4.- La Navidad y la sociedad de consumo

Regreso del Hijo Pródigo (Rembrandt)

“Papá, dame lo que me toca de la herencia.” Así que el padre repartió sus bienes entre los dos.13 Poco después el hijo menor juntó todo lo que tenía y se fue a un país lejano; allí vivió desenfrenadamente y derrochó su herencia. (Lucas 15:12b-13 NVI)

La gran popularidad que la Navidad goza en nuestra sociedad puede llevarnos a pensar que verdaderamente se trata de una muestra del impacto que el evangelio ha hecho en el mundo. Y no cabe duda de que esto es verdad hasta cierto punto. Pero mucho más importante es que nos percatemos de la enorme medida en que la sociedad de consumo y sus valores y metas han afectado la celebración de la Navidad y la vida misma de la iglesia.

En época de Navidad, en medio del bullicio, los anuncios y la compra de regalos, son pocos los que se acuerdan de Aquel cuyo nacimiento se celebra. Cuando más, se habla de los niños, del amor que les debemos y del amor y la buena voluntad que hemos de manifestar unos a otros. El hecho es que hasta los modos en que se nos invita a expresar ese amor y esa buena voluntad dejan mucho que desear.

Por ejemplo, Santa Claus. Este personaje es de origen cristiano, pero el modo de utilizarlo e interpretarlo en nuestra sociedad, dista mucho de ser cristiano. Santa Claus, en fin de cuentas, no es más que el pretexto o justificación de los comerciantes, fabricantes y agencias publicitarias para hacernos gastar más. La inmensa mayoría de los regalos navideños se dan porque es lo que se espera de nosotros. Todos nos vemos obligados a hacer una lista de personas a las que debemos regalar algo y nos lanzamos a comprar frenéticamente, buscando lo que haga aparecer que hemos gastado más de lo que de hecho gastamos.

La primera consecuencia de esto es que se estimula la hipocresía. Compramos regalos no por el verdadero deseo de regalar, sino porque eso es lo que se espera que hagamos. Tratamos de aparentar que hemos comprado los regalos más caros. Actuamos como si agradeciéramos regalos que de nada nos sirven y que sospechamos nos los han hecho por obligación. Esto no significa en modo alguno que no haya muchos regalos que se hacen con toda sinceridad y amor, probablemente sean la mayoría. Pero aún si son pocos los que hacemos o recibimos por obligación, restan enormemente al sentido de la celebración navideña.

Una segunda consecuencia es que se gastan muchísimos recursos en cosas innecesarias, mientras vivimos en un mundo lleno de necesidades muy reales y urgentes. Mientras pensamos qué regalar a alguien que “lo tiene todo”, millones mueren de hambre porque no tienen nada. Recientemente la hambruna, especialmente en África, ha movido a la gente a compasión y se ha recogido mucho dinero para intentar aliviarla. Pero en cualquiera de las grandes ciudades de los países “cristianos” se derrocha más en cosas innecesarias durante diciembre que todo lo que las iglesias y ONGs  recogen en un año para las campañas contra el hambre.

Otra consecuencia es que a los cristianos se les hace difícil decidir cómo usar su dinero y sus talentos según valores cristianos. Hablamos mucho de mayordomía y decimos que somos administradores en nombre de Dios de todo lo que poseemos. Pero en muy poco tiempo las campañas publicitarias nos hacen olvidarnos de lo que hemos dicho y sinceramente creído para llevarnos a gastar sin considerar más que la moda del momento.

Además, las celebraciones navideñas de nuestra sociedad, dan a entender que la mejor manera de expresar el amor es con un regalo muy caro. Y a veces el amor nos hace actuar de esa manera, como aquella mujer que derramó un perfume muy caro en los pies de Jesús. Pero también es cierto que la mejor expresión del amor no es dar algo, sino en  dar de sí mismo. El amor de Dio hacia el mundo, que es lo que celebramos en Navidad, lo llevó a darse a sí mismo; y el verdadero amor entre los hombres se manifiesta de la misma manera. ¡Cuántos ancianos solitarios no preferirían una breve visita de sus hijos en lugar de un costoso regalo! ¡Cuántos hijos no preferirían un poco de atención de sus atareados padres en lugar de recibir todo lo material que les dan!

Todo esto es irónicamente contrario al espíritu tanto de la Navidad como del San Nicolás histórico que dio origen al personaje conocido como Santa Claus. En este proceso el espíritu y los valores de la sociedad de consumo se han posesionado de las celebraciones navideñas suplantando al espíritu de Aquel cuyo nacimiento supuestamente se celebra. La sociedad de consumo ha creado dos grandes problemas: una población insatisfecha con la vida y que los pobres van quedando cada vez más relegados. Los que carecen de alimentos balanceados, viviendas adecuadas o de oportunidades de educación no son los que interesan a los que determinan la producción en una sociedad de consumo, y es por eso que hay tanta hambre en muchas partes del mundo mientras que en otras se malgastan recursos que servirían para alimentar a los hambrientos.

Todo esto es contrario al mensaje de la Navidad que nos dice que nuestro valor no está en lo que tengamos o gastemos, sino en el amor que Dios nos tiene. La Navidad nos dice que el mejor modo de expresar el amor, el que más se parece al de Dios,  no consiste en darnos costosos regalos, sino en dar de nosotros mismos; nos dice que quien más se acerca a Dios no es quien hace el regalo más caro, sino quien da más de sí mismo. Sin embargo es en la época de Navidad cuando la sociedad de consumo se muestra en toda su crudeza. Por eso es importante recordar que en Adviento y Navidad nuestra tarea no es añadir nuestras voces al tumulto de la multitud que nos rodea proclamando el evangelio de Santa Claus o las “buenas nuevas” de la sociedad de consumo, sino en probar los espíritus a ver si son de Dios.

Adaptado del libro “Probad los Espíritus” por Justo L. González.

Hoy vamos a presentarles una iniciativa muy interesante que se está convirtiendo en un movimiento que está generalizándose: “Cultura por sorpresa”.  La Ópera de Filadelfia reunión 650 cantantes de 28 organizaciones participantes para realizar uno de los actos culturales por sorpresa en uno de los grandes almacenes que la conocida cadena norteamericana Macy’s posee en Filadelfia. Los cantantes se mezclaron con el público asistente y, acompañados por el órgano Wanamaker, el más grande órgano de tubos del mundo, y a las 12 del mediodía del 30 de octubre de 2010, comenzaron a interpretar, para sorpresa de todos los presentes, el coro “Aleluya” del oratorio “El Mesías” de Händel. Disfrútenlo, pues resulta impresionante escuchar la alabanza al Rey de reyes y Señor de señores, en medio del mundo del consumo..

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Hasta la próxima, que Dios los bendiga.

Entradas anteriores:

1.- Origen de la Navidad y el Adviento

2.- La Navidad y la Cultura

3.- La Navidad y el Mundo físico

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