El Señor ha venido… el Señor volverá

Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto.” Isaías 9:6-7

“Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia. Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz.” 2ª Pedro 3:10-14

Los judíos estaban esperando a un libertador, a un líder del pueblo que iba a levantar a su gente en contra del sometimiento de las naciones extranjeras opresoras. Esto se ha venido anunciando desde antes de la época de los profetas, unos 600 años antes del nacimiento de Cristo, y la nación escogida de Israel ha sufrido en todo ese tiempo el yugo de los sirios, los babilonios, los persas, los griegos, y finalmente los romanos, cuando se cumplieron los días que celebramos y recordamos ahora. La profecía más impactante era sin duda la de Isaías (descrita en parte arriba) y hablaba de un reinado que no tendría fin, en manos de un ser humano que iba a nacer como otra persona cualquiera, siendo un niño, pero a la vez siendo Dios Fuerte. La decepción en muchos se hizo notar, al ver que este, que más tarde movía a las masas, hablaba palabras de verdad, obraba milagros y alimentaba a miles, estaba siendo humillado y castigado en una terrible cruz. Jesús hablaba de un reino que coincidiendo con el expuesto en la profecía de Isaías, no tendría fin, un reino duradero, y que no iba a estar solo, sino que muchos podrían participar de él. Pero no es un reino físico, terrenal, como imaginaban con descarada pasión estos israelitas del primer siglo, sino algo mucho más profundo y significativo; un reino celestial, que entraba en vigor en el momento que el mesías hecho un frágil bebito, vió por primera vez la luz de aquella estrella en la noche de Belén. No estemos pensando en términos terrenales, no pensemos en términos egoístas.

Sin embargo, este reino, se establecerá definitivamente y sustituirá a todos los reinos del mundo, pues la tierra, tal y como la conocemos desaparecerá, junto a su finita gloria. Y los redimidos por Cristo, estos que con corazón humilde y humillado han aceptado su perdón, formaremos parte de este Reino glorioso e infinito, cuando él regrese. Pero ese regreso no será como el del bebé de Judea, será muy diferente y posíblemente más dramático ¿Cuando será? No lo sabemos, pero le esperamos pronto. Mientras tanto, recordemos este hecho en el advenimiento, no sólo de su primera venida que hubo en Belén, sino sobre todo de esa segunda venida, que marcará el fin de la historia del mundo conocido.

Guerras, enfermedades, hambre, crisis, apostasía, falsos profetas… Las señales descritas por el propio Jesús en Mateo 24:3-28 ya son suficientes, y no pueden ser ignoradas, pues cual relámpago que sale del oriente y corre hacia el occidente, Cristo puede llegar en cualquier momento. Sólo los que perseveran aún a pesar de todo, serán salvos. Estamos celebrando que Dios vino una vez en forma de tierno niño, pero también celebramos que volverá como rey dispuesto a llevarse lo que es suyo, desechando lo que no es ¿Estás preparado para ese momento?

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