Cuando el pasado se vuelve un ídolo

“Nunca digas: ¿Cuál es la causa de que los tiempos pasados fueron mejores que estos? Porque nunca de esto preguntarás con sabiduría”

Eclesiastés 7:10

A medida que uno crece, y parece que a partir de los 30 (como es mi caso), pensamos en los tiempos pasados con nostalgia. Recordamos lo de antaño con alegría y concluimos: “Aquellos tiempos fueron los mejores”. Y casi siempre coincide, como es lógico, con nuestra juventud, cuando no había demasiados quebraderos de cabeza, dormíamos sin despertarnos por la noche y nuestro cuerpo aguantaba lo que le echábamos.

Pero esta experiencia individual es semejante en lo colectivo de la humanidad misma. Cada época habrá visto con nostalgia su pasado glorioso. Los últimos habitantes del imperio romano habrán echado de menos la gloria de los días antiguos cuando los bárbaros rompieron con su fuerza; los últimos resquicios del medievo se habrán llevado las manos a la cabeza al ver la gloria de la cristiandad siendo consumida por el humanismo y la era de la razón posteriores; en el siglo XX y XXI parece que sufrimos al no contemplar aquellos últimos reductos de ‘lógica, razón o verdad absoluta’ que todavía se mantenían.

Vivimos en un mundo extraño. Hoy lo llaman posmoderno y poscristiano. Quizás sintamos la tentación de preguntarnos lo que el Eclesiastés en el texto que encabeza esta reflexión, pero su respuesta es tajante: no hallarás sabiduría en una pregunta así, acerca de por qué cualquier tiempo pasado fue mejor. Mientras tanto, nos toca vivir en la época que nos ha tocado y continuar como Iglesia recuperando en nuestra vida y enseñanzas el mismo evangelio de Jesús que hace 2000 años. Lo que Cristo hizo no tiene fecha de caducidad en ese sentido. El evangelio tiene la peculiaridad de que no pertenece a ninguna época en concreto, pero es válido para todos los tiempos. Esa es la paradoja que debemos sostener si queremos ser útiles a nuestra generación y época. 

Dios quiera que busquemos y pidamos sabiduría para saber cómo actuar y seguir proclamando la verdad del evangelio (y no sucedáneos) en esta era, para que no nos ocultemos en nuestra burbuja segura, pero tampoco nos fundamos con el espíritu de este mundo. La misma verdad de la muerte y resurrección de Cristo – o sea, el Evangelio – es, según Apocalipsis 14:6, el «evangelio eterno».

Artículo del Pr. Jesús Fraidíaz

Deseo para el año nuevo

“Olvidad las cosas de antaño; ya no viváis en el pasado. ¡Voy a hacer algo nuevo!  Ya está sucediendo, ¿no os dais cuenta? Estoy abriendo un camino en el desierto, y ríos en lugares desolados.” 

Isaías 43:18-19 (NVI)

¿Qué le pedimos al año nuevo? Si es que a un periodo de tiempo como es un año, se le puede pedir algo, como si de un genio de la lámpara se tratara. ¿Cuál puede ser nuestro deseo o nuestra intención para este nuevo 2023? 

Yo lo que le pido es que sea un año verdaderamente nuevo. Es decir, que la sensación que tenemos del paso del tiempo, como describe el predicador de Eclesiastés no sea de hastío porque todos los años y todos los días sean iguales (Eclesiastés 1:4-10). 

Con esto, estoy expresando el deseo de que Dios nos sorprenda y no me refiero a ver una demostración espectacular o alguna manifestación sobrenatural (aunque también estaría genial) sino me refiero a una novedad de vida para muchos de los que nos rodean.

A veces, los mayores milagros son aquellos que pasan más aparentemente desapercibidos, que no son visibles o evidentes a nuestros sentidos físicos, pero que a la larga transforman nuestro entorno, cambiando a las personas desde su interior, como cuando un poco de levadura, que es un elemento pequeño, convierte una fina torta de pan en una hermosa  hogaza.

Esto es lo que quería decir el profeta Isaías, cuando habló de que Dios hará algo completamente nuevo y que, de hecho, ya estaba en camino: Una revolución en el que el agua volvería a correr en abundancia en medio de la sequedad y que habría un nuevo camino donde aparentemente no puede haberlo. 

Esa es la promesa y la novedad más grande para la humanidad y para ti, querido lector, que es Jesucristo, transformándolo todo desde dentro. Que este año, Jesús sea una novedad en tu corazón. ¡Será el mejor año de tu vida! ¡Feliz 2023!

Artículo de Santi Hernán

Primavera en Mariupol

“Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial.”

2ª Corintios 5:1-2
Campo de girasoles en Ucrania

De todas las ciudades ucranianas que están siendo asoladas por las tropas rusas, posiblemente, la ciudad costera de Mariupol es una de las más afectadas, por lo menos, por todo aquello que recibimos de los medios de comunicación.

Las imágenes de esta ciudad son desgarradoras y podemos resumirlas en la visión de una ciudad fantasma, con edificios semiderruidos, calles vacías y ruinas por doquier. Pero eso no es lo que quiero mostrar hoy. El morbo prefiero dejarlo para otros. La foto que acompaña a este texto es, en efecto, un sencillo campo de girasoles de Ucrania bañado por el sol. Uno de esos campos que tanto abundan por esta fértil y rica tierra.

Aún a pesar de la guerra, esta tierra no ha dejado de ser rica y fértil, y esa es una de las esencias de este país, como lo son sus gentes, las cuales sufren y luchan con pocos recursos pero con mucha valentía para mantener libre a su país.

Como ya dije, al igual que con la foto, no quiero hablar más de guerra y sufrimiento, como nos tiene acostumbrada la televisión, sino de esperanza, de ahí, que el título de este artículo haga referencia a una primavera que, de la misma manera que llega (y ha llegado) a esta parte del mundo, y con ella, la promesa de tiempos de siembra y posterior cosecha, sabemos que llegará a Ucrania y a sus gentes. 

De eso trata la fe y la esperanza. Esperanza en algo que aún no vemos, pero que tenemos certeza de que llegará. Llegará el buen tiempo, llegarán las cosechas, llegará la fertilidad, llegará la paz. Está cada vez más cerca. No me lo invento, no es un acto de ingenuidad o de optimismo propio de predicadores o motivadores de baratillo. Lo sé porque así lo prometió el Señor y lo que Él promete lo cumple. ¿Cómo? ¿Qué Dios promete la paz para Ucrania?

Sí, pero no sólo para Ucrania, Rusia, Estados Unidos, China, Europa, etc.. y no como pensáis. La paz que promete y la esperanza en algo que llegará no está basada en circunstancias en nuestro mundo caído.

Hay cientos de pasajes bíblicos que hablan de esperanza. Si me apurais ¡La Biblia entera es un libro que habla sobre la esperanza! Pero escogí una porción escrita por el apóstol Pablo que siempre me ha llamado la atención. 

Se trata de Pablo, hablando de sí mismo, viéndose completamente vulnerable después de tantas penalidades que ha pasado en su ministerio. Compara su vida en este mundo, y de su cuerpo a un tabernáculo (tienda de campaña) que se deteriora y se va deshaciendo.

Recordemos que Pablo, era un montador de tiendas profesional, y sabía que éstas, especialmente en aquella época, eran frágiles y daban un servicio limitado y temporal. Así veía su vida, y la nuestra también.

Por el contrario, la vida que promete Dios, en la que veremos una nueva primavera como un nuevo tiempo de plenitud y gran disfrute, es comparable a un edificio construido de manera perfecta y sólida porque ni siquiera lo ha hecho ningún ser humano falible, sino que está preparada por nuestro infalible Dios. 

Lo que padecemos y “gemimos” (usando las palabras de Pablo), ya sea en la lejana Mariupol o los dramas personales o familiares que podamos tener aquí mismo es porque sabemos que este mundo no es nuestro hogar definitivo, que aquí, aunque podamos tener destellos de alegría, sufriremos y siempre nos faltará un “algo” que nada de este mundo nos puede llenar. 

Sólo Dios, y sólo la fe en Jesucristo nos puede llenar, no sólo de gozo y plenitud, sino también de esperanza, aún en medio de los conflictos de este mundo, y también esta esperanza es en un mundo nuevo prometido que sabemos con certeza, que se hará realidad.

Santi Hernán

Una nueva esperanza

“He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad.”

Isaías 43:19
vacuna esperanza mundo

Veía el informativo el pasado 27 de diciembre y prácticamente la noticia era “La vacuna contra la covid ha llegado a España”, un anuncio a bombo y platillo, con las cámaras de televisión siguiendo a los camiones que transportaban las primeras dosis y los guardias civiles escoltándolas hacia su almacén secreto.

Mientras tanto, en nuestras ciudades, se hacían encuestas a pie de calle y había una mezcla entre ilusión y escepticismo, ya que algunos no querían ponerse esa vacuna y así olvidarse de la covid-19 por mucho tiempo. Quitando a los amantes de las conspiraciones mundiales y algunos otros escépticos me pregunto ¿Quién no querría ponerse esa “milagrosa” vacuna? No encuentro más explicación que la de pensar si realmente funciona o si provoca algún efecto secundario que aún no se conozca.

Lo cierto es que, independiente de la buena noticia de la llegada de esa vacuna, ¿Quién no estaba deseando que llegara este nuevo 2021 y nos diera ese buen año que el 2020 nos arrebató? Todo el mundo desea un mejor año que el pasado (que, salvo benditas excepciones, ha sido nefasto para todos).

La gente pide y desea buenos deseos para el año y pone su esperanza en que, a partir del 1 de enero todo será nuevo y mejor… vaya, no quiero ser aguafiestas, pero eso mismo deseamos el 1 de enero de 2020 y fijaos lo que pasó.

Por lo que pregunto ¿Dónde ponemos nuestra esperanza? ¿En un nuevo año que venga y arregle por sí solo todas las cosas? ¿La ponemos en una nueva vacuna? ¿En los clásicos propósitos que nos solemos hacer? ¿En los nuevos planes y proyectos que emprendemos? ¿Dónde colocamos nuestras esperanzas?

Pueden pasar muchos años y tener la sensación de que todo sigue prácticamente igual, de que nada cambia. El mundo progresa: se avanza en tecnología, ciencia, bienestar, derechos civiles, etc., pero la sensación para muchos es que no sólo las cosas están igual, sino que incluso van a peor.

En el campo espiritual vivimos con gozo y esperanza de que Dios ayuda, sostiene y provee, porque así lo promete en su Palabra, pero estamos establecidos en una incomodidad permanente. Podemos tener alegría, estar felices, pero no al cien por cien. Si este es tu caso déjame decirte que ese sentimiento es completamente normal.

“Ya, pero todavía no” es una frase cristiana muy recurrente en ciertos círculos, cuando se habla de la salvación y de la llegada del Reino de Dios y es que, aunque parezca contradictoria, refleja lo que vivimos en este mundo. Podemos saborear el Reino de los cielos, probar un poco de su paz y bendición, pero no nos sentimos plenos porque nuestros pies aún pisan un mundo caído.

El profeta Isaías, que escribió, entre muchos otros el pasaje que tenemos en la cabecera de este artículo habló a un Israel que había perdido la esperanza de regresar a su tierra, durante el cautiverio en Babilonia. El pueblo de Dios estaba preso de otra potencia y lejos de su verdadero hogar. Dios les daba esperanza a través del profeta Isaías de que estaba preparando algo nuevo que convertirá los desiertos de la vida en vergeles con ríos y un propósito (un camino).

Así es como tenemos que pensar nosotros. Estamos en este mundo, pero no somos de él. Estamos llamados a formar parte de él y hacer vida normal, pero lidiando con su incomodidad y su falta de plenitud que serán suprimidas el día que estemos en este nuevo Reino, donde definitivamente no habrá dolor, enfermedad, escasez… ¡No habrá coronavirus ni restricciones o confinamientos!

¡Esa es la nueva esperanza que tenemos los creyentes y que estamos llamados a transmitir! La vacuna contra este mundo caído y su miseria es eficaz y no deja otros efectos secundarios más que el gozo y la paz. Esta vacuna es Jesucristo ¿Quién no querría ponérsela? ¡Feliz 2021!

Santi Hernán