Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?” Salmo 42:1-2

“El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala.” Eclesiastés 12:13-14

“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.” Juan 14:6

El pasado 21 de junio empezó oficialmente el verano, aunque tradicionalmente esta fecha correspondió al del día más largo que es el 24.

Ya se sabe lo que toca: noches cortas y calurosas, días intensos con un sol de justicia, tiempo de playa (o quizá montaña), piscina, vacaciones, descanso.

El metabolismo de la mayoría de nosotros cambia, ahora apetece siempre algo frío y fresco, no muy abundante para comer, pero sí para beber. El cuerpo nos pide un refresco. Y no, no quiero que parezca que estoy anunciando alguna bebida en especial, pero sí quiero ilustrar una sensación que se puede trasladar al mundo espiritual. La sed.

El mundo actual en el que vivimos está muy revuelto, hay muchas ideas (la mayoría equivocadas) que nos están tratando de convencer de que procuran nuestro bienestar, y sin embargo jamás logran llenar nuestra alma: Nos dicen que si compramos tal o cual, cosa seremos más felices y completos; que si seguimos una u otra ideología, tendremos la razón; o sencillamente, si hacemos las cosas como queremos, con total libertad, alcanzaremos la plenitud y la autorealización personal. Pero eso no es así. No es tan bonito como nos lo pintan los medios de comunicación, los publicistas, políticos, economistas, filósofos o librepensadores. Como detalle, en el mundo de las bebidas, un refresco carbonatado de cola (o de otro sabor), por más que se empeñen, jamás quitará la sed tan bien como el agua fresca natural.

Sólo hay una verdad, y esa es la que realmente nos dará lo que necesitamos. Cristo es la verdad, él mismo lo afirmó rotundamente, es la única voz que tiene razón en un mundo tan discordante, y es la única manera de obtener la plenitud de vida, y la salvación, que buscamos y necesitamos con urgencia. Un mundo sin Dios sería un caos total, por eso estableció ciertos límites para que nuestro planeta no llegara a la autodestrucción total fuera del momento que él indicara. Por eso tenemos esa necesidad, oculta en algunos, más evidente en otros; de buscar de Dios, de anhelarle. Y ya desde antiguo se sabía, como el rey David expresó en varios de sus salmos, un anhelo semejante a la asfixiante sed que podemos tener en esta época de verano. Una ilustración muy bella es la que se da en un salmo (pero este no es de David), en la que se compara nuestra alma con un venado buscando un río o una fuente que le provea para ser saciado.

En medio de todo este revuelto de ideas y convicciones que estamos recibiendo hoy día, sólo hay una de verdad. Sólo hay alguien que tiene la última palabra de todo, sólo hay un fin para todo discurso y todo juicio. Un sabio, que lo había tenido todo y lo había experimentado todo, llegó a la conclusión de que “el fin de todo discurso es el temer a Dios y guardar sus mandamientos”.

En este caluroso verano, llega la hora de disfrutar del buen tiempo, de las vacaciones y el descanso. Pero para saciar la verdadera sed del alma, sigue siendo imprescindible acudir a Dios. Refresca tu ser. No te olvides del Señor y sus mandamientos, tampoco en este verano.

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