¿Es Dios creíble en el siglo XXI?

¿Es Dios creíble en el siglo XXI?

¿Es Dios creíble hoy, en pleno siglo XXI, un siglo con más sombras que luces? Dios es creíble. No son creíbles las imágenes que nos ofrecen de El.

No es creíble la pintura del viejo con pelo blanco y barbas blancas, el Dios de catecismos antiguos.

No es creíble la imagen de un Dios indefinido. “Creo que ha de haber algo”. Ese algo no nos vale. Dios es alguien, un ser concreto.

No es creíble el Dios de los filósofos y de los sabios, que lo reduces a simples razonamientos de la mente.

No es creíble el Dios momia. Ese prestigioso cadáver que proclamaron Nietzche, Sartre y otros.

No es creíble el Dios a quien quiere reducir entre las nubes del cielo, para alejarlo de los problemas de la tierra.

No es creíble el Dios vengador de las litografías, que hace hervir a las personas en calderas de aceite infernal.

No es creíble el Dios sentimental de los poetas, que lo utilizan sólo como motivo para sus versos.

No es creíble el Dios de las religiones. Ese Dios que cada religión entroniza en su templo y lo pone a pelear con el Dios de la religión del vecino.

Es creíble el Dios que se revela en las páginas de la Biblia.

El Creador se hace visible en su creación. El primer versículo de la Biblia presenta a Dios como Creador, y por lo tanto, existente. “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1:1).

El autor bíblico no se plantea la existencia de Dios. No especula, la da por sabida.

A lo largo de los siglos la mente del hombre ha formulado a este texto preguntas muy concretas:

  • ¿De dónde salió Dios? ¿De la nada? ¿Qué es la nada? ¿Algo que existía independientemente de Dios?
  • ¿Por qué empezó a crear el universo? ¿Qué le llevó a ello? ¿Se sentía sólo? ¿Soñaba con un mundo material y con una tierra habitada por seres humanos?
  • ¿A dónde se dirigió Dios? Si nada había, ¿cuál fue el escenario de su primera actividad creadora? ¿Hizo su aparición en un lugar que luego sería conocido como la región de los ríos Eufrates y Tigris?

En el siglo XVI Miguel Ángel pintó en el techo de la capilla Sixtina, en el Vaticano, la aparición de Dios, el principio de su obra creadora. Pero toda vez que Dios no tiene forma material, ¿cómo fue esa aparición?

  • ¿Qué era Dios?
  • ¿Quién era Dios?
  • ¿Cómo era Dios?

A esas preguntas caben cuatro tipos de respuestas:

  • La respuesta de la filosofía: De la nada, nada puede salir. Dios no existe.
  • La respuesta de la ciencia: El mundo puede explicarse perfectamente sin Dios. Dios no existe
  • La respuesta de la Biblia: “Yo soy el que soy” (Éxodo 3:14)
  • La respuesta de la experiencia religiosa: “Yo sé en quién he creído” (2ª Timoteo 1:12). Es el argumento definitivo e irrebatible contra todos aquellos que dudan o niegan la existencia de Dios: “Yo era ciego y ahora veo” . La razón topa con el sentimiento. Dios existe porque lo siento, lo vivo, sus movimientos se desarrollan en mí, su fuego me quema, su palabra me habla, su amor me arrebata, su presencia me da seguridad, desde su altura desciende a mi insignificancia, cuando estoy perdido me encuentra, cuando enloquezco me devuelve la razón, cuando me siento hundido me rescata del polvo y me eleva a alturas de felicidad. Por eso se que existe.

Los dioses inventados por los hombres no son creíbles. El Dios de la Biblia, el Dios Padre, sí porque es un Ser real. Sus huellas en la tierra nos llevan a El.

El gran compositor valenciano Joaquín Rodrigo, uno de los grandes músicos de nuestros tiempos, a pesar de haber nacido ciego, dijo en una entrevista al escritor José Maria Gironella: “El mundo es infinito. El universo es infinito. Ninguna conquista cambiará nada sustancial. Cuantos más secretos el hombre, en su evolución ascendente, consiga dominar, más motivos concretos tendrá para admirar la omnipotencia de Dios”.

¡Esto lo dice un ciego! ¡Qué luz tan penetrante la suya!

Pasolini fue un gran intelectual y realizador de cine, a quien mataron en un encuentro entre homosexuales.

Una de sus películas más controvertidas fue “Teorema”. Y una de las imágenes más impactantes de la película es cuando el rico industrial corre desnudo por un desierto de cenizas. Lanza un grito final, casi inhumano. Pero el grito no encuentra eco.

Si jubilamos a Dios por viejo, porque lo necesitamos, porque no encaja en estos tiempos, sólo nos queda eso:

El desierto solitario.

El grito del alma.

 

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