“Esperad grandes cosas de Dios, emprended grandes cosas para Dios” es la frase que marcó la labor del misionero británico del siglo XVIII William Carey. Carey, cuyos orígenes personales son muy humildes, es considerado por muchos, como el padre de las misiones modernas, cuando emprendió aún con pocos recursos, la misión de alcanzar a la India para Cristo.
Podemos hablar sobre el ministerio y obra de Carey, pero hablaremos mejor sobre lo que Dios espera de nosotros, y lo que nosotros esperamos de nuestro Dios.
Este lema de Carey lo hemos adoptado en nuestra iglesia para ilustrar el propósito del Programa Global Misionero, que impulsamos desde nuestras iglesias para alcanzar a nuestro entorno y extendernos más allá.
El Programa Global Misionero es un ambicioso plan para ir más allá de nuestras cuatro paredes como iglesias y hogares, y alcanzar a nuestras comunidades y serles útiles y de bendición. Este Programa da visión y rumbo a todo aquello que hagamos en la iglesia.
Por lo pronto, se ha dado un primer paso histórico en la pasada asamblea del día 23 de octubre, aprobando por unanimidad este Programa y además, uno de sus puntos más importantes como es la solicitud de un terreno para la construcción de un nuevo templo en Sanse.
Hemos de felicitar a nuestra iglesia por esta decisión. Porque realmente, mientras estamos esperando grandes cosas de Dios, estamos dando pasos de fe para emprender grandes cosas para Él. Sigamos perseverando y avanzando en nuestra comunión, que sabemos que Dios seguirá añadiendo a todos los que han de ser salvos y haciendo crecer así a nuestras iglesias.
En este verano tan especial, tan sólo queremos compartir unas breves palabras para recordar, siguiendo el hilo de lo que hablamos el mes pasado, la importancia de la unidad, expresada en la comunidad de fe que es la iglesia local.
Hermanos, no podemos permitirnos el no asistir, el no vernos (la pandemia y las medidas de seguridad ya no son excusas), así como tampoco nos podemos permitir que la iglesia, estando bajo una misma fe y un mismo Señor esté fragmentada.
Y esto último significa que, estando congregados en una iglesia local, debemos de buscar la unidad y la unión, en medio de la diversidad, con otras congregaciones locales que tienen a un mismo Señor, profesan una misma fe, y bautizan con un mismo bautismo. Es decir, que sirven a un mismo Dios, pero que además, tienen la misma esperanza y confianza en Él, pero que además se han adherido a la misma comunidad mediante la ordenanza del bautismo, con todo lo que implica.
Ya expresamos que es inconcebible que haya cristianos, que, jactándose de serlos, no se congreguen y “vayan por libre” pero, por otro lado, también es extraño y poco deseable que haya congregaciones e iglesias que deseen ir por libre y no tengan fraternidad con otras iglesias similares en doctrina y teología.
No estamos diciendo que haya que someterse a una suerte de asociación jerárquica “paraeclesial” o “supraeclesial”, con una cúpula que ordena e impone y una serie de iglesias locales que se someten ¡Nada de eso!
Como bautistas que somos, y así lo expresamos en nuestra confesión de fe y principios bautistas, que puedes encontrar en nuestra web: iebsanse.com, formamos parte de la UEBE, una comunidad de iglesias interdependientes. Es decir, que, siendo autónomas en su funcionamiento, esta iglesia ayuda y es ayudada por otras tantas iglesias similares y comparten recursos y muchas de las formas y fondos que tenemos en común. Y además compartimos muchos proyectos misioneros que, por separado, sería muy complicado llevar a cabo.
Eso mismo, es lo que celebramos este mes de agosto (y por extensión durante todo el año 2022), por los 100 años que cumplimos como Unión Evangélica Bautista de España.
Celebramos 100 años de unidad y de unión, celebramos 100 años de interdependencia, con nuestros altibajos, pero con la bendita constante que supone estar siempre bajo el señorío y amparo del mismo Cristo que proclamamos y en cuya fe en su persona profesamos. Y también, por supuesto, celebramos que ya son muchos, los hermanos en estos 100 años que nos precedieron y que se esforzaron y, en muchos casos, sufrieron para pasarnos el testigo de esta fe.
Como iglesias de Sanse, Valdetorres, Torrelaguna y Bellas Vistas, queremos adherirnos a esta celebración (sea que asistas o no a la convención especial de finales de agosto) y que podamos cumplir 100 años más o hasta que nuestro Señor regrese.
Un drama muy recurrente en el actual siglo XXI es, además de las pandemias, las guerras, las desigualdades, la injusticia, etc… es la soledad. Poco se habla de esta otra pandemia, que puede llevar, en muchos casos (no en todos) a depresiones, ansiedad, e incluso en casos extremos (pero que lamentablemente se dan) a suicidios. No importa lo hiperconectados que podamos estar con el mundo, a través de internet y otras tecnologías. La soledad es un mal más generalizado de lo que pensamos.
Cuando Jesús comenzó su ministerio, después de la prueba de la tentación en el desierto, lo que hizo fue ir al río Jordán para ser bautizado por Juan, junto al resto del pueblo allí congregado.
Acostumbramos a presentar el acto del bautismo como un símbolo de pasar de muerte (de nuestro viejo yo) a una vida (del nuevo yo) en Cristo, después de arrepentirse de nuestros pecados, pero ese significado se queda corto. Precisamente, Jesús no tenía que ser bautizado como un símbolo de arrepentimiento porque Él no pecó nunca. El bautismo, tanto para las personas de aquel contexto como para nosotros, tiene un significado que implica el adherirse y formar parte de una misma comunidad.
Jesús, al hacerse como uno de nosotros, también quiso formar parte de esa misma comunidad, del mismo pueblo. Quiso identificarse como un judío más.
Ese sentimiento de formar parte de un pueblo es algo que, en muchos ámbitos se está perdiendo en la actualidad, y eso distorsiona nuestra identidad cristiana y nos lleva a la soledad, también en el ámbito espiritual.
Lamentablemente esto ha afectado a la iglesia y no son pocos los que se alejan de la común unidad que compartimos como iglesia local.
Así es, dicen ser cristianos, se escudan en que ya pertenecen a la Iglesia (entendemos que “universal”) y sin embargo, por mil razones distintas, a cada cual más peregrina, que no vamos a analizar aquí (cada persona y cada caso es un mundo) no se congregan en la iglesia local o van de iglesia en iglesia, quizá esperando la perfecta (que no existe) y luego se quedan en casa frustrados porque ninguna iglesia encaja con su forma de pensar o de actuar.
Y ese es el problema, que pretendemos amoldar la iglesia a nuestra conveniencia y así no funcionan las cosas. Por eso somos una comunidad.
Si te fijas, la palabra “Comunidad” se compone de la suma de otras dos: “Común”, es decir, y citando a la RAE: “Que, no siendo privativamente de nadie, pertenece o se extiende a varios” y la palabra “Unidad”: “Propiedad de todo ser, en virtud de la cual no puede dividirse sin que su esencia se destruya o altere”. Otra acepción es: “Unión o conformidad.”. Es decir, que la comunidad que conforma la iglesia no se destruye, no se altera, y tiene algo que pertenece a todos, y que en este caso, entre otras muchas cosas, es la fe.
Por esa misma fe que compartimos es que nos congregamos, trabajamos juntos, llevamos adelante proyectos en común, tenemos un mismo sentir y unos mismos objetivos.
Es por eso que formamos una familia, donde sí, es cierto que cada uno tenemos nuestras preferencias, nuestras peculiaridades y nuestras ideas, pero que las sometemos en favor de un Reino que, como ya dijimos en un artículo anterior, es eterno.
Y hablando de eternidad, y tomando el pasaje en la cabecera, ese día, el día que compartamos todos por siempre, se acerca. ¿Estamos en comunidad aquí en la tierra? ¿Nos preocupamos por vernos y estar juntos aquí? Porque allá, en la gloriosa presencia de nuestro Señor te aseguro que solo o sola no vas a estar. Ve acostumbrándote desde aquí.
Pensábamos que, tras abandonar el siglo XX íbamos a dejar atrás un tiempo de políticas convulsas y de guerras mundiales, pero nos hemos dado cuenta de que lamentablemente el siglo XXI nos ha traído más de lo mismo, y el último capítulo es el de la guerra en Ucrania.
No voy a analizar el porqué de este conflicto porque es una historia muy compleja y viene de muchos años atrás de encuentros y desencuentros entre Rusia y Ucrania.
Tampoco voy a entrar en el típico alegato por la paz. Y creo que como cristiano se debe dar por supuesto, que deseamos la paz en Ucrania, en Rusia y en cualquier parte del mundo y debemos orar por ella.
Tampoco quiero hablar de este conflicto en términos escatológicos (de los últimos tiempos) porque demasiadas guerras nos dan una pista que, efectivamente, estamos en esos tiempos y que Cristo viene pronto, pero no sabemos cuando y la humanidad lleva toda la historia en guerra.
Pensando en dedicar el artículo de este boletín a este trágico suceso que, tristemente no ha hecho más que empezar, y buscando pasajes bíblicos sobre el fomento de la paz, encontré este tan interesante que tenemos en la cabecera, que nos afecta de lleno a la vida y convivencia en la iglesia.
Empiezo comentando que este pasaje (Romanos 14), en líneas generales, lo que explica, a través de las palabras del apóstol Pablo es prevenir sobre los posibles conflictos que puedan surgir en el seno de la iglesia, por razones tan aparentemente banales, como las preferencias culinarias.
Este asunto parece trivial, pero no tanto, si observamos el contexto cultural en el que se movía esta iglesia, ya que buena parte de la carne que consumían estos creyentes (de las escasas veces que podían comer carne), procedía de sacrificios realizados a ídolos. Algunos ya se habían liberado de este estigma, pero otros no, y los segundos tendían a juzgar a los primeros. Lo que hace Pablo a continuación es todo un alegato a no incurrir en juzgar (o prejuzgar) al hermano y concluye en esforzarse en promover la paz y la edificación.
¿Qué tiene que ver esto con la guerra en Ucrania? Pues como en todo conflicto político, hay un gran componente de ideología, y aquí, todos sabemos (o deberíamos saber) que en una iglesia hay casi todo tipo de sensibilidades. No digo que haya algunos que apoyen la guerra sino que por sus ideas pueden llevarle a “señalar buenos o malos”, según su conveniencia ideológica, y esto puede provocar otro conflicto al que sí apelo a evitar en el seno de la iglesia.
Este tipo de conflictos no sólo se pueden originar por las comidas o la política. A veces pueden venir por detalles en las formas de adorar, en aspectos doctrinales secundarios o (y esto sí que puede ser grave) en opiniones acerca de actitudes o formas de las personas que visitan o se congregan en la iglesia.
De la misma manera que es difícil conocer los detalles y las razones por las que los países se atacan, también es difícil conocer los porqués de los comportamientos individuales o las preferencias de las personas con las que compartimos iglesia.
Procuremos, pues, la paz entre nosotros mismos sin dejar de orar por la paz mundial.
Siempre me ha llamado la atención el uso bíblico de la expresión “los unos a los otros”, en diferentes pasajes y contextos. Me llama la atención, entre otras cosas, por la cantidad de veces que se repite, especialmente en el Nuevo Testamento y, sobre todo, refiriéndose a la iglesia. Si tomamos como referencia la versión Reina Valera 1960 (porque es la más utilizada en nuestro entorno) podemos encontrar esta expresión exacta hasta en 14 ocasiones (15, si añadimos la que aparece en Hechos 19:38, cuyo contexto no tiene nada que ver con la iglesia).
Esta expresión incluye estas acciones:
“… lavaros los pies los unos a los otros” (Jn 13:14)
“abrazándonos …” (Hch 19:38)
“no nos juzguemos más …” (Ro 14:13)
“recibíos …” (Ro 15:7)
“… amonestaros …” (Ro 15:14)
“Saludaos …” (Ro 16:16 y 1 Co 16:20)
“servíos por amor …” (Gál 5:13)
“soportándoos con paciencia …” (Ef 4:2)
“No mintáis …” (Col 3:9)
“alentaos …” (1 Ts 4:18)
“… exhortaos …” (Heb 3:13)
“Hospedaos …” (1 Pe 4:9)
Y dejo para el final el que está en la cabecera de este artículo y que tiene la peculiaridad de aparecer dos veces en un mismo versículo y que además considero que resume a todos los demás que contiene esta expresión: “Amaos los unos a los otros… prefiriéndoos los unos a los otros” (Ro 12:10).
Falta de implicación
Visto esto digo yo ¡Qué fácil es ir al culto los domingos! (más aún si podemos verlo desde nuestras casas) y no implicarse con la iglesia. Creedme que la cristiandad está llena de personas que dicen ser cristianas y no se implican en absoluto con su iglesia local ni con sus hermanos, incluso me atrevería a decir que existe una gran mayoría de cristianos que no colaboran en nada en ningún ministerio de la iglesia, ni siquiera oran o se preocupan por sus hermanos en la congregación, algunos de estos sólo asisten a los cultos y otros ni siquiera eso.
Entiendo que cada uno tiene una manera diferente de aportar a su iglesia con la multitud y diversidad de dones y operaciones a las que estamos llamados a hacer. Y eso lo refleja más o menos la foto que decora este artículo, y no todos tienen o pueden tener el mismo nivel de implicación, pero el que más y el que menos, se “mancha” las manos para formar ese precioso mosaico con forma de corazón, para mostrar el amor de Cristo a los demás.
No le vamos a pedir lo mismo a un joven que a un anciano, ni tampoco le vamos a pedir lo mismo a alguien que lleva poco en la fe que el que ya tiene años de caminar con el Señor. Todos aportan su granito de arena a la obra y todos empujan con mayor o menor fuerza, con sus manos, con sus pies o con lo que sea para tratar de mover hacia adelante la iglesia, con Cristo delante tirando y guiando. Pero, al fin y al cabo, todos esforzándose.
Unos por otros es beneficiar al cuerpo
El hecho de hacer cosas “los unos por los otros” es beneficiar a un cuerpo, formado por personas. No es tanto ayudar a una institución o una corporación sin alma. Un problema muy común para muchas personas es que no ven a la iglesia como lo que es y como lo describe la Biblia: como el cuerpo de Cristo.
Y no es un “cuerpo” como ente etéreo o solamente espiritual, sino que es un cuerpo terrenal, físico, formado por personas de carne y hueso e inevitablemente rodeadas por un mundo físico, con todo lo que implica de malo, pero también de bueno. Si el Señor nos ha mantenido con los pies en la tierra, pero con la esperanza en el cielo, es por algo. No desprecies a tu iglesia con tu indiferencia, tu crítica o tu pasividad, haz las cosas por los demás miembros de este glorioso cuerpo que, son tan (im)perfectos como tú.
Santi Hernán
Gestionar el consentimiento de las cookies
Para ofrecer las mejores experiencias, utilizamos tecnologías como las cookies para almacenar y/o acceder a la información del dispositivo. El consentimiento de estas tecnologías nos permitirá procesar datos como el comportamiento de navegación o las identificaciones únicas en este sitio. No consentir o retirar el consentimiento, puede afectar negativamente a ciertas características y funciones.
Funcional Siempre activo
El almacenamiento o acceso técnico es estrictamente necesario para el propósito legítimo de permitir el uso de un servicio específico explícitamente solicitado por el abonado o usuario, o con el único propósito de llevar a cabo la transmisión de una comunicación a través de una red de comunicaciones electrónicas.
Preferencias
El almacenamiento o acceso técnico es necesario para la finalidad legítima de almacenar preferencias no solicitadas por el abonado o usuario.
Estadísticas
El almacenamiento o acceso técnico que es utilizado exclusivamente con fines estadísticos.El almacenamiento o acceso técnico que se utiliza exclusivamente con fines estadísticos anónimos. Sin un requerimiento, el cumplimiento voluntario por parte de tu proveedor de servicios de Internet, o los registros adicionales de un tercero, la información almacenada o recuperada sólo para este propósito no se puede utilizar para identificarte.
Marketing
El almacenamiento o acceso técnico es necesario para crear perfiles de usuario para enviar publicidad, o para rastrear al usuario en una web o en varias web con fines de marketing similares.