Porque es el preciso momento en el que se completa nuestra fe, porque ¿Qué habría pasado si Jesús no hubiese resucitado? Que creeríamos en un dios muerto, nuestra fe no se sostendría sobre nada, no tendría sentido (1ª Corintios 15:14). Por lo tanto, y como afirmó ciertamente el apóstol Pedro en uno de nuestros versículos de cabecera, Dios padre, “nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Cristo”. Gracias a la derrota de la muerte por medio de nuestro Señor, tenemos esperanza, pero no una vana ilusión, no una quimera o un bonito cuento, sino una esperanza viva, algo que forma parte de nosotros, que vivimos o debemos vivir en cada instante, los que confiamos en Él. Es por eso que vemos la muerte con otros ojos, es por eso, que tiene mayor sentido para nosotros la popular frase que dice “la muerte no es el final”, porque la nuestra esperanza esta tan viva como el Hijo de Dios: Jesús de Nazaret.

Además de una esperanza viva, tenemos la seguridad de que al igual que en la cruz, tal y como conté en el anterior número de este boletín, en la resurrección también se manifiesta el poder y la Gloria de Dios. ¿En qué clase de dios creeríamos si pensásemos que Cristo no ha resucitado? Jesús demuestra claramente y con muchos testigos, que verdaderamente es Dios (1ª Corintios 15:3-6), resucitando y subiendo al cielo, y sentándose en el trono a la diestra del Padre (Filipenses 2:9, Marcos 14:62).

Esta esperanza que tenemos en la resurrección de Cristo, nos da otro beneficio extraordinario y es la certeza de que los que hemos depositado nuestra confianza en Él, también resucitaremos de entre los muertos, para vivir por siempre con nuestro Señor y creador. Jesús mismo lo afirmó (Juan 11:25).

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