Fiesta de Pentecostés

Cuando llegó el día de Pentecostés estaban todos unánimes juntos. De repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablaran.

Vivían entonces en Jerusalén judíos piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Al oír este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban atónitos y admirados, diciendo:

—Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, los oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto y Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y las regiones de África más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes, los oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.

Estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros:

—¿Qué quiere decir esto?

Pero otros, burlándose, decían:

—Están borrachos.

Hechos 2:1-13.

El próximo domingo 11 de mayo, el mundo cristiano celebra la Fiesta de Pentecostés. ¿Cómo se origina esta fiesta? ¿Qué recuerda y representa? Veamos:

El origen de la fiesta de Pentecostés es muy antiguo. En Lv. 23.16 la LXX lee ‘cincuenta días’, con referencia al número de días desde la ofrenda de la gavilla de cebada al comienzo de la pascua. En el quincuagésimo día se celebraba la fiesta de Pentecostés. Como el tiempo que pasaba era de siete semanas, se la llamaba también ‘fiesta de las semanas’ (Ex. 34.22; Dt. 16.10). Señala la culminación de la cosecha de la cebada, que comenzaba cuando se aplicaba la hoz al cereal por primera vez (Dt. 16.9), y cuando la gavilla era mecida “el día siguiente del día de reposo” (Lv. 23.11). También se la llama ‘fiesta de la siega’, y ‘día de las primicias’ (Ex. 23.16; Nm. 28.26). La fiesta no está limitada a la época del Pentateuco, sino que su cumplimiento se menciona en los días de Salomón (2 Cr. 8.13), como la segunda de las tres grandes fiestas anuales (cf. Dt. 16.16) en que todo varón de los israelitas debía presentarse en el santuario (Lv. 23.21). Como día de gozo (Dt. 16.16) resulta evidente que en él el israelita devoto expresaba gratitud por las bendiciones de la cosecha de granos, y experimentaba en su corazón el temor del Señor (Jer. 5.24). Pero se trataba de las acciones de gracias y el temor de un pueblo redimido, porque al servicio no le faltaban las ofrendas por el pecado y por la paz, y constituía, más aun, recordación de la liberación de Egipto (Dt. 16.12) como pueblo del pacto (Lv. 23.22). La base de aceptación de la ofrenda presupone la remoción del pecado y la reconciliación con Dios.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles, se narra un acontecimiento singular en ocasión de la celebración de la fiesta de Pentecostés. Unos días antes, el Señor Jesús, justo antes de ascender al Padre, les recomendó a los discípulos “esperar el cumplimiento de la promesa”, y les anunció que “recibirían poder cuando viniera sobre ellos el Espíritu Santo”. Al llegar el día, estaban reunidos todos, unos 120 según la narración; aunque en la iconografía clásica del hecho se representan solamente a los Doce y a María, la madre del Señor. Lo allí ocurrido es bien conocido: las lenguas de fuego repartidas sobre cada uno de ellos, que fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas; no extrañas, sino reconocibles por todos los que observaban y que procedían del todo el mundo romanizado. Todos ellos entendían lo que aquellos discípulos decían. A pesar de aquello, los descartaron porque “estaban borrachos”.

Como en la antigua fiesta judía, este Pentecostés cristiano es el comienzo de la cosecha. En esa fecha nace la Iglesia a su Misión: “me seréis testigos”. Al celebrar un nuevo aniversario del nacimiento del la Misión de la Iglesia, debemos renovar nuestro compromiso personal. Hoy como entonces, “los campos están blancos para la siega” y “los obreros son pocos”. Pidamos, mus especialmente, “que el Señor envíe obreros a su mies”.

Que Él os bendiga hoy y siempre.

Ilustración: Pentecostés, El Greco.

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